Por Decio Machado / Sociólogo y periodista.
Consultor y analista político. Coordinador de los seminarios de Geopolítica en
América Latina organizados por la Fundación ALDHEA en distintas universidades
latinoamericanas.
Para Revista PlanV
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¿Existe
un ranking de traidores en la historia de la Humanidad? De haberlo, seguramente
en nuestra cultura judeo-cristiana dicha lista estaría encabezada por Judas
Iscariote, protagonista de aquel beso que llevó a Jesucristo a la crucifixión.
Siguiendo por esos derroteros bíblicos, tampoco quedarían atrás Eva y Adán, la
parejita que se comió la fruta pomácea del llamado árbol de la ciencia del bien
y del mal contraviniendo el mandato del Todopoderoso. Pero más allá de las
influencias demoníacas a las que fueron sometidos esta sarta de traidores,
existen otros personajes con realidad histórica más constatable, como es el
caso de Brutus, aquel a quien Julio Cesar le dedicará sus últimas palabra: “Tu quoque, Brute, fili mi”; o Robert
Hanssen, aquel ex agente estadounidense en la nómina del FBI que espió para la
Unión Soviética y posteriormente para la Rusia post-comunista durante más de 20
años, y que hoy aun con vida paga su condena de cadena perpetua en una cárcel
de alta seguridad en el estado de Colorado con veintitrés horas de aislamiento
total al día; otro que no se queda atrás fue Antonio López de Santa Anna, quien
se erigió once veces como presidente de México, aliándose indistintamente y en
función de las circunstancias con realistas, insurgentes, monárquicos,
republicanos, liberales y conservadores.
En Estados
Unidos, la figura de la traición la encarna el general Benedict Arnold, quien
se pasó al bando británico durante la guerra de la independencia, todo ello
tras entregar el fuerte West Point a las fuerzas imperiales de “la pérfida
Albión”; sin embargo para los británicos, esos de la “pérfida Albión”, la
encarnación de la felonía se personifica en la figura de Guy Fawkes, un
conspirador católico inglés que perteneció al un grupo del Restauracionismo
Católico que planeó la “Conspiración de la pólvora” con el objetivo de hacer
volar el Parlamento británico y asesinar al Rey Jacobo I.
Pues
bien, para un sector de la militancia de Alianza PAIS todo lo anterior es
“peccata minuta” si se compara con el papel ejercido por el Presidente Lenín
Moreno en apenas setenta días de mandato. Su delito de traición y deslealtad,
según las cuentas social media del ex presidente Rafael Correa, es ser
responsable del “retorno al pasado” mediante políticas de “reparto de la Patria”
y “permitir el regreso de la corrupción institucionalizada y del viejo país”.
El
enfoque teórico de la estrategia política aplicada en esta disputa por parte
del ex mandatario afincado momentáneamente en Bruselas es de larga data y está
asentada sobre el pensamiento de dos filósofos europeos del siglo XVIII –el
escocés David Hume y el francés Jean Jacques Rousseau- y reactualizada por otro
filósofo, en este caso argentino, Ernesto Laclau, y la politóloga belga Chantal
Mouffe a finales del pasado siglo: la política es una disputa por el sentido, a
través de lo cual el discurso no es lo que se dice de posiciones ya existentes,
sino que es una construcción de unas y otras posiciones, de uno o de otro
sentido, a partir de datos cuyo significado puede ser muy distinto según sean
seleccionados, agrupados o contrapuestos.
Es
así que más allá de cualquier valoración sobre las políticas de consensos
recién emprendidas por el actual gobierno, el correísmo “duro” interpreta la
necesidad de procesos de ruptura y reordenación radical del campo político a
través de la construcción narrativa de un “nosotros” y un “ellos”. Y digo
construcción narrativa, porque más allá de que realmente exista un “nosotros” y
un “ellos”, esta construcción político estratégica consiste en la fabricación
de un relato basado en lo que Antonio Gramsci llamaría en sus Quaderni del carcere la “guerra de
posiciones”. Es desde ahí desde donde se entiende lo que para Michel Foucault
significa el poder, una relación de fuerzas, es decir, una acción sobre otra
acción. En realidad es tan discutible que el actual gobierno, con una economía
en crisis, pueda establecer una política de consensos para enrumbar la salida
de esta, como que el “nosotros” construido como narrativa hard correista signifique algo diferentes al “ellos”. Por dejar tan
solo una reflexión al lector: ¿cuándo se habla de permitir “el regreso de la
corrupción institucionalizada” se está hablando de algo que en algún momento
haya dejado de existir durante estos últimos diez años?
Cuando
sectores del partido de gobierno nos dicen que la operación de acoso y derribo
contra el vicepresidente Jorge Glas responde al mismo guión internacional
aplicado en Brasil contra Lula da Silva y Dilma Rousseff, demuestran en la
práctica, o bien su incapacidad para entender el momento político actual o
directamente expresan la afirmación de una falacia. Fue un poeta inglés de
ideología muy reaccionaria pero con alto bagaje cultural, Rudyard Kipling,
quien dijo en alguna ocasión “qué saben de Inglaterra los que solo conocen
Inglaterra”. Pues bien, más allá del rol
de los diferentes actores políticos nacionales –las diversas facciones al
interior de Alianza PAIS, la oposición política, los medios de comunicación, el
bucaranato o demás sujetos que forman parte de la cartografía política
ecuatoriana-, el terremoto político que se vive en estos momentos al interior
del oficialismo tiene su epicentro en Brasil y se llama Operación Lava Jato. Y
a su vez, Lava Jato no es más que lo que deriva de un sistema de representación
político institucional que hace aguas por todos lados debido a su alto nivel de
contaminación y sobre el cual son ya imposibles las soluciones de corte
tradicional. No vale reformar el modelo, inevitablemente hay que cambiar de
modelo.
Lo anterior
no solo pone en cuestión las cinematográficas frases esbozadas en estos
recientes tuits enviados desde Bélgica, sino que implican también la puesta en
cuestión de la narrativa articulada por parte de la oposición conservadora y
los medios de comunicación. ¿De qué trama bolivariano-comunista y culebrón
venezolano en ciernes en el Ecuador nos han estado hablando durante los últimos
años los lassos, paez, montúfares y compañía? El fracaso de este tipo de
discursos esbozados por los sectores conservadores se basa en que se dirigen a
una sociedad que es ajena a todo lo que tiene que ver con este tipo de
retóricas ideológico alarmistas.
El
historiador anarquista francés Daniel Guerin, reflexionando sobre la revolución
de 1789 –la cual junto con la de 1917, fueron las dos revoluciones por
autonomasia- indicó en su momento que la
burguesía nunca se equivocó respecto a quien era su verdadero enemigo, y que
este realmente no era el régimen anterior, sino lo que escapaba al control de
ese sistema. Según Guerin, en la revolución francesa la burguesía se dio a sí
misma como tarea llegar a dominar. ¿Es que acaso ha sido esencialmente distinto
lo que ha sucedido con esto que eufemísticamente se ha dado en llamar
revolución ciudadana?
Aquí
aparece otra cuestión de fondo, y mucho más importante que todo lo
anteriormente expresado. ¿Sigue siendo válido el viejo sistema de
representación democrática para la transformación real de nuestra sociedad?
Expreso mi reflexión con la exposición de tan solo un ejemplo: la única gente
que he conocido tanto en el Ejecutivo como en la Asamblea Nacional que continúa
viviendo como la mayoría del pueblo ecuatoriano al que dicen representar es el
personal encargado de la limpieza de sus instalaciones.
Derivado
de lo anterior tiene sentido la siguiente pregunta: ¿cuál es la profundidad de
los cambios alcanzados en esta última década para que apenas en setenta días sectores
del partido oficialista digan que estamos volviendo al pasado? Si queremos responder a esto con cierta
rigurosidad intelectual, inevitablemente estamos obligados a reflexionar también
sobre si tanto los relatos políticos construidos desde el poder como desde la
oposición durante está última década no se han construido paralelamente sobre
lógicas que no responden a la realidad.
Trasladando
al Ecuador el pensamiento del psicoanalista francés Felix Guattari, podríamos
decir que la esquizofrenia es indisociable del sistema político económico
nacional, concebido él mismo como una primera línea de fuga -acto de
resistencia y de afirmación- en su enfermedad exclusiva. En definitiva y
adaptando aquella frase de James Carville, asesor del entonces candidato
demócrata Bill Clinton en las presidenciales de 1992 en Estados Unidos: “¡Es la
política, estúpido!”
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