lunes, 29 de enero de 2018

Lo que en Davos no dicen


Por Decio Machado

Si uno quiere analizar el estado de salud de algo tan antidemocrático como del capitalismo global, necesariamente debe leer entre líneas lo que sucede en los encuentros y ciclos de conferencias globales también muy antidemocráticos que periódicamente organizan nuestras élites. Pues bien, el reciente foro económico mundial realizado en la pequeña población suiza de Davos es uno de esos eventos que nos permite ver el nivel de cinismo del 1% más privilegiado de nuestra población mundial.

La pasada semana las élites mundiales se reunieron en Davos, juntándose los CEOs de las principales corporaciones mundiales, los más prominentes líderes políticos internacionales, los periodistas que responden a los intereses de los grandes grupos mediáticos globales, algunos sectores de la Academia funcionales al sistema económico hegemónico e incluso algún que otro artista de Hollywood que entre cocteles y miradas lascivas a la hija de algún mega-banquero intentó comprender algo de lo que se decía a su alrededor.

La imagen que se dio desde los Alpes suizos no pudo ser más reconfortante. Recordó al Foro de Davos del año 2007, donde todo era optimismo. Allá, once años atrás, presidentes de la época como Jacques Chirac o Tony Blair nos hablaban de reducir sustantivamente la pobreza mundial, magnates del mundo tecnológico como Bill Gates prometían donar centenares de millones para crear la vacuna contra el SIDA, mientras CEOs globales y académicos de prestigio nos prometían tecnológicas soluciones para cerrar el agujero en la capa de ozono y acabar con el proceso de calentamiento global. Todo era perfecto… de no ser por el hecho de que unos meses después ya se hizo innegable la existencia de una burbuja inmobiliaria que terminó en la mayor crisis financiera de la historia del capitalismo tras el crac de 1929.

En Davos, la semana pasada, asistimos a la misma fiesta, lo cual indica nuevamente que algo va mal. Se dijo que la economía mundial es ahora más fuerte y potente que en ningún otro momento tras la crisis del 2008, pronosticándose un 3,9% de crecimiento para este año. Los presidentes de las principales corporaciones transnacionales aplaudieron las políticas de recortes fiscales de Estados Unidos y el nuevo proceso de desregulación financiera emprendido por Donald Trump. Gobiernos y corporaciones brindaron por una cuarta revolución tecnológica ya en curso, la robótica, la cual pretenden sea el impulso definitivo para recuperar los niveles de crecimiento anteriores al 2007, pese a que se estima dejará sin empleo, tan sólo de forma inicial, a más de cinco millones de personas. Fueron múltiples las voces que anunciaron el 2018 como el año del climax de la economía mundial y hasta el FMI ¿cómo no? se unió a la fiesta, indicando que este año podría registrar la cifra más baja de países en recesión de toda la historia.

Pero ahora, bajado el telón y terminado el espectáculo alpino, hablemos en serio. El economista Alan M. Taylor, en 2015, junto con otros investigadores académicos demostró que analizando los últimos 140 años de las diecisiete principales economías del planeta, podemos observar que durante ese período hubo 166 recesiones, 78 antes de la Segunda Gran Guerra y 88 posteriores (Leveraged Bubbles, Paper 1486 del National Bureau of Economic Research). Bueno pues aunque sorprenda la magnitud del dato, nada nuevo, pues ya sabemos que la tendencia hacia crisis cíclicas es una ley inherente al sistema capitalista. Pero donde el sistema económico capitalista se enfrenta realmente a cambios traumáticos es ante las crisis sistémicas, tal como la que actualmente vivimos y que pretendió ser negada en Davos. Los únicos análisis serios en este sentido se hacen en los anuales encuentros del Club de Bilderberg, motivo que explica el secretismo de su agenda interna.

En el mismo período estudiado por Taylor, el capitalismo afrontó tres crisis sistémicas. La primera tuvo su origen en 1873, la segunda en 1929 y la última, en la que aún estamos inmersos, en 2007. Cada una de estas implicó el agotamiento de la forma de hacer anteriormente existente y la implementación, durante largos años, de un nuevo modelo que generaría una nueva normalidad.

El crac bursátil de 1929 obligó a la implementación de un modelo de capitalismo diferente al que se había puesto en marcha a partir de 1873, quedando integralmente aplicado –nueva normalidad- durante la postguerra. Así, entre 1950 y 2007 asistimos a la fase estrella de eso que se ha llamado “progreso”, donde el crecimiento medio del planeta fue del 5% hasta 1975 y luego se ralentizó por la aplicación del neoliberalismo, pasando al 3%.

La crisis financiera de 2007 marca el fin de aquel período, situándonos desde entonces en un momento de transito hacia otro modelo de capitalismo. En él y aunque aun este en diseño, la flexibilidad laboral ha pasado a ser uno de sus ejes fundamentales, precarizándose enormemente el mercado de trabajo. Pero además, el capitalismo de las plataformas digitales hace que la disciplina laboral sea más rígida, ya que impone supuestas mediciones “científicas” y evaluaciones que pueden parecerse a la de la vieja fabricación industrial. Sin embargo y a diferencia de antaño, a cambio de esta subordinación los trabajadores ya no reciben seguridad social a cargo de la empresa ni derecho a la representación político-sindical.

De igual manera, el concepto de producción correspondiente al modelo anterior se ha visto superado por el modelo de productividad. Producción y productividad son dos términos que se confunden habitualmente pero que en realidad poco tienen que ver. Entre 1995 y 2015 la productividad global ha crecido muy poco por no decir prácticamente nada.

Durante el modelo de crecimiento instaurado en la posguerra el enfoque se hizo muy orientado hacia el consumo, soportándose esta realidad mediante incrementos de la capacidad adquisitiva o bien con créditos. Con el tiempo el crédito fue teniendo cada vez mayor importancia, pero siempre quedó anclado a las tasas de ocupación y la capacidad salarial. Si resulta que la remuneración por hora trabajada no crece, situación en la que estamos desde hace décadas, nos encontramos ante un problema que tiene su impacto en los indicadores de desigualdad.

Los últimos estudios sobre desigualdad realizados por la OCDE con proyecciones hacia el 2060 vienen a indicar que en todos los países la desigualdad crecerá. Esto implica que tendremos que acostumbrarnos a movernos en un mundo cada vez más desigual y con salarios estancados, condición que jamás había sucedido en la historia de la economía mundial de forma sistémica.

Siguiendo con los estudios prospectivos de la OCDE, alarma ver como estos análisis indican que entre 2026 y 2060 el crecimiento caerá sostenidamente de forma paulatina. Estos indicadores vienen a señalar que llegado el 2046 los países OCDE estarán en los niveles de crecimiento del 2005 y en 2060 la situación será aun inferior a la existente a primeros del presente siglo. Para los países que no forman parte de la OCDE –Brasil o China entre ellos- esta declinación será aún más pronunciada.

Cuando esta crisis sistémica finalice llegaremos a un escenario estabilizado de nueva normalidad donde el crecimiento estará altamente sesgado –unas zonas tendrán crecimiento pero la mayoría no-; existirá un equilibrio estructural en desempleo elevado –precisamente lo que Keynes cuestionó en su momento-; esto implicará que el empleo a tiempo parcial y desempleo será muy elevado, disparándose la contratación temporal a todos los sectores de la producción; la clase media comenzará a declinar y con ella desaparecerá el concepto de Estado que hoy conocemos a favor del poder de las grandes corporaciones; la industria 4.0 –era postmáquina aplicada a la customización- hará que lo que se fabrique hoy mañana será antiguo (la vida media de un nuevo producto en la década de 1980 estaba en unos tres años, en la década de 1990 se redujo a un año, hoy se mueve entre tres y cinco meses); y entraremos de lleno en la Sociedad 1/3, es decir, un modelo de sociedad donde un tercio de nosotros será necesario, otro tercio parcialmente necesario y el tercio restante un estorbo.

En este modelo de sociedad el gasto público será muy reducido, y si no hay ingresos superiores al gasto de la seguridad social -pensiones y subsidios por prestaciones de desempleo- los subsidios se irán acabando consecuencia de que los contratos serán cada vez más precarios y los ingresos tenderán a estancarse.

Hasta los economistas estadounidenses no marxistas más sensatos -caso de Robert Reich, Paul Krugman o Joseph Stiglitz- se han visto obligados durante las últimas décadas a modificar su interpretación de las causas del crecimiento de la desigualdad. Tiempo atrás, los economistas liberales sostenían que el aumento de la desigualdad era resultado de que había sectores de la clase trabajadora que no reunían los requisitos tecnológicos o carecían de las habilidades exigidas por “cambio tecnológico basado en la habilidad” (SBTC, por sus siglas en inglés). En ese contexto, la educación era vista como el gran nivelador, estabilizador de la riqueza y herramienta de avance de los sectores atrasados. Sin embargo, el aumento del número de graduados universitarios en todo el planeta, especialmente en los países del Sur, sin que la desigualdad global deje de aumentar ha puesto el cuestión este discurso. Es la tendencia hacia el monopolio que deviene de la evolución sistémica del capitalismo lo que lleva al aumento de la desigualdad económica, algo de lo que Marx ya nos habló hace 150 años…

El cierre del Foro de Davos fue una fiesta, pero no nos equivoquemos, el planeta va a una situación bastante peor de la que ya estamos. Entender esta realidad es algo de fundamental importancia para sociedades, Estados y pequeños y medianos emprendedores, pues ni izquierdas ni derechas muestran en la actualidad capacidad alguna para plantear alternativas creíbles al nuevo modelo de irracional capitalismo en curso.


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