-->
Por Decio Machado
Desmembramiento, coacción, ocupación, anexión,
exterminio, agresión, guerra, cárcel, tortura, secuestro, desapariciones,
amenazas, destrucción racial-lingüística-cultural, expulsión, deportaciones,
colonización, inmersión, asimilación, negación, humillación, división, pillaje,
extorsión, expoliación, violación, segregación, despotismo, subdesarrollo,
persecución, autoritarismo, criminalidad, indefensión, hambruna, asesinato,
infanticidio, crueldad, terrorismo y sometimiento es el resultado de las
políticas imperialistas sufridas por los pueblos del Sur a lo largo de la
historia de la Humanidad.
En las páginas se siguen a este prólogo, Libardo
Orejuela hace un recorrido sobre diferentes aspectos de estos impactos en
América Latina, pero lo hace desde la perspectiva que Rudyard Kipling, aquel
poeta ingles altamente reaccionario pero con alto bagaje intelectual, esbozaría
cuando dijo a principios del siglo pasado “que saben de Inglaterra los que solo
conocen Inglaterra”. Es así que Orejuela entiende que en un mundo globalizado
donde ya aprendimos a que hay que pensar global pero actuar local, los análisis
nacionales y regionales no pueden carecer de una perspectiva internacionalista.
Es desde esa perspectiva desde donde el autor esboza
un amplio recorrido por las luchas de emancipación planetarias, siendo
consciente a su vez que el capitalismo, ese sistema de organización económica
caracterizado por la propiedad privada de los medios de producción y la
extracción de plusvalía sobre el trabajo asalariado, tiene consecuencias
deleznables para las inmensas mayorías situadas en la base de la pirámide
jerárquica social. ¿Cómo iba a ser de otra manera un sistema diseñado para el
lucro individual de las élites y no para el bienestar colectivo?
Pero el autor entiende bien también que las luchas de
resistencias de nuestros pueblos se
remontan a mucho más allá de la configuración de nuestras actuales ideologías,
algo relativamente reciente en la historia del planeta, motivo por el cual a lo
largo de este libro se hace referencia de igual manera a la lucha de
resistencia de nuestros pueblos ancestrales contra la invasión española que a
la heroica resistencia palestina contra esa ocupación sionista que goza de la
complicidad silenciosa de la mayor parte de la comunidad internacional.
Al autor le avala una larga trayectoria de compromiso
político y social que le permite hablar no solo desde la Academia, sino desde
la coherencia que implica a quienes como diría Gabriel Celaya, poeta español de
la generación literaria de posguerra, “maldicen la poesía de quien no toma
partido hasta mancharse”.
Y es desde ahí desde donde Orejuela siente en sí
mismo a cuantos pueblos sufren a lo largo y ancho del planeta, lo que se plasma
en una obra que aborda un “sentir” que muchos “sentimos” como nuestro, ese que
nos inspira en la cotidiana militancia por un mundo mejor.
El autor es consciente de que las luchas de
resistencia contra la opresión tienen larga dada, mientras el término izquierda
nació “recientemente” a partir del triunfo de la Revolución Francesa, aquella
surgida a partir de 1789 y que junto con la de 1917 encarnan las dos
revoluciones por autonomasia en la historia de la Humanidad.
Ciertamente el concepto izquierda nace como resultado
de una votación el 11 de septiembre de 1789, cuando la Asamblea Constituyente
francesa discutía un artículo de la Constitución que establecía el veto absoluto
del rey a las leyes aprobadas. Quienes defendían la posición inmovilista, esa
que no permitía avanzar, se sentaban a la derecha del presidente de la
Asamblea, mientras quienes estaban en contra y defendían que el rey solo
tuviera derecho a un veto suspensivo y limitado en el tiempo, buscando con ello
el cambio político y social, se ubicaron a la izquierda del presidente. Pero esa
identificación general con los principios de la izquierda impregna página tras
página el presente libro, porque Libardo Orejuela entiende -como debe entender
la izquierda- que la defensa de los derechos humanos y la consecución de la
igualdad social por medio de los derechos colectivos y sociales es un factor
prioritario en un mundo donde las diferencias sociales se agudizan bajo el
impacto de la globalización económico capitalista.
Con un lenguaje literario que demuestra una vasta
cultura general, nuestro autor produce en el lector reacciones de solidaridad
con los históricamente olvidados e indignación respecto a quienes históricamente
son responsables de dicha exclusión. Orejuela viene y va, a lo largo de este
texto, atravesando tanto distintos momentos de nuestra historia universal como
también sus geografías. Pero lo anterior se hace desde el testimonio
comprometido de quien no se excluye de la acción política, de quien no se
esconde en la Academia ni se posiciona por encima del bien y del mal para
elaborar sus análisis. Por algo Libardo Orejuela a liderado cinco Cumbres
Nacionales por la Paz en Colombia, lo que le permite abordar la realidad
política colombiana desde un anclaje global que lleva a entender aquello que en
algún momento fue satanizado por el estalinismo: el proceso de emancipación de
la Humanidad tiene que ser necesariamente global o no será.
Para ello y como compañero de luchas por la
liberación de Nuestra América, Orejuela aborda en una amplia parte del libro
las políticas de injerencia estadounidense en nuestro subcontinente, sus
impactos y nuestras resistencias. Hablar sobre esto es narrar sin duda una historia
escalofriante de terror, donde las invasiones, golpes de Estado, la represión
sobre los pueblos y la guerra configuran una realidad que nunca deberíamos
olvidar.
Pero el ansia de poder no se limita a nuestras
fronteras regionales, lo que implica que Orejuela también se adentre en lo que
han significado las políticas imperialistas realizadas en otros continente,
rescatando figuras de la talla e importancia de Franz Fanon o Von Giap, por
poner tan solo dos ejemplos, a la hora de reivindicar sus elaboraciones
teóricas y resistencias activas.
La demencia imperial no fue solventada tras los
procesos independentistas en el Sur global, como demuestra las políticas
estadounidenses justificada en aras a los sucesos del 11 de septiembre de 2001,
con las ofensivas bélicas en Afganistán, Irak, Sudán, Somalia o los secuestros
de distinta índole en cárceles secretas esparcidas a lo largo y ancho del
planeta.
Pero como el mismo autor indica, “hoy la muerte no
militar, la que se presenta fuera del belicismo histórico, apabulla los
delirantes resultados de la guerra”, motivo por el cual en las siguientes
páginas se aborta la problemática de la desigualdad y la pobreza. Todo ello en
un mundo en retroceso donde las diferencias entre ricos y pobres crecen hasta
el punto de que en la actualidad 62 individuos ostenten tanta riqueza como los
3.600 millones de habitantes más pobres de nuestro sistema mundo (la mitad de
los habitantes del planeta).
Para entender como hemos llegado hasta aquí hay que
entender por ende la loca evolución del sistema capitalista. Ese que pasó del
crecimiento entre 1945 y 1975 a la crisis del petróleo y la inmediata
globalización bajo los paradigmas neoliberales, para entrar a partir de 1985 en
una sistema de financierización que terminó llevando a que los Estados de
varios estados industrializados tuvieran que rescatar a los bancos a partir de
2012 a costa del erario público.
De esta manera y pasados ya nueve años de la quiebra
de Lehman Brothers, momento en el que se oficializó la más grande crisis
financiera de la historia desde el crack de 1929, la economía mundial no ha
conseguido aun recuperarse de los graves síntomas de desestabilización global
que la amenazan.
El método aplicado por los gurús del capitalismo para
salir de la última crisis global, deuda y más deuda sostenida principalmente
por los bancos centrales y las grandes corporaciones, son también el principal
factor sobre el que se sostendrá la próxima crisis global.
Así, mientras asistimos al actual show del capital
inmersos en la sociedad de la imagen y el espectáculo, vemos como en la
actualidad entre los 48 países más pobres del mundo, más de tres cuartas partes
se encuentran en el continente africano, estando nueve de ellos catalogados
como emergencias humanitarias. Vemos a su vez, como mientras el Foro de Davos,
el G-7 o el Club Bilderberg se escudan -cada vez que se reúnen- tras las más
sofisticadas medidas de seguridad ante el clamor de la sociedad civil
organizada, el 34% de quienes viven por debajo del límite de la pobreza son
niños menores de 12 años. Todo ello ante la pasividad/complicidad de las mal llamadas
instituciones de gobernanza global.
La crisis del sistema es un hecho reconocido incluso
por actores protagónicos en el funcionamiento financiero mundial. Este es el
caso de Larry Summers, quien ejerciera como secretario del Tesoro en la época
de Bill Clinton y también como asesor del presidente Barack Obama, quien ha
llegado incluso a desarrollar la llamada tesis del “estancamiento secular”,
según la cual el tipo de interés de equilibrio en la economía capitalista
habría bajado tanto que las políticas monetarias ultraexpansivas dejaron de ser
suficientes para estimular la demanda. Lo anterior implica la conclusión de que
el crecimiento sólo se consigue ya por medio de burbujas que tras estallar
vuelven a generar una economía maltrecha.
Rescatando a Immanuel Wallerstein, si entendemos que
la definición del sistema capitalista moderno viene dada por su necesidad de
una incesante acumulación de capital, la situación actual viene a caracterizarse
por un conjunto de fallos generalizados en las relaciones económicas y
políticas de reproducción capitalista.
Si bien es cierto que desde que Karl Marx escribiese
los Grundisse ya sabemos que la tendencia hacia crisis cíclicas es una ley inherente
al capitalismo, también aparece como un hecho indiscutible que la salida de la
crisis del 2008 tiene notables diferencias respecto a las ejercidas por el
capital en sus crisis anteriores. Con un endeudamiento global que crece como la
espuma –actualmente equivale a tres veces el tamaño real de la economía mundial-,
el sistema económico global demuestra ya no ser tan sólido como lo era antaño,
condición que hace que su recuperación sea muy lenta, muy desigual y altamente
conflictiva.
Hablemos claro, pese a que el capitalismo actual es
un sistema muy frágil que vive a través de reinvenciones, el sistema se
caracteriza a su vez por ser muy expansivo y universalista, pese a estar atravesado
por acciones y aptitudes permanentemente enmarcadas en la delincuencia. Es por
ello que en muchas ocasiones parece que se hunde y luego reaparece. Ante este
contexsto, debemos reconocer que desde la izquierda se suele tener una visión
algo caricaturesca del capitalismo, de su complejidad y de su capacidad de
resistencia.
Orejuela hace una crítica a esa izquierda, a la que
tilda de cobarde en diferentes momentos de la historia, y de hecho no se
equivoca. El marxismo clásico está inmiscuido por una especie de embarazo del
socialismo. Se decía que el propio desarrollo del capitalismo conllevaba el
desarrollo de las fuerzas productivas, y el desarrollo de dichas fuerzas
conllevaban en si mismo al socialismo. Quizás esta tesis haya sido una de las
mayores debilidades de la izquierda ortodoxa, pues se ha más que demostrado que
no ha sido así. Es más, que el capitalismo termine en algún momento no implica
necesariamente que lo que venga después sea necesariamente mejor.
El autor hace referencia a la necesidad volver a
“empezar a empezar”, entendiendo que gran parte de la izquierda global ha
perdido capacidad de imaginación política, pues ya no imaginamos la posibilidad
real de un modelo alternativo a la sociedad capitalista. Eso es una realidad
que se plasma de forma meridianamente clara en la actualidad suramericana,
máxime ahora que llegamos al fin de ciclo progresista y vemos como en todos los
países que gozaron de gobiernos llamados de “izquierda” no se ha sido capaz de
transformar el modelo de acumulación heredado del neoliberalismo.
El autor establece también a lo largo del texto una
critica al consumismo, indicando textualmente que “los poderosos sepultureros
de la vida saben que el maritaje entre el consumismo y la manipulación mediática ha prestado más
ayuda al cuartel liberal que los fusiles”. Gran verdad que nos lleva a recordar
a Pier Paolo Pasolini, cuando indicaba medio siglo atrás que “el consumismo ha
destruido cínicamente al mundo real, transformándolo en una total irrealidad
donde no existe ya elección posible entre el bien y el mal”. No cabe duda, como
bien señala Orejuela, que padecemos las consecuencias de un consumismo que nos
devora y que nos lleva a desear mejorar nuestro estatus para disponer de mayor
capacidad de compra. En definitiva, estamos inmersos en una transformación que
lejos de liberarnos, nos encierra y somete aun más.
En el recorrido que hace Libardo Orejuela sobre el
estado de situación política global no podían escapar los partidos políticos,
esa maquinaria que en la actualidad goza de un perfil marcadamente electoralista
y que no fueron diseñados precisamente para aprender, lo cual los convierte en
altamente resistentes para entender el estado de deslegitimidad actual que vive
el sistema de representación/delegación política actual. En el mundo de hoy
estamos obligados a construir redes de personas frente a las redes ya tejidas
por el capital y las instituciones, pero debemos entender que las redes se
caracterizan por un modelo de funcionamiento muy diferenciado de aquellos que
conocimos como centralismo democrático.
De aquí surge una nueva reivindicación de la
democracia, también propugnada por el autor en esta obra, pues el miedo a una
democracia radical que esbozan los
actores neoliberales no es más que el intento de eliminar los procesos políticos
socio-deliberativos protagonizados desde las multitudes –entendiendo estas
desde una visión spinozista-, para situar el poder en los mercados o en los
expertos, esos que dicen saber como gobernarnos.
Una de las conclusiones más radicales que nos deja
entrever esta obra es que la globalización se enfrenta a limitaciones
materiales fruto de la crisis de un modelo de acumulación que ya hace aguas.
Pero también afronta un profundo proceso de deslegitimación social importante,
pues la justificación de las privatizaciones y la mercantilización que durante
muchos años llegó a ser hegemónica junto a esa idea de la globalización de
rostro humano según la cual a través de las relaciones comerciales se iban a
apaciguar las tensiones políticas e íbamos a tener prosperidad y
multiculturalismo hoy, visto el devenir de los acontecimientos, no nos puede
producir más que una profunda indignación.
De igual manera se ha generalizado un rechazo de las
versiones más autoritarias y burocráticas del Estado, ahí están las “Primaveras
Árabes”; los Occupy Wall Street, Londres o Hong Kong; los indignados del 15-M
en España o los levantamientos juveniles del 2013 en Brasil para recordárnoslo.
Lo anterior motiva que lo público no tenga porqué identificarse necesariamente
con lo estatal. Debemos entonces rescatar el concepto de lo comunitario y de
las estructuras sociales reticulares en cada una de nuestras sociedades, pues
su olvido no es más que el fruto de la victoria ideológica del neoliberalismo
durante estos últimos años.
Orejuela nos invita a cambiar lo que se considera
aceptable y no aceptable en la política, invitándonos a ser un poco menos
miopes y comenzar a ver las cosas con algo más de perspectiva a través de un
largo recorrido por la historia de las luchas emancipadoras de la Humanidad. Es
desde ahí desde donde el concepto de los comunes propone una alternativa a los
procesos de mercantilización desarrollados por el capitalismo a lo largo de su
historia.
En diferentes momentos del libro, el autor insiste en
plasmar realidades que en el momento actual, no por ser repetitivas tenemos que
dejar de decirlas. Por ejemplo, el proceso de financierización del capital nos
acostumbró a asumir que las grandes corporaciones multinacionales terminen
teniendo una tasa inferior de presión fiscal que el ciudadano medio, cosa que
es una verdadera barbaridad se mire como se mire. Sin llegar a posiciones que
pudieran ser calificadas de radicales, cabe recordar que tras la Segunda Guerra
Mundial en los Estados Unidos se estableció una tasa del 94% sobre los ingresos
por encima de los 200.000 dólares. Ese impuesto se mantuvo durante los años
cincuenta de la mano de un presidente republicano como lo fue Harry S. Truman,
pero sin embargo plantear hoy que quienes ganen un millón de dólares tributen
el 90% significa ser acusado de terrorismo fiscal o bolchevique radical
comunista. Lo anterior demuestra que lo que era común en los años cincuenta
tanto para izquierda como incluso para la derecha hoy parece un absurdo, pero
lo absurdo es ver como nuestro sentido común político ha sido transformado
radicalmente por esto que hemos venido a llamar globalización y neoliberalismo.
Cuando el capitalismo hoy nos habla de la libertad
del mercado busca conscientemente ignorar el hecho de que esa posición era
tremendamente marginal a finales de los años cuarenta y posicionada tan solo por
extremistas ideológicos. Es más, inmediatamente después de la Segunda Guerra
Mundial, apenas sesenta años atrás, la posición dominante incluso en el
capitalismo era que había que dominar al mercado dado que ese mismo mercado
había sido el causante entonces de dos guerras mundiales y la mayor crisis
financiera jamás conocida. Precisamente durante la Segunda Guerra Mundial las
economías más intervenidas habían demostrado ser las más eficaces. Esa lógica,
hoy considerada como anacrónica, dominó Occidente durante los llamados “treinta
gloriosos años” hasta la crisis del petróleo en 1973.
Ahora, los nuevos gurús del capitalismo postmoderno,
la economía del conocimiento, sus mercados derivados y sus facturas
globalizadas nos quieren hacer creer que todo es muy innovador por estar
transversalizado por una nueva fase de revolución tecnológica. Sin embargo,
basta una mirada con algo de profundidad para encontrar en sus lógicas de
precarización laboral, autoexplotación operaria, endeudamiento familiar
generalizado y exclusión social de una parte de la sociedad que queda fuera del
mercado de trabajo, innumerables parecidos al capitalismo manchesteriano del
siglo XIX.
Orejuela nos dice que en todo esto también hay una
corresponsabilidad de la izquierda, a la cual acusa que no querer tomar el
poder y gobernar bajo lógicas transformadoras que alteren de forma real el
mundo en el que vivimos. Más allá de que no le falte razón, lo cierto es que
cuando las izquierdas han gobernado se han visto succionadas por esas lógicas
de extremismo centrista que derivan de las democracias liberales. Lo anterior
nos lleva a una reflexión: el reformismo progresista solo se puede romper con
la construcción de contrapoderes sociales que generen un nivel de tensión tal
que hagan girar la toma de decisiones a espacios donde les da miedo llegar a quienes
toman las decisiones.
Lo anterior implica que la izquierda actual tiene un
discurso y una praxis con grandes carencias en materia de innovación
ideológica, motivo por lo cual ya no se adecúa a los nuevos tiempos. Rescatar
el término izquierda para que este nos sea realmente útil requiere renovar
sustancial dicho término.
Entre estas actualizaciones reza otro elementos
abordado en el libro, hago referencia a la crisis ambiental planetaria. Estamos
entonces ante una problema de subsistencia planetaria, lo que implica cambios a
la hora de plantear al actuales políticas neodesarrollistas que emanan de la
izquierda. Ya va siendo hora de entender que la Ley de Valor de Marx quedó
incompleta, pues en ella nunca se incorporó como un coste en la producción
capitalista la destrucción del planeta.
Orejuela tampoco deja por tratar en esta obra el actual
rol de los intelectuales, dejando claro a su vez que “los intelectuales no
pueden sustituir a las organizaciones, ni los libros a la vida”. Sin cuestionar
lo anterior, vale la pena indicar algo actualmente olvidado por una
intelectualidad mayoritaria al servicio del poder: el de intelectual no es un
oficio o profesión sino una tarea colectiva al servicio de sujetos colectivos
en lucha. Por los posicionamientos esbozados en esta obra es evidente que así
también lo entiende el autor del presente libro.
Por último y teniendo claro quien es Libardo Orejuela,
esta obra hace una repaso a las luchas desarrolladas en el espacio nacional
colombiano, su momento actual de desmilitarización y una advertencia: “llegar a
buen puerto en este asunto exige esclarecer el papel práctico de la verdad, el
compensar en mayúsculas a los millones de víctimas, para así desatar y de la
mejor manera las tensiones entre justicia y paz”.
La obra de Orejuela tiene especial sentido en el
momento actual de fin del ciclo progresista en América Latina, pues cuando los
grandes procesos históricos llegan a su fin y sobrevienen –con ellos- derrotas
políticas de envergadura, se instalan la confusión y el desánimo, se mezcla la
realidad con los deseos y se difuminan los marcos analíticos más consistentes,
para dar paso a interpretaciones a menudo caprichosas y unilaterales.
En resumen, el lector tiene entre su manos un obra de
alto nivel, cuya lectura de cada una de sus páginas invita a leer la siguiente,
y donde en compromiso del autor con la lucha por la vida hace de estas páginas
sean una arma cargada de futuro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario