Por Decio Machado
Publicado en Revista Plan V / Ecuador
El
mito de la caverna es una de las alegorías clásicas que recoge el libro La
República (Politeia), la más conocida e influyente obra de Platón y que fue
considerada por Cicerón como el primer libro de filosofía griega. A través de
la ficticia descripción de unos hombres que desde su nacimiento permanecen
encadenados en las profundidades de una caverna, los cuales carecen de
posibilidad para mirar atrás y comprender cuál es el origen de sus cadenas, una
pequeña hoguera permite reflejar a través del movimiento de su fuego sus
siluetas sobre un muro mediante el cual atisban a ver, entre penumbras, esbozos
de contornos de árboles, animales, montañas lejanas y personas que vienen y van.
Para
Platón, esos hombres encadenados se parecen a nosotros, ya que ni ellos ni
nosotros vemos más que esas sombras falaces que simulan una realidad engañosa y
superficial fruto de una ficción proyectada por la luz de una hoguera que nos
distrae de la realidad.
El
mito de la caverna, entre otras cuestiones, asienta la idea de que existe una
verdad independiente de las opiniones de los seres humanos y la existencia de
permanentes engaños que nos hacen ubicarnos lejos de esta.
En
Occidente tuvo que llegar el movimiento cultural e intelectual europeo llamado
Ilustración, allá por el siglo XVIII, para que la fe, la tradición o la
autoridad del emisor de una información dejaran de ser credenciales suficientes
para que una definición de la realidad tuviera la calidad de hecho fehaciente e
ingresara con éxito al debate público. El Siglo de las Luces fue el surgimiento
de la edad de las ideologías, esas que hoy vuelven a ser nuevamente denostadas
desde los sectores más reaccionarios de nuestras sociedades, momento en el que
se emprende la movilización de las masas para proyectos públicos a través de la
retórica del discurso racional. Sin perjuicio de su inevitable recurso a las
emociones y los sentimientos, lo central pasó a ser que los llamados a la
acción de las opciones políticas de derecha e izquierda se vieron obligadas a
basarse sobre diagnósticos más o menos elaborados respecto al modelo de
sociedad que defendían como sistema ideal para la convivencia común.
Algo
más de dos siglos después todo ese andamiaje racional está quedando hecho trizas.
Explicar el porqué de este hecho tiene que ver con realidades tales como que el
racionalismo en nuestros países nunca dejó de ser elitista, liberal y no
democrático, quedando la participación política en manos de esa “gente experta que
sí sabe”. Fruto de lo anterior, lamentablemente hoy resuena con mayor fuerza
que nunca la idea nietcheriana de que las pasiones, los intereses y los
instintos son dimensiones de la vida humana más básicas que la razón para
motivar nuestra creencias. Sería Antonio Damásio, un médico neurólogo de origen
portugués precursor de la neurociencia, quien nos diría que Descartes se
equivocó, pues no es “pienso, luego existo”, sino “siento, luego existo” el
quid de la cuestión.
El
protagonismo actual de la política de la posverdad, eufemismo que busca
sustituir el término de “mentira emotiva” por uno más afable, está vinculado a
varios elementos clave: la crisis actual del capitalismo, el cual fruto de un
proceso de acumulación salvaje, está haciendo que entre las grandes mayorías la
desigualdad y la incertidumbre respecto al futuro sean los grandes fantasmas
que hoy recorren el mundo; el desarrollo acelerado de las nuevas tecnologías de
información y comunicación, las cuales en su versión negativa están permitiendo
que en las redes sociales se transformen en una formidable herramienta para la
transmisión de falsedades; la más que justificada perdida de autoridad de los
medios de comunicación, los cuales históricamente fueron el eje discriminador
entre la verdad de la mentira; y la expansión del anti-intelectualismo a nivel
global, lo que se da de forma sorprendente en el marco de una sociedad a la que
llaman del conocimiento.
Es
así que en el mundo de la posverdad, ese mundo en el que los hechos objetivos
tienen menos influencia que las apelaciones a las emociones y a las creencias
personales, algo que aparenta ser verdad se convierte en un elemento más importante
que la propia verdad para el común de los mortales.
Si bien
la negación de los hechos y el engaño no son nada nuevo en la política, en 1986
Ronald Reagan admitió que había intercambiado armas por rehenes con Irán tras
haber negado mil veces en los meses anteriores ese hecho, actualmente la expresión
“noticias falsas” se ha convertido en un elemento ubicuo hasta el punto de que
se utiliza de forma acusatoria para denunciar o menospreciar cualquier hecho
incómodo. En 1992 el dramaturgo serbio-americano Steve Tesich escribió un
ensayo publicado en The Nation donde se indicaba, tras las revelaciones del
caso Watergate y las atrocidades realizadas por el ejército estadounidense en
Vietnam, que la sociedad norteamericana había asumido una postura despectiva
respecto a las verdades incómodas: “llegamos a equiparar la verdad con las
malas noticias (…) pedimos a nuestro gobierno para que nos proteja de la
verdad”.
El
ejemplo actual más palpable de política de la posverdad se evidencia en la
figura del actual presidente estadounidense Donald Trump, quien durante su
campaña electoral etiquetó con éxito en sus redes sociales noticias reales y
verificadas con noticias falsas por forma claramente intencional, algo que
hasta no hace mucho tiempo era moralmente inaceptable.
En
Ecuador, como siempre algo más tarde, también llegó la política de la
posverdad. Es así que durante el régimen anterior asistimos a un amplio abanico
de mentiras, las cuales abarcaron desde como el país había entrado en la
carrera espacial hasta como caminábamos hacia el competir con las mejores
universidades del mundo, todo ello sin olvidar la execrable parodia económica
sobre el jaguar latinoamericano. Por otro lado y entiendo que el control de la
información es poder, asistimos de igual manera a como desde el poder político
se articuló una batalla sin cuartel contra unos medios de comunicación que
tampoco es que fueran baluartes de transparencia y profesionalidad informativa,
generándose en los medios públicas una copia del mismo malhacer tendencioso
informativo existente en los medios privados.
Como
toda acción conlleva reacción y pese a que los blogs no convencionales de
información periodística personifican la democratización de los medios, la llegada
de la posverdad generó múltiples plataformas internautas que muestran la cara
más aterradora de la intoxicación informativa: noticias falsas, información
manipulada y tendenciosas sobre los procesos de investigación respecto a casos
de corrupción, acusaciones no comprobadas sobre políticos de uno y otro lado, así
como aseveraciones tendenciosas y mal intencionadas sobre personalidades e instituciones
públicas. Todo ello posicionado sin pudor a través de múltiples estrategias de
viralización en redes sociales.
Así
las cosas, la mala información -en el contexto de la lucha por el poder- nos
están metiendo en la mayor crisis moral de nuestro tiempo. La abundancia de
noticias falsas en la era de la posverdad, tanto en Ecuador como el conjunto
del planeta, suponen un daño irreparable a los fundamentos del orden
democrático, y es por ello que algunos autores ya están hablando de un nuevo
momento post-democrático. Mientras se agudizan las polarizaciones, se corrompe
la integridad intelectual y se daña el ya más que deteriorado tejido
democrático global, van articulándose campañas de odio regionales como la
conocida “Con mis hijos no te metas”, basadas en atropellar los derechos de los
demás bajo estrategias de posverdad, a la par que se posicionan nuevas figuras
políticas con aspiraciones presidenciales de perfil protofascista como la de
Jair Bolsonaro en Brasil.
Ante
tal situación, tanto gobiernos como empresas tecnológicas deben enfrentar
nuevos retos destinados a generar herramientas tecnológicas mejoradas que
permitan comprobar los hechos e informaciones que son posicionados en Internet.
Un ejemplo de esto es el incipiente proyecto PHEME, en el que participan varias
universidades y empresas europeas, mediante el cual se busca desarrollar un
software que sirva como detector de mentiras en tiempo real en las redes
sociales.
Por
otro lado, se hace cada vez más necesario una mayor presencia pública de la
comunidad científica y más diálogo entre el ámbito del conocimiento y los
responsables de elaborar políticas públicas, intentando evitar así que la
retórica sin fundamento se imponga a los hechos.
En
ambos casos, se trata de articular medidas que surgiendo desde la sociedad
misma se impongan sobre las iniciativas articuladas desde los estados basadas
en el control de la información, siendo conscientes del especial interés por
parte de los gobiernos de mantener el poder estableciendo mecanismos de censura
y el bloqueo de páginas web.
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