A un año de las próximas elecciones presidenciales en Brasil, con
el actual presidente Michel Temer en la cuerda floja y el establishment
político muy deslegitimado socialmente, ¿cuál es el escenario electoral
brasileño tras la condena de Lula da Silva?
Me parece un escenario totalmente imprevisible. No
sólo Lula está acusado y puede ser sacado de la contienda electoral sino
también Aecio Neves, uno de los más importantes dirigentes del PSDB, el partido
que siempre se presenta como alternativa al PT.
Lo que sucede en Brasil es que estamos ante el fin de
un ciclo mucho más extenso que el ciclo progresista, y que afecta a la
democracia pos dictadura y a la Constitución de 1988, o sea todo el entramado
legal creado para la nueva democracia. El gran problema es que se sabe que el
sistema no funciona pero no hay la menor claridad de qué debe sustituir a lo
actual.
En este escenario las elecciones de 2018 son un tema
menor. Si no compite Lula, puede ganar cualquiera. Pero si compite, también
puede suceder lo mismo porque Lula tiene mucho apoyo pero también mucho
rechazo. En mi opinión, no habría que despreciar la candidatura de Marina Silva
ni la de Ciro Gomes, ya que ambos pueden beneficiarse de la ausencia de Lula.
La primera porque viene del PT aunque este partido la haya atacado muy
duramente en el pasado reciente. Gomes puede ser indicado por Lula como su
candidato preferido pro cercanía política.
En la
sentencia del juez Sergio Moro se indica que Lula participó conscientemente del
esquema criminal e inclusive tenía consciencia de que los directores de
Petrobras utilizaban sus cargos para recibir ventajas indebidas en favor de
agentes políticos y partidos políticos. ¿Cuál es tu opinión sobre estas
complicidades entre la función pública, la política institucional y las
empresas públicas y privadas en Brasil bajo un gobierno referencial del llamado
ciclo progresista?
Hay una evidente relación entre empresas privadas y
política ya que financian las campañas de todos los partidos. El problema es
que consideran ese apoyo como una inversión que les retorna luego mediante la
concesión de obra pública, por eso las constructoras son las más beneficiadas.
Se calcula que por cada real que invierten en
campañas electorales les retornan siete, o sea es una “inversión” muy
lucrativa, propia de un período de acumulación por despojo. En realidad, la
relación empresas-Estado forma parte de esa lógica de acumular robando,
despojando a la población.
Lula no tuvo la menor intención de reformar este
sistema corrupto, sino que se montó encima y lo cabalgó hasta que la justicia
empezó a actuar. Muchos analistas brasileños creen que la operación Lava Jato
es necesaria, más allá de cómo está siendo conducida, porque debe limpiarse
todo ese mundillo de corrupción. En algunos países, como Uruguay, el Estado
financia las campañas aportando dinero según los votos recibidos, lo que no
impide que haya aportes privados pero deben ser muy transparentes y no superar
ciertos límites.
Durante
este proceso judicial el juez Sergio Moro llegó a decirle a Lula "no importa
cuan alto esté usted, la Ley siempre estará por encima de usted". Sin
embargo sobre Moro recae la sospecha de que sus sentencias suelen tener fuertes
connotaciones políticas, lo que motiva que aproximadamente la mitad de estas
posteriormente no sean ratificadas por las instancias judiciales superiores.
¿Crees que este proceso contra Lula se enmarca en la independencia del Poder
Judicial respecto al Ejecutivo o existen intereses políticos a nivel nacional y
global que han condicionado dicha sentencia?
Es posible que algunos jueces como Moro estén
utilizando la corrupción contra Lula. No lo tengo claro y carezco de las
informaciones imprescindibles para hacer una valoración seria. Pero acuerdo con
Guiseppe Cocco en el sentido de que la izquierda reacciona de forma ideológica
sin aportar nada relevante, diciendo que todo lo que la perjudica es una
maniobra de la derecha o del imperialismo, lo que coloca el debate en un nivel
demasiado bajo.
Aún sin descartar que algunos jueces utilicen la
operación Lava Jato contra Lula, me llama mucho la atención de que no se alzan
las voces cuando se procesa a Marcelo Odebrecht, a políticos bien importantes
en Brasil o a dirigentes del PT, y el gran lío se arma cuando le caen a Lula.
Es como si hubiera una línea roja que no se puede pasar, lo que es poco
consistente. No alzaron la voz cuando el condenado fue nada menos que José
Dirceu. No reconocen la corrupción cuando hay más de 140 condenados. Y resulta
evidente que para Brasil el ataque
Odebrecht es mucho más demoledor que el ataque a Lula, porque es la
empresa que controla los proyectos militares decisivos para la independencia
nacional, como el submarino nuclear.
Si
esta sentencia es ratificada en segunda instancia y por lo tanto Lula
inhabilitado para presentarse como candidato del PT en los comicios
presidenciales de octubre del 2018, ¿consideras que puede haber un efecto
dominó en Argentina y Ecuador donde sus ex mandatarios progresistas también
están éticamente cuestionados?
No creo. En Argentina se juegan otras cosas y en
Ecuador la cuestión central es la alianza con China. En el caso de Brasil, la
cuestión de PT ni siquiera me parece relevante desde el punto de vista de la
región y de los intereses de Estados Unidos. Lo central es el proyecto de crear
un complejo industrial-militar autónomo, con acuerdos tecnológicos con países
europeos como Francia y Suecia, y abierto a la cooperación con Rusia. Ese sí es
un problema mayor para la dominación imperialista en su patio trasero, mucho
más grave que cualquier política económica o el tan manido combate a la pobreza
que no molesta en absoluto ni al imperio ni a la derecha.
¿Cuál es el impacto político y
económico de la crisis brasileña sobre la Región?
Tremendo. Los proyectos de integración ligados a la
UNASUR, como el COSIPLAN centrado en las obras de infraestructura, o el Consejo
Suramericano de Defensa, fueron pergeñados por Brasil y no pueden seguir
adelante sin el empuje de ese país. Se trata de los dos proyectos más
importantes desde el punto de vista estratégico. Uno consigue armar una red de
infraestructuras que interconecta todos los países pero sobre todo el Atlántico
y el Pacífico, lo que es decisivo para el comercio internacional con China.
El proyecto de integración militar, que apenas
consiguió avanzar unos milímetros, era la base material de la integración ya
que estaba destinado a darle forma a un defensa continental sudamericana que
evidentemente ponía en aprietos al Pentágono.
Dentro de este esquema la alianza Brasil-Argentina
conseguía la masa critica necesaria para viabilizar todo el proceso de
integración. Pero cuando todo el proyecto se pincha, o sea a raíz de las
derrotas del progresismo, ya la integración estaba estancada por
contradicciones insalvables, en particular por la ambición brasileña de diseñar
la región en función de sus intereses nacionales estrechos.
En
este momento de decadencia del llamado ciclo progresista en el subcontinente,
¿cómo visualizas el futuro político inmediato de la Región?
La región va a la deriva y además muy fragmentada. Se
han roto los más elementales consensos y cada sub región marcha por su lado. En
este clima hay quienes negocian tratados con la Unión Europea, como el
Mercosur, mientras la Alianza del Pacífico tiene cada vez menos interés por la
nueva política de la Casa Blanca. Además surge una fractura en la región entre
los países más volcados hacia China, como sugiere Oscar Ugarteche, y los más
volcados hacia Estados Unidos. Esta es una cuestión material y estructural, no
ideológica, que las izquierdas no consiguen comprender.
Veamos el caso de Macri. Es un presidente de derecha,
muy ligado a Washington, pero sin embargo renovó y profundizó los lazos con
China que se apresta a financiar incluso centrales nucleares. En Beijing, Macri propuso que Argentina deje de ser
granero del mundo para convertirse en supermercado del mundo y agregarle de ese
modo valor a las materias primas. Es una política que no podría nunca encarar
con Estados Unidos o la Unión Europea, más allá de que sea o no realista y
sincera la propuesta.
Tras
un ciclo de luchas populares comprendido entre 1989 y 2006 que conllevó la
caída de diez presidentes en diferentes países de América Latina y que permitió
el acumulado para el posterior triunfo electoral de los partidos que han
comandado este período de ciclo progresista en la Región ¿Cómo ves hoy la
capacidad de movilización de los movimientos sociales regionales, sus
potencialidades y sus crisis internas?
Los movimientos están ante una encrucijada, al igual
que las izquierdas. Por un lado se han debilitado, en gran medida por las
propias políticas de los gobiernos progresistas que lanzaron políticas sociales
que afectan a las bases sociales de los movimientos. Pero lo fundamental es que
han formado parte hasta ahora del entramado político-ideológico de las
izquierdas, al punto que en algún momento se hablaba de la izquierda social
(los movimientos) y la izquierda política (los partidos).
Esto ya es así, aunque aún son muchos los militantes
que lo piensan de esa manera, ni qué hablar de los intelectuales que siempre
van detrás de los procesos y los entienden luego de que se han consolidado las
tendencias. La cuestión es que si los movimientos pretenden sobrevivir y jugar
un papel activo en los cambios en curso, que no dominan ni ellos ni los
partidos, deberán emanciparse de la tutela “política”, lo que supone un hondo
viraje que coloque las cosas en su lugar: los partidos son parte de las
instituciones y del entramado estatal, mientras los movimientos son los sujetos
de los cambios si consiguen interpretar a las sociedades que se mueven.
El paradigma de esta realidad es Brasil, donde en la
década de 1970 y comienzos de los 80 surgen casi al mismo tiempo el PT, la CUT
y el MST. En los hechos, el PT y dirigentes como Lula jugaron un papel de
tutela del conjunto, de esa santísima trinidad partido-movimiento-Estado, sin que
nadie la cuestione. En mi opinión, si movimientos muy valiosos como el MST no
consiguen emanciparse del PT, terminarán arrastrados por su debacle ética,
primero, y política, después. Ya estamos de lleno en la parte final de la
segunda fase que es la desarticulación del PT como actor político con alguna
influencia en la sociedad. Por eso deben salirse de esa santa alianza, algo que
parece no están dispuestos a hacer. Sería muy penoso que lo hicieran después de
que Lula esté preso y no pueda ser candidato, lo que llevaría al PT a
convertirse en un enano político. En ese caso, jugarán el papel de víctimas que
es el preferido de las izquierdas y los movimientos cuando los atenaza la
impotencia.
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