sábado, 3 de noviembre de 2018

Bolsonaro y sus repercusiones en la región

Por Decio Machado / Universidad Nómada Sur

Brasil, país emergente que ha sido referencia en el subcontinente, se ha convertido tras las elecciones del pasado 28 de octubre en el eje sobre el que pivota gran parte de la inestabilidad  política y económica regional.

La nación más grande de Suramérica, con una tasa de homicidios que supera el conjunto de Europa y también de Estados Unidos, decidió, en el marco de una fuerte deslegitimación social de su ecosistema político institucional, votar por el antipetismo plasmado en la figura de una nueva derecha que se manifiesta como alternativa pese a sus cánones sumamente conservadores en el sentido moral y neoliberales en lo referente a sus planteamientos económicos.

El fenómeno puede ser extensible a otros países de América Latina en la medida en que el subcontinente ostenta la nada envidiable distinción de ser la región más violenta del mundo, con 23,9 homicidios por cada 100.000 habitantes, comparado con 9,4 de África, 4,4 de América del Norte, 2,9 de Europa y 2,7 de Asia.

Hablamos de un territorio que concentra apenas el 8% de la población mundial pero el 37% de los homicidios que acontecen en el planeta, donde están ocho de los diez países más violentos a nivel global y 42 del ranking de las 50 ciudades más inseguras del globo terráqueo. En ese contexto, las expresiones políticas de “mano dura” contra la violencia, tal y como lo que representa Bolsonaro, pueden imponerse ante conceptos anteriormente aceptados respecto a la inviolabilidad de la integridad física y los derechos ciudadanos.

En paralelo, tres de cada cuatro ciudadanos latinoamericanos manifiesta -según diversos estudios de alcance regional- escasa o nula confianza en sus respectivos gobiernos y alrededor del 80 por ciento de la sociedad es consciente de que la corrupción esta extendida en las instituciones públicas de la región. El sistema de partidos políticos está actualmente altamente desprestigiado, las clases vulnerables -sectores recién salidos de la pobreza- y las clases medias más consolidadas no sienten que sus reclamos sean adecuadamente canalizados ni por sus gobiernos ni por las formaciones políticas de viejo cuño, a la par que la mayoría de la gente no tiene fe en el futuro. En resumen, la desconfianza ciudadana es cada vez mayor y está conllevando a una fuerte desconexión entre sociedad y la estructura del Estado, lo que pone en jaque la cohesión social y debilita el “hipotético” contrato social existente.

Así las cosas, el terreno esta abonado para la configuración de nuevas fuerzas políticas que se posicionen como antisistémicas frente a los partidos convencionales, incluyendo entre ellos a las candidaturas progresistas que durante el pasado ciclo político no pusieron en cuestión ni el modelo de acumulación heredado, ni al status quo existente al interior de nuestras sociedades, ni el modelo para la toma de decisiones al interior del Estado. En paralelo, se reposiciona socialmente -en sociedades asediadas por el crimen y la violencia- el imaginario de que para acabar con la delincuencia es necesario que haya “mano dura” por parte de las autoridades, reconfigurándose las tácticas militarizadas como las herramientas proclives para asegurar una gestión exitosa en la seguridad ciudadana.

Pero más allá de un posible “efecto contagio” en la región y contrario a las lógicas emanadas por líderes como Lula, Chávez o Correa, el actual presidente electo de Brasil no manifiesta inicialmente mayor pretensión respecto a convertirse en un figura de liderazgo regional. 

Más allá de su confrontación ideológica con gobiernos como Cuba, Venezuela e incluso Bolivia, países a los que Bolsonaro considera que “no agregan valor económico y tecnológico a Brasil”, el futuro mandatario brasileño ha manifestado interés por acercarse a países desarrollados de fuera de la región con el fin de reimpulsar el comercio exterior del gigante suramericano. Dicha posición posiblemente termine de sepultar los ya semi-moribundos procesos de integración regional: Celac, Unasur e incluso el propio Mercosur. El primer destino que aparece en su agenda internacional es Chile, donde será recibido por Sebastián Piñera, y que parece indicar un cambio en la preferencia de sus alianzas comerciales en la región, antes priorizadas con Argentina que es el tercer país que más importa de Brasil; también visitará Estados Unidos con el fin de entrevistarse con Donald Trump, líder por el cual Bolsonaro ha manifestado “gran admiración”; y en tercer lugar Israel, país en el cual pretende trasladar su embajada desde Tel Aviv a la ciudad de Jerusalem, siguiendo las presiones internas recibidas desde sectores evangélicos y pentecostistas.

China, principal socio comercial de Brasil en estos últimos años -con un monto de 75.000 millones de dólares en comercio bilateral durante el ejercicio 2017 (20,3 por ciento del comercio exterior brasileño)- se mantiene a la expectativa respecto a los iniciales movimientos de Jair Bolsonaro, quien ha descrito al coloso asiático como "un depredador que busca dominar las áreas económicas clave de su país y la región”. Pese a ello, Beijing confía en que las relaciones comerciales con Brasil sigan siendo prósperas y en prueba de buena voluntad tituló al editorial del día después del triunfo de Bolsanaro en el China Daily, periódico controlado por el Partido Comunista Chino, “No hay razones para que el Trump tropical interrumpa las relaciones con China”. En dicho texto, la burocracia gubernamental asiática manifestaba: “apreciamos la sincera esperanza de que cuando asuma el liderazgo de la octava economía más grande del mundo, Bolsonaro mirará de manera objetiva y racional el estado de las relaciones China-Brasil”. En todo caso y más allá de su posible alineamiento geopolítico con los intereses de Estados Unidos a nivel global, preocupa sobre manera en Beijing -por su posible efecto cascada- que devendrá del viaje a Taiwan pre-programado por Bolsonaro para el mes de marzo.

Por otro lado, las continuas referencias neonacionalistas expresadas por Jair Bolsonaro durante la reciente campaña electoral vendrían a indicar una tendencia a la revisión de lo que han sido las políticas impulsadas desde Itamaraty durante las últimas décadas. Su lema “Brasil por encima de todo, Dios por encima de todos” se asemeja bastante al “America First” de Donald Trump, y pese a que la política exterior esta minimizada tanto en el discurso como en el programa electoral del actual presidente electo, Bolsonaro defiende en la práctica un cierre de fronteras respecto a políticas migratorias pero una mayor apertura comercial con base en la reducción de aranceles y barreras no arancelarias, así como la firma de acuerdos bilaterales de comercio país a país y no integrados al interior del Mercosur.

Según Luiz Philippe de Orléans e Brangaça, uno de los pocos nombres que aparecen como posibles titulares de la Cartera de Relaciones Exteriores en el futuro gabinete de ministros de Bolsonaro: “Brasil está abierto a los negocios pero cerrado a la influencia (…) Tenemos que cerrarnos a la influencia de Naciones Unidas, de China y de los grandes bloques negociadores de la Unión Europea que tienen a Brasil en sus agendas”.

Así las cosas, incluso en la Alianza del Pacífico, bloque de países de economías abiertas compuesto por países de clara tendencia conservadora, se manifiesta inquietud respecto al impacto en la región del “nuevo” Brasil que presidirá Bolsonaro a partir del 1 de enero del próximo año.

Fuente: Revista La Brecha / Uruguay





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