lunes, 19 de septiembre de 2016

Cambio de ciclo y nuevos retos para América Latina

Por Decio Machado 

La teoría de las Relaciones Internacionales tradicionalmente ha venido siendo determinada por aquellos actores protagónicos en las relaciones de poder existentes en el Sistema Mundo. Es por ello que América Latina es una región que en el plano geopolítico fue considera inicialmente como “tercer mundo”, definición que conlleva la no pertenencia a la esfera de países industrialmente desarrollados (primer mundo) ni a la de aquellos centralmente planificados (segundo mundo). Con el paso del tiempo estos términos quedaron desfasados, siendo el subcontinente incorporado al concepto de “países en vías de desarrollo”, lo que de igual manera sigue implicando un rol secundario en el Sistema Internacional.

Con el fin de la guerra fría y el consiguiente colapso de los “socialismos reales” se dio inicio a un nuevo ciclo de consenso neoliberal, cuyas características podrían ser resumidas en tres puntos básicos: el “pretendido” fin de las ideologías, la demonización de la acción del Estado y la imposición del mercado como mecanismo regulador de la vida. Las consecuencias para la región no pudieron ser más catastróficas y los años ochenta fueron considerados como la “década perdida” (descomposición económica y social, instalación del aperturismo económico bajo el paraguas del Consenso de Washington, aumento de la pobreza y varios episodios de hiperinflación en países como Argentina, Bolivia, Nicaragua o Venezuela). América Latina asistió a un nuevo régimen de acumulación que desmanteló las bases de lo que había sido el ya entonces bastante erosionado modelo desarrollista impulsado en una fase anterior por la CEPAL, imponiendo un achicamiento del Estado mediante el ajuste del gasto público, una política acelerada de privatizaciones, la importación de bienes y capitales, así como la apertura financiera y el desmantelamiento de medidas proteccionistas en defensa de los mercados nacionales.

En ese contexto, el debate académico y político en torno a la identidad latinoamericana y su proyección de futuro carecía de lugar tanto en marco de las relaciones internacionales como de las comerciales intrarregionales, pues todo se limitaba a las políticas de ajuste estructural implementadas desde las instituciones de Bretton Woods.

Con la llegada de la globalización capitalista, el regionalismo se convertiría en el mecanismo recurrente que los gobiernos de diferentes países ubicados en muy distintas partes del planeta utilizarían para conformar bloques regionales (organizaciones internacionales que agrupando naciones buscan obtener beneficios económicos mutuos). De esta manera la Asociación de los Países del Sudeste Asiático (ASEAN), la Asociación Sudasiática para la Cooperación Regional (SAARC), la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (ECOWAS) o la Comunidad de Desarrollo de África Austral (SADC), por poner tan solo algunos ejemplos de bloques regionales conformados durante las últimas tres décadas del pasado siglo se vieron revitalizados. De igual manera surgieron otros como Unión Africana ya en el presente siglo. Todo ello sin perjuicio de que en la mayor parte de los casos esta conformación de intereses comunes tenga difícil distinción entre lo político y lo económico.

En el caso de América Latina, durante el presente siglo también se profundizó la cooperación política, financiera y social. Si bien en 1985 Argentina y Brasil firmaron un acuerdo de integración económica que culminaría en 1991 con la conformación del Mercado Común del Sur (Mercosur), sería ya a finales del 2004 cuando naciera la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), siguiéndole en 2008 la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) y un año después un Banco del Sur que nunca terminó de arrancar, para culminar en diciembre del 2011 -en la cumbre de Caracas- con la constitución oficial de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac).

América Latina: sus relaciones políticas y comerciales

Podríamos decir que desde una perspectiva clásica, los objetivos de la integración regional en diferentes partes del planeta se enmarcan en estrechar relaciones entre países, reducir riesgos de conflictos armados, reducir las asimetrías entre grandes y pequeños, promover una convergencia en el desarrollo hacia arriba, e impulsar la industrialización y los servicios por medio de complementaciones económicas.

En ese contexto, el dinamismo político vivido en los últimos años en América Latina y la forma en que la región ha participado en los procesos políticos y económicos mundiales permitió vislumbrar hasta hace muy poco tiempo una base política común construida con cierto enfoque teórico sólido.

Lo anterior se debió al rescate de cierta visión interdependentista en la percepción de las relaciones internacionales por parte de varios países de la región, ya enmarcada ésta en el período que se ha venido en llamar “ciclo progresista”, mediante el cual se concibió el Sistema Mundo como un escenario global marcado por el triunfo del capitalismo transnacional y financiero. Durante algo más de una década muchos gobiernos de los países de Suramérica tomaron conciencia de que el régimen internacional de comercio e inversiones está totalmente sesgado y favorece a los intereses de los países más ricos y poderosos. Así se explica el actual marco global de asimetrías que derivan en relaciones de desigualdad y explotación a las que se ven sometidos los países periféricos dentro del ámbito de la división internacional del trabajo.

Ese contexto llega acompañado de una nueva realidad: los vacíos generados por el fracasado intento de establecer un nuevo orden mundial que pretendió ser unipolar, tras el derrumbe de la Unión Soviética, permitió el crecimiento y la expansión de potencias regionales en los diversos continentes, las cuales paulatinamente fueron asumiendo su rol como nuevos centros de poder mundial (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica). El Consejo Nacional de Inteligencia de Estados Unidos admitiría hace ya unos años en su informe Tendencias Globales 2025 que “la transferencia de riqueza y de poder económico global, tiene lugar a grandes rasgos, de Occidente a Oriente […] hecho sin precedentes en la historia moderna”. Con la llegada del boom de los precios de los commodities (2003) los flujos de capital privado a países en desarrollo pasaron de dos mil millones de dólares en el año 2000 a casi un billón de dólares en el año 2010. Incluso los brokers de Wall Street se vieron obligados a afirmar que frente al declive de las economías occidentales, la tendencia del fluir del dinero pasaba a ser Oriente y el Sur. La suma de fondos de inversión en acciones de mercados emergentes creció entre el año 2000 y 2005 un 92% mientras que entre 2006 y 2010 la cuota alcanzó el 478%. De igual manera, el flujo de dinero privado que suponía el 2% del PIB de estos mercados en 1990 saltó al 9% de un PIB mucho más alto en 2007. En definitiva, los mercados emergentes se habían posicionado como un actor con capacidad de generar grandes beneficios durante la primera década del presente siglo y los países en vías de desarrollo, especialmente de América Latina, desarrollaron la falsa idea de que seguirían creciendo con indicadores altos (en 2007, el punto álgido de este crecimiento, todas las economías del mundo con excepción de Fiji, República del Congo y Zimbabue crecieron, llegando 114 países a alcanzar cuotas por encima del 5%) y de forma interrumpida durante la siguiente década. En resumen, el mundo había vivido un momento de goldilocks economy global similar a lo que fue la “economía de hadas” de la que disfrutó Estados Unidos en la década de 1990.

En ese contexto, los procesos de integración latinoamericana -dinamizados durante el período de bonanza económica- responden a la búsqueda por parte de los respectivos países del subcontinente de su estabilidad sistémica como resultante de la puesta en común de mercados y recursos. Bajo el objeto de favorecer el desarrollo nacional, dicha integración aparece como una de las fuerzas motrices que explicaban el interés de nuestros países por participar de estos procesos más allá de las sensibilidades ideológicas de cada uno de estos gobiernos.

En los hechos, el interés inicial en integrarse se basó básicamente en dos aspectos determinantes: revertir posibles tendencias al conflicto entre países del área y los correspondientes costos –políticos y económicos- que para la región supondrían un episodio de estas características; y enfrentar de mejor manera los distintos tipos de desafíos externos –crisis internacionales e impactos de la globalización- mejorando la capacidad de negociación, especialmente en el ámbito comercial, con otros países o bloques ajenos a la región.

En términos teóricos y desde una perspectiva comercial, “integrar” se traduce en construir un espacio económico ampliado superador del viejo modelo de “unidad de comercio” (Estado nación), lo que en términos prácticos implica la eliminación de barreras comerciales para la importación/exportación entre los países socios del bloque y un concepto de planificación suprarregional basado en la complementariedad en todos sus aspectos.

Pero el eje económico de la integración no se disgrega del político en nuestra región, y así en su discurso fundacional de Unasur, en junio de 2008, el entonces presidente brasileño Lula da Silva explicitaría: “Más de 300 millones de hombres y mujeres se benefician hoy de una fase excepcional de crecimiento económico y de exitosos programas de inclusión social. Ellos son la base de producción enorme y gran mercado de bienes de consumo. No es coincidencia que ahora somos uno de los principales puntos de atracción de inversiones en el mundo”.

Durante el boom de los commodities, es decir, mientras duró el ciclo de bonanza económica en la región, el crecimiento de las economías latinoamericanas y especialmente el de las suramericanas se basó –en gran medida- en el impulso del consumo privado, el cual obedece a una sustancial mejora del aumento del crédito y los indicadores laborales. Fruto de ello, se dinamizaron las economías nacionales, produciéndose cierto agotamiento de la capacidad productiva ociosa, lo que provocó un incremento sostenido de la demanda interna y de la inversión en la mayoría de nuestros países. A su vez, la continuidad del crecimiento y la mejora en el empleo, junto a la aplicación de políticas sociales compensatorias como eje de las nuevas gobernabilidades permitió obtener un descenso escalonado de los indicadores de pobreza.

Terminada la “década dorada” y con un mundo reconvertido a un crecimiento global ralentizado donde las economías del Norte y de China redujeron las importaciones de commodities a la par que se incrementan los indicios de una política menos expansiva por parte de la Reserva Federal de Estados Unidos, los mercados emergentes dejaron de tener los rendimientos de antaño, haciendo que nuestras economías deban de nuevo enfrentarse a lo que podríamos denominar una “nueva normalidad”. Estamos en el momento de hacer balances y analizar perspectivas.

En marzo del presente año el Mercosur –integrado en la actualidad por Argentina, Bolivia, Brasil, Paraguay, Uruguay y Venezuela- cumplió su veinticinco aniversario. En su cuarto de siglo de existencia los países que lo integran han multiplicado por diez sus relaciones comerciales, sin que por ello se hayan solventado las asimetrías internas que benefician especialmente a Brasil y en segundo lugar a Argentina, además de haber logrado en el ámbito de lo político que entre los Estados del bloque ahora sea posible viajar sin visa ni pasaporte, a la par que los ciudadanos pertenecientes a estos países tengan derechos de residencia garantizados por acuerdos y se reconozcan aportes de jubilación entre otros aspectos (el objetivo es concretar la ciudadanía plena en el Mercosur antes de finales del 2021). Otros de los retos que se planteaban al interior de este bloque es la institucionalización del Parlamento del Mercosur (Parlasur), donde existe un gran déficit democrático dado que solo los representantes de Argentina y Paraguay son elegidos por voto directo, quedando para el debate si el Parlasur llegará en algún momento a tener competencias legislativas, dado que por ahora su carácter se limita a emitir recomendaciones a los Estados miembros.

Cuando se evalúa esta experiencia dentro del contexto regional, es fácil advertir que el Mercosur ha conseguido logros que podemos considerar importantes. Se convirtió en un proyecto positivo para fortalecer la seguridad interna y externa de la región, de igual manera que la paz y la democracia en sus respectivos países (cabe recordar como Paraguay fue expulsada tras el golpe de Estado al presidente Fernando Lugo y reincorporada después tras el restablecimiento de la normalidad democrática). De igual manera, en diversas ocasiones los Estados miembros han hecho alarde de su voluntad de convergencia y la adopción de respuestas solidarias ante problemas comunes. Su conformación como bloque regional ha permitido la adopción, en diversas ocasiones, de posiciones conjuntas como fueron los casos del ALCA y la OMC, así como la superación de desencuentros intrarregionales como el caso de los existentes entre Brasil y Argentina fruto de los objetivos de desarrollo nuclear del primero. Pero especialmente, su mayor virtud se basa en el hecho de no haber dejado en manos de las fuerzas del mercado el proceso de integración político comercial de los países implicados, lo que le hubiese convertido en un proceso de aproximación intrarregional esencialmente mercantilista.

Sin embargo los tiempos están cambiando y el Mercosur se propone ahora como reto la concreción de una serie de acuerdos comerciales entre los que destaca el que se negocia hace años con la Unión Europea. Esta apertura a los tratados de libre comercio conllevará la eliminación de 81 barreras comerciales proteccionistas existentes en la actualidad bajo el pretexto de abrir el bloque regional al mundo. Hasta hace relativamente poco tiempo este impulso hacia la liberalización de los mercados venía siendo resistido por Argentina y Venezuela, sin embargo los cambios de gobierno en Argentina y más recientemente en Brasil resucitaron la visión neoliberal de antaño. En paralelo, los cuatro países fundadores (Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay) decidieron impedir recientemente que Venezuela, quien es miembro de pleno derecho desde el año 2012, asumiera la presidencia rotatoria que legítimamente le corresponde al interior de este organismo, quedando advertida que de no agilizar la ratificación de los acuerdos del bloque (Acuerdo de Complementación Económica No. 18 que versa sobre la libre circulaciones de bienes, así como el Protocolo de Promoción y Protección de Derechos Humanos y el Acuerdo sobre Residencia de Nacionales de los Estados Partes de Mercosur) quedará suspendida el próximo primero de diciembre. Lo que pueda suceder con Venezuela sin duda tendrá implicaciones también para Bolivia, quien firmó la adhesión a Mercosur el pasado 17 de julio. Fruto del conflicto anterior las relaciones entre Uruguay y Brasil han quedado fuertemente dañadas, al denunciar el primero las presiones recibidas desde Brasilia para votar contra la investidura venezolana. Pero para terminar de profundizar la crisis, cabe destacar que recientemente el nuevo ministro de Relaciones Exteriores brasileño, José Serra, ha puesto en cuestión su interés en Mercosur, manifestando que Brasil se ha visto comercialmente perjudicado por su pertenencia al bloque y planteando la necesidad de flexibilizar la tarifa común y la cláusula de unión aduanera para así poder redirigir sus estrategias preferenciales en el ámbito comercial y político con países como México y profundizar sus relaciones con China. En estas condiciones, todo parece indicar que Mercosur se está convirtiendo en un barco que navega a la deriva.

En paralelo, la Unasur, conformada por los doce países que integran Suramérica y que tuvo un inicio muy promisorio, se encuentra en la actualidad dividida y paralizada fruto del desencuentro entre los distintos modelos de desarrollo político, económico y social que se dibujan actualmente en la región. Además de ello, con el impacto de la crisis económica en América Latina vemos mermado el despliegue que hasta hace poco se había hecho de las empresas multilatinas y como los doce consejos temáticos de este organismo han quedado semiparalizados a la hora de tomar decisiones de conjunto. La gradual ampliación de la brecha entre propuesta y concreción existente al interior del Unasur ha conllevado su parálisis y, lamentablemente también a la erosión de las lógicas anteriormente imperantes de mayor asociación efectiva. Esta situación ha desembocado en el hecho de que su secretario general, el colombiano Ernesto Samper, haya recientemente anunciado que no se presentará a la reelección para dirigir dicho bloque, bajo el “diplomático” pretexto de incorporarse al proceso de paz iniciado en Colombia.

Hablando claro, la llegada de Mauricio Macri y Michel Temer a dos gobiernos de la importancia de Argentina y Brasil en Suramérica han configurado un nuevo momento regional donde al calor del recrudecimiento de los conflictos geopolíticos producto del fin de la bonanza económica, los modelos neoliberales vuelven protagonizar iniciativas políticas en la región y se trastoca el modelo de relaciones internacionales emprendido desde principios del presente siglo en América Latina.

Esto coincide con el deterioro interno del ALBA fruto de la crisis política y económica que atraviesa Venezuela y la incorporación de Argentina como miembro observador de la Alianza del Pacífico, lo que a la postre significará su alineamiento con cuatro países que han firmado tratados de libre comercio con los Estados Unidos en los últimos años.

El impacto del estornudo chino en la región

Para complicar aún más las cosas, cabe reseñar que la situación de la economía china, país sobre el cual América Latina ha basado gran parte de la exportación de sus materias primas, plantea en la actualidad grandes interrogantes y riesgos.

Tras cuatro décadas con unas tasas de crecimiento impresionantes, los conductores chinos se han visto obligados a abrir un proceso de reflexión que en la actualidad se ha convertido en una serie de medidas de reforma que están transformando la realidad económica del gigante asiático.

En 2008, el entonces primer ministro chino Wen Jiabao calificaría el crecimiento chino como “desequilibrado, descoordinado e insostenible”. Desde entonces hasta hoy la cosa no ha hecho más que empeorar: la deuda total en relación al PIB interno crece con rapidez, la ventaja que suponía la mano de obra barata –eje fundamental del acelerado crecimiento de China- ha ido paulatinamente desapareciendo, y la actual fuga de capitales que se vive en el país comienza a tener impactos sobre los niveles de su inversión interna.

El crecimiento chino se ha desacelerado, pasando el 9,6% en el año 2000 al 6,4% pronosticado para el presente. El camino más probable para China es el que siguió Japón a principios de la década de 1970, cuando su economía en auge desde el fin de la guerra se ralentizó notablemente aunque siguió creciendo a un ritmo respetable, algo esperable en la fase de madurez de cualquier economía “milagro”.

La desaceleración china supone el fin de un ciclo económico global que permitió la reducción de la pobreza global aunque también se aceleraran las amenazas de destrucción ambiental, el calentamiento global y la forja de un nuevo modelo de imperialismo de perfil soft power.

Aunque al cierre del año 2015 el superávit de la balanza comercial china se cifra en 594.500 millones de dólares, lo que demuestra que la maquinaria import/export asiática sigue en funcionamiento, es evidente el cambio de velocidad a una marcha inferior ha impactado fuertemente sobre América Latina y lo que viene aún puede ser peor.

Tras un año de la debacle bursátil en China, el conocido como “agosto negro”, y a pesar que durante este período los títulos se han mantenido estables, han ido creciendo burbujas en los bonos y los bienes raíces, dos mercados que desempeñan un papel muy importante en la economía asiática y que pueden producir a futuro un grave estallido de repercusiones globales.

El alto endeudamiento privado que enfrenta China es un problema grave, amortiguado por el hecho de que dicho endeudamiento se desarrolle en su propia moneda. Lo anterior no quita para que esta situación pudiera desembocar en un nuevo tsunami financiero global, pues su “banca en la sombra” ha crecido a niveles exponenciales y más de seis mil bancos subterráneos operan desde los trasfondos de su economía. Si bien el sistema financiero del país no está ni remotamente cerca de un colapso –siendo más robusto que el de algunos países desarrollados-, los préstamos ocultos en los balances de los bancos, que forman parte de las inversiones a corto plazo, y fuera de los balances como los préstamos del sistema bancario en la sombra se elevan a 34,4 billones de yuanes (2 billones de dólares), más de cinco veces el volumen de préstamos de alto riesgo que tenía Estados Unidos al comienzo de la crisis financiera del 2008.

Es un hecho que la deuda total de China (pública y privada) ya alcanza cuotas del 270% de su PIB (170% de las corporaciones, 60% del gobierno y el 40% de los hogares), representando dicho PIB el 17% de la economía mundial. Esto hace que curiosamente el PIB nominal chino esté por debajo que el PIB real, es decir, gran parte de los nuevos préstamos no tienen como finalidad estimular la economía sino pagar otros préstamos adeudados.

El gobierno chino ya acepta públicamente los niveles internos de riesgo y en palabras de su premier, Li Keqiang, se debe “hundir el cuchillo sin piedad en las empresas zombi”. Esta aseveración implicará medidas de shock destinadas a reestructurar a las firmas salvables, reconocer y asignar pérdidas de acreedores, ocuparse de los trabajadores desplazados que queden sin empleo y otros tantos costos sociales más derivados de las lógicas de perfil librecambistas destinadas a una mayor apertura de los mercados al sector privado. Próximamente China se enfrentará, como el resto de países del capitalismo desarrollado, al desempleo estructural y a la reasignación de trabajadores a otras funciones diferentes a las que actualmente ejercen, teniendo que afrontar fuertes gastos de cobertura social hasta ahora desconocidos en aquellas latitudes.

En la actualidad China debe afrontar tres burbujas acumuladas y combinadas: inmobiliaria, crediticia y bursátil. Todas ellas derivan de la huida hacia delante emprendida por China tras la crisis de 2008, con incremento del gasto y del endeudamiento general así como de los estímulos monetarios para mantener un conseguir ritmo de crecimiento alto teniendo en cuenta el exceso de capacidad de muchas de las industrias existentes en el país. Pero además, hemos de tener en cuenta que en la última década el principal motor del auge chino fue el aumento de la inversión del 35% a casi el 50%, una cifra sin precedentes en ningún otro país de importancia. Esta inversión incluye desde redes de transportes y comunicaciones hasta infraestructuras destinadas al sector empresarial y equipamiento. China gastaba más en inversiones nuevas –principalmente en construcción- que las economías estadounidenses y europea (donde las inversiones son del 15 y 20% del PIB respectivamente). Pero este tipo de gasto ya no puede continuar, pues la economía china ha entrado en una fase de madurez que le obliga a transitar de una economía eminentemente industrial a otra en la que predomine el sector servicios y donde el ritmo de crecimiento será sustancialmente más débil.

Los problemas en China tienen por su dimensión una afectación planetaria. La ralentización del crecimiento chino ha tenido un impacto directo sobre la demanda y el precio de las materias primas en los mercados globales y especialmente en América Latina. El impacto de esa caída de precios ha deprimido las economías de los países emergentes haciendo que algunos de ellos entraran en recesión y otros aún estén en riesgo de hacerlo. Si China estornuda todo el mundo se resfría y en el caso de América Latina, nos mete en cama.

Nuevos tiempos de incertidumbre para América Latina

La importante caída de la demanda interna de los países de la región hace que las proyecciones de contracción regional para el 2016 se mantengan por segundo año consecutivo. Para el presente ejercicio se espera una caída del producto del 0,8%, una cifra significativamente mayor al 0,5% observado en 2015. Esto conlleva una disminución del PIB per cápita del 2,0%.

A la menor demanda externa se suma la tendencia a la baja de los precios de los productos básicos. Según CEPAL el índice de precios de exportación de productos básicos cayeron un 29% en 2015, con diferencias entre los rubros: los precios de los productos energéticos disminuyeron un 42%, los de los metales y minerales un 23%, y los productos agropecuarios un 16%. Los países exportadores de hidrocarburos de América del Sur, fuertemente golpeados por la baja de sus precios de exportación, experimentaron un fuerte descenso del valor de sus exportaciones: el 50% en el caso de Venezuela, más del 30% en Colombia y Bolivia, y el 28% en el caso de Ecuador. A inicios de 2016 esos precios sufrieron nuevas caídas intensas y durante el transcurso del años se han ido recuperando aunque muy lentamente sin esperarse variaciones significativas en lo que queda de año. Con estas expectativas, es de esperar que el precio del petróleo crudo disminuya un 21% este año respecto al 2015, el cobre un 13%, el mineral de hierro un 23% y el de la harina de soja un 14%.

Existen incluso varios elementos, tanto internos como externos, que podrían empeorar esta proyección de las exportaciones en la región. Por un lado, esta la fuerte dependencia del mercado brasileño por parte de algunos países de América del Sur, lo que podría tener efectos negativos consecuencia de la situación que atraviesa el gigante suramericano (en el caso de los países del Mercosur las exportaciones dirigidas al Brasil representan algo más del 20%). Por otro y volviendo al punto anterior, hay que considerar que una mayor desaceleración de la economía China tendrá graves afectaciones en el subcontinente.

Con la consolidación del modelo primario exportador y la profundización de la dependencia regional al mercado global de commodities, nuestros países se han reprimarizado durante la última década, hecho que determina que tras el fin de la “década dorada” se haya desacelerado la demanda interna, con notables caídas de la inversión y el consumo. En 2015 la demanda interna descendió un 1,6%, con disminuciones del consumo final (-0,2%) y de la formación bruta de capital (-6,5%). El consumo dejó de ser el componente que sostenía la demanda. Países como Brasil cerrarán el presente año con una caída del crecimiento en torno al -3,5% y Venezuela alcanzará la cuota de -8,00%.

El impacto de la desaceleración económica en la tasa de desempleo está aumentado respecto al ya resultado negativo del 2015 (el desempleo alcanzó el 7,4%, lo que supuso un significativo aumento respecto al 7,0% del 2014). Fruto de la menor generación de empleo asalariado, se expande el trabajo por cuenta propia, lo que significa un empeoramiento de la calidad del empleo en la región.

Todo lo anterior conlleva a una reflexión general. Si bien es cierto que han existido países de la periferia más cercena al centro que han conseguido, mediante dinámicas de desarrollo tardo-capitalistas, ocupar posiciones prominentes en el mercado global a costa de viejas potencias en declive, basta releer la teoría marxista del desarrollo desigual y combinado para poner en discusión que esta regla pueda ser generalizada. En la cúspide de la pirámide de la economía global no hay sitio para todos, esto implica que muy pocos países hayan logrado un crecimiento rápido y sostenido a lo largo del tiempo.

Haciendo un breve recorrido sobre la historia económica reciente veremos que a lo largo de cualquier década desde la mitad del siglo pasado, sólo una tercera parte de los países emergentes han logrado crecer a una tasa de crecimiento anual del 5% o superior. Menos de un cuarto han mantenido ese ritmo durante dos décadas y la décima parte durante tres. Sólo seis países (Malasia, Singapur, Corea del Sur, Taiwán, Tailandia y Hong Kong) han mantenido esta tasa de crecimiento durante cuatro décadas y dos de ellos (Corea del Sur y Taiwán) durante cinco. Es más, durante la última década –con excepción de China e India- todos los demás países que consiguieron mantener una tasa de crecimiento del 5% era la primera vez que lo hacían. Estamos ante lo que podemos denominar primera regla de la “ley de gravedad” económico capitalista.

Con el doloroso final de una época dorada de dinero fácil y crecimiento también fácil en América Latina, el capital está generando un nuevo mapa de mercados emergentes, lo que está implicando para algunas economías regionales antes muy beneficiadas un fuerte impacto por fuga de capitales. El caso más significativo de esta nueva realidad es México, donde mientras el servicio de deuda sigue creciendo, se registra una salida de capitales por 11.368 millones de dólares durante este primer semestre.

Algunas reflexiones y la necesidad de incorporar nuevos retos

Hoy nos encontramos que tras más de una década de propuestas que se decían alternativas en materia de interrelación entre los países de la región y de un modelo de integración que se autodefinía como superador del mero esquema comercial, no se han construido siquiera universidades binacionales –símbolo máximo de nuestra debilidad regional- y no se ha sido capaz de diversificar las economías de la región (no se ha generado valor agregado en nuestro sistema productivo y el discurso sobre mentefactura sigue siendo una ilusión).

Para que haya integración debe amplitud de actores en un marco de diálogo y negociación, y por lo tanto tensión. Esto es una asignatura pendiente, pues terminado el período de bonanza económica y dinero fácil, el subcontinente queda dividido políticamente en dos y nuestras ciudadanías no se han incorporado a los procesos teóricamente de transformación más allá que mediante el mecanismo del sufragio universal.

Ciertamente hay avances en infraestructuras energéticas y modernización en nuestros Estados, sin embargo los megaproyectos de conectividad intrarregional (el viejo y neoliberal IIRSA hoy reconvertido tan solo por su nombre en Cosiplan) apenas sirvieron como herramienta facilitadora para la reprimarización de nuestras economías, pero no para aumentar el comercio entre nuestros países y construir las bases de un futuro común y complementario.  

Si bien es cierto que asistimos en la región a una “década ganada” en materia de desarrollo de infraestructuras, inversiones sociales (educación y salud principalmente) e incremento del target poblacional en capas medias, también lo son la debilidad de estos logros. A tan solo dos años de que terminase el boom de los commodities, la región ya ve como se invierte la evolución de los indicadores de pobreza (40% de nuestra población, el target más alto de latinoamericanos, es población vulnerable y tiene serios riesgos de involución en su escala social), los sectores populares sufren un fuerte proceso de endeudamiento familiar fruto del impulso de un modelo consumista carente de criterios y valores, el proceso de integración regional y la construcción de la Patria Grande ha entrado en crisis, no ha habido transformaciones significativas en nuestro sector agrario más allá de la notable expansión de la soja, no hay apenas complementariedades económicas entre nuestros países, nuestras distintas economías nacionales siguen determinadas por el modelo de ganancia y el conjunto de la región se ha vuelto aún más dependiente de las necesidades de los países del Norte. Países como Bolivia y Ecuador, en los cuales se implementaron los procesos constituyentes posneoliberales más innovadores hoy son los Estados que más se han reprimarizado durante el último período, e incluso Brasil –el país más industrializado de América del Sur- ha perdido durante esta década el 20% de su capacidad industrial consumiendo en su mercado interno productos chinos que antes producía.

El concepto de desarrollo aplicado en los países latinoamericanos, sin distinción de la sensibilidad política a la que responde cada uno de nuestros gobiernos, se basó en una lógica de crecimiento y en el mejor de los casos en cierta redistribución del excedente (no confundir excedente con concentración de riqueza). Sin embargo, la historia nos indica que si se quiere romper con las dinámicas del capitalismo global se hace necesario una redefinición del sistema económico partiendo de la perspectiva de la atención de las necesidades humanas básicas, incluido dentro de ello el marco social y ecológico.

Lo anterior significa romper con esquemas de enfoque economicista y la ilusión consumista. La construcción de una economía humanista exige repensar la dialéctica entre necesidades, satisfactores (medio por el cual se expresa una necesidad) y bienes.

Nuestro subcontinente vive una paradoja consustancial al concepto imperante de desarrollo. Mientras sostuvimos un crecimiento considerable en términos de PIB e incremento de fuerzas productivas fruto del alza de precios en el mercado especulativo global de los commodities, incrementamos en paralelo el número de habitantes en nuestras gigantescas urbes, los niveles de deterioro ambiental, el despilfarro de recursos naturales y también de fuerza de trabajo.

Seamos claros, no hay correspondencia entre el crecimiento económico y la realización del ser humano con el consiguiente respeto a la libertad y los derechos humanos. Jugar a imitar procesos externos de relaciones entre países, comercio supranacional y modelos de crecimiento exitosos en el sureste asiático implica aceptar los mismos conceptos de “maldesarrollo” que se exponen por todas partes del sistema mundo y que devienen en la actual insostenibilidad planetaria.

El desarrollo de la planificación estratégica por parte de los Estados latinoamericanos nos debería obligar a acelerar la integración y adecuar nuevas formas de interrelación complementaria en materia de cooperación y comercio.  Pero el estudio estratégico no puede derivar solo discursos, presidencias y metas que a medio y largo plazo suelen quedar en la nada o se agotan.


Es hora de repensar hojas de ruta y modelos de interrelación regionales, si es que de verdad queremos construir una inserción inteligente en el sistema mundo.

lunes, 12 de septiembre de 2016

“El progresismo en la región llegó a su límite y no se ha tocado al capitalismo”

Los investigadores afirman que los gobiernos progresistas no aprovecharon los altos precios de las materias primas durante la llamada “década dorada” y ahora se enfrentan a la incertidumbre.

 Juan Carlos Véliz M. /  La Paz
Periódico Páginasiete de Bolivia


Los gobiernos catalogados como "progresistas” en la región llegaron al límite y el capitalismo goza de buena salud como hace una década. Decio Machaco y Raúl Zibechi le toman el pulso a los procesos  de Bolivia, Venezuela, Argentina, Brasil, Ecuador y otros países  en el libro Cambiar el mundo desde arriba: los límites del progresismo, que fue presentado el viernes en la Feria del Libro.
 
En entrevista con Página Siete, el sociólogo y periodista Machado afirma que "lo que encontramos ahora es un momento de crisis de este ciclo progresista”, que se está visualizando  con hechos como el cambio de gobierno en Argentina y la destitución de Dilma Rousseff en Brasil.
 
El escritor y pensador Zibechi tiene un  diagnóstico casi terminal: "Lo que vivimos fue una década muy extraña, en la cual gracias a los altos precios de las exportaciones se pudo mejorar los ingresos de los sectores populares, mucha gente salió de la pobreza gracias a políticas sociales y eso se hizo sin tocar al 1% o al 10% más rico, entonces era como una utopía, como una magia que le llamaban así, la ‘magia lulista’, darle más a los pobres sin tocar a los ricos, incluso ahí hay un problema, no se aprovechó este tiempo para hacer reformas”.
 
El "ciclo progresista” que comenzó en 2003 y perduró hasta 2013 fue decayendo por la caída de los precios de las materias primas. La "década dorada” está llegando a su final, resalta el texto que fue publicado por el CEDLA (Centro de Estudios para el Desarollo Laboral y Agrario).
 
¿El talón de Aquiles del progresismo fue la caída de precios de las materias primas?
 Machado responde que "hay un acumulado de errores en las gestiones de los gobiernos progresistas y culmina efectivamente con la caída de precios de los commodities (materias primas)” y observa un "distanciamiento” de los movimientos sociales que llevaron al poder a los gobiernos de turno.
 
"Estos gobiernos han dividido a los movimientos sociales, en algunos casos se ha criminalizado  la protesta social sobre dirigentes que anteriormente lucharon contra el neoliberalismo y hoy también son enemigos de estos gobiernos”, reflexiona. 
 
Zibechi explica  la crisis a su modo: "Si eres una familia pobre y te sacas la lotería puedes hacer dos cosas, para poner un ejemplo, puedes invitarte a todo el barrio a una gran comida, puedes traer alcohol, y puedes hacerte viajes a Miami. También puedes decir tengo este dinero y construyes una casa, le pago a mis hijos con ese dinero los primeros años de una educación, pero si te lo gastaste todo en cosas no fundamentales se te acaba el dinero y estás en la misma situación (de antes)”.
 
Esto es lo que pasó con los gobiernos progresistas de la región. "Es un poco exagerado lo que acabo de decir, pero básicamente se ha terminado el ciclo de riqueza y sí se ha puesto un teleférico, se han mejorado carreteras, pero los problemas de fondo siguen existiendo y ése es el problema que nosotros vemos. Se ha perdido una lotería”, afirma.
 
¿El progresismo llegó a su umbral o es que la izquierda todavía puede reinventarse?
Decio Machado dice que sí. "El progresismo llegó a su límite. Cuando digo que llegó a su límite, personalmente considero  que estamos en un cambio de ciclo (...), hay diferentes gobiernos de corte progresista que no están amenazados electoralmente, esos gobiernos han cambiado el tipo de política que estaban haciendo y en ese sentido son gobiernos que están en la lógica de una tendencia hacia el conservadurismo, son gobiernos que se han vuelto más conservadores, a pesar de que puedan seguir gobernando el partido que de alguna forma se proclamó como progresista”.
 
"El ajuste comenzó con Dilma en el Brasil y la crisis comenzó en Argentina con Cristina, se profundizó luego y hay un tema por el que no pueden volver atrás, es la corrupción”, define Raúl Zibechi. "Hoy en día la corrupción, la corrupción no es un ángel que viene y te corrompe. La corrupción ha terminado por instalarlos en un lugar muy cómodo, muy burgués, se han convertido en nuevos burgueses y además se deslegitimaron ante la gente que los apoyó, y esa deslegitimación y esa comodidad en la que están explican en buena medida el hecho de que sean gobiernos conservadores, tienen más miedo a la movilización popular que a la derecha”, define del periodista.
 
 ¿Entonces los discursos de "socialismo”, "progresismo”, "proceso de cambio” y otros fueron parte de una estrategia comunicacional para atraer al pueblo o realmente hubo cambios?
En el caso de Bolivia, el vicepresidente Álvaro García Linera reinvidica el marxismo, pero sus acciones no parecen acompañar la prédica. Machado cita un ejemplo para comprender esta contradicción: "El sector financiero privado en la mayoría de nuestros países o sea la banca especulativa ha ganado más plata con estos gobiernos que lo que ganó durante los últimos años del neoliberalismo, entonces esto no es muy marxista por más que se diga”, afirma.
 
Los sectores más privilegiados de la sociedad no han visto mermadas sus capacidades de renta, porque la base de la economía en la región es el extractivismo, esa es la otra respuesta.
 
 "Lo que hemos tenido es una evolución de una sociedad capitalista en crisis, en la que interviene el Estado y relegitima un sistema capitalista que hoy nos está dejando como herencia. No se ha tocado en ninguno de los pilares fundamentales al capitalismo, no hay ninguna transformación que nos haga salir del capitalismo, no hay hoja de ruta para salir del capitalismo y lo que nos han dicho es que era posible tener un capitalismo bueno o de rostro humano”, ilustra.
 
Zibechi plantea un contraste entre los gobernantes que ensalzan el socialismo con los padres de esta corriente. "Las diversas corrientes revolucionarias en la historia moderna (marxistas, anarquistas, socialdemócratas) siempre primó la austeridad, uno puede mirar a Marx, Lenin, Mao y Trotsky, ellos eran austeros. La austeridad era un rasgo distintivo de las personas que se lanzaban y eso se perdió”.
 
"Se perdió la austeridad, por eso (Pepe) Mujica ha tenido cierta importancia porque contrastado con otros todavía mantiene rasgos de austeridad, entonces ese es un mensaje muy malo para los sectores populares”, indica.
 
No obstante, el desgaste de la izquierda en la región abre la puerta para regreso de la derecha a la administración del poder.
 
Zibechi  considera que un gobierno de  derecha  mantendrá los bonos y las políticas sociales, pero lo que le preocupa es que  se abre un periodo "de gran movilización social de tendencia al caos o mejor dicho de inestabilidad”. "Si uno mira hoy Argentina y Brasil, que son los dos gobiernos que han cambiado de signo, hay una tendencia creciente hacia la inestabilidad, también la hay en Venezuela, también la hay en Bolivia y también en Ecuador, o sea no es solo porque esté la derecha, en general es la crisis en estos nuevos gobiernos. Uno tiende a pensar que no habrá estabilidad y sobre todo lo que predomina ante los sectores sociales es una enorme confusión, porque el discurso de unos no corresponde a la realidad, el discurso de los otros tampoco corresponde a la realidad”, afirma el investigador.
 
Ahora ¿por qué los sectores sociales que llevaron a los gobiernos al poder? Machado afirma que estas organizaciones fueron divididas por los mismos gobierno. "Se han dividido las direcciones, se han cooptado direcciones de las organizaciones sociales”, dice. 
 
"Hubo un distanciamiento con el tejido organizativo de la sociedad con respecto a estos gobiernos que se han convertido en castas y élites políticas”.
En consecuencia, las organizaciones no forman parte de las instancias decisorias de los gobiernos y el discurso de que "el pueblo está gobernando”  no es real y carece de sustento. 
 
 
Raúl  Zibechi
  • Hoja de vida  Nacido el 25 de enero de 1952 en Montevideo, Uruguay, es un escritor y pensador-activista dedicado al trabajo con movimientos sociales en América Latina.  Bajo la dictadura militar, iniciada en 1973, fue activista en la resistencia al régimen hasta que en 1975 se trasladó a Buenos Aires (Argentina) para exiliarse en 1976, después del golpe militar en ese país, en Madrid, España, donde estuvo vinculado durante más de diez años al Movimiento Comunista en tareas de alfabetización de campesinos y en el movimiento antimilitarista contra la OTAN. Hacia mediados de la década de 1980 comenzó a publicar artículos en revistas y periódicos de izquierda (Página Abierta, Egin, Liberación) y en medios latinoamericanos (Página /12, Argentina) y Mate amargo (Uruguay). Al regresar a Uruguay, publicó en el semanario Brecha, del cual se convirtió en editor de internacionales y ganó el Premio José Martí de Periodismo por sus análisis del movimiento social.
 
Decio  Machado
  • Hoja de vida Sociólogo y periodista español y radicado en Ecuador. Director ejecutivo de la ecuatoriana Fundación Alternativas Latinoamericanas de Desarrollo Humano y Estudios Antropológicos (ALDHEA) y miembro fundador del periódico Diagonal  y la revista El Hurón, vinculado a los movimientos sociales en España. Desarrolla también labores de investigación en la Pontificia Universidad Católica de Ecuador (PUCE) sobre el impacto multidisciplinar de las inversiones chinas en el país. 
  • Investigador  Es además consultor internacional en políticas públicas, análisis estratégico y comunicación. Especialista en políticas públicas, análisis estratégico y comunicación, y en este contexto es colaborador habitual en diversos medios de comunicación en América Latina y Europa. Investigador asociado en Sistemas Integrados de Análisis Socioeconómico.
 
Más  extractivismo
  • Paliativo  Ante la caída de precios de las materias primas, se intensifica el extractivismo, esa es otra de las características de los progresismos.
  • Hidroeléctricas  En Brasil los gobiernos de Lula y Dilma revivieron proyectos de la dictadura como Vello Monte, afirma Zibechi. 
  • El Bala  En Bolivia se prevé la explotación de El Bala y el Chepete para la generación de energía eléctrica como alternativa a la caída de precios.
  • Proyecto  Para los investigadores, lo que se necesita es un proyecto de país y no paliativos para aliviar la crisis.
  • Obras faraónicas  Una de las características de los gobiernos progresistas es la edificación de obras faraónicas y megaproyectos, pero no cambian la estructura del Estado.
  •  Denuncias  Según los autores otra característica de los gobiernos de izquierda es la denuncia continua de conspiraciones dirigidas por el "imperio”.

sábado, 3 de septiembre de 2016

Ante una crisis estructural del sistema mundo

Por Decio Machado // Director Ejecutivo de la Fundación Alternativas Latinoamericanas de Desarrollo Humano y Estudios Antropológicos

Cuando estamos a punto de que se cumplan ocho años de la quiebra de Lehman Brothers[1], la que fue una de las mayores compañías de servicios financieros del planeta y momento en el cual se oficializó la más grande crisis financiera de la historia desde el crack de 1929, la economía mundial no se ha vuelto aun a recuperar de los graves síntomas de desestabilización global.

La oficialización en Juzgados de la bancarrota de Lehman Brothers el 15 de septiembre de 2008 desató el pánico entre los inversores, lo que llevó al índice Standard & Poor´s 500 (S&P500) -uno de los índices bursátiles más importantes de Estados Unidos- a desplomarse cerca de un 40% ese mismo año.

Sin buscar profundizar en lo que fue la historia de la última crisis económica global, cabe recordar a modo introductorio que la crisis financiera del año 2008 fue fruto directo del colapso de la burbuja inmobiliaria en Estados Unidos durante el año 2006, lo que provocó en octubre del 2007 la llamada crisis de las hipotecas subprime. Los impactos de esta crisis hipotecaria se manifestaron de manera extraordinariamente grave desde inicios del 2008, afectando primero al sistema financiero estadounidense y posteriormente al internacional. Sus consecuencias fueron múltiples, destacándose entre estas una profunda crisis de liquidez global que implicó grandes inyecciones de dinero en efectivo desde los bancos centrales de todo el mundo a los sistemas financieros privados, una crisis alimentaria que afectó a las regiones más pobres del mundo (especialmente a países como Malaui, Zambia y Zimbabue), junto a diversos derrumbes bursátiles (crisis bursátil de enero de 2008 como antesala de la crisis bursátil mundial de octubre de ese mismo año) y una crisis económica de magnitud internacional cuyos coletazos se extienden hasta nuestros días. Desde entonces atravesamos lo que podemos llamar una coyuntura pos-2008 que por lo prolongado de su duración genera gran preocupación a las instituciones de Bretton Woods.

Pero hagamos memoria, tras la crisis subprime y la burbuja inmobiliaria los diversos países afectados decidieron aplicar un programa de políticas de estímulo buscando dinamizar sus respectivas economías nacionales. Para evitar la deflación[2] y depresión que podrían conllevar este tipo de medidas, la Reserva Federal en coordinación con el Banco de Inglaterra, bajó los tipos de interés hasta cero y empezó a aplicar lo que se ha venido en denominar quantitative easing[3], llegando a aplicar este programa por tres veces consecutivas[4]. Este programa de compras expendida de activos, término con el que fue definido en Europa, ha sido aplicado también por el Banco Central Europeo buscando contribuir al incremento de la producción y los precios en el área de la Eurozona. En el viejo continente, el programa consiste en una inyección masiva de 1,15 billones de euros de liquidez adicional en el mercado que contempló inicialmente la adquisición total de 60.000 millones de euros que posteriormente se ampliaron a 80.000 millones de euros de compras mensuales hasta marzo del 2017. Además y fruto del impacto del Brexit en la economía británica, donde la caída del sector manufacturero y los servicios (desde la hotelería hasta informática y finanzas) luego del referendo del 23 de junio, el Banco Central de Inglaterra intervino bajando los tipos de interés a su nivel más bajo en décadas y anunciando un masivo programa de emisión de dinero electrónico, anunciándose así un nuevo programa de quantitative easing equivalente a unos 100.000 millones de dólares para estimular el crédito, el consumo y la producción.

Si bien es cierto que gran parte de los endeudamientos públicos globales, temática que abordaremos en el transcurrir de este texto, son parte de la salida dada a la crisis del 2008, también lo es que podría convertirse en el principal pilar de la próxima crisis global. Partiendo de este hecho estaríamos frente a una situación de crisis estructural, pues los mecanismos de corrección aplicados para rearticular el equilibrio económico y superar la crisis habrían dejado de ser una herramienta efectiva a futuro, prolongando el momento en que más temprano que tarde llegaría un fuerte colapso del sistema financiero global.

Dejando este punto para después, conviene indicar que la política expansiva estadounidense generó tasas de crecimiento sustancialmente mayores que las europeas, aunque si se analizan las recesiones habidas desde la Segunda Guerra Mundial, ésta ha sido de las recuperaciones más débiles que hemos conocido en la historia económica mundial. Larry Summers, quien ejerciera como secretario del Tesoro en la época de Bill Clinton y también como asesor del presidente Barak Obama ha llegado incluso a desarrollar la llamada tesis del “estancamiento secular”, según la cual el tipo de interés de equilibrio en la economía habría bajado tanto que las políticas monetarias ultraexpansivas no serían suficiente para estimular la demanda, llegándose a la conclusión que el crecimiento sólo se consigue ya por medio de burbujas que tras estallar vuelven a generar una economía maltrecha.

Es un hecho que la impresión generalizada en los círculos gobernantes es que han fracasado las medidas aplicadas de flexibilización cuantitativa, termino en castellano del quantitative easing. La justificación a la inyección de miles de millones de dólares en el sistema financiero mundial a través de estos programas fue tener las tasas de interés más bajas, buscando así estimular al capital financiero a invertir en la economía real. Sin embargo, ocho años después, la inversión global está muy por debajo de donde estaba antes del 2008 y no hay indicios de grandes estímulos en la economía global.

En la actualidad son muchos los defensores de estas medidas los que se preguntan sobre la utilidad real de estas, sobre si la propagación de las tasas de interés negativo han roto el sistema bancario, o si ya comienza a ser hora de actualizar un modelo económico que ya poco nos dice sobre el mundo real en el que vivimos.

Teniendo en cuenta, como indica Immanuel Wallerstein, que el capitalismo es un sistema y que como todos los sistemas tiene una vida no eterna (los sistemas pasan por tres fases: creación, desarrollo y declive), podríamos estar asistiendo a su última etapa, si bien está puede prolongarse aun en agonía durante varias décadas y haciendo cada vez más daño al conjunto de la humanidad.

Si entendemos que la definición del sistema capitalista moderno viene dada por su necesidad de una incesante acumulación de capital (Wallerstein, 2006), el término crisis se definiría como “una situación caracterizada por un conjunto de fallos generalizados en las relaciones económicas y políticas de reproducción capitalista” (Busqueta et al., 2009:18).

Haciendo más comprensibles estos términos, diríamos que si definimos el Capital como un valor en movimiento que experimenta una expansión continuada por medio de la producción de plusvalía, cuando hablamos de crisis estamos hablando de la ruptura de este ciclo expansivo, lo que implica que los inversores preferirán guardarse el dinero antes de invertirlo pues entienden que en estas coyunturas no obtendrán el beneficio esperado frente al riesgo que asumen.  Pero el Capital también puede estancarse en forma de dinero cuando no encuentra las materias primas adecuadas para materializarse o incluso fruto de otras circunstancias tales como cuando existe maquinaria que no está a pleno rendimiento, los inventarios de productos son excesivos, el desempleo no permite dinamismo en el consumo, etc. En la actualidad podríamos estar viviendo una situación en la que se van combinando múltiples factores de estas características.

Desde los textos de los Grundisse de Karl Marx ya sabemos que la tendencia hacia crisis cíclicas es una ley inherente al capitalismo. Es un hecho indiscutible que el sistema capitalista ha generado periódicamente docenas de crisis cíclicas por lo menos desde 1825, cuando la primera auténtica crisis de sobreproducción internacional golpeó al planeta. Ahora bien, la forma en la que se desató la crisis del 2008, a diferencia de otras anteriores, demuestra de que el sistema económico global ya no es tan sólido como lo era antaño, condición que hace que su recuperación sea muy lenta y altamente conflictiva. El endeudamiento global crece como la espuma mientras la competitividad general está semi estancada, a pesar de las visiones optimistas vertidas en el último informe The Global Competitiveness 2015-2016[5] las cuales no se corresponden con la realidad.

Lo que tenemos en la actualidad es un ritmo de crecimiento muy inferior al de antes de la crisis, un incremento permanente de la desigualdad global y una tendencia generalizada al elevado desempleo. Como apuntamos con anterioridad, la capacidad de endeudamiento de una economía capitalista está en relación directa a su nivel de competitividad, lo que hace imposible en las condiciones actuales que dicha deuda global se pueda reducir salvo que exista en algún momento quiebras masivas fruto de lo que el sistema consideraría una falla sistémica global, con las correspondientes quitas de deuda que de tal episodio catastrófico derivarían. En este sentido, es de esperar que el sistema monetario actual esté abocado al fracaso, aunque la deuda global en estos momentos se esté permanentemente renovando. Llegará un momento en que será imposible dilatar por más tiempo la necesidad de afrontar dichas obligaciones. La reducción de gastos en bienes de inversión está provocando que descenso de la tasa de crecimiento de la productividad de la economía, consecuencia de que los fondos acumulados por las grandes corporaciones están siendo canalizados hacia actividades especulativas como la recompra de acciones y las fusiones.

Los países desarrollados no han vuelto a crecer con fuerza desde el inicio de la crisis financiera del 2008, pero tras la caída de los precios de los commodities la situación se ha visto notablemente agravada, ya que las economías de los países emergentes ahora también tienen problemas de crecimiento y sufren la fuga de capitales hacía otros mercados. En este sentido, cabe resaltar que la fuga ilícita de capitales de los países en vías de desarrollo no proviene ni de la corrupción ni del narcotráfico, como a veces se plantea; tampoco de las fortunas individuales que se esconden en paraísos fiscales como las reveladas en este año por un consorcio mundial de periodistas a través de los Panama Papers, sino que estos encuentran sus vías de escape mayoritariamente por la manipulación de los precios de transferencias (sobrefacturación de importaciones de productos y servicios para inflar gastos y registrar una renta inferior a la real) de las compañías, episodio que veremos más adelante analizando el caso chino. El 64,3% de los flujos ilícitos globales proviene de operaciones comerciales manipuladas, muchas más que el 30,6% estimado por actividades criminales y el 5,1% derivado de la corrupción gubernamental, según indica el referencial informe Capitalism´s Achilles Heel elaborado por Raymond Baker del Global Financial Integrity.

Profundizando en lo anteriormente mencionado, cabe considerar es que si contemplamos el estancamiento de la economía japonesa, la cual siendo la tercera economía del mundo continúa luchando contra su escaso o nulo crecimiento económico a pesar de cuatro años de Abenomics –inyecciones monetarias, estímulos fiscales y reformas laborales neoliberales- y la cual al ritmo actual de compra de deuda para el 2020 su banco central tendrá dos tercios de los bonos del gobierno; la desaceleración china sobre la cual nos extenderemos más adelante; la situación de Rusia, en la cual la recesión económica se ha prolongado durante seis trimestres y donde se ha propuesto “un ambicioso plan de privatizaciones” según palabras de su viceprimer ministro Igor Shuvalov por el cual el Estado prevé el ingreso de un billón de rublos mediante la catastrófica venta de las petroleras Bashner y Rosneft, la naviera Sovkomflot y el banco VTB; un Brasil hundido en la recesión y donde el mismo día que se consumaba la destitución de Dilma Rousseff se conocía el dato de que en el segundo trimestre de este año su agonía económica se prolongaba contrayéndose su PIB un 3,8% en comparación con el mismo período del 2015; y con una Unión Europea de crecimiento muy débil y que tuvo que devaluar el euro para evitar un infarto económico; queda claro que la economía global no está en su mejor momento.

A continuación pasamos a hacer un repaso de los aspectos más significativos de la economía global y las perspectivas negativas que de estos deriva.

Ralentización de China

La economía de China estuvo durante casi cuatro décadas asombrando al mundo con unas tasas de crecimiento impresionantes. Sin embargo, desde 2008 los conductores del proceso chino se vieron obligados a abrir un proceso de reflexión que en la actualidad se ha transformado en un plan de reformas que generan muchas dudas a escala global.

Cuesta imaginarse que Deng Xiaoping tuviese realmente un dimensión de todo lo que significaría a la postre las reformas por él impulsadas (las “cuatro modernizaciones”) en el XI Comité Central del Partido Comunista de China en diciembre de 1978.  En todo caso, hay que reconocerle al sucesor de Mao que hizo del pragmatismo la nueva ideología reinante para el establishment post-comunista chino.

Desde entonces, la modernización económica se convirtió en una prioridad en China, sustituyendo planificación por mercado, movilizando a importantísimos recursos laborales, abriéndose al mundo y transformándose en un centro de producción referencial a escala global. Desde que China se incorporara a las lógicas del capitalismo global, se diseñó una estrategia que buscó lanzar una reforma tipo “Big Bang” cada cinco años, y cada nueva apertura (privatización de la agricultura, impulso a los negocios privados, apertura a empresas extranjeras…) fue abonando el terreno para una nueva etapa de crecimiento. Durante estas últimas cuatro décadas se ha modernizado la industria y se han desarrollado ampliamente las infraestructuras, generándose espacios en el mercado laboral para una población activa que en la actualidad alcanza los 800 millones de personas.

En pocas palabras, la legitimidad del partido gobernante en China dejó de ser ideológica y amparada bajo el culto a la personalidad de Mao Tse Tung, para pasar a ser estrictamente dependiente de su capacidad de llevar a cabo reformas económicas y generar crecimiento en el país. En todo caso, queda para el debate teórico de quienes tengan voluntad de meterse en esos “barrizales”, discutir la tesis sobre si los sistemas autoritarios que demuestran capacidad de gestión son más propensos a favorecer un crecimiento rápido, como ha sido el caso de Corea del Sur, Taiwán y Singapur o en la actualidad sucede en China y Rusia.

Pero lo que fue la gran fiesta del “dragón rojo” ya terminó. En 2008 el entonces primer ministro Wen Jiabao calificó el crecimiento chino como “desequilibrado, descoordinado e insostenible”. Desde entonces hasta hoy la cosa no ha hecho más que empeorar: la deuda total en relación al PIB crece con rapidez; la ventaja que suponía la mano de obra barata –pieza fundamental para entender el acelerado crecimiento chino- se ha ido esfumando paulatinamente a la par que los trabajadores comenzaron a gozar de mejores condiciones para negociar su contratación y situación en el mercado de trabajo; y la actual fuga de capitales que sacude al país. Respecto a este último punto cabe indicar que al cierre del pasado año la fuga de capitales de China se cifraba sobre los 100.000 millones de dólares mensuales y en que en la actualidad dicha cuota parecerse haberse ralentizado hacía cifras cercanas a los 30.000 millones por mes, lo cual no deja de mermar parcialmente las inversiones en dicho país.

Las salidas de capitales son protagonizadas tanto por inversores internacionales como, sobre todo, por residentes chinos y todas tienen un denominador común: el temor a una mayor depreciación del yuan renminbi, temática que abordaremos más adelante. Los movimientos de los inversores internacionales se concentraron en la disminución de los depósitos offshore en la divisa china. Estos depósitos se utilizan tanto para las liquidaciones comerciales con China como por motivos de inversión.

Esta fuga de capitales se vehiculizan por tres canales básicos. Primero, numerosas empresas chinas amortizaron deuda en moneda extranjera, y buena parte de esta deuda ha sido contraída con bancos locales que habían adquirido obligaciones con bancos extranjeros. Así, el mayor repago de las empresas comportó una disminución de los créditos contraídos con los bancos no residentes (desinversión).

El segundo canal y posiblemente el más importante a través del que se vehicularon las salidas de capitales de residentes es la llamada “sobrefacturación de las importaciones”, un recurso que utilizan las empresas chinas para eludir los controles de capitales, mediante transacciones de capital no reportadas de manera oficial. La enorme discrepancia entre los datos reportados por la Agencia de Aduanas china en materia de importaciones y las transacciones bancarias con motivos comerciales, de 700.000 millones de dólares en 2015, hizo saltar la alarma. Sin embargo, la situación continúa, y las importaciones chinas de Hong Kong se dispararon hasta un 242% el pasado mes de mayo comparado con el año pasado mientras las importaciones en general caen año a año desde que comenzara la desaceleración económica. La mayoría de los analistas están de acuerdo en que en China sus compañías siguen entregando recibos falsos al regulador, escapando así de los límites de flujos de dinero al exterior. En definitiva, la sobrefacturación de importaciones, en particular a través de Hong Kong, sigue siendo un mecanismo utilizado para camuflar la fuga de capitales en el gigante asiático.

Finalmente, el incremento de las salidas por parte de los residentes chinos también se observa en el fuerte repunte de la inversión de las empresas chinas en activos extranjeros (IED), que se debe, en parte, a las dudas que se tiene al interior del país respecto a la capacidad de crecimiento de su economía.

Para contrarrestar el efecto de esta fuga de capitales y contener la fuerte presión bajista que se ejerce sobre el yuan, las autoridades chinas han “quemado” más de 11% de sus reservas –más de 300.000 millones de dólares- en el último año, buscando defender su divisa y evitar que esta sufra una caída desordenada. De igual manera se ha tenido que proceder con la venta de bonos estadounidenses. La deuda emitida por el Tesoro de los Estados Unidos al cierre del 2015 ascendía a 13,2 billones de dólares y el Banco Popular de China ya se vio obligado a vender hasta aquel momento por valor de 187.000 millones de dólares, casi una quinta parte del billón de dólares invertidos en bonos estadounidenses que se suponen están bajo control del banco central chino.


Fuente: Bloomberg

Al igual que muchas otras economías emergentes aunque en este caso de forma sobredimensionada, China prosperó de manera clásica, construyendo carreras para unir las fábricas a los puertos, desarrollando redes de telecomunicaciones para conectar unos negocios con otros y ofreciendo a su histórico campesinado puestos con muy superior remuneración en fábricas urbanas. Pero llegó el momento del punto de inflexión en la economía china: la oferta de mano de obra procedente de las zonas rurales se agota y el empleo en las fábricas alcanzó su máxima capacidad (Gertken y Richmons, 2011); de igual manera la red de autopistas construida en China supera los setenta y cinco mil kilómetros, siendo la segunda más larga del mundo tras Estados Unidos; pero además, la tendencia demográfica se ha invertido y ahora el Estado tendrá que afrontar un novedoso reto respecto a cubrir las necesidades de su clase social pensionista.

El crecimiento de China se ha desacelerado. El crecimiento medio chino desde el año 2000 es del 9,6% mientras que el crecimiento medio mundial durante ese mismo período apenas alcanzó el 2,9%. Desde que comenzó la última crisis global (2007) la economía de China ha multiplicado su tamaño por tres, pasando su PIB de 3,5 billones de dólares a 10,5 billones de dólares en la actualidad. Sin embargo al cierre del 2015 la relación entre el crecimiento chino y el global había menguado notablemente: 6,8% y 2,3% respectivamente y es de presumir que dicha tendencia siga a la baja.

El camino más probable para China es el que siguió Japón a principios de la década de 1970, cuando su economía en auge desde el fin de la guerra se ralentizó sustancialmente pero continuó creciendo a un ritmo respetable, algo esperable en la fase de madurez de cualquier economía “milagro”. China podría ser Japón veinte años más tarde y diez veces más grande, lo cual tiene serías implicaciones, pues los inversores y las compañías que apostaron por un crecimiento de dos dígitos en China van poco a poco saliendo del país.

La desaceleración china supone el fin de un ciclo económico global, cerrando una etapa que para bien o para mal ha alterado el curso de la historia económica durante las últimas décadas. Se reduciendo la pobreza global al mismo tiempo en que se aceleraron las amenazas de destrucción ambiental, el calentamiento global y la forja de un nuevo modelo de imperialismo global a pesar de que muchos analistas institucionales al servicio de los gobiernos del Sur se nieguen a verlo.

Pese al bajón económico general, el superávit de la balanza comercial china al cierre del 2015 fue de 594.500 millones de dólares, lo que junto a un colchón de reservas de divisas que llegó a ser de hasta cuatro billones de dólares (China es uno de los principales acreedores de Estados Unidos), ha permitido hasta ahora absorber otros indicadores económicos que comienzan a ser altamente conflictivos. Sin embargo, pese a que la maquinaria import/export china se mantiene en marcha, su cambio de velocidad a una marcha más reducida ha impactado fuertemente sobre la economía global.

El crecimiento chino en el año 2015 ha sido de un 6,9%, su menor aumento en los últimos 25 años.

Evolución del PIB en China desde el año 2000


A pesar de que a finales del pasado mes de agosto el portavoz de la cancillería china, Lu Kang, anunciase que la comunidad internacional “está completamente segura sobre los indicadores económicos y el potencial de desarrollo de China en el futuro”, la preocupación de su gobierno es evidente y se manifiesta también ante los vaivenes de su mercado bursátil.

Este 24 de agosto se cumplió un año desde la debacle bursátil china, conocido como el “agosto negro”, que agitó los cimientos de todos los mercados internacionales, alcanzando la volatilidad sus niveles más altos en cinco años pero que nunca llegó a generar una amenazar real sobre la macroeconomía china. Durante este último año, los títulos se han mantenido estables, pero han ido creciendo burbujas en los bonos y los bienes raíces, dos mercados que desempeñan un papel mucho más importante en la economía asiática que los ahorros de los millones de inversores minoristas que se vieron afectados por la crisis bursátil de agosto del 2015. Mientras el crecimiento de los préstamos siga acelerándose más que el PIB, es difícil afirmar que la economía china haya establecido una verdadera base para la estabilidad financiera.

El redimensionamiento actual de las políticas chinas buscan estabilizar el crecimiento de sus exportaciones, frenar el declive de los beneficios de su sector manufacturero y profundizar las reformas de las grandes empresas estatales a través de determinadas políticas monetarias y fiscales.

En este sentido, el Consejo de Estado chino ha diseñado diversas políticas destinadas a tratar de impulsar las pequeñas y medianas empresas para fortalecer la demanda interna.

A pesar de lo anterior, las previsiones de crecimiento para China en este año se mueven en torno al 6,3%, un nivel que quedaría por debajo del objetivo autoimpuesto por el gobierno asiático. A principios de año se conoció el dato de transporte ferroviario en China, un indicador importante de su actividad económica, el cual cayó un 11,9% en 2015. El debilitamiento chino durante el presente año es aún más acusado que el experimentado en el 2015, situación que sigue impactando negativamente en los exportadores de materias primas que en todo el planeta destinan sus mercancías al mercado oriental. Esta realidad afecta especialmente al caso de América Latina, donde el suministro de commodities a China permitió altas tasas de crecimiento durante la llamada década dorada.

En el caso de las economías asiáticas vecinas a la República Popular de China, el impacto es diverso. Algunas reciben el capital que en estos momentos está saliendo del gigante asiático, condición positiva para los países receptores. Es evidente que el mapa económico chino está cambiando y que las ventajas competitivas de las que anteriormente disponían ya no funcionan de igual manera.

El alto endeudamiento privado que enfrenta China es un problema grave, amortiguado por el hecho de que dicho endeudamiento se desarrolle en su propia moneda. Lo anterior no quita para que esta situación pudiera desembocar en un nuevo tsunami financiero global, pues su “banca en la sombra” ha crecido a niveles exponenciales y más de seis mil bancos subterráneos operan desde los trasfondos de su economía. Si bien el sistema financiero del país no está ni remotamente cerca de un colapso –siendo más robusto que el de algunos países desarrollados-, los préstamos ocultos en los balances de los bancos, que forman parte de las inversiones a corto plazo, y fuera de los balances como los préstamos del sistema bancario en la sobra se elevan a 34,4 billones de yuanes (2 billones de dólares), más de cinco veces el volumen de préstamos de alto riesgo que tenía Estados Unidos al comienzo de la crisis financiera del 2008.

Según datos del departamento de estudios del banco de inversión estadounidense Goldman Sachs, la deuda total de China (publica y privada) ya alcanza cuotas del 270% de su PIB (170% de las corporaciones, 60% del gobierno y el 40% de los hogares), representando dicho PIB el 17% de la economía mundial. Esto hace que curiosamente el PIB nominal chino esté por debajo que el PIB real, es decir, gran parte de los nuevos prestamos no tienen como finalidad estimular la economía sino pagar otros préstamos adeudados.

Bajo este escenario, tendríamos muchas razones para pensar que China el mercado de bonos corporativos está sobrecalentado, aunque cierto es también que en la actualidad empresas y consumidores piden dinero prestado en China porque lo necesitan y mantienen un flujo de efectivo que les permite pagar las deudas contraidas. Durante el primer cuatrimestre de 2016, China emitió un billón de nuevos créditos, lo que proporcionó un impulso a la inversión y a la actividad económica en el corto plazo. Aunque el gobernador del Banco Popular de China, Zhou Xiaochuan, haya expresado en diferentes momentos su preocupación por el aumento del nivel de deuda corporativa, lo que posiblemente creará graves dificultades más adelante, no se va a frenar a corto plazo el crédito chino. Sin embargo los problemas se visualizan en el marco de la sostenibidad financiera en el mediano plazo, dado el gran aumento de la relación deuda-PIB durante los últimos años (entre 2008 y el presente año esta relación se incrementó en 122 puntos porcentuales).

Las empresas chinas están utilizando la deuda interna para ayudar a financiar un atracón de fusiones y adquisiciones en el extranjero que asciende a casi 100.000 millones de dólares durante el primer trimestre de este año. Según los analistas del Fondo Monetario Internacional (FMI), se calcula que los créditos potencialmente en riesgo en el país asiático ascienden a 1,3 billones de dólares, lo que podría traducirse en condiciones adversas en unas pérdidas bancarias de 756.000 millones de dólares (7% del PIB), considerándose una proporción de pérdida superior de 60% en todos los créditos corporativos potenciales en riesgo. Mientras el crédito crece cerca del doble de rápido que la producción, su capacidad de fomentar un mayor crecimiento está paulatinamente disminuyendo.


Fuente: NBS

El gobierno chino ya acepta públicamente los niveles internos de riesgo y en palabras de su primer ministro, Li Keqiang, se debe “hundir el cuchillo sin piedad en las empresas zombi”. Esta aseveración implicará medidas de shock destinadas a reestructurar a las firmas salvables, reconocer y asignar pérdidas de acreedores, ocuparse de los trabajadores desplazados que queden sin empleo y otros tantos costos sociales más derivados de las lógicas de perfil librecambistas destinadas a una mayor apertura de los mercados al sector privado. Próximamente China se enfrentará, como el resto de países desarrollados, al desempleo estructural y a la reasignación de trabajadores a otras funciones diferentes a las que actualmente ejercen, teniendo que afrontar fuertes gastos de cobertura social hasta ahora no conocidos.

En la actualidad China tiene que afrontar tres burbujas acumuladas y combinadas: inmobiliaria, crediticia y bursátil. Todas ellas derivan de la huida hacia delante emprendida por China tras la crisis de 2008 (Crespo, 2016), con incremento del gasto y del endeudamiento general así como de los estímulos monetarios para conseguir mantener el ritmo de crecimiento anterior teniendo en cuenta el exceso de capacidad de muchas de las industrias existentes en el país. Pero además, hemos de tener en cuenta que en la última década el principal motor del auge chino fue el aumento de la inversión del 35% a casi el 50%, una cifra sin precedentes en ningún otro país de importancia. Esta inversión incluye desde redes de transportes y comunicaciones hasta edificaciones destinadas al sector empresarial y equipamiento, fábricas y maquinaria para las mismas. China gastaba más en inversiones nuevas –principalmente en construcción- que las economías estadounidenses y europea (donde las inversiones son del 15 y 20% del PIB respectivamente). Pero este tipo de gasto ya no puede continuar, pues la economía china ha entrado en una fase de madurez que le obliga a transitar de una economía eminentemente industrial a otra en la que predomine el sector servicios y donde el ritmo de crecimiento será más débil (Crespo, 2016).

Pero además China ha alcanzado ya el punto de inflexión de Lewis[6] y su población comienza a alcanzar también niveles altos de envejecimiento, lo que está permitiendo un incremento de los salarios reales debido a que la demanda de trabajo menguó respecto a la oferta. Cabe señalar también que los salarios agrícolas han crecido más rápidamente que los salarios que perciben los migrantes en las grandes ciudades (Sharma, 2012), lo que ha reducido notablemente la afluencia a las ciudades y permitido mejores oportunidades en el ámbito de la negociación de mejoras laborales por parte de los trabajadores. En resumen, las condiciones actuales de China hacen que se pierda su principal ventaja competitiva respecto a otros países del planeta y el motor fundamental de su crecimiento acelerado: la mano de obra barata. Muchos empresarios ya han trasladado sus antiguas fábricas desde China a países como Indonesia y Bangladesh buscando mayores tasas de competitividad empresarial.

En definitiva, es un hecho que en esta nueva etapa en la que ha entrado la economía china su crecimiento ya no estará determinado por la inversión masiva en infraestructuras, la cual se dará a un ritmo bastante más débil e intentará ser compensado mediante bajadas de tipos de interés y reducción de las reservas obligatorias que deben tener los bancos en el banco central chino (Crespo, 2016). Pero es precisamente esa combinación entre ralentización del crecimiento y bajada de tipos de interés lo que está provocado la salida de capitales de China, lo que produce una cada vez mayor presión tendente a la depreciación del yuan renminbi, generándose así desequilibrios en la economía china y por ende en la economía global.

Durante el último año, la divisa china ha seguido perdiendo valor contra las principales monedas del mundo, aunque a un ritmo más moderado de lo que se había inicialmente estimado. El yuan se ha depreciado contra el dólar un 6,7 adicional. Por el contrario y debido a las políticas de quantitative easing a la europea articuladas por el Banco Central Europeo, la divisa china se apreció hasta diciembre pasado para, a partir de ahí, depreciarse hasta los 7,37 CNY/EUR, lo que supone una depreciación del 9% en el último año. Por último, frente al yen japonés, la caída del yuan ha sido mucho más virulenta ya que la divisa japonesa, alcanzando un registro por encima del 30%.

Sin duda, la evolución del yuan es una señal más importante para los mercados financieros que la evolución de las bolsas chinas, las cuales sumadas (bolsas de Shangái con 4,46 billones de dólares y Shenzen con 3,42 billones de dólares) no llegan ni a la mitad de la bolsa de Nueva York.

De igual manera, la liberalización financiera en China ha avanzado significativamente en los últimos tres años y medio, tanto en el ámbito interno, donde se ha impuesto una mayor relevancia de los criterios de mercado en el funcionamiento del sistema bancario, como en el externo, con la adopción de una serie de medidas que han culminado con la inclusión del renminbi en la cesta de los Derechos Especiales de Giro del FMI (DEG)[7].  Sin embargo este proceso de liberalización financiera, el cual es uno de los ingredientes fundamentales en la fase actual del procesos de reorientación del modelo de crecimiento de China, implica importantes factores de riesgo en el corto plazo, como se ha puesto de manifiesto en los episodios de turbulencias registrados durante el año pasado y el comienzo de este: devaluación del yuan, fuga de capitales, caída de la bolsa… Históricamente, los procesos de liberalización financiera raras veces han estado exentos de episodios de intensa volatilidad o crisis (Díaz, 1985), lo cual genera inquietud a corto y medio plazo.

Los problemas en China tienen por su dimensión una afectación planetaria. La ralentización del crecimiento chino tuvo un impacto directo sobre la demanda y el precio de las materias primas en los mercados globales. El impacto de esa caída de precios ha deprimido las economías de los países emergentes haciendo que algunos de ellos entraran en recesión y otros aún estén en riesgo de hacerlo. Pero su impacto va más allá, afectando a economías saneadas como Arabia Saudí o distintos países del mundo desarrollado como es el caso de la Unión Europea. Si China estornuda, todo el mundo se resfría.

Dificultades actuales de los países emergentes

Antaño los mercados emergentes fueron despreciados por los inversionistas pues eran considerados como un ejemplo a la inversa de la regla 80/20, por la cual se entiende que los beneficios de los inversores provienen siempre del 20% de sus clientes. Durante gran parte de la segunda mitad del pasado siglo los mercados emergentes supusieron el 80% de la población mundial, pero tan sólo el 20% de su producción económica.

Entrando en el presente siglo, los pesos pesados de la inversión (fondos de pensiones, fondos de dotación financiera a universidades y otros) aún consideraban a los mercados emergentes como demasiado pequeños para generar rentabilidades de interés. En el caso de los países de gran tamaño, sus mercados también eran despreciados, en este caso, por ser considerados de alto riesgo.

Con la llegada del boom de los precios de los commodities (2003) esta lógica cambio. Los flujos de capital privado a países en desarrollo pasaron de dos mil millones de dólares en el año 2000 a casi un billón de dólares al año en 2010 (Sharma, 2012). Incluso los brokers y analistas financieros de Wall Street pasaron a afirmar que frente al declive de las economías occidentales, la tendencia del fluir del dinero pasaba a ser Oriente y el Sur. La suma de fondos de inversión en acciones de mercados emergentes creció entre el año 2000 y 2005 un 92%, mientras que en el quinquenio siguiente (2006-2010) ese crecimiento fue del 478% .

La segunda mitad de la primera década del siglo XXI posicionó a los mercados emergentes como un poderoso actor con capacidad de generar beneficios, desarrollándose la falsa idea de que las economías BRIC seguirían creciendo de forma interrumpida durante la siguiente década.

De hecho, en general se asistió a la racha de crecimiento más extendida que el mundo ha vivido en el transcurso de su historia: entre los años 2003 y 2007 la tasa de crecimiento media del PIB en estos países pasó del 3,6% en las dos décadas anteriores al 7,2%, no quedando casi ningún país en desarrollo fuera de este fenómeno. En 2007, punto álgido de este crecimiento, todas las economías del mundo crecieron (ciento catorce países llegaron a alcanzar cuotas por encima del 5%) con excepción de Fiji, República del Congo y Zimbabue. El mundo vivió un momento de Goldilocks economy global similar a lo que fue la “economía de cuento de hadas” de la que disfrutó Estados Unidos en la década de 1990.

PIB real, tasa de crecimiento y % del PIB mundial comparativo 2000 y 2010 en miles de millones de dólares a precios y paridades del año 2005

Área
PIB 2000
PIB 2010
Tasa Anual
% Global 2000
% Global 2010
África Subsahariana
1.050
1.744
5,07
2,19
2.58
América Latina y Caribe
4.309
5.959
3,24
8,98
8.81
Asia Sur
2.287
4.603
7,00
4,77
6,80
China
3.367
9.114
9,95
7,02
13,47
Oriente Medio y Magreb
2.307
3.496
4,16
4,81
5,17
OCDE
31.613
37.223
1,63
65,90
55,03
Resto del Mundo
3.036
5.509
5,96
6,33
8,14
Total Global
47.969
67.646
3,44
100
100
Fuente: M.C. Guisán a partir de datos del Banco Mundial

Más allá de la hasta hace poco creciente demanda global de recursos naturales por parte de la economía china, no debemos ignorar el hecho de que los mercados emergentes empezaron a crecer a mediados de 2003, después de que las sucesivas reducciones en los tipos de interés estadounidense –que tenían como objetivo mantener una recuperación después de que la burbuja tecnológica hubiera estallado dos años antes- pusieran en marcha un flujo de dinero fácil en todo el mundo, del cual gran parte terminó aterrizando en los mercados emergentes. El flujo de dinero privado suponía el 2% del PIB de los mercados emergentes en la década de 1990 y saltó al 9% de un PIB mucho más alto en 2007.

Sin embargo, hemos de tener en cuenta que el período de tiempo medio en que los inversores conservan acciones, pasó de un máximo de dieciséis años durante la década de 1960 a cuatro años en la actualidad. De hecho, hay una consideración generalizada en el mundo del capital especulativo y la inversión financiera sobre que no tiene mucho sentido hablar de futuro más allá de cinco a diez años. Es un hecho que el período más largo que revela patrones claros en el ciclo económico global ronda una década, siendo un ciclo económico medio de aproximadamente unos cinco años. Tanto el mundo de la inversión como las estrategias operativas de las grandes corporaciones acotan a períodos de tres, cinco o como mucho siete años sus estrategias y análisis de rentabilidad. Enmarcado en lo anterior, este momento se está generando un cambio en el flujo de capital en la búsqueda de nuevos mercados de inversiones.

En la actualidad, con un mundo reconvertido a un crecimiento global ralentizado, las economías del Norte y de China redujeron las importaciones de commodities de los países del Sur global. Por otro lado, los indicios de una política menos expansiva de la Reserva Federal de Estados Unidos ponen un freno a la búsqueda de rendimientos en los mercados emergentes y, a raíz del momento actual de crecimiento decepcionante, incluso el capital que busca crecimiento ha menguado su inversión en los mercados del Sur. Esta condición hace que los mercados emergentes, más allá de “alucinaciones” pasajeras, tengan que enfrentarse a lo que podríamos definir como una “nueva normalidad”.

Más allá del positivo impacto de la industria sobre el crecimiento de los demás sectores productivos reconocidos en las leyes de Kaldor[8], cabe indicar que los BRIC y otros tantos países emergentes no han innovado mucho en su modelo de desarrollo durante estos últimos años. Dicho modelo ha sido similar al adoptado por Japón, Corea del Sur y Taiwán en la segunda mitad del siglo pasado. Todas estas economías de alza bajaron de en torno al 10% a alrededor del 5% cuando sus rentas per cápita alcanzaron un nivel medio-alto (Japón a mediados de la década de 1970, Taiwán a finales de 1980 y Corea del Sur a principios de la de 1990).

El PIB per cápita del mundo pasó de menos de 8.000 a aproximadamente unos 10.000 dólares, a precios y paridades de compra del año 2005 durante el período 2000-2010, tal y como indica el cuadro anterior.  Esto fue positivo y la mejora del nivel educativo y el desarrollo industrial ha tenido también buenos efectos en prácticamente todo el planeta.

Sin embargo y hablando claro, si bien es cierto que han existido países de la periferia más cercana al centro que han conseguido, mediante dinámicas de desarrollo tardo-capitalistas, ocupar posiciones prominentes en el mercado global a costa de viejas potencias en declive, basta releer la teoría marxista del desarrollo desigual y combinado para poner en discusión que está regla pueda generalizarse. En la cúspide de la pirámide no hay sitio para todos, y esto implica que muy pocos países hayan logrado un crecimiento rápido y sostenido a lo largo del tiempo.

Haciendo un breve recorrido sobre la historia económica reciente veremos que a lo largo de cualquier década desde la segunda mitad del siglo pasado, sólo una tercera parte de los países emergentes han logrado crecer a una tasa de crecimiento anual del 5% o superior. Menos de un cuarto han mantenido ese ritmo durante dos décadas y la décima parte durante tres. Sólo seis países (Malasia, Singapur, Corea del Sur, Taiwán, Tailandia y Hong Kong) han mantenido esta tasa de crecimiento durante cuatro décadas y dos de ellos (Corea del Sur y Taiwán) durante cinco. De hecho, durante las última década -con excepción de China e India- todos los demás países que consiguieron mantener una tasa de crecimiento del 5% era la primera vez que lo hacían.

Ahora, tras la caída del mercado de commodities y su actual proceso de muy lenta recuperación, todas las naciones cuyo crecimiento ha estado ligado al auge de los precios de las materias primas se enfrentan a una década difícil. Brasil es el caso más emblemático y conocido en  este momento; aunque en el continente africano, Nigeria -su país más poblado con 170 millones de habitantes- también se ha visto fuertemente afectado por la caída del precio del crudo, la inflación, la inseguridad, la crisis humanitaria y problemas de carácter energético. La reciente destitución de Dilma Rousseff en Brasil, así como el deterioro político –tras la caída del precio de los metales- del Congreso Nacional Africano (ANC) en Sudáfrica, son tan solo algunos ejemplos que muestran como la recesión económica también implica un fuerte deterioro político para los partidos y líderes que han sido referenciales durante la última época.


Fuente: FMI

Con el doloroso final de una época dorada de dinero fácil y crecimiento también fácil, el capital está generando un nuevo mapa de mercados emergentes, lo que está implicando para algunas economías antes muy beneficiadas un fuerte impacto por fuga de capitales. Un caso significativo de esta nueva realidad es México, donde mientras el servicio de deuda sigue creciendo, se registra una salida de capitales por 11.368 millones de dólares durante este primer semestre.

Crecimiento del servicio de deuda en México


Fuente: The Economist (25/08/2016)

Pero aún hay más. Si analizamos lo que ha sucedido durante los últimos treinta y cinco años en los países emergentes tras fuertes caídas del precio de la materias primas, encontraremos sucesos como: crisis de deuda en América Latina (década de 1980); crisis de México (1994); crisis financiera asiática (1997); y crisis financiera de Rusia (1998). Que al momento actual aún no haya explotado ningún BRIC puede entenderse como consecuencia del alto nivel de reservas de divisas que acumularon en los años de bonanza, pero la tranquilidad está lejos de andar asegurada.

Si tal y como parece apuntar las recientes declaraciones de la presidenta de la Reserva Federal, Janet Yellen, vamos a una nueva subida de los tipos de interés en Estados Unidos, la situación de los países emergentes se complicará aun más. La deuda exterior de estos países en diferentes divisas extranjeras equivale a 10 billones de dólares, de los cuales el 75% son en moneda dólar. Si la Reserva Federal eleva los tipos de interés, la capacidad de pago tanto de empresas como gobiernos de los países emergentes se verá afectada negativamente, teniendo en cuenta la apreciación mantenida del dólar y la devaluación de muchas de estas divisas nacionales.

Altos niveles de endeudamiento global

Desde 1982 han estado bajando los tipos de interés a escala planetaria. Eso propició que el mundo se diera una etapa de prosperidad sin precedentes, pero por otro lado propició que la deuda global se triplicara respecto al PIB planetario.

Las políticas de estímulo monetario aplicadas desde 2008 llevaron a una de las muchas situaciones inéditas que se han vivido tras esta crisis: en el año 2015, los bancos centrales de todos los países (excepto los de Brasil y Estados Unidos)  bajaron sus tipos de interés de referencia y algunos de ellos se sitúan por debajo de cero.

Las dos excepciones, Brasil y Estados Unidos, subieron tipos de interés por razones bien diferentes: en Brasil esta medida buscó contener una inflación en auge, mientras que en el caso estadounidense la Reserva Federal inició el cambio de tendencia hacia tipos de interés más altos y que podría reafirmarse en breve.

Los primeros en saltarse esa barrera de contención del 0% fueron los bancos centrales de Suiza, Dinamarca y Suecia, seguidos inmediatamente por el Banco Central Europeo. A comienzos de 2016 se les sumó el Banco de Japón, que también precedió a aplicar un tipo de interés negativo a parte de las reservas que los bancos comerciales tienen en depósito con él. Se supone que esto se hace para obligar a los bancos comerciales a prestar dinero.

Ya hay bancos que han traspasado límites antes impensables, como el Banco Nacional de Suiza (-0,75%) y el Sveriges Riksbank o Banco Central de Suecia, quienes para depósitos de un día utilizan un tipo del -1,25%.

Y junto a los tipos de interés de corto plazo negativos llegaron también las rentabilidades negativas para la deuda pública y para la renta fija privada de algunos emisores con calidad crediticia demostrada. Así, en diciembre de 2015, el 50% de la deuda pública de gobiernos europeos con vencimiento en plazos de menos de cinco años tenía rentabilidad negativa. En algunos casos, como la deuda alemana a dos años, había llegado en febrero de 2016 al interés negativo del -0,49%. En julio, Holanda era el último país que se incorporaba al “club de la rentabilidad negativa”, donde en una lista de catorce países destacan Suiza, Alemania, Japón, Dinamarca e Italia.


Fuente: Bloomberg

Según las estimaciones del Banco de América Merril Lynch, actualmente la suma de valores con un rendimiento negativo supera los trece billones de dólares. Este pantanal de “arenas movedizas” comienza a engullirse también a los bonos corporativos, siendo un hecho que ya resulta imposible obtener intereses de los bonos por un valor en unos 250 millones de dólares.

Como el negocio bancario consiste en tomar dinero a corto plazo y prestarlo a plazo largo, quedándose el banco con la diferencia entre lo que paga por los depósitos y lo que cobra por los préstamos y asumiendo el banco el riesgo de que ese dinero de largo plazo no le sea devuelto, el pagar a los clientes de los depósitos una cantidad más baja que la que se cobra por prestar a largo plazo corre el riesgo de terminar implicando dejar de prestar o reducir mucho su volumen de préstamos, lo que producirá un frenazo en la actividad económica, algo que puede terminar convirtiéndose en una recesión.  Esta locura se traduce en que ante una situación en que tanto para el corto como para el largo plazo los tipos sean negativos, el beneficio bancario consistiría en cobrar a los que abren un depósito o una cuenta de ahorro en un banco una cantidad determinada y regalarían a sus cliente de  pasivo, quedándose el banco con la diferencia, que sería así su margen de intermediación. Teniendo en cuenta que la banca siempre gana, esta sería la nueva forma de operatividad bancaria en un mundo que tiende a volverse del revés bajo la expansión de los tipos de interés negativos.

Pero más allá de elucubraciones, lo que está claro es que en la actualidad los tipos de interés de corto plazo han bajado más de veinte puntos porcentuales y los de largo plazo más de diez. Este tipo de interés ultra bajo o incluso negativo ha impactado directamente en uno de los pilares del sistema financiero global: los fondos de pensiones y compañías de seguros comienzan a sentir peligrar la totalidad de su modelo de financiación.

La bajada de los tipos de interés a lo largo de los ocho años que van de 2008 a 2016 ha favorecido a quienes tenían endeudamiento y ha perjudicado a quienes tenían ahorro. Dentro de estos perjudicados, hay un sector que ha sido parcialmente o totalmente compensado por la revalorización en el precio de los activos que esa bajada de tipos de interés provocó por un período bastante largo. Los especuladores que tenían dinero invertido en bolsa se han beneficiado extraordinariamente de una subida de tipos de interés insólita, lo que les ha compensado total o parcialmente de la escasa rentabilidad proporcionada por los depósitos bancarios o por las letras del Tesoro. Aún más si se tiene en cuenta que quienes tuvieran inversiones bursátiles se han beneficiado no solo de la fuerte recuperación experimentada desde marzo de 2009 sino también del pago de dividendos.

Para quienes tenían una cartera de deuda pública a vencimiento, los resultados habrán sido una mezcla de buenas rentabilidades pasadas (de cuando los tipos de interés de la deuda pública o las emisiones de deuda de las empresas todavía llevaban un pago de cupón asociado bastante alto) y nulas rentabilidades después de que esos títulos antiguos vencieran.

Es por lo anterior que se ha dado un aumento imparable de la deuda global desde la última crisis financiera, lo cual combinado con indicadores de escaso crecimiento, hace que este monto esté estimado en la actualidad en unos 200 billones de dólares (tres veces el tamaña de la economía global). Lo anterior vaticina un potencial desastre en caso de que suceda algún descalabro de envergadura que pudiera desencadenar una nueva ronda de incumplimientos similar a la sucedida en 2008. En la memoria de muchos está la década de 1990, cuando la burbuja de la deuda soberana de países como Indonesia, Tailandia o Corea del Sur, sumadas a un default por parte de Rusia, desencadenaron una grave crisis en los mercados emergentes.

Si bien la deuda es la clave del arco del desarrollo económico mundial en los últimos treinta y cinco años, tras la crisis financiera de 2008, la banca de los países emergentes volvió a abrir el grifo del crédito a hogares y empresas. Desde 2009, el nivel medio de deuda privada en las economías emergentes ha pasado de representar un 75% del PIB al 125%, según datos del Banco de Pagos Internacionales. Países como China y Brasil tienen niveles de deuda privada del doble de tamaño de sus economías.

En la práctica, lo que está sucediendo es que la deuda que vence se renueva (de momento hay liquidez global) y en ese sentido, el conjunto de las siete economías más desarrolladas y de las más grandes de los países emergentes (los BRIC) se enfrentan tan solo en el 2016 al vencimiento de deuda por el equivalente de siete billones de dólares. Un cifra similar venció en 2015 y fue automáticamente renovada con los incrementos derivados del gasto financiero. Sin duda los tipos de interés cero a los que hacíamos referencia con anterioridad, han ayudado a que la deuda vaya siendo soportable.


 Si hacemos un recorrido por los países más endeudados en relación con su PIB encontraremos en la cabeza del ranking a Japón (400%), seguido de Irlanda (390%), Singapur (382%), Portugal (358%), Bélgica (327%), Holanda (325%), Grecia (317%) y España (313%). La deuda pública no se paga, están siendo sistemáticamente renovadas o canceladas por los bancos centrales. Mientras la cuerda aguante…

En todo caso, buena parte de la deuda pública emitida por los países occidentales y Japón está en manos de sus bancos centrales respectivos, llegando algunos de estos bancos a comprar otros tipos de activos que no son ni renta fija pública ni privada. Estamos ante una transformación del sistema económico capitalista, donde el discurso del achicamiento del Estado dejo de tener valor, ahora el Capital y las grandes corporaciones necesitan al Estado para sobrevivir. Por ahora esas compras desarrolladas por los bancos centrales se han limitado a otros tipo de activos financieros[9] , pero es de suponer que más temprano que tarde llegarán al sector de los activos físicos.

En definitiva, la ingente cantidad de deuda con rendimiento negativo y los inflados balances de los bancos centrales, cada vez más cargados de deuda soberana sin que la economía global termine de despegar, plantea de forma inevitable la hoja de ruta hacia una burbuja de deuda. Estamos, como ya ha vaticinado Bill Gross del Pacific Investment Management, uno de los gurús en renta fija, ante una “supernova a punto de estallar”.

Los bonos soberanos constituyen en este momento probablemente una de las mayores burbujas de la historia financiera, y un escenario alternativo de repunte inflacionario significaría una corrección de tal envergadura y dramatismo de los precios de la deuda pública, que sus gestores deberían dedicar una parte de la cartera a cubrir este riesgo de cola. Aunque el sistema financiero es mucho más sólido de lo que era en 2008 y hay abundante liquidez y menos apalancamiento, las condiciones están dadas para que el pinchazo pueda llegar a tener dimensiones apocalípticas.

Proliferación de bonos basura

Fruto de las tasas de interés negativo en el mercado de renta fija, el montante total de los bonos con rentabilidad negativa supera ya los 13,4 billones de dólares y sigue en aumento, los inversores se han volcado sobre los títulos de alto rendimiento, es decir, los conocidos bonos basura.

Los inversores en bonos son por definición los más conservadores. Sin embargo, fruto de la baja de tipos y el aumento de masa monetaria muy por encima del crecimiento del PIB real, incluso esos inversores están pasando a aceptar cada vez mayor riesgo por menor rentabilidad. Los bonos de alto riesgo, high yield o bonos basura, se han fortalecido durante el presente año  notablemente, pero cotizando a mínimos de rentabilidad exigida en los últimos treinta y ocho años.

Desde sus mínimos, los bonos emergentes han recuperado hasta el 50% de su valor, repuntando los papeles en dólares así como los denominados en moneda local. Un buen ejemplo de esta performance son los fondos ETF (Exchange Traded Funds)[10] dedicados a seguir estos bonos.

Mientras que según las calificadoras Moody´s y Standard and Poor´s la solvencia crediticia, ratio de capacidad de repago de deuda, se ha reducido a niveles del año 2008 tanto en la mayoría de los países como en el entorno corporativo, la política impulsada por los bancos centrales en busca de una inmensa liquidez fracasa. Los inversores privados buscan la rentabilidad que la renta fija ya no les puede dar.  El riesgo crece y las consecuencias saltan a la vista: en diciembre del pasado año, en tan solo una semana tres fondos de bonos basura (Third Avenue Management, Stone Lion Capital Partners y Lucidus Capital Partners) cerraban por insolvencia.

Pero a pesar de lo anterior, los fondos que invierten en bonos basura mantienen su atractivo para inversores, motivo por el cual han vivido una notable recuperación de sus suscripciones netas desde el pasado mes de marzo. Por otro lado, las empresas fueron incentivadas a responder a esta creciente demanda con cuantiosas colocaciones de deuda barata, motivo por el cual no solamente vienen creciendo las emisiones de deuda corporativa, sino también lo viene haciendo la proporción de emisiones de bonos basura[11].

El volumen emitido de estos bonos basura en el primer trimestre del presente año fue de 51 mil millones de dólares, superando ampliamente los 42 mil millones emitidos en el ultimo trimestre de 2015.

Sin embargo, muchos de estos fondos obtenidos a través de la deuda basura no son canalizados a inversiones productivas que se traduzcan en un crecimiento de las empresas. Más bien, estos se destinan a recompras de acciones, fusiones, adquisiciones y refinanciamientos de deudas anteriores, todo lo cual es sinónimo de un aumento del apalancamiento y el manejo especulativo de la inversión. Este modelo pudo sostenerse en los últimos años porque fuimos testigos de un crecimiento sostenido en los márgenes de ganancias, los cuales alcanzaron un pico histórico el último. Sin embargo, la burbuja existe y sigue creciendo dado que muchos de estos precios están vacíos de sustentos económicos que los expliquen. Si la coyuntura económica deja de acompañar, tarde o temprano viviremos una nueva crisis.

Este sobreapalancamiento ya comenzó a dar señales de alerta como consecuencia de una desaceleración en el crecimiento de las ganancias corporativas y el aumento sostenido de los niveles de deuda. Por otra parte, las calificaciones crediticias de las compañías no andan bien, y muchas de ellas se están desplomando. Solamente en el primer trimestre de este año ya se habían sobrepasado el acumulado de todo el año 2015 respecto a las compañías afectadas por la calificación de Moody´s como bonos basura. Hasta la petrolera Exxon, fruto del hundimiento del precio del petróleo en primeros de año, llegó a perder la calificación AAA por parte de Standard & Poor´s, quedando en este selecto club tan solo las corporaciones Microsolf y Johnson & Johnson.

En resumen, son múltiples los factores que en la actualidad generan alerta en el ámbito de las finanzas globales. La explosión de alguno de estos factores o la combinación entre varios de ellos podrían generar un nuevo estallido económico sin que el planeta haya salido del todo de los impactos de su última crisis. Sobrevuela nuevamente sobre nuestras cabezas el fantasma de una gran depresión económica mundial.

Notas:
[1] Lehman Brothers fue el cuarto banco de inversión más importante de Estados Unidos y uno de los “monstruos” que contribuyó a crear el negocio de las hipotecas subprime. Su bancarrota, con un pasivo de 613.000 millones de dólares y unos activos “teóricamente” valorados en 639.000 millones de dólares se convirtió en la mayor de la historia, seis veces superior a la de Wordcom en 2002 y diez veces mayor que la de Enron en 2001. La compañía contaba con 25.935 empleados en todo el mundo y su lista de acreedores estaba encabezada por los japoneses Aozora Bank (con un crédito de 463 millones de dólares) y Mizuho (con 382 millones de dólares). Citigroup y New York Bank Mello figuraban como los principales fiduciarios de los bonistas, a los que Lehman debía uno 155.000 millones de dólares. Tanto sus bonos como sus acciones y otras deudas estaban enormemente esparcidos entre unas 100.000 entidades, entre las cuales destacaban también BNP Paribas, Lloyds Bank, Shinsei Bank y el Sumitomo Mitsubishi Banking.
[2] Deflación:  Situación de exceso de oferta que puede provocar una disminución generalizada de los precios o una recesión económica.
[3] El quantitave esasing es un programa de estímulo cuyo elemento principal es la compra de deuda pública a modo de inversión por parte de un banco central (Reserva Federal –Fed por sus siglas en inglés- en el caso de los Estados Unidos). Lo llamativo de esta medida es el elevado importe de estas compras. En Estados Unidos ha habido tres programas de estas características que han alcanzado varios billones de dólares y han convertido a la Fed en el principal inversor/comprador de bonos del Tesoro del país. Sus antecedentes se remontan a las políticas monetarias que el Banco de Japón (BOJ) utilizó para combatir la deflación a comienzos del 2000.
[4] En noviembre de 2008 Ben Bernanke, quien llevaba dos años y medio al frente de la Reserva Federal de los Estados Unidos, puso en marcha el primero quantitative easing (QE) por un valor de 600.000 millones de dólares destinado a un plan de compra de deuda pública y privada. Tan solo cinco meses después se anunciaba que se reforzaba el programa hasta los 1,7 billones de dólares. Dos años después del inicio de estos programas, Bernanke anunciaba el lanzamiento del QE2, que volvía a estar dotado con 600.000 millones de dólares. Y en septiembre del 2012 se haría público un tercer programa de quantitative easing (QE3), también de la mano de Bernanke, que consistió en la compra de 40.000 millones de dólares al mes de deuda hipotecaria, ampliándose tres meses después con la compra de 45.000 millones mensuales de deuda pública.
[5] Cada año desde 1979 el Foro Económico Mundial desarrolla y publica el Índice de Competitividad Global (Global Competitiveness Index, por sus siglas en inglés GCI) donde se evalúan las economías de los países desarrollados y en desarrollo.  En él se mite la habilidad de los países de proveer altos niveles de prosperidad a sus ciudadanos, habilidad que depende de cuán productivamente los países utilizan sus recursos disponibles.
[6] El premio Nobel Sir Arthur Lewis sostuvo que la mano de obra excedente en la agricultura establece un bajo techo para los salarios urbanos. Esto implica que, mientras este excedente de fuerza de trabajo se está trasladando a las ciudades a trabajar en la industria, será sumamente rentable invertir en la expansión de las actividades manufactureras. Sin embargo, en algún momento la fuerza de trabajo excedente será absorbida por el sector moderno y se volverá escasa, hasta elevar el precio del trabajo. Este es el “punto de inflexión” de Lewis. Los beneficios se reducirán y las tasas extraordinarias de inversión y los ritmos de crecimiento económico se reducirán a niveles más normales.
[7] El 30 de noviembre de 2015, el FMI decidió incluir la moneda china, el yuan renminbi, en la cesta de divisas que constituyen los llamados “derechos especiales de giro” (DEG o SDR por sus siglas en inglés: Special Drawing Rights), lo que se materializará en octubre de 2016. La composición del DEG se revisa cada cinco años y en principio la importancia de esta decisión tiene más que ver con la respetabilidad internacional de la divisa china que con ningún tipo de decisión financiera trascendental. La incorporación del renminbi en la DEG debería provocar una mayor demanda de yuanes por parte de los gestores de activos financieros en general (gestores de fondos de inversión, fondos de pensiones y compañías de seguros, además de fondos soberanos) y por los bancos centrales en particular.
[8] En la literatura económica se conoce como leyes del crecimiento de Kaldor a un conjunto de hechos  estilizados observados por dicho economista al analizar las experiencias de crecimiento económico de un grupo importante de países desarrollos. Dichas leyes hacen referencia a los efectos positivos que genera la expansión del producto manufacturero en el conjunto de la economía al inducir el crecimiento del resto de los sectores y elevar la productividad en todas als actividades económicas.
[9] El Banco del Japón ha efectuado compra de acciones en bolsa, bien en forma de títulos, bien en forma de compras de ETF (Exchange Traded Funds), los llamados “fondos cotizados”. Estas compras estarían por encima de los 100.000 millones de dólares. De igual manera, el Banco Nacional de Suiza ha realizado compras de renta variable y tiene –o ha tenido- una cantidad importante de acciones de Apple. El banco central de Hong Kong en plena crisis de los emergentes 1997-1998 compró acciones en bolsa hasta que consiguió estabilizarla, agrupándolas en un fondo cotizado (ETF) al que llamó “Tracker Fund of Hong Kong”.
[10] Los ETF o fondos cotizados son fondos de inversión que tiene la particularidad de que cotizan en bolsa de valores, igual que una acción, pudiéndose comprar y vender a lo largo de una sesión al precio existente en cada momento sin necesidad de esperar al cierre del mercado para conocer el valor liquidativo al que se hace la suscripción/reembolso del mismo.
[11] Según Matthew Mish, experto en estrategias de renta fija de UBS, esta proporción habría alcanzado un nuevo record a principios de 2016, llegando al 42% de la totalidad de las emisiones.

Bibliografía:

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