miércoles, 30 de agosto de 2017

La banalización del debate político nacional


Por Decio Machado

El principal líder de la oposición tras Rafael Correa, hablo del magnate Guillermo Lasso quien posiblemente sea en la actualidad el político más desubicado del país, planteaba hace apenas unos días que el presidente Moreno debería convocar a los referentes del pensamiento neoliberal ecuatoriano –Alberto Dahik, Walter Spurrier y Pablo Lucio Paredes- para que le ayuden a sacarnos de la actual crisis en la que estamos inmersos. Con base en ese mismo revival neoliberal, son un sinfín los artículos de opinión y tertulianos de radio y televisión los que proliferan bajo el discurso de que es inevitable un ajuste económico que conlleve a la reducción del tamaño del Estado, el cuestionamiento de su rol en la economía y flexibilizar el mercado laboral, todo ello bajo el objetivo de reducir el déficit público y mejorar nuestra competitividad productiva. En paralelo, el ex presidente Correa tuitea desde Bélgica artículos de Juan J. Paz y Miño, a quien define como uno de los mejores historiadores económicos del país, y en los cuales se habla del neoliberalismo como el referente de la visión económica de las élites dominantes frente al Estado.

Es un síntoma de las limitaciones intelectuales de los principales protagonistas del debate político nacional que a estas alturas el neoliberalismo siga siendo interpretado como si fuera al mismo tiempo una ideología y una política económica inspirada en esa ideología. En realidad el neoliberalismo está muy lejos de reducirse a un acto de fe fanático sobre que el mercado puede ser el eje organizador de nuestras vidas. Más allá de los aspectos negativos históricamente constados por la aplicación de políticas neoliberales –destrucción programada de las reglamentaciones y las instituciones-, el neoliberalismo es el productor de un nuevo tipo de relaciones sociales, lo que implica generar nuevas maneras de vivir y nuevas subjetividades. Partiendo de lo anterior, el sentido ideológico y económico del neoliberalismo pasa a un segundo plano, pues es ante todo una racionalidad, la razón del capitalismo contemporáneo, teniendo como principal característica la generalización de la competencia como norma de conducta y de la empresa como modelo de subjetivación social.

Parece que ni Lasso, ni los voceros del capital ecuatoriano, ni Correa, ni Paz y Miño, entienden que hablar de “racionalidad política” implica releer a Michel Foucault, pues fue él quien elaboró este concepto definiéndolo en su obra Naissance de la biopolitique como “un plan de análisis posible que se ha instaurado en los procedimientos mediante los cuales se dirige, a través de una administración de Estado, la conducta de los hombres”.

Es desde ahí desde donde la propuesta neoliberal de Lasso y sus adláteres se convierte más que en una lógica económica en una forma de conducir la conducta de las personas. Teniendo en cuenta que eso es lo que pretende hacer cualquier Estado, resulta irrisorio ver como el conservadurismo ecuatoriano plantea sus posicionamientos políticos desde una lógica de disputa con el Estado. Para liquidar este tema, me limitaría a preguntarles a estos ideólogos extremistas del mercado: ¿es que acaso no fue el Estado quien rescató a los mercados globales durante la última crisis del 2008?

Pese al desconocimiento del conservadurismo ecuatoriano, hoy más tecnócrata que ayer pero igualmente ignorante en materia de ciencias humanas, la propuesta neoliberal lo que plantea de fondo es construir un nueva subjetividad, lo que los investigadores Christian Laval y Pierre Dardot denominan una nueva “subjetivación contable y financiera” y que no es más que una forma más lograda de subjetivación capitalista. Por lo tanto, el principal objetivo de la propuesta de Lasso y el capital ecuatoriano se basa, aunque para ellos sea fruto del azar, en que para salir de la crisis hay que construir una relación del sujeto individual consigo mismo que sea similar a la relación del capital consigo mismo, es decir, que el individuo se convierta en “capital humano” y que en esa medida se aumente de forma indefinida, al igual que lo hace la reproducción capitalista, incrementando cada vez más su valor frente al de otros individuos. Como puede apreciar querido lector, la próxima vez que escuche a Dahik, a Lasso o a cualquier otro apólogo de este modelo de construcción social, recuerde a Goethe cuando decía “contra la estupidez, hasta los dioses luchan en vano…”.

En el marco de este dislate no queda fuera la izquierda política nacional, pues esta entiende ingenuamente y pese a todo lo que ya ha llovido, que con más Estado se controlan los mercados. Y aquí va mi pregunta para esa izquierda estatista que se quedó anclada en el siglo pasado: ¿es que acaso no han sido los Estados los que han introducido y universalizado en la economía, en la sociedad y hasta en su propia lógica existencial, la competencia y el modelo de empresa? Basta releer a Marx, Weber o Polanyi para entender que no hay mercados fuertes sin Estados fuertes, dado que existe un carácter trasversal en los modos de poder ejercidos en cualquier época y sobre cualquier tipo de sociedad.

Respecto a lo anterior, es un hecho indudable que el Estado se ha mostrado como salvaguardia de las condiciones mínimas de bienestar, salud y educación para la población, pero es un hecho también su rol como co-productor voluntario de las normas de competitividad, de su defensa incondicional del sistema financiero y su implicación en las nuevas normas de sometimiento de los asalariados al endeudamiento de masas característico del funcionamiento del capitalismo contemporáneo.

Llegados acá, la conclusión es que es banal este debate político respecto al Estado, su volumen o el rol que ejerce sobre la economía, pues este es circunstancial respecto a las necesidades del mercado. El debate de fondo, quedándonos en esta ocasión en la clásica contradicción capital-trabajo, es si las políticas públicas desarrolladas por el Estado favorecen más a los sectores asalariados de la sociedad o si estas benefician principalmente a sus élites económicas.

Responder a lo anterior conlleva analizar, comparándolas, cual ha sido la evolución de las tasas de ganancia del sector empresarial durante los últimos años y cual la del incremento del ingreso familiar. Pues bien, vamos a ello...

Según datos del Banco Central del Ecuador y del Servicio de Rentas Internas, las ganancias del sector privado en el año 2006 no superaron los $ 4.000 millones de dólares, mientras en el 2014 –momento previo a la paralización de la economía nacional fruto de la caída de los precios del crudo- estas superaron los $ 11.600 millones de dólares. En paralelo, el ingreso familiar mensual, incluidos fondos de reserva, pasó de $ 320 dólares en 2006 a $ 700 dólares en la actualidad. Es decir, si los sectores empresariales ganaron tres más durante la era correista que durante el neoliberalismo, los trabajadores apenas llegaron a algo más que duplicar sus ingresos, lo que nos lleva a la conclusión de que los grandes beneficiarios del llamado Socialismo del Siglo XXI en Ecuador han sido los grupos empresariales.

Pero hay más, tras 22 reformas fiscales en la última década, resulta que un informe de la CEPAL presentado el pasado año revela que Ecuador es uno de los países con más bajo porcentaje respecto a la proporción de impuestos a la renta que pagan las élites económicamente privilegiadas de los distintos países de América Latina.

En resumen, más allá del infructuoso y triste debate esgrimido por los voceros de la política ecuatoriana respecto al déficit público, la reducción del tamaño del Estado, la libertad del mercado o el abaratamiento de costos en la producción, carecen de sentido los actuales lloriqueos del sector empresarial en las mesas de diálogo productivo y tributario impulsadas por el actual gobierno.

Puestos a ver quien debe aportar más en estos momentos complicados de la economía nacional, es de justicia que quienes más se beneficiaron durante el período de bonanza económica sean quienes deben arrimar más el hombro en estos momentos de incertidumbre.




"El país se volverá ingobernable si no se maneja adecuadamente la crisis"



¿Como se debería entender la actual coyuntura política, y la forma en que ha procedido el actual gobierno en sus primeros tres meses? 


El actual Gobierno heredó la economía nacional en un estado altamente preocupante. Esto hace que esté obligado a realizar un ajuste económico, el cual seguramente veremos camuflado y mil veces negado en la proforma para el año 2018 que llegará a la Asamblea Nacional entre septiembre y octubre para su debate y aprobación.

El gobierno de Lenín Moreno está obligado a renegociar una parte de la deuda externa contraída por el correísmo, ajustar presupuestos y reducir el volumen del Estado. Por su parte, los grandes grupos empresariales, que son precisamente los que más han ganado durante la "era Correa", ahora exigen al Gobierno Nacional que el peso de la salida de la crisis recaiga sobre las espaldas de los trabajadores y sectores más vulnerables de la sociedad como contrapartida para invertir en una economía que ya no puede dinamizar el Estado debido a su falta de financiamiento.
Es fácil predecir que al igual que hemos visto en los ultimos dos años subidas del salario básico paupérrimas, este año vuelva a repetirse la misma historia con unos sindicatos con mucha verborrea pero incapaces de generar la más mínima presión social.

En todo caso, para proceder con un ajuste económico se requieren consensos previos que permitan amortiguar el descontento que este tipo de medidas causa sobre los sectores más vulnerables de la sociedad. Esto explicaría la política de mesas de diálogo implementadas por el presidente Moreno durante estos tres primeros meses de gestión.
En paralelo, el presidente Moreno ha demostrado que no está dispuesto a acarrear con culpas que no son suyas, motivo por el cual ha transparentado el estado de la economía nacional al conjunto del país.
Por último y desde la campaña electoral, el presidente Moreno es consciente de que existía una fuerte demanda social por el restablecimiento de la normalidad en materia de derechos y libertades, así como un enorme rechazo al nivel de corrupción institucional que se ha ido acumulando durante la pasada década. Considero que la actuación de Lenín Moreno ha sido inteligente durante estos tres meses respecto a estos temas, reestableciendo un estado de derecho cuestionado por la falta de independencia entre poderes, procediendo con indultos frente a la anterior criminalización de la protesta social, y dando viabilidad a que la Justicia pueda proceder sin presiones del Ejecutivo para afrontar los múltiples casos de corrupción que afloran por doquier.


¿Considera usted que existe un cambio de fondo en la manera de gobernar de Lenin Moreno, o es tan solo un cambio de forma?

Contestar esta pregunta pasaría por definir claramente que consideramos un cambio de fondo... El fin de ciclo en Ecuador llegó con Correa como presidente, fue durante su mismo mandado y terminado el período de economía fácil cuando produjo un cambio en la gestión de gobierno a partir de que el precio del crudo cayerá en el mercado internacional y el país se viera precipitado a la situación económica actual. Al respecto recordemos la vuelta al Ecuador de la vigilancia económica del FMI, la firma de un Tratado de Libre Comercio con Europa, la puesta en el mercado de las privatizaciones de empresas públicas, bienes patrimoniales e incluso proyectos emblemáticos como Sopladora... Todo eso lo hizo Rafael Correa, aunque ahora le ande le falle la memoria al respecto.
En ese sentido la gestión de Moreno no está significando mayor transformación en materia económica, si bien y como indicábamos anteriormente, hay una sensación de libertad y relajación de tensiones en el país que antes no existía. Eso no es poco, pues la gente se siente con libertad de opinar, decir, escribir, criticar e incluso denunciar, superándose las lógicas del Estado Control impuestas por el correísmo.


¿Cree que el distanciaiento de Moreno con Correa, es real? Y como la figura de Correa ha influido? 

La revista Journal of Neurology publicó en el año 2009 un artículo que hacía referencia a descubrimiento de una nueva enfermedad adjetivada como "Síndrome de Hybris" y definida como un desorden de la personalidad que se produce sobre ciertos personajes fruto de la gestión del poder. Evidentemente no puedo precisar respecto a la posibilidad de que Rafael Correa sufriese por su apego al poder algun tipo de desorden mental, pero es evidente durante los diez años de gobierno no existió la más mínima autocrítica y su aparato de propaganda se encargó de transmitirnos al conjunto de la sociedad lo insuperablemente bien que hizo su gestión presidencial. Nos llegaron a decir incluso que era el mejor presidente del mundo...
Así las cosas y con la llegada de Lenín Moreno a Carondelet, tanto Correa como el correísmo se ha encontrado con un gobierno que si bien es de continuidad política, no tiene pelos en la lengua para poner encima de la mesa los elementos criticables durante la gestión anterior. Realmente ha sido esto la espoleta que hizo enfurecer a Correa, algo a priori tan banal como un cuestionamiento a determinados aspectos de su gestión política, no una traidición a las lógicas programáticas de Alianza PAIS pese a que ese sea el argumento que pretende posicionar el hard correísmo.
Ahora bien, si pensamos en la posiblidad de que Rafael Correa tuviera diseñada una estrategia para volver a presentarse en las elecciones presidenciales de 2021, siendo Lenín Moreno posicionado tan solo con el fin de afrontar la crisis asumiendo el consiguiente desgaste político que esto conlleva, entonces el enfado de Correa dejaría de ser banal. Digamos que con un presidente Moreno que está responsabilizando a la gestión correista del actual estado de crisis, se complica la estrategia de Correa de volver como presidente impoluto para salvarnos de las políticas de austeridad derivadas de la "larga noche neoliberal" que debería implantar Lenín Moreno según el guión correista.

¿La forma de gobernar de Moreno, es contradictoria con los principios de Alianza País?


No hay contradicción entre las políticas impulsadas hasta ahora por el presidente Lenín Moreno y los principios de Alianza PAIS. Lo que hay es una disputa de poder al interior del partido hegemónico durante estos últimos diez años que amenaza con que esto resulte en una ruptura de dicho partido político. En todo caso ya veremos, Agustín Cueva, uno de los grandes del pensamiento político ecuatoriano, ya teorizó sobre la capacidad que tienen las élites para reencontrarse en torno a interés comunes pese a momentos previos de conflicto. En todo caso, las últimas dimisiones del Gobierno vendrían a dar cuerpo a la tesis de una ruptura al interior de Alianza PAIS antes de fin de año.


¿Cuáles cree que son los puntos más importantes que diferencian a Moreno de Correa?


La respuesta a tu pregunta es un simple y sintética. Lenín Moreno es un hombre tolerante y entiende la política desde una lógica de pretendida concertación nacional mientras que Correa es un señor con notables tendencias autoritarias que entiende al país como suyo.


 ¿Considera que si Moreno no se hubiese apartado de la forma de gobernar de Correa, hubiese sido un pais ingobernable?


 El país se hará ingobernable si el gobierno, este quien esté al frente de este, no es capaz de manejar adecuadamente la crisis. Entre 2013 y 2017 Alianza PAIS ha perdido más de 13 puntos porcentuales de voto y eso es fruto del deterioro económico nacional durante la gestión de Correa. Correa no se presentó a la reelección y la bancada de Alianza PAIS aprobó la reelección indefinida con una fórmula caprichosa de que esta no tendría vigencia en las elecciones del 2017 porqué Rafael Correa no quiso afrontar la gestión de una crisis económica de la cual él es el principal responsable. La victoria electoral de Alianza PAIS en las últimas presidenciales no fue fruto de una pugna de poderes, sino más bien de una lógica de debilidades en la oposición. Si hay un mal político por excelencia en este país este se llama Guillermo Lasso, quien montó un modelo de partido-empresa donde todos sus partnes le engañan.


¿Como se ha visto disminuido el rol de la oposición en estos últimos meses y que se debería hacer para recuperarlo?


Lamentablemente la oposición de izquierdas lleva años mostrándose funcional a los intereses de la derecha en este país. No hay más que ver los discursos de una parte de la dirigencia del Pachakutik para darse cuenta de eso, mientras que el caso de la Unidad Popular es aún peor, pues incluso tienen miembros de su dirección nacional viviendo como asesores de CREO en la Asamblea Nacional. Ahora, también gran parte de la izquierda elitista y liberal se apuntó al carro de la lucha contra la corrupción, que es el vagón de moda que les permite cierta aparición pública legitimada ante la ciudadanía pero que no deja de ser "pan para hoy y hambre para mañana". A falta de propuestas políticas serías y capacidad de convencimiento en la sociedad, el nivel de deterioro y desubicación política de la izquierda ecuatoriana ha llegado a alcanzar realmente unos niveles difíciles de superar.
En lo que tiene que ver con los sectores conservadores la limitación de sus dirigencias es tan grande que siguen conflictuando políticamente con Correa cuando este ya ni siquiera vive en el país. Carecen de argumentación política sólida, no tienen propuestas más allá del triste discurso empresarial sostenido sobre la tesis de que la competitividad se alcanza congelando el salario de los trabajadores, y su estrategias se sostienen sobre factores externos a lo que ellos pueden generar.
Concretando, la oposición confía en lo mismo que confía Rafael Correa para confrontar victoriosamente con el gobierno de Lenín Moreno, y esto pasa por el hecho de que el Gobierno Nacional no sea capaz de gestionar adecuadamente la crisis y entremos en una nueva etapa de descontento donde puedan volver a pescar en río revuelto.

martes, 22 de agosto de 2017

O Equador depois de Rafael Correa

Está apenas 90 dias no governo, mas já desencadeou a fúria do seu antecessor e correligionário. Desde que Lenín Moreno assumiu a presidência, seu apoio popular aumentou no mesmo ritmo em que os atritos dentro do partido no poder, o Aliança País, que está prestes a explodir. Sua ruptura com a política e a gestão de Rafael Correa lhe valeu o epíteto de “traidor” vindo de setores correístas e uma disputa aberta com o ex-presidente.

A reportagem é de Decio Machado, publicada por Brecha, 18-08-2017. A tradução é de André Langer.

Se algo caracterizou os primeiros três meses de governo do presidente equatoriano, Lenín Moreno, sem dúvida foi o clima de conflito que sua gestão despertou dentro de seu partido político, o Aliança País.

A explicação disso encontra-se no desgaste que o correísmo sofreu durante os últimos anos, os conflitos internos que levaram à eleição do sucessor de Rafael Correa à frente da situação, assim como os planos políticos para o futuro do ex-presidente equatoriano.

Embora Rafael Correa tenha ganhado com ampla margem de votos as eleições presidenciais de 2013, somando no primeiro turno quase 5 milhões de votos frente aos 2 milhões de seu principal adversário, também é verdade que os graves impactos na economia nacional derivados da queda dos preços do petróleo começaram a ser sentidos apenas um ano após sua reeleição. Isso fez com que o último período presidencial de Rafael Correa se caracterizasse pela perda da forte hegemonia mantida durante seus seis primeiros anos de gestão.

Fim da década dourada

Entre 2006 e 2014, o Equador experimentou um crescimento médio de 4,3% do PIB, impulsionado pelos altos preços do petróleo e significativos fluxos de financiamento externo para o setor público. Isto permitiu um maior gasto público, incluindo a expansão do gasto social e investimentos emblemáticos nos setores de energia e transporte. Nesse período, a pobreza diminuiu de 37,6% para 22,5% e o coeficiente de desigualdade de Gini caiu de 0,54 para 0,47, à medida que os ingressos dos segmentos mais pobres da população cresceram mais rápido que o ingresso médio. A coincidência entre o período de bonança econômica na região, a chamada década dourada, e o momento de maior hegemonia política do Aliança País, com a figura de Rafael Correa à frente, foi clara.

O primeiro sintoma quantificável de cansaço experimentado pelo regime foi percebido nas eleições regionais de 2014, nas quais o Aliança País perdeu todos os principais centros urbanos do país – inclusive sua capital – e em todos os territórios amazônicos submetidos à forte pressão extrativista. Naquele momento, o presidente Correa, buscando um eufemismo para evitar falar de retrocesso político, utilizou o termo “remezón” para qualificar os resultados eleitorais do seu partido político.

Consciente de que sua figura ainda estava a salvo do desgaste político que seu partido já mostrava e vendo que a economia nacional começava a dar seus primeiros sinais de debilidade, Correa lançou nesse mesmo ano a ideia de concorrer novamente à reeleição presidencial nas eleições de 2017. Para isso, inevitavelmente, era necessário mudar a redação da Constituição de Montecristi – carta magna patrocinada pelo seu próprio movimento político alguns anos antes –, pois o texto constitucional, com vistas a impedir que qualquer autoridade política se perpetuasse no poder, deixava claro que as pessoas em cargos de eleição popular no Equador podiam ser reeleitas apenas uma única vez.

A mediocridade existente no sistema tradicional de partidos equatorianos – lógica da qual não se salvam os grupos situados à esquerda do correísmo – fez com que a agenda política, desde meados de 2014 até finais de 2015, estivesse marcada pelo debate sobre a legitimidade de uma eventual reforma constitucional.

Paralelamente, continuava o estancamento econômico do país, que foi se agravando paulatinamente. Em 2015, com uma economia estancada pela falta de liquidez estatal, o crescimento do PIB chegou apenas a 0,2%, agravando-se a situação em 2016, quando o país, já em plena crise econômica, fechou o ano com uma contração de -1,5% (o pior desempenho da região depois da Venezuela e do Brasil).

Fim de ciclo

Foi nesse contexto que aconteceu o levante indígena de agosto de 2015, ao qual o Estado respondeu com o maior nível de repressão contra organizações sociais na última década.

Os anos de 2015 e 2016 significariam o fim de ciclo no Equador, determinado neste caso pela mudança das políticas públicas do correísmo, ultrapassando a sua continuidade no governo.

Assim, enquanto as missões de observação e vigilância econômica do FMI começaram a voltar ao país, um governo que fez uma auditoria cidadã da dívida externa – e qualificou uma parte desta como ilegítima – passou a impulsionar uma nova política de agressivo endividamento que posicionou os níveis de dívida atual percentualmente acima daqueles de 2006, quando chegou ao governo. Da mesma forma, e após ter saneado as finanças públicas, a década correísta terminou com o drama derivado de que as reservas existentes no Banco Central do Equador eram notavelmente insuficientes para enfrentar os passivos a curto prazo contraídos pelo governo. Seguindo nessa linha de mudanças políticas, o governo do presidente Correa assinou um tratado de livre comércio com a União Europeia enquanto anunciou sua predisposição para estender este tipo de acordo com outros países, inclusive com os Estados Unidos.

Em matéria fiscal, e após 22 reformas em 10 anos, o Serviço de Rendas Internas acabou posicionando o pagamento de impostos sobre a renda para os setores mais privilegiados da sociedade abaixo de 3%, cerca de 13 pontos a menos que a taxa de pressão fiscal que o cidadão equatoriano médio enfrenta.

O ponto culminante de tudo o que dissemos acima ocorreu nos últimos meses de governo de Correa, quando anunciou a venda de parte das empresas públicas, múltiplos bens patrimoniais do Estado e alguns projetos emblemáticos em matéria de energia, como a Hidrelétrica Sopladora (recentemente inaugurada, financiada com créditos chineses e cujo custo atingiu os 755 milhões de dólares).

Um retorno meditado

O futuro de uma economia nacional já mergulhada em sua estratégia de vacas magras implicou que o então presidente equatoriano mudasse sua estratégia política pessoal. As emendas constitucionais aprovadas em dezembro de 2015 pela bancada situacionista majoritária no Legislativo incluíram um ajuste de última hora em sua redação. Foram eliminadas todas as restrições para a reeleição de cargos submetidos ao voto popular, inclusive o de presidente, mas foi aprovada uma caprichosa disposição transitória adaptada às necessidades de Correa: estas emendas não seriam aplicadas nas eleições de 2017, mas somente a partir das seguintes.

Embora Rafael Correa tivesse a intenção de ser reeleito como presidente da República, não seria ele quem enfrentaria a difícil situação econômica em que mergulhava o país. Sua estratégia era clara: colocar um delfim em seu governo que enfrentasse os ajustes orçamentários necessários para a economia do país, voltando ele em 2021 para salvar uma vez mais o país dos tenebrosos desígnios da longa noite neoliberal e suas políticas de austeridade.

Em meados de 2016 começou, na situação, o debate sobre a sucessão correísta. Como em toda disputa pelo poder, foram muitos os nomes inicialmente propostos para assumir a liderança do processo, embora a preferência indiscutível do líder da revolução cidadã tenha sido seu vice-presidente, Jorge Glas, um homem sem trajetória política, formado na burocracia do governo e cuja imagem estava severamente castigada por suas supostas conexões com diferentes escândalos de corrupção vinculados à contratação pública.

Um Lenín opositor

A imagem ruim de Glas, somada à sua falta de carisma, fizeram com que a situação tivesse que optar pela figura de Lenín Moreno como candidato presidencial, apesar do pouco entusiasmo que isso despertou em Correa. Moreno tinha sido o vice-presidente durante os primeiros anos do correísmo. Sua personalidade afável e forte senso de humor, somados a uma exitosa gestão de programas sociais focalizados em setores vulneráveis, permitiram-lhe adquirir ampla simpatia da população equatoriana. Sua passagem por Genebra como enviado especial da ONU para assuntos relacionados às pessoas com necessidades especiais fez com que, apesar de ser filiado ao Aliança País, estivesse longe do partido e da figura de Correa durante os últimos anos. No começo de 2017, Lenín Moreno desfrutava de um nível de apoio popular ostensivamente superior ao de Rafael Correa.

Foi desta maneira que a chapa da situação para as eleições de fevereiro de 2017 foi formada com Lenín Moreno e Jorge Glas, sendo o segundo uma imposição muito pouco inteligente do presidente em exercício. A imagem de Glas foi um obstáculo durante toda a campanha eleitoral, e os estrategistas de seu partido se viram obrigados a limitar suas aparições públicas a atos internos.

Nessa ocasião, o Aliança País teve que recorrer a um segundo turno para ganhar a presidência da república. Em 02 de abril passado, Moreno impôs uma espécie de aliança de oposição, que incluiu os partidos de esquerda, que apoiaram a candidatura conservadora de Guillermo Lasso. O oficialismo, com um desgaste político cada vez maior, apesar da imagem positiva de Lenín Moreno, conseguiu manter-se no poder com apenas 200 mil votos de vantagem em relação ao seu rival, e foi acusado de uma suposta fraude eleitoral nunca comprovada.

Testando o diálogo

A partir do mesmo dia 24 de maio, quando Lenín Moreno foi empossado, começaram os problemas com um setor do correísmo que não gostou do novo discurso do presidente. Do meio do próprio público era possível ouvir: “É apenas um pequeno descanso, companheiro Rafael”, em alusão à futura volta do ex-presidente ao palácio presidencial.

Na verdade, os problemas começaram alguns dias antes, quando, no processo de transição presidencial – comunicação de informações do governo em fim de mandato para o novo –, a equipe de colaboradores mais próximos a Moreno começou a detectar que, mais além da propaganda oficialista, o estado em que o governo anterior entregava o país tinha tons altamente preocupantes.

A equipe de governo de Lenín Moreno é um mix de altos hierarcas públicos do governo anterior, alguns ministros reciclados do oficialismo que foram ficando afastados do anel de poder correísta e que hoje foram resgatados e algumas caras novas vinculadas principalmente a setores empresariais com entrada no novo governo.

Diante da dinâmica de conflito implementada como característica principal do modelo de gestão correísta (essa construção de um “eles” e um “nós” patrocinada a partir da teoria laclauniana e que foi a dialética essencial do neopopulismo), a primeira mensagem política emitida pelo novo presidente do Equador foi fazer um apelo ao diálogo nacional. A estratégia foi clara: se devemos fazer ajustes econômicos em um país em crise, é necessário estabelecer um quadro de consenso prévio que amorteça a reação que socialmente este tipo de medidas pudesse provocar.

Foi assim que as mesas de diálogo nacional foram estabelecidas por setores, onde os ministros e altos funcionários públicos estão se vendo obrigados a articular um debate com diversos setores sociais. Após 10 anos sem autocrítica, em que as mensagens do governo eram sustentadas de forma sistemática pela retórica do bem que o presidente Correa e seu governo fizeram, hoje estes funcionários mostram suas notáveis carências e a falta de cultura democrática no momento de assumir as críticas vindas das diversas frentes da sociedade civil.

Embora isto tenha chateado o hard correísmo, não foi nada em comparação com o que veio imediatamente depois.

O traidor

Enquanto Rafael Correa se instalava em Bruxelas, seus incondicionais criavam a Fundação de Pensamento Político Eloy Alfaro. A estratégia consiste em articular um pretenso think tank projetado para manter viva a presença do pensamento político-econômico correísta durante os próximos quatro anos, com a ideia de que seu líder tenha uma plataforma a partir da qual continuar posicionando sua figura tanto dentro como fora do país.

A surpresa veio quando o presidente Moreno apareceu em uma cadeia nacional para explicar o grau de endividamento e a preocupante situação econômica em que o país foi entregue. Em poucas palavras, Lenín Moreno torpedeou o navio principal com que Rafael Correa pretendia navegar durante os próximos quatro anos. O governo sucessor do economista Correa vinha dizer ao povo equatoriano e a quem quisesse ouvir que seu antecessor tinha uma forte co-responsabilidade no que estava por vir, subvertendo possíveis futuras agendas com Stiglitz, Piketty, Krugman, Varoufakis ou qualquer outro economista socialdemocrata na moda.

Foi desse momento em diante, quando descobriram que a estratégia traçada pelo ex-presidente já não seria viável diante de um sucessor rebelde que não estava disposto a carregar sobre seus ombros as culpas de uma gestão precedente, que Rafael Correa e seus acólitos começaram a apelar seriamente à formação de um novo partido político que mantivesse vigente o que chamam de “fundamentos da revolução cidadã”. Esse, como não?, vem acompanhado por qualificativos do tipo “traidor”, “desleal”, “medíocre” ou “entrega pátria” para um presidente que nem mesmo completou os primeiros 100 dias de governo.

De acordo com o que Rafael Correa declara de Bruxelas através de suas redes sociais, o país “retornou ao passado”, que se estaria “dividindo o país” e “permitindo a volta da corrupção institucionalizada e do velho país”. Diante dessa investida, há quem se pergunte de que nível de transformação profunda e revolucionária o aparelho de propaganda correísta falou durante uma década, se em apenas 90 dias de governo, segundo essas mesmas fontes, já não resta mais nada disso?

Em relação à luta anticorrupção, o governo de Lenín Moreno colocou em prática uma política de transparência que permitiu a reabertura de indagações sobre o vice-presidente, Jorge Glas. Por conta disso, Glas foi temporariamente suspenso de todas as suas funções como vice-presidente – apesar das esperneadas de Rafael Correa; Carlos Pólit, ex-controlador do Estado, que, atualmente, encontra-se refugiado em Miami, foi inabilitado; e o ex-procurador-geral do Estado, Galo Chiriboga, tio de Rafael Correa e que foi levado a declarar sob escolta policial à procuradoria, foi preso. Todos são próximos do ex-presidente Correa e todos, de uma ou de outra maneira, estão vinculados às investigações de corrupção na estatal Petroecuador e na operação Lava Jato, sobre o caso Odebrecht.

Silêncio na sociedade civil

Ainda não se sabe como essa novela vai acabar; em todo o caso, parece difícil o Aliança País não se desintegrar nos próximos meses se o nível de tensão interna continuar a aumentar. É uma incógnita saber quantas pessoas do oficialismo permanecerão ao lado de Lenín Moreno e quantas seguirão Rafael Correa em uma nova aventura política.

Paralelamente à disputa aberta entre Correa e Moreno, as organizações sociais ficaram sem voz e sem poder de mobilização diante de um cenário em que pouco ou nada se discute sobre as demandas históricas articuladas pela sociedade civil. Estas demandas, por sua vez, estão praticamente ausentes da retórica dos diversos atores em conflito.

O problema de fundo, para além das estratégias de comunicação e táticas políticas, continua sendo a luta pelo poder. O historiador anarquista francês Daniel Guérin, refletindo sobre a revolução de 1789 – que junto com a de 1917 foram as duas revoluções por antonomásia da história da humanidade – indicou na época que a burguesia nunca se equivocou com respeito a quem era seu verdadeiro inimigo, e que este realmente não era o regime anterior, mas o que escapava do controle desse sistema. Segundo Guérin, na revolução francesa a burguesia assumiu como tarefa sua chegar ao poder. Por acaso, isso é essencialmente diferente do que está acontecendo com o que eufemisticamente se passou a chamar de “revolução cidadã”?

Fuente:  http://www.ihu.unisinos.br/570906-o-equador-depois-de-rafael-correa

lunes, 21 de agosto de 2017

Ante la necesidad de democratizar la democracia


Por Decio Machado

Hablar de democracia no es hablar de un concepto estático en el tiempo. La democracia ha generado intensos debates acerca de su naturaleza y modelo ideal, motivo por el cual ha sufrido transformaciones tanto en su interpretación como en su ejercicio a lo largo de la historia.

Cuando hoy hablamos de democracia estamos hablando de democracia representativa, un instrumento de legitimación del sistema de dominación existente mediante la aprobación institucionalizada articulada a través del sistema de partidos políticos, entendiendo a estos como organizaciones “teóricamente” responsables de la agregación y articulación de los intereses ciudadanos.

Desde finales del pasado siglo dicho concepto viene siendo cuestionado por sectores cada vez más amplios de la ciudadanía global, lo que hace que su legitimidad se sostenga sobre la creencia de que es imposible poner en marcha cualquier modelo mejor pese a sus actuales falencias. La democracia representativa está siendo entendida hoy como el sistema político del mal menor.

Sin embargo, los sucesos políticos más interesantes de los últimos años (las movilizaciones alterglobalización iniciadas en Seattle en 1999, las Primaveras Árabes entre 2010 y 2013; los Indignados españoles de 2011; los Occupy Wall Street, Londres y Hong Kong entre 2011 y 2014; las manifestaciones masivas de Junio de 2013 en Brasil; o el Nuit Debout francés de 2016) se han desarrollado bajo una crítica profunda a la forma en que está políticamente organizada nuestra sociedad y las maneras que en ella se toman las decisiones. En pocas palabras, estas manifestaciones horizontales y ciudadanas cuyos protagonistas han sido nuevos movimientos sociales urbano juveniles impugnaron el modelo de representación globalmente instituido.

Para los sectores conservadores el miedo a este tipo de reivindicaciones deriva del posible desorden que genera el cuestionamiento al poder de las élites sociales y las grandes corporaciones, esas que financian a los partidos políticos y que por lo tanto les dotan de capacidad para ganar las “democráticas” elecciones o conseguir curules en el Legislativo de los que luego se autodenominaran como representantes del pueblo. En el caso de las izquierdas, dicho temor coincide con las derechas en el plano del desorden, aunque en este caso tienen que ver también con el hecho de pensar que tan sólo a través de la representación política puede afirmarse el mantenimiento del Estado. Este último planteamiento posiciona la idea de que sin institucionalidad estatal no hay control, no existiría la exigencia de responsabilidades y no habría por lo tanto rendición de cuentas.

Pero más allá de aquellos que viven enraizados en el sistema de partidos políticos y en sus lógicas derivadas, a nivel global existe una innegable fatiga ciudadana respecto al sistema de representación democrática y su capacidad para responder a las nuevas demandas que impone una sociedad cada vez más informada, compleja y globalizada.

Lo anterior evidentemente genera un riesgo basado en la posibilidad de que puedan emergen alternativas de corte autoritario que se autoproclamen como más eficaces a la hora de resolver nuestros actuales problemas. Sin embargo, los movimientos políticos ciudadanos anteriormente citados nacen más bien de aspiraciones que pugnan por nuevas formas de participación que van más allá de los mecanismos de acceso y ejercicio del poder ideados en un tiempo que ya se nos hace pasado. Para gran parte de estas nuevas generaciones, aquellas que aun tienen cierto interés por la política, los mecanismos representativos tradicionales dejaron de ser válidos para asegurar un buen gobierno, lo que hace necesario democratizar la democracia.

Centrándonos en América Latina, un reciente informe de Latinobarómetro indica que la confianza de los ciudadanos en el Poder Ejecutivo ha bajado entre 1995 y 2015 en 11 puntos porcentuales, situándose en la actualidad en tan sólo el 33%. En lo que respecta al Poder Legislativo y Poder Judicial, las caídas de confianza se bareman de forma similar, siendo sus niveles de confianza actual de apenas 27% y 30% respectivamente. La cosa es aun peor si centramos la observación sobre el sistema de partidos, pues estos apenas llegan a alcanzar una confianza ciudadana del 20%. Analizados los datos por rango de edad, podemos percibir como son los target de población menores a 40 años quienes mayor desconfianza tienen respecto a lo que podríamos definir como las instituciones de la democracia representativa.

Hablando claro, podemos afirmar que si bien existe un poder constituyente que nace del pueblo y que crea los poderes constituidos (por lo general el ejecutivo, legislativo y judicial), tanto en Ecuador como en el resto de países, una vez ejercitado dicho poder constituyente este tiende a desaparecer y lo que permanece es el segundo. Evitar esto pasa por que el poder constituyente no tenga fin, lo que implica que las multitudes, en su amplia diversidad, deben autorepresentarse y autoorganizarse, dado que el poder constituido tiende a ubicarse de forma cada vez más distante de la voluntad popular.

A nivel global podríamos decir que estamos asistiendo a los primeros conatos de lo que será más temprano que tarde un movimiento global por la democracia directa. Hablar de esto hoy es posible, sin querer con ello simplificar la problemática que supone construir dicho modelo, gracias al actual desarrollo tecnológico. Cada tema que es votado en una cámara de representantes –Asamblea, Parlamento o Congreso- podría, mediante las nuevas tecnologías, ser votado a nivel nacional por parte de la ciudadanía de cada uno de nuestros países.

Transformar nuestro actual modelo de democracia en algo que implique mayor participación ciudadana y por lo tanto mayor legitimidad social debe ser un proceso paulatino. Vale indicar que ya están en marcha algunas experiencias en ese sentido. En Suiza, uno de los países más democráticos del planeta, con tan sólo cincuenta mil firmas la sociedad puede forzar un referéndum vinculante respecto a cualquier tipo de propuesta política. De igual manera las plataformas tecnológicas Decide.madrid.es o Decidim.barcelona, impulsadas por parte de los dos municipios más importantes del Estado español, recogen las propuestas de estos gobiernos locales junto a las aportaciones de la ciudadanía y sus prioridades, permitiendo foros de debate y votaciones por parte de los usuarios a través de las cuales se articula gran parte de sus presupuestos municipales de forma colaborativa.

Pero sin necesidad de ir tan lejos, en una provincia como el Carchi, un territorio fronterizo donde la mitad de su población se sitúa en el ámbito rural y con escaso acceso a las nuevas tecnologías, su Gobierno Provincial ha sido el primero en el país en implementar una plataforma de gobierno abierto interactiva de última generación, incitando a la participación ciudadana y multiplicando por dieciséis el número de participantes reales en la implementación de su presupuesto participativo en tan solo un año y medio.

Pese a las resistencias del establishment político global, ejemplos como el del Carchi nos demuestran que comenzar a implementar modelos participativos de democracia real es tan solo una cuestión de voluntad política. Por otro lado, el argumento de que la gente corriente no es capaz de entender determinados temas y decidir sobre lo que más le conviene, dada a la complejidad de determinados asuntos, se cae por su peso con tan solo ver la calidad intelectual de la mayoría de nuestros representantes políticos.

En este mundo de redes sociales, software libre, creciente desilusión con la clase política, consciencia de problemas globales ineludibles y deslegitimación de los que se ha venido en llamar instituciones de la democracia, que exista la masa crítica necesaria para efectuar los cambios ineludibles para un sistema que hace aguas por doquier es tan solo una cuestión de tiempo.

Publicado en Revista PlanV.com.ec

domingo, 20 de agosto de 2017

Prólogo del libro "La Oreja en la Batalla"

Este texto es el prólogo del libro "La Oreja en la Batalla" escrito por el profesor Libardo Orejuela

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Por Decio Machado

Desmembramiento, coacción, ocupación, anexión, exterminio, agresión, guerra, cárcel, tortura, secuestro, desapariciones, amenazas, destrucción racial-lingüística-cultural, expulsión, deportaciones, colonización, inmersión, asimilación, negación, humillación, división, pillaje, extorsión, expoliación, violación, segregación, despotismo, subdesarrollo, persecución, autoritarismo, criminalidad, indefensión, hambruna, asesinato, infanticidio, crueldad, terrorismo y sometimiento es el resultado de las políticas imperialistas sufridas por los pueblos del Sur a lo largo de la historia de la Humanidad.

En las páginas se siguen a este prólogo, Libardo Orejuela hace un recorrido sobre diferentes aspectos de estos impactos en América Latina, pero lo hace desde la perspectiva que Rudyard Kipling, aquel poeta ingles altamente reaccionario pero con alto bagaje intelectual, esbozaría cuando dijo a principios del siglo pasado “que saben de Inglaterra los que solo conocen Inglaterra”. Es así que Orejuela entiende que en un mundo globalizado donde ya aprendimos a que hay que pensar global pero actuar local, los análisis nacionales y regionales no pueden carecer de una perspectiva internacionalista.

Es desde esa perspectiva desde donde el autor esboza un amplio recorrido por las luchas de emancipación planetarias, siendo consciente a su vez que el capitalismo, ese sistema de organización económica caracterizado por la propiedad privada de los medios de producción y la extracción de plusvalía sobre el trabajo asalariado, tiene consecuencias deleznables para las inmensas mayorías situadas en la base de la pirámide jerárquica social. ¿Cómo iba a ser de otra manera un sistema diseñado para el lucro individual de las élites y no para el bienestar colectivo?

Pero el autor entiende bien también que las luchas de resistencias de nuestros  pueblos se remontan a mucho más allá de la configuración de nuestras actuales ideologías, algo relativamente reciente en la historia del planeta, motivo por el cual a lo largo de este libro se hace referencia de igual manera a la lucha de resistencia de nuestros pueblos ancestrales contra la invasión española que a la heroica resistencia palestina contra esa ocupación sionista que goza de la complicidad silenciosa de la mayor parte de la comunidad internacional.

Al autor le avala una larga trayectoria de compromiso político y social que le permite hablar no solo desde la Academia, sino desde la coherencia que implica a quienes como diría Gabriel Celaya, poeta español de la generación literaria de posguerra, “maldicen la poesía de quien no toma partido hasta mancharse”.

Y es desde ahí desde donde Orejuela siente en sí mismo a cuantos pueblos sufren a lo largo y ancho del planeta, lo que se plasma en una obra que aborda un “sentir” que muchos “sentimos” como nuestro, ese que nos inspira en la cotidiana militancia por un mundo mejor.

El autor es consciente de que las luchas de resistencia contra la opresión tienen larga dada, mientras el término izquierda nació “recientemente” a partir del triunfo de la Revolución Francesa, aquella surgida a partir de 1789 y que junto con la de 1917 encarnan las dos revoluciones por autonomasia en la historia de la Humanidad.

Ciertamente el concepto izquierda nace como resultado de una votación el 11 de septiembre de 1789, cuando la Asamblea Constituyente francesa discutía un artículo de la Constitución que establecía el veto absoluto del rey a las leyes aprobadas. Quienes defendían la posición inmovilista, esa que no permitía avanzar, se sentaban a la derecha del presidente de la Asamblea, mientras quienes estaban en contra y defendían que el rey solo tuviera derecho a un veto suspensivo y limitado en el tiempo, buscando con ello el cambio político y social, se ubicaron a la izquierda del presidente. Pero esa identificación general con los principios de la izquierda impregna página tras página el presente libro, porque Libardo Orejuela entiende -como debe entender la izquierda- que la defensa de los derechos humanos y la consecución de la igualdad social por medio de los derechos colectivos y sociales es un factor prioritario en un mundo donde las diferencias sociales se agudizan bajo el impacto de la globalización económico capitalista.

Con un lenguaje literario que demuestra una vasta cultura general, nuestro autor produce en el lector reacciones de solidaridad con los históricamente olvidados e indignación respecto a quienes históricamente son responsables de dicha exclusión. Orejuela viene y va, a lo largo de este texto, atravesando tanto distintos momentos de nuestra historia universal como también sus geografías. Pero lo anterior se hace desde el testimonio comprometido de quien no se excluye de la acción política, de quien no se esconde en la Academia ni se posiciona por encima del bien y del mal para elaborar sus análisis. Por algo Libardo Orejuela a liderado cinco Cumbres Nacionales por la Paz en Colombia, lo que le permite abordar la realidad política colombiana desde un anclaje global que lleva a entender aquello que en algún momento fue satanizado por el estalinismo: el proceso de emancipación de la Humanidad tiene que ser necesariamente global o no será.

Para ello y como compañero de luchas por la liberación de Nuestra América, Orejuela aborda en una amplia parte del libro las políticas de injerencia estadounidense en nuestro subcontinente, sus impactos y nuestras resistencias. Hablar sobre esto es narrar sin duda una historia escalofriante de terror, donde las invasiones, golpes de Estado, la represión sobre los pueblos y la guerra configuran una realidad que nunca deberíamos olvidar.

Pero el ansia de poder no se limita a nuestras fronteras regionales, lo que implica que Orejuela también se adentre en lo que han significado las políticas imperialistas realizadas en otros continente, rescatando figuras de la talla e importancia de Franz Fanon o Von Giap, por poner tan solo dos ejemplos, a la hora de reivindicar sus elaboraciones teóricas y resistencias activas.

La demencia imperial no fue solventada tras los procesos independentistas en el Sur global, como demuestra las políticas estadounidenses justificada en aras a los sucesos del 11 de septiembre de 2001, con las ofensivas bélicas en Afganistán, Irak, Sudán, Somalia o los secuestros de distinta índole en cárceles secretas esparcidas a lo largo y ancho del planeta.

Pero como el mismo autor indica, “hoy la muerte no militar, la que se presenta fuera del belicismo histórico, apabulla los delirantes resultados de la guerra”, motivo por el cual en las siguientes páginas se aborta la problemática de la desigualdad y la pobreza. Todo ello en un mundo en retroceso donde las diferencias entre ricos y pobres crecen hasta el punto de que en la actualidad 62 individuos ostenten tanta riqueza como los 3.600 millones de habitantes más pobres de nuestro sistema mundo (la mitad de los habitantes del planeta).

Para entender como hemos llegado hasta aquí hay que entender por ende la loca evolución del sistema capitalista. Ese que pasó del crecimiento entre 1945 y 1975 a la crisis del petróleo y la inmediata globalización bajo los paradigmas neoliberales, para entrar a partir de 1985 en una sistema de financierización que terminó llevando a que los Estados de varios estados industrializados tuvieran que rescatar a los bancos a partir de 2012 a costa del erario público.

De esta manera y pasados ya nueve años de la quiebra de Lehman Brothers, momento en el que se oficializó la más grande crisis financiera de la historia desde el crack de 1929, la economía mundial no ha conseguido aun recuperarse de los graves síntomas de desestabilización global que la amenazan.

El método aplicado por los gurús del capitalismo para salir de la última crisis global, deuda y más deuda sostenida principalmente por los bancos centrales y las grandes corporaciones, son también el principal factor sobre el que se sostendrá la próxima crisis global.

Así, mientras asistimos al actual show del capital inmersos en la sociedad de la imagen y el espectáculo, vemos como en la actualidad entre los 48 países más pobres del mundo, más de tres cuartas partes se encuentran en el continente africano, estando nueve de ellos catalogados como emergencias humanitarias. Vemos a su vez, como mientras el Foro de Davos, el G-7 o el Club Bilderberg se escudan -cada vez que se reúnen- tras las más sofisticadas medidas de seguridad ante el clamor de la sociedad civil organizada, el 34% de quienes viven por debajo del límite de la pobreza son niños menores de 12 años. Todo ello ante la pasividad/complicidad de las mal llamadas instituciones de gobernanza global.

La crisis del sistema es un hecho reconocido incluso por actores protagónicos en el funcionamiento financiero mundial. Este es el caso de Larry Summers, quien ejerciera como secretario del Tesoro en la época de Bill Clinton y también como asesor del presidente Barack Obama, quien ha llegado incluso a desarrollar la llamada tesis del “estancamiento secular”, según la cual el tipo de interés de equilibrio en la economía capitalista habría bajado tanto que las políticas monetarias ultraexpansivas dejaron de ser suficientes para estimular la demanda. Lo anterior implica la conclusión de que el crecimiento sólo se consigue ya por medio de burbujas que tras estallar vuelven a generar una economía maltrecha.

Rescatando a Immanuel Wallerstein, si entendemos que la definición del sistema capitalista moderno viene dada por su necesidad de una incesante acumulación de capital, la situación actual viene a caracterizarse por un conjunto de fallos generalizados en las relaciones económicas y políticas de reproducción capitalista.

Si bien es cierto que desde que Karl Marx escribiese los Grundisse ya sabemos que la tendencia hacia crisis cíclicas es una ley inherente al capitalismo, también aparece como un hecho indiscutible que la salida de la crisis del 2008 tiene notables diferencias respecto a las ejercidas por el capital en sus crisis anteriores. Con un endeudamiento global que crece como la espuma –actualmente equivale a tres veces el tamaño real de la economía mundial-, el sistema económico global demuestra ya no ser tan sólido como lo era antaño, condición que hace que su recuperación sea muy lenta, muy desigual y altamente conflictiva.

Hablemos claro, pese a que el capitalismo actual es un sistema muy frágil que vive a través de reinvenciones, el sistema se caracteriza a su vez por ser muy expansivo y universalista, pese a estar atravesado por acciones y aptitudes permanentemente enmarcadas en la delincuencia. Es por ello que en muchas ocasiones parece que se hunde y luego reaparece. Ante este contexsto, debemos reconocer que desde la izquierda se suele tener una visión algo caricaturesca del capitalismo, de su complejidad y de su capacidad de resistencia.

Orejuela hace una crítica a esa izquierda, a la que tilda de cobarde en diferentes momentos de la historia, y de hecho no se equivoca. El marxismo clásico está inmiscuido por una especie de embarazo del socialismo. Se decía que el propio desarrollo del capitalismo conllevaba el desarrollo de las fuerzas productivas, y el desarrollo de dichas fuerzas conllevaban en si mismo al socialismo. Quizás esta tesis haya sido una de las mayores debilidades de la izquierda ortodoxa, pues se ha más que demostrado que no ha sido así. Es más, que el capitalismo termine en algún momento no implica necesariamente que lo que venga después sea necesariamente mejor.

El autor hace referencia a la necesidad volver a “empezar a empezar”, entendiendo que gran parte de la izquierda global ha perdido capacidad de imaginación política, pues ya no imaginamos la posibilidad real de un modelo alternativo a la sociedad capitalista. Eso es una realidad que se plasma de forma meridianamente clara en la actualidad suramericana, máxime ahora que llegamos al fin de ciclo progresista y vemos como en todos los países que gozaron de gobiernos llamados de “izquierda” no se ha sido capaz de transformar el modelo de acumulación heredado del neoliberalismo.

El autor establece también a lo largo del texto una critica al consumismo, indicando textualmente que “los poderosos sepultureros de la vida saben que el maritaje entre el consumismo  y la manipulación mediática ha prestado más ayuda al cuartel liberal que los fusiles”. Gran verdad que nos lleva a recordar a Pier Paolo Pasolini, cuando indicaba medio siglo atrás que “el consumismo ha destruido cínicamente al mundo real, transformándolo en una total irrealidad donde no existe ya elección posible entre el bien y el mal”. No cabe duda, como bien señala Orejuela, que padecemos las consecuencias de un consumismo que nos devora y que nos lleva a desear mejorar nuestro estatus para disponer de mayor capacidad de compra. En definitiva, estamos inmersos en una transformación que lejos de liberarnos, nos encierra y somete aun más.

En el recorrido que hace Libardo Orejuela sobre el estado de situación política global no podían escapar los partidos políticos, esa maquinaria que en la actualidad goza de un perfil marcadamente electoralista y que no fueron diseñados precisamente para aprender, lo cual los convierte en altamente resistentes para entender el estado de deslegitimidad actual que vive el sistema de representación/delegación política actual. En el mundo de hoy estamos obligados a construir redes de personas frente a las redes ya tejidas por el capital y las instituciones, pero debemos entender que las redes se caracterizan por un modelo de funcionamiento muy diferenciado de aquellos que conocimos como centralismo democrático.

De aquí surge una nueva reivindicación de la democracia, también propugnada por el autor en esta obra, pues el miedo a una democracia radical que esbozan  los actores neoliberales no es más que el intento de eliminar los procesos políticos socio-deliberativos protagonizados desde las multitudes –entendiendo estas desde una visión spinozista-, para situar el poder en los mercados o en los expertos, esos que dicen saber como gobernarnos.

Una de las conclusiones más radicales que nos deja entrever esta obra es que la globalización se enfrenta a limitaciones materiales fruto de la crisis de un modelo de acumulación que ya hace aguas. Pero también afronta un profundo proceso de deslegitimación social importante, pues la justificación de las privatizaciones y la mercantilización que durante muchos años llegó a ser hegemónica junto a esa idea de la globalización de rostro humano según la cual a través de las relaciones comerciales se iban a apaciguar las tensiones políticas e íbamos a tener prosperidad y multiculturalismo hoy, visto el devenir de los acontecimientos, no nos puede producir más que una profunda indignación.

De igual manera se ha generalizado un rechazo de las versiones más autoritarias y burocráticas del Estado, ahí están las “Primaveras Árabes”; los Occupy Wall Street, Londres o Hong Kong; los indignados del 15-M en España o los levantamientos juveniles del 2013 en Brasil para recordárnoslo. Lo anterior motiva que lo público no tenga porqué identificarse necesariamente con lo estatal. Debemos entonces rescatar el concepto de lo comunitario y de las estructuras sociales reticulares en cada una de nuestras sociedades, pues su olvido no es más que el fruto de la victoria ideológica del neoliberalismo durante estos últimos años.

Orejuela nos invita a cambiar lo que se considera aceptable y no aceptable en la política, invitándonos a ser un poco menos miopes y comenzar a ver las cosas con algo más de perspectiva a través de un largo recorrido por la historia de las luchas emancipadoras de la Humanidad. Es desde ahí desde donde el concepto de los comunes propone una alternativa a los procesos de mercantilización desarrollados por el capitalismo a lo largo de su historia.

En diferentes momentos del libro, el autor insiste en plasmar realidades que en el momento actual, no por ser repetitivas tenemos que dejar de decirlas. Por ejemplo, el proceso de financierización del capital nos acostumbró a asumir que las grandes corporaciones multinacionales terminen teniendo una tasa inferior de presión fiscal que el ciudadano medio, cosa que es una verdadera barbaridad se mire como se mire. Sin llegar a posiciones que pudieran ser calificadas de radicales, cabe recordar que tras la Segunda Guerra Mundial en los Estados Unidos se estableció una tasa del 94% sobre los ingresos por encima de los 200.000 dólares. Ese impuesto se mantuvo durante los años cincuenta de la mano de un presidente republicano como lo fue Harry S. Truman, pero sin embargo plantear hoy que quienes ganen un millón de dólares tributen el 90% significa ser acusado de terrorismo fiscal o bolchevique radical comunista. Lo anterior demuestra que lo que era común en los años cincuenta tanto para izquierda como incluso para la derecha hoy parece un absurdo, pero lo absurdo es ver como nuestro sentido común político ha sido transformado radicalmente por esto que hemos venido a llamar globalización y neoliberalismo.

Cuando el capitalismo hoy nos habla de la libertad del mercado busca conscientemente ignorar el hecho de que esa posición era tremendamente marginal a finales de los años cuarenta y posicionada tan solo por extremistas ideológicos. Es más, inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, apenas sesenta años atrás, la posición dominante incluso en el capitalismo era que había que dominar al mercado dado que ese mismo mercado había sido el causante entonces de dos guerras mundiales y la mayor crisis financiera jamás conocida. Precisamente durante la Segunda Guerra Mundial las economías más intervenidas habían demostrado ser las más eficaces. Esa lógica, hoy considerada como anacrónica, dominó Occidente durante los llamados “treinta gloriosos años” hasta la crisis del petróleo en 1973.

Ahora, los nuevos gurús del capitalismo postmoderno, la economía del conocimiento, sus mercados derivados y sus facturas globalizadas nos quieren hacer creer que todo es muy innovador por estar transversalizado por una nueva fase de revolución tecnológica. Sin embargo, basta una mirada con algo de profundidad para encontrar en sus lógicas de precarización laboral, autoexplotación operaria, endeudamiento familiar generalizado y exclusión social de una parte de la sociedad que queda fuera del mercado de trabajo, innumerables parecidos al capitalismo manchesteriano del siglo XIX.

Orejuela nos dice que en todo esto también hay una corresponsabilidad de la izquierda, a la cual acusa que no querer tomar el poder y gobernar bajo lógicas transformadoras que alteren de forma real el mundo en el que vivimos. Más allá de que no le falte razón, lo cierto es que cuando las izquierdas han gobernado se han visto succionadas por esas lógicas de extremismo centrista que derivan de las democracias liberales. Lo anterior nos lleva a una reflexión: el reformismo progresista solo se puede romper con la construcción de contrapoderes sociales que generen un nivel de tensión tal que hagan girar la toma de decisiones a espacios donde les da miedo llegar a quienes toman las decisiones.

Lo anterior implica que la izquierda actual tiene un discurso y una praxis con grandes carencias en materia de innovación ideológica, motivo por lo cual ya no se adecúa a los nuevos tiempos. Rescatar el término izquierda para que este nos sea realmente útil requiere renovar sustancial dicho término.

Entre estas actualizaciones reza otro elementos abordado en el libro, hago referencia a la crisis ambiental planetaria. Estamos entonces ante una problema de subsistencia planetaria, lo que implica cambios a la hora de plantear al actuales políticas neodesarrollistas que emanan de la izquierda. Ya va siendo hora de entender que la Ley de Valor de Marx quedó incompleta, pues en ella nunca se incorporó como un coste en la producción capitalista la destrucción del planeta.

Orejuela tampoco deja por tratar en esta obra el actual rol de los intelectuales, dejando claro a su vez que “los intelectuales no pueden sustituir a las organizaciones, ni los libros a la vida”. Sin cuestionar lo anterior, vale la pena indicar algo actualmente olvidado por una intelectualidad mayoritaria al servicio del poder: el de intelectual no es un oficio o profesión sino una tarea colectiva al servicio de sujetos colectivos en lucha. Por los posicionamientos esbozados en esta obra es evidente que así también lo entiende el autor del presente libro.

Por último y teniendo claro quien es Libardo Orejuela, esta obra hace una repaso a las luchas desarrolladas en el espacio nacional colombiano, su momento actual de desmilitarización y una advertencia: “llegar a buen puerto en este asunto exige esclarecer el papel práctico de la verdad, el compensar en mayúsculas a los millones de víctimas, para así desatar y de la mejor manera las tensiones entre justicia y paz”.

La obra de Orejuela tiene especial sentido en el momento actual de fin del ciclo progresista en América Latina, pues cuando los grandes procesos históricos llegan a su fin y sobrevienen –con ellos- derrotas políticas de envergadura, se instalan la confusión y el desánimo, se mezcla la realidad con los deseos y se difuminan los marcos analíticos más consistentes, para dar paso a interpretaciones a menudo caprichosas y unilaterales.

En resumen, el lector tiene entre su manos un obra de alto nivel, cuya lectura de cada una de sus páginas invita a leer la siguiente, y donde en compromiso del autor con la lucha por la vida hace de estas páginas sean una arma cargada de futuro.


Prólogo del libro: "Brasil: fracaso del lulismo y emergencia de alternativas"

El siguiente texto es el prólogo del libro "Brasil: fracaso del lulismo y emergencia de alternativas" de los autores Jorge Lora Cam y Waldo Lao Fuentes.

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Por Decio Machado

La lectura de esta obra, la cual goza de un fuerte nivel de producción teórica y una vasta amplitud de fuentes bibliográficas, pone sobre la mesa las múltiples contradicciones en las que incurrieron los gobiernos “progresistas” durante su reciente ciclo hegemónico en América Latina. El esfuerzo de elaboración hecho por Jorge Lora Cam y Waldo Lao Fuentes es un aporte importante para entender la complejidad de la realidad en la que vivimos, planteando paralelamente propuestas que ayudan a pensar en la hoja de ruta que han de recomponer los caminos emancipatorios construidos desde y para las y los de abajo.

Los autores parten de la realidad política brasileña para abordar las problemáticas globales de un capitalismo que si bien en decadencia, no deja de mostrarnos –aunque con cada mayores falencias- su cada capacidad de adaptación, transvistiéndose en esta ocasión y en nuestra región bajo formas populistas mediante insólitos ejercicios de teatrales y nuevas narrativas.

Brasil, por su importancia y transcendencia geopolítica, es un buen punto de partida desde el que desarrollar un análisis crítico respecto a lo que nos deja, como triste legado en el subcontinente, esto que hemos tenido a bien definir como “ciclo progresista”.

Esta obra puede ser considerada como una reacción a una de las consecuencias más nefastas de este período: la deserción casi completa de toda una generación de profesionales académicos respecto a su rol como impulsores del pensamiento crítico latinoamericano. Convertida esta intelectualidad en voceros de dichos regímenes, pocas veces en la historia hemos asistido a una complicidad tan nefasta entre la simplificación del pensamiento/discurso y la proliferación de ejercicios de genuflexión de la Academia frente al poder.

Jean Paul Sartre, allá por el año 1945 escribiría en la revista Le Temps Modernes, “considero a Flaubert y a Goncourt responsables de la represión que siguió a la Comuna (de Paris) porque no escribieron una palabra para impedirla”.  Tocará en breve plantear lo mismo respecto a estos voceros del poder “progresista” en relación a su silencio y complicidad con episodios represivos como los emprendidos por gobiernos que se erigieron como representantes de la expresión popular contra la resistencia indígena en el Tipnis en septiembre de 2011 en Bolivia, las operaciones antimotines contra jóvenes urbanos movilizados en diferentes ciudades en junio del 2013 en Brasil o las acciones militares contra el levantamiento indígena de agosto del 2015 en Ecuador, por citar tan solo algunos ejemplos.

Volviendo al pensamiento sartriano, parecería evidente que la misión de un intelectual es proporcionar a la sociedad una “conciencia inquieta” de sí misma, “una conciencia que la arranque de la inmediatez y despierte la reflexión”. Pero vayamos a más, y reflexionemos si esto de la intelectualidad no debería superar su estatus de oficio o profesión para conllevar una tarea colectiva al servicio de los sujetos comunales en lucha… Citando a Piotr Kropotkin, cabría decir que más allá de los egos inherentes a toda intelligentsia, “sólo los esfuerzos de miles de inteligencias trabajando sobre los problemas pueden cooperar al desarrollo de un nuevo sistema social y hallar las mejores soluciones para las miles de necesidades concretas”. Es por lo tanto el rol de la intelectualidad un quehacer subordinado a la lucha colectiva, algo que a muchos intelectuales hoy les cuesta aceptar. Por ahí discurre el transfondo de esta obra, la cual tiene como punto de partida un concepto hoy tristemente olvidado que sin embargo es básico: el pensamiento crítico no puede estar atado a los poderes existentes, sino que debe ser autónomo respecto a estos y sus expresiones partidistas que de una forma u otra conforman la vía institucional.

Desde el esfuerzo intelectual desarrollado en esta obra, se niega la aceptación de las fórmulas fáciles hoy tan en boga, renunciando a su espacio de confort para buscar la confrontación frente a los poderes existentes. Esto no es factible, y los autores así lo entienden, sin desafiar ortodoxias ideológicas y lógicas conformistas con los distintos modelos de dominación a los que estamos sometidos. Citando a Agamben, “el totalitarismo moderno puede ser definido (…) como la instauración, a través del estado de excepción, de una guerra civil legal, que permite la eliminación física no sólo de los adversarios políticos sino de categorías enteras de ciudadanos que por cualquier razón resultan no integrables en el sistema político”. De lo anterior se desprende entonces, que sólo un modelo basado en las personas es capaz de no producir personas basadas en un modelo.

El pensamiento crítico es por autonomasia un pensamiento radical y abierto, lo que supone profundizar sin concesiones en los mecanismos que mantienen la dominación. Eso, precisamente eso, es lo que hacen los autores durante el transcurrir de las páginas siguientes. Pero Lora y Lao entienden también, lo cual no es baladí en nuestra región y en este momento, que no existe el pensamiento crítico contemplativo, pues este nace del compromiso y es desde ese compromiso desde donde estamos obligados a situar nuestras colectivas reflexiones. Como diría Luís Cernuda, poeta español de la llamada Generación del 27 fallecido en su exilio mexicano, “maldigo la poesía que no toma partido hasta mancharse”. Es desde ahí desde donde no podemos olvidar que fue el accionar de los movimientos sociales -protagonismos anónimos y populares- los que posibilitaron este “ciclo progresista”, siendo posteriormente traicionados por las estructuras partidistas que rentabilizaron dicho acumulado y olvidados por esa intelectualidad hoy al servicio del poder, los cuales han pasado a convertirse en una rémora para la reconfiguración de futuros movimientos antisistémicos y emancipadores.

Centrándonos en Brasil, el libro aborda la profunda crisis que vive el gigante suramericano haciendo hincapié en tres de sus ejes principales: la aplicación de medidas neoliberales inmediatamente después de terminada la campaña electoral del 2014 por el gobierno de Dilma Rousseff, cuya mayor ignominia fue haber basado su discurso electoral precisamente en denunciar de forma agresiva el neoliberalismo existente en el ADN de sus rivales; el impacto de la actual crisis multifacética brasileña y sus consecuencias sociales; y las tramas de corrupción institucional que transversalizan al país, las cuales comienzan a revelarse a partir del caso Petrobrás pero que posteriormente se extienden mediante el descubrimiento de múltiples affaires entre el gran capital nacional y el Estado.

Consecuencia de lo anterior, Brasil vive una crisis que va más allá de lo económico, pues entra en deslegitimidad su institucionalidad y régimen de partidos, pasando a ser una crisis de carácter estructural. En palabras del economista Pierre Salama, el gobierno sufrirá “un déficit de legitimidad y de racionalidad” desde un sentido cercano al que en su día le diera Habermas a dicho término, siendo incapaz para orientar una política económica coherente aunque esta sea de carácter neoliberal.

Lora y Lao nos hablan de la carencia en Brasil de un desarrollismo basado en el cambio industrial, y cierto es esta condición, la cual que podemos visualizar con facilidad con tan solo analizar algunos datos económicos. Para mantener tal aseveración, basta constatar que la industria de transformación brasileña en la industria de transformación mundial (en valor agregado) era de 2.7% en 1980 y cae, momentos antes del inicio de la crisis, al 1.7% en 2011. Siguiendo con las metodologías comparativas, cabe señalar también que las exportaciones de productos manufacturados brasileños también menguan en términos relativos, pasando del 53% del valor de las exportaciones en 2005 al 35% en 2012.

Si bien es cierto que la desindustrialización en Brasil se viene desarrollando desde los años noventa y se acentúa a partir del inicio del presente siglo, también lo es que durante el período petista la industria de transformación nacional disminuyó aún más -hablando en términos capitalistas- su capacidad competitiva. Lo anterior implica que la economía brasileña se haya reprimarizado, elevándose el peso de sus exportaciones de productos primarios.

La tan alardeada recuperación de la planificación por parte de los gobiernos progresistas demostró a la postre que sus tecnoburócratas desconocían las lógicas que conlleva la globalización capitalista, ignorándose así que en la actualidad las medidas de dinamización neokeynesianas del mercado interno ya no pueden ser independientes al mercado externo. En la actualidad y a diferencia de lo que sucedía a mediados del siglo pasado, el mercado interno no puede ser proyectado sin que sea considerado un modo inteligente de inserción de la economía nacional en el sistema mundo.

El crecimiento económico latinoamericano se sostuvo sobre la necesidad de fagocitación de los recursos naturales por parte de la República Popular China. Pero al igual que muchas economías emergentes aunque en este caso de forma sobredimensionada, China prosperó de manera clásica, construyendo carreteras para unir las fábricas a los puertos, desarrollando redes de telecomunicaciones para conectar unos negocios con otros y ofreciendo a su histórico campesinado puestos con muy superior remuneración en fábricas urbanas. Pero llegó el momento del punto de inflexión en la economía china: la oferta de mano de obra procedente de las zonas rurales se agota y el empleo en las fábricas alcanzó su máxima capacidad; de igual manera la red de autopistas construida en China supera los setenta y cinco mil kilómetros, siendo la segunda más larga del mundo tras Estados Unidos; pero además, la tendencia demográfica se ha invertido y ahora el Estado tendrá que afrontar un novedoso reto respecto a cubrir las necesidad de su clase social pensionista.

Fruto de lo anterior el crecimiento de China se desaceleró y con ello golpeó a nuestro subcontinente. El camino más probable para China es el que siguió Japón a principios de la década de 1970, cuando su economía en auge desde el fin de la guerra se ralentizó sustancialmente pero continuó creciendo a un ritmo respetable durante una serie de años posteriores. Nada más y nada menos que lo esperable en la fase de madurez de cualquier economía “milagro”.

La desaceleración china pone fin a un ciclo económico global, cerrando una etapa que para bien o para mal ha alterado el curso de la histórica económica durante las últimas décadas. Se redujo la pobreza global al mismo tiempo que se aceleraron las amenazas de destrucción ambiental, el calentamiento global y la forja de un nuevo modelo de imperialismo que los analistas institucionales al servicio de los gobierno del Sur se niegan a reconocer.

Este boom de los commodities ocasionado por la hasta hace poco descomunal demanda china de recursos naturales, no implicó en Brasil ni en el resto del subcontinente la puesta en cuestión de la lógica derivada de las economías rentistas. Por lo tanto y partiendo de lo anterior, fueron más transformadores los gobiernos populistas gestados entre 1910 y 1954 que el neopopulismo desarrollado a partir de 1999. Lo anterior deriva de la ausencia de reformas estructurales orientadas a poner en función un sistema fiscal que no sea regresivo y una política industrial menos clientelista.

Pasado década y media de gobiernos progresistas en la región, el modelo de desarrollo latinoamericano ha agudizado su dependiente inserción internacional como proveedores de materias primas en el mercado global, implicando una mayor vulnerabilidad de nuestras economías y subordinándolas aún más a las fluctuaciones erráticas de los mercados internacionales. El agotamiento del período de crecimiento basado en la reprimarización y la financiarización manifiesta los límites del progresismo actual y la necesidad de una política de izquierda que no se reduzca a una simple redistribución del excedente. Pese a los folclóricos discursos oficialistas que llegaron a la osadía de hablarnos de una “segunda independencia”, la historia le volvió a dar la razón a Marx cuando de nos avisó, siglo y medio atrás, de que “la manera como se presentan las cosas no es la manera como son; y si las cosas fueran como se presentas la ciencia entera sobraría”. Así las cosas va quedado también en cuestión hasta el tan altisonante concepto de “década ganada”, el cual esta siendo esbozado mediante las vocerías de esta intelectualidad latinoamericana al servicio de poder.

Fue Tomas Piketty quien hace relativamente poco tiempo nos demostró que  desde 1700 hasta 2012 la economía mundial creció en promedio 1.6% anual, mientras la tasa de retorno del capital generó un indicador que oscila entre el 4 y el 5%. Lo anterior implica que la riqueza global terminó en muy pocas manos y en el caso de América Latina estos indicadores han sido aún de mayor concentración. Pese a la reducción de la pobreza durante está última década en la región, lo cual no es un logro de los gobiernos progresistas dado que todos los países del subcontinente bajaron sus indicadores de pobreza en 2003 y 2013 salvo Honduras, y como consecuencia de no haberse intervenido sobre los pilares estructurales de la desigualdad, hoy en América Latina el 10% más rico de la población concentra el 71% de la riqueza. Sería el propio Banco Mundial quien indicaría en un informe del 2016 que de mantenerse esta tendencia en menos de diez años el 1% más rico tendrá más riqueza que el 99% restante.

Fruto de lo anterior, aplica aquella cita de Albert Camus mediante la cual se aseveraba que “la estupidez siempre insiste”, pues los gobiernos progresistas creyeron que los niveles de crecimiento económico que fueron fruto del ciclo alcista de los commodities se mantendrían de forma permanente. Seamos serios, si bien es cierto que han existido países de la periferia más cercana al centro que han conseguido, mediante dinámicas de desarrollo tardo-capitalistas, ocupar posiciones prominentes en el mercado global a costa de viejas potencias en declive, basta releer la teoría marxista del desarrollo desigual y combinado para poner en discusión que esta regla pueda generalizarse. En la cúspide de la pirámide global capitalista no hay sitio para todos, y esto implica que muy pocos países hayan logrado un crecimiento rápido y sostenido a lo largo del tiempo.

Basta hacer un recorrido por la historia económica reciente para ver como a lo largo de cualquier década desde la segunda mitad del pasado siglo, sólo una tercera parte de los países emergentes han logrado crecer a una tasa de crecimiento anual del 5% o superior. Menos de un cuarto han mantenido ese ritmo durante dos décadas y la décima parte durante tres décadas. Sólo seis países (Malasia, Singapur, Corea del Sur, Taiwán, Tailandia y Hong Kong) han mantenido esta tasa de crecimiento durante cuatro décadas y dos de ellos (Corea del Sur y Taiwán) durante cinco décadas. De hecho, durante la última década –con excepción de China e India- todos los demás países que consiguieron mantener una tasa de crecimiento del 5% era la primera vez que lo hacía.

Ahora bien, de la lectura de las páginas de este libro se desprenderá una pregunta que implícitamente nos dejan sus autores: ¿qué podríamos esperar de gobiernos que más allá de su etiqueta progresista llegaron al poder por la vía electoral? Es ahí donde Lora y Lao abren una no tan nueva pero interesante reflexión, pues entienden que la democracia electoral no es más que una herramienta creada para garantizar los intereses de las élites burguesas y la centralidad del Estado ante la sociedad. Llegados a este punto, “con la iglesia hemos topado Sancho” diría Don Quijote en el aquel bellísimo capítulo IX de la obra maestra escrita por Cervantes. Quizás valga la pena nuevamente recuperar el viejo pensamiento anarco-comunista ruso, cuando planteaban que lo que viciaba a la revolución era la burocracia y el Estado. Cuenta Isaac Deutscher al respecto en documento titulado Las raíces de la burocracia que “cuando Kropotkin deseaba mostrar la profundidad de la corrupción moral de la revolución francesa, explicada cómo Robespierre, Danton, los jacobinos, y los hebertistas se pasaron de revolucionarios a hombres de Estado”. Y cierto es, quedando de forma sobreentendida en este libro, que la fuerza de la burocracia no es otra cosa que el reflejo de la fragilidad de la sociedad.

Lora y Lao nos explican como los petistas brasileños, al igual que sus partners progresistas en la región, confiaron en “la capacidad del Estado para la definición de las geoestrategias económicas nacionales”, ignorando la inexistencia de contradicción entre Estado y capitalismo. Sería allá por 1878, en los manuscritos del Anti Dühring, cuando el viejo Engles aseveraría que “el Estado mismo, cualquiera que sea su forma, es esencialmente una máquina capitalista, es el Estado de los capitalistas, el capitalista colectivo ideal”. Un siglo después y ya mediante máquina de escribir, Fernand Braudel añadiría que “el capitalismo sólo triunfa cuando se identifica con el Estado, cuando es Estado”. Y dos décadas mas tarde, por medio de los teclados de las primeras computadoras domésticas, Wallerstein remataría la cuestión agregando que “el Estado es un elemento que forma parte del funcionamiento del sistema capitalista”, de modo muy particular en su fase monopólica-imperialista. En resumidas cuentas y citando en esta ocasión al amigo Claudio Katz, “no hay mercados fuertes sin estados fuertes” y por lo tanto no estamos hablando de conceptos antagónicos.

Hablemos claro. Más allá de lo que significó como agresión a la clase trabajadora, debilitamiento de la organizaciones obreras y desmantelamiento del Estado, el neoliberalismo fue un proyecto fracasado de las élites dominantes para expandir sus negocios, reforzar su base de acumulación y aumentar su presencia en el mercado mundial. El neoliberalismo ni dinamizó la actividad económica ni incentivó el crecimiento. Los beneficios que generó para las clases dominantes fueron de corto plazo, limitándose a los resultados de las medidas de shock aplicadas despiadadamente contra las y los trabajadores, lo que supuso cierto incremento aunque exiguo de la tasa de explotación. Es a partir de ahí que se desarrolla un “nuevo consenso” por el cual se determina que el mercado por sí solo no resuelve ni la pobreza para dinamizar el consumo y tampoco resuelve las inestabilidades económicas. De acuerdo con lo anterior, incluso sectores conservadores tuvieron que asumir la siguiente conclusión: hace falta entonces “más Estado”.

El párrafo anterior nos muestra lo absurdo del debate inventado por algunos autores sobre si “Estado mínimo” o “Estado fuerte”. El capitalismo lo tiene claro: la cuestión es que el Estado intervenga intensamente a favor del capital, quedando el ámbito de su tamaño sujeto a consideraciones coyunturales. Por lo tanto, el “retorno del Estado” protagonizado por los llamados gobiernos “progresistas” no es más que la adaptación de una perversa variante del capitalismo regional disfrazado bajo una tautológica invocación a soflamas antineoliberales, devolviendo al sistema económico capitalista una legitimidad anteriormente perdida fruto de crack neoliberal en la región. En base a ello, durante el período progresista se articulan apenas meras correcciones sobre los excesos descontrolados del capital que protagonizaron de forma dolorosa la etapa anterior.

Llegados a este punto, surge una nueva pregunta cuya respuesta es categórica y se transversaliza en diferentes momentos este libro: ¿es que se pueden construir alternativas mediante gobiernos que han mantenido su dinámica política y radical-discursiva conviviendo con el poder de las élites económicas? Para los autores, ni siquiera hubo la voluntad de imaginar el fin del capitalismo, motivo por lo cual son evidentes sus carencias respecto a cualquier tipo de elaboración de un proyecto anticapitalista por parte de estos.

Lora y Lao, con otras palabras, dejan claro que ni hubo desmercantilización, ni despatriarcalización de la sociedad, ni construcción combinada de múltiples formas de poder popular, ni procesos de nacionalización significativos, ni gestión obrera en las empresas, ni economía social y solidaria significativa, ni empoderamiento de las organizaciones sociales o populares, ni elaboración de estrategias de lucha contra la alineación…

Si como aseveró en algún momento Deleuze, la izquierda más que una ideología es una forma de percibir el mundo; el progresismo quedó muy lejos de percibir el mundo de forma diferente a como lo percibe la ideología dominante. Siendo así las cosas, cabe reflexionar irónicamente sobre que quizás el progresismo rememorando a Marcuse pensó que “si los individuos están satisfechos hasta el punto de sentirse felices con los bienes y servicios que les entrega la administración, ¿por qué han de insistir en instituciones diferentes para una producción diferentes de bienes y servicios diferentes? Y si los individuos están precondicionados de tal modo que los bienes que producen satisfacción, también incluyen pensamientos, sentimientos, aspiraciones, ¿por qué han de querer pensar, sentir e imaginar por sí mismos?”.

Sin embargo la escenificación progresista ha sido gloriosa, presentándose a sí mismos como la personificación del orden, de la capacidad de gobernar y tomar decisiones, como protectores paternales del pueblo y velando por sus representados a quienes protegen del rigor del capitalismo salvaje practicado durante la etapa anterior.

Para entender lo anterior habría que rescatar a Horkheimer, uno de los principales exponente de la Teoría Crítica de la Escuela de Frankfort, cuando explicaba que el Estado autoritario es un fenómeno sociológico originado tras circunstancias históricas caracterizadas por la anarquía, el desorden y la crisis, presentándose como la vía para la superación de los problemas existentes. Laclau, ya en el presente siglo, nos diría que “la identificación con un significante vacío es la condición sine qua non de la emergencia de un pueblo”, ignorando que el significante vacío se rellenó de cualquier cosa durante el llamado ciclo progresista. Sería el brasileño Bruno Cava quien demolería la tesis laclauniana en la región, indicando que “en la situación que nos encontramos nosotros, el significante vacío se vacía aún más, no adopta la multitud, pero es fagocitado por aquellos poderes fuertes que no tienen nada que ver con el pueblo, la nación y todos los otros conceptos alegres del vocabulario político de la modernidad”.

En este libro sus autores esbozan que hecho de que la crisis en Brasil pone en riesgo incluso el proyecto integracionista diseñado para la región, lo que siendo verdad no profundiza en el hecho de que la pretendida construcción de condiciones para el desarrollo autónomo del capital periférico tiene escasa relación con la emancipación social y la libertad. Es, rememorando a Castoriadis, desde la democracia directa y radical donde toma forma fundamental el eje de lucha contra cualquier intento de racionalización capitalista y conformismo instaurado.

Sería un europeo, el francés Jean Baudrillard, quien nos diría que la modernidad es una triste farsa donde las dirigencias de los pueblos sometidos, en lugar de diferenciarse de sus dominadores y proceder con su propia revancha liberadora, dedicaron sus esfuerzos a intentar parecérseles y hasta exagerar de forma grotesca su modelo, en sintonía con el aserto de Fanon, “piel negra y máscaras blancas…”.

En el recorrido de las próximas páginas veremos como Jorge Lora y Waldo Lao ponen en cuestión la redistribución estatal de los mayores ingresos derivados del boom de los commodities sin que se halla tocado el patrimonio de la élites. Ciertamente es así, dado que el neodesarrollismo latinoamericano tiene más que ver con la CEPAL tecnocrática que con el pensamiento crítico o cualquier teoría emancipadora. En definitiva, el modelo implementado por el “progresismo” tiene más relación con las continuidades del neoliberalismo que con rupturas respecto a este. Es un hecho que en ningún país de la región se tocó la matriz de acumulación heredada del período neoliberal y que sus soflamas respecto al cambio de matriz productiva quedaron en eso…. ¡soflamas!.

Con el progresismo se instauraron condiciones modernas de explotación a las clases trabajadoras, se mantuvo la distribución desigual de los medios de producción, no se alteraron las estructuras oligopólicas de los mercados y tampoco se redujeron los subsidios estatales a los grandes grupos económicos. Si bien es cierto que hace ya siglos que los bienes naturales de América Latina, en toda su dimensión, fueron incorporados al sistema mundo capitalista como bienes destinados para la retroalimentación del capitalismo global, ha sido durante está última década y media el período en el que se ha agudizado esta dinámica de la modernidad/colonialidad. Este retroceso nos lleva al renacentismo, cuando Sir Francis Bacon plasmaba su ansiedad mediante el siguiente mandato: que “la ciencia torture a la Naturaleza, como lo hacía el Santo Oficio de la Inquisición con sus reos, para conseguir develar el último de sus secretos…”.

Por otro lado, los autores dejan claro en el transcurrir de las siguientes páginas que la transferencia en forma de subsidios del excedente extractivista –eso que podemos definir como políticas sociales compensatorias- careció, mientras duró, de perfil transformador y mucho menos movilizador para la sociedad. En palabras de Carlos Lessa, quien fue nombrado por Lula da Silva para  presidir del BNDES en 2003 y luego fue cesado por el mismo tras negarse a apoyar la política neoliberal gubernamental, “pasamos de ser una periferia inquieta a una periferia conformista”, denunciando también dicho funcionario que no existió traspaso de renta de los más ricos hacia los pobres, ni cambios estructurales, pese a que los tres primeros gobiernos petistas fueron “razonablemente exitosos”.

Sería el propio André Singer, quien ejerció como portavoz de la presidencia de Lula, quien reconocería que “como el lulismo es un modelo de cambios dentro del orden, y hasta un refuerzo del orden, por lo tanto no puede ser movilizador”. Pues así las cosas, queda claro que las políticas sociales mejoran transitoriamente los ingresos de los beneficiarios, pero no modifican su lugar estructural. En tan solo dos palabras: no transforman.

Brasil está sumido desde hace dos años en la peor recesión económica que ha vivido el país en más de un siglo, y los autores de esta obra nos dicen que el país vive una “crisis de hegemonía” donde no hay fuerzas políticas con propuestas consistentes capaces de darle algún rumbo al país en la disputa por el poder. Textualmente los autores nos indican que “en 2013 el PT perdió las calles; en 2014-2015, el Congreso”. Sin embargo y pese a la revitalización de nuevas izquierdas autonomistas superadoras del paradigma del Partidão (el PT como partido de masas), desde su nueva lógica de oposición y carente de voluntad por ejercerse autocrítica alguna, el petismo parece que se rearticula como bajo una “renovada” hegemonía post-impeachment ante los sectores de la izquierda brasileña. En todo caso y pese a esta frustrante situación, esta por verse si las operaciones judiciales derivadas del Lava Jato permiten la presentación de la candidatura de Lula a las próximas elecciones presidenciales…. ya que como bien se indica en el libro, “no existe liderazgo en el PT más allá de Lula”.

Como no podía ser menos, el libro aborda la impresionante secuencia de escándalos de corrupción que ha dejado espantado a la ciudadanía del Brasil e incluso a la ciudadanía latinoamericana dadas sus implicaciones en el resto del subcontinente. En el eje del huracán político institucional está el sistema de financiamiento de partidos, mientras que el eje del cuestionamiento ético de las izquierdas se centra en el Partido de los Trabajadores. Desde el Mensalão, red de desvío de dinero público que garantizaba que varios diputados votaran según la orientación establecida por el gobierno federal, hasta la Operación Lava Jato –según los autores, “símbolo de la corrupción en Brasil entre el sistema privado y el público”-, el partido de masas más importante de Latinoamérica como organización política está desacreditado y el pacto social derivado de la Constitución de 1988 quedó en la picota.

Entre 1993 y 1997 Brasil vive un momento de refundación de sistema de financiamiento de sus partidos políticos, materializándose mediante la aprobación de la Ley de Partidos Políticos de 1995 y la nueva Ley Electoral de 1997. A partir de ahí se determinaría que sus fuentes de financiamiento pasaban a ser prácticamente ilimitadas, se permitirían las donaciones de empresas y apenas existirían techos para las donaciones y gastos. Lo anterior permitió, como se recoge en el libro, que el líder del Movimiento Sin Tierra (MST) Joao Pedro Stedile denunciara que la reprentación política brasileña está secuestrada por el capital, pues en la práctica las diez mayores empresas del país eligieron al 70% del Legislativo. En las últimas elecciones presidenciales del 2014 más del 80% de las donaciones a los principales contiendes de la campaña provenían de estas mismas empresas. Fruto de lo anterior y como consecuencia de la presión social derivada de la Operación Lava Jato, la Corte Suprema de Brasil decidió prohibir en septiembre del 2015 la financiación de campañas electorales y partidos por parte de empresas, corazón del mega-escándalo de corrupción en la estatal Petrobras y en la red de constructoras privadas encabezadas por Odebrecht. Las elecciones municipales realizadas en octubre del 2016, donde el PT sufrió su mayor debacle electoral en veinte años perdiendo 374 alcaldías, fueron las primeras en las cuales se aplicaron dichas restricciones. En todo caso, en Brasil se mantienen serias dudas sobre la capacidad del sistema de fiscalización que permitiría garantizar el cumplimiento de las nuevas reglas.

Esta obra también transita por los caminos del llamado “maldesarrollo” y neoextractivismo, abordando la lógica brasileña desde su potencialidad como país top minero. Brasil está junto a Rusia, Estados Unidos, Canadá, China y Australia, en el alto ranking de la minería, lo que le convierte en territorio codiciado para las corporaciones transnacionales extractivas, generándose la correspondiente afectación sobre las tierras comunales indígenas. La acumulación por despojo ha sido una práctica que ha dejado en América Latina varios millones de hectáreas libres para el desarrollo de megaproyectos, minería, ganadería extensiva y agronegocios, así como el desplazamiento de un número grande de comunidades en diversos países de la región, elemento que no que podía ser ignorado por Lora y Lao.

La relación entre el capital y el Estado brasileño, ampliamente abordada por autores del libro en diversos momentos diferentes, viene de lejos. El movimiento de internacionalización de las corporaciones brasileñas de construcción civil inició en los años 1970 con la recomendación de la dictadura militar de obras de gran porte, con vías de alta velocidad y usinas hidroeléctricas, lo que permitió el aumento de ganancias y la conformación de conglomerados empresariales. A inicios del presente siglo y con la acción del BNDES, estas firmas se proyectan exteriormente con el apoyo central de la diplomacia brasileña. Desde el Palacio de Itamaraty se ha intercedido en toda la región a favor de Odebrecht o de Andrade Gutierrez, siendo las contrataciones impulsadas desde las embajadas brasileñas en diferentes países de región y también de África, lo que fue calificado eufemísticamente bajo el término de “promoción comercial”. Fruto de este “ejercicio patriótico”, Lora y Lao nos indican que “en la lista que divulga la revista Fortune, cinco empresas brasileñas figuraron entre las quinientas mayores compañías del mundo: Petrobras, Vale, Itaúsa, Bradesco y Banco de Brasil. Estos monopolios tuvieron, por un lado, el respaldo de Lula y el Estado; por otro, financiamiento del BNDES”.

El libro aborda esa relación entre el poder político y el económico, posicionando el rol de Lula da Silva en diferentes crisis mantenidas por algunas de estas corporaciones en diferentes países de la región. Al fin y al cabo, y tal y como se expresa en algún momento de esta obra, administrar el Estado te transforma en “una unidad indiferenciada con el capital”. En la actualidad y destapada posiblemente apenas una parte del iceberg corruptivo institucional brasileño mediante la Operación Lava Jato, estas empresas le hacen un flaco favor al país mezclando su imagen con la de Brasil, lo cual en acertada opinión de los autores “afecta negativamente el imaginario de la sociedad”.

Como bien sabemos, el populismo es una lógica política que plantea una construcción imaginaria del “pueblo”, lo cual implica la articulación de una comunidad política homogénea que a su vez se identifica con ese concepto tan manoseado y discutible en el mundo globalizado como es el de “patria”. Este “nosotros” el “pueblo” se articula entonces bajo parámetros antagónicos con respecto a un “ellos” la “élite”, algo ya venía determinado de las lógicas de antagonismo marxista: explotados vs explotadores. Los autores bien cuestionan en el transcurrir de las siguientes páginas como la supuesta irrupción de lo “plebeyo” en la política no haya significado otra cosa que el incremento en la acumulación de capitales por parte del 10% privilegiado de la población de nuestra región. La consecuencia deriva de una cita de Álvarez Junco que está incorporada en el libro: “el rasgo común a los populismo es la ausencia de programas concretos”. Es por ello que Lora y Lao parten a reflexionar sobre las alternativas, planteando la autonomía y entendiendo, tal y como nos lo están enseñando una diversidad de indígenas con pasamontañas en el sur de México mediante sus caracoles y juntas de buen gobierno, que la autonomía de la colectividad no puede realizarse más que a través de la autoinstitución y el autogobierno, lo cual es inconcebible sin la autonomía efectiva de los individuos que la componen.

Entrados ya en el mundo de las alternativas, la obra explora diferentes facetas de la decolonialidad, el cuestionamiento de la forma partido, la representación como contrarius a la democracia, el feminismo, el postdesarrollo y otros tantos nuevos y no tan nuevos paradigmas que están conformando la actual lógica de prácticas emancipatorias en nuestra región. Su construcción final ha pasado a ser urgente dado el carácter estructural de la crisis que transversaliza en la actualidad al sistema mundo.

Si bien sabemos desde los Grundisse de Marx que la tendencia hacia crisis cíclicas es una ley inherente al capitalismo, el momento actual requiere transformaciones de carácter civilizatorio. En un hecho indiscutible que el sistema capitalista ha generado periódicamente docenas de crisis cíclicas por lo menos desde 1825, cuando la primera auténtica crisis de sobreproducción internacional golpeó al planeta. Ahora bien, la forma en la que se desató la crisis del 2008, a diferencia de otras anteriores, demuestra que el sistema económico global ya no es tan sólido como lo era antaño, condición que hace que su recuperación este siendo especialmente lenta y altamente conflictiva. En un mundo de crecimiento ralentizado como el que vivimos tras el crack de las subprime, el endeudamiento global crece como la espuma alcanzando en la actualidad unos 200 billones de dólares (tres veces el tamaño de la economía global). El modelo aplicado para la salida de la crisis económica del 2008, a diferencia de otros modelos aplicados sobre otras crisis en otros momentos, vaticina un potencial desastre a medio plazo, abocándonos a un fuerte colapso del sistema financiero global. No es casualidad que el propio Larry Summers, quien ejerciera como secretario del Tesoro en la época de Bill Clinton y también como consejero presidencial durante la pasada administración Obama, haya llegado incluso a desarrollar la llamada tesis del “estancamiento secular”, según la cual el tipo de interés de equilibrio en la economía habría bajado tanto que las políticas monetarias ultraexpansivas no serían suficientes para estimular la demanda, llegándose a la conclusión que el crecimiento sólo se conseguirá en adelante por medio de burbujas que tras estallar vuelven a generar una economía maltrecha.

Pero más allá de que no hayamos sido capaces de salir aún de la crisis del 2008 o estemos en un prolongado reflujo post-crisis, lo que pasa a ser particularmente preocupante es que a diferencia de otras crisis esta no es tan sólo económica, sino una combinación de varias crisis lo que la convierte en una crisis multifacética. Tomando como base la tesis de José María Tortosa, podríamos afirmar que el momento actual combina al menos siete crisis distintas, pues además de la económica, tendríamos a nivel global una crisis de carácter ideológico, otra energética, la alimentaria, la medioambiental, la democrática y por último una de carácter hegemónico.

Aquí toma sentido nuevamente Wallerstein, cuando nos indicaba que el capitalismo es un sistema y que como todos los sistemas tiene una vida no eterna (los sistemas pasan por tres fases: creación, desarrollo y declive), motivo por el cual podrámos estar asistiendo a su última etapa, si bien está puede prolongarse aun en agonía durante décadas y generando cada vez mayor daño sobre la humanidad.

Siendo así y tomando como referencia a mi buen amigo y cómplice de múltiples investigaciones y proyectos Raúl Zibechi, “los pueblos enfrentamos ya no una tormenta/huracán/tsunami, sino algo mucho más complejo”. Zapatistamente hablando, estamos ante una hidra de mil cabezas que nos ataca desde diferentes lugares, pero en los mismos tiempos y con modos igualmente asesinos.

Lora y Lao nos cuentan que “la experiencia de Brasil, la generación de movimientos otorga especial importancia a la creación de espacios donde los diversos se encuentran y se reconozcan, donde se elaboren códigos y lenguajes comunes con base en sus diferentes modos de hacer y estar en el mundo”. Es así como se construye poder propio, donde la resistencia se convierte en la forma de vida, porque precisamente es la resistencia lo que determina el valor de la vida, liberando espacios y territorios. Se trata entonces, nos dicen los autores, “de resignificar lo social desde el territorio, desde la tierra y la cosmogonía de las altas culturas agrícolas, de sus lógicas colectivas de socialidad y de nuevas políticas que respondan a las demandas culturales y se opongan a la fragmentación y homogenización imperial”.

Para ello es necesario superar el discurso/confusión que llevó a que los pueblos latinoamericanos durante el ciclo progresistas a que dejasen de levantar sus puños para levantar tarjetas de crédito, lo que a la postre derivó en endeudamiento familiar fruto de la ideología del consumo y no en valores de solidaridad colectiva.  

Es por ello que la opción por la vida es hoy el único camino posible, pero demanda de una nueva solidaridad aún en construcción. Como diría Hinkelamen, “aquella que reconoce que la opción por la vida del otro es la opción por la vida de uno mismo”, principio que rompe con el esquema de valores individualistas, de la economía fácil, de la depredación de una Naturaleza convertida en objeto, y que sitúan a nuestros pueblos en un nuevo paradigma civilizatorio que pasa a confrontar con ese pasado que gramcsianamente no termina de morir y por lo tanto impide el nacimiento de lo nuevo.

Bien, pues es en ese sentido en el que este libro camina, entendiendo como muy bien se dice entre sus páginas que “el pensamiento crítico debería de tener como punto de inicio una forma específica de realidad: la realidad de las formas de lucha que se oponen a la ley de la dominación”. Para ello hay que escuchar el sonido del mundo derrumbándose y el del nuestro resurgiendo, opción por la que opta este libro en su última parte, mediante una serie de entrevistas a compañeras y compañeros brasileños en sus distintas geografías, tiempos y modos.