Por Decio Machado / Director Ejecutivo de la Fundación ALDHEA
Revista La Brecha
El
pasado 4 de septiembre, la canciller ecuatoriana María Fernanda Espinosa
anunciaba que los equipos negociadores del gobierno colombiano y la guerrilla
del Ejército de Liberación Nacional (ELN) habían alcanzado un acuerdo de cese
al fuego bilateral y temporal, al que se le denominó Acuerdo de Quito.
La
tregua negociada se extenderá entre el 1 de octubre y el 9 de enero del año próximo,
lo que implica que ni representa el definitivo fin del conflicto ni se
entregará las armas por parte de la guerrilla. Durante el período en curso
hasta la fecha de inicio de este transitorio alto el fuego, se prepararán todos
los protocolos –que son bastantes y complejos- que permitirán mecanismos de
información mutua en los territorios en conflicto buscando minimizar los riesgos
de ruptura del acuerdo que deberán ser consensuados entre las partes, se
procederá con el aterrizaje de los veedores de Naciones Unidas que procederán
con la supervisión en campo del proceso y terminará de definirse en su
integridad el rol de la Iglesia católica respecto a estas negociaciones.
Los
Acuerdos de Quito implican, más allá de la cese transitorio de hostilidades
mutuas, que la guerrilla no atente durante este período contra ninguna infraestructura
del país incluidos sus oleoductos, no se siembren más minas antipersonales y se
deje de reclutar menores por debajo de las normas del Derecho Internacional
Humanitario. Por su parte, el gobierno colombiano se compromete a fortalecer y
reforzar la legislación que regula lo que se conoce como alertas tempranas, un
sistema previsto para proteger a los líderes civiles y sociales, desarrollando
también un programa de carácter humanitario con relación a la población
carcelaria de militantes elenos –aproximadamente
medio millar de reclusos-, asistiendo de forma adecuada a quienes necesiten un
tratamiento sanitario especial o a quienes tienen enfermedades terminales, así
como la reubicación más cercana de los presos respecto a sus familias y su
protección al interior de los penales. Más allá de lo anterior y teniendo en
cuenta que ya existe una ley recientemente aprobada que hace referencia a la
amnistía e indulto para presos de las FARC, esta se amplía para los miembros
del ELN, rebajándose y despenalizándose ciertos tipos penales asociados a la
protesta social.
El
acuerdo contempla un espacio de tres semanas destinado para que quienes
negociaron en nombre de la guerrilla vayan a los correspondientes frentes de
guerra a explicar el contenido de lo firmado en Quito y las condiciones de la
tregua. Esto es consecuencia de que a diferencia de las extintas Fuerzas
Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), donde secretariado de esta
organización guerrillera daba una orden y esta se cumplía sin discusión, el ELN
funciona como una especie de federación de frentes en combate donde se
consensuan los acuerdos de manera más horizontal pese a su estructura militar.
En
paralelo, gobierno y guerrilla acordaron ampliar el período de negociaciones, las
cuales entraran en su cuarto ciclo a partir del 25 de octubre. De hecho, está
previsto que al final de este primer período de cese de hostilidades se proceda
con una evaluación de cómo ha avanzado la agenda de negociaciones con base en
prorrogar por más tiempo la tregua.
¿Qué es el ELN?
El
ELN nació en 1964, casi a la par que las FARC, inspirándose en una ideología
que mezcla cristianismo, marxismo inspirado en la revolución cubana y
nacionalismo radical.
Sus
orígenes reales datan de un par de años antes, cuando cinco estudiantes
colombianos viajaron a La Habana para estudiar en condición de becados. Allá
fue fundada la Brigada José Antonio Galán, a la cual se unirían un año después
varios sacerdotes vinculados a la Teología de la Liberación. Dos de ellos,
Camilo Torres (1929-1966) y Manuel Pérez (1943-1998), se convertirían en las
figuras más emblemáticas de la historia del ELN.
Las
acciones armadas del ELN comenzaron a primeros del año 1965, siendo la
guerrilla prácticamente desarticula en octubre de 1973 -durante la presidencia
de Pastrana Borrero- consecuencia de una ofensiva militar a gran escala
denominada Operación Anorí. Pasaría una década para que el ELN tuviera
capacidad de comenzar a rearticularse bajo la dirección del sacerdote español
Manuel Pérez, convirtiéndose a partir de ahí en el segundo grupo insurgente más
importante del país hasta el armisticio de las FARC.
Según
la Fundación Paz y Reconciliación, los más de dos mil combatientes actuales del
ELN están distribuidos a lo largo de 51 municipios en 11 departamentos
colombianos. En este sentido, el anuncio del cese del fuego entre ejército y
guerrilla significará un gran alivio para las regiones del norte de Santander,
Chocó y Arauca, donde se concentra con mayor virulencia el conflicto entre la
última guerrilla que queda en Colombia y las fuerzas armadas.
Origen del proceso de
diálogo
El
ELN ya había mantenido conversaciones con gobiernos previos al de Juan Manuel
Santos. Concretamente durante la presidencia de César Gaviria en la década de
1990, fue cuando se iniciaron los primeros contactos en Caracas en 1991,
procediéndose a los Diálogos de paz de Tlaxcala (México) en ese mismo año. Los
intentos de negociación con el gobierno tuvieron también lugar durante la
gestión de Pastrana, mediante el Acuerdo Puerta del Cielo de 1998 firmado en
Maguncia (Alemania) y la reunión de Ginebra realizada en el año 2000; e incluso
con el gobierno del ultraderechista Álvaro Uribe, mediante una primera reunión
que tuvo lugar a finales del 2005 y a la cual se siguieron tres sesiones más en
el transcurso del 2006, finalizando el proceso en agosto del 2007 tras otro
encuentro en territorio caribeño donde participarían el presidente cubano Raúl
Castro y el nobel de literatura Gabriel García Márquez.
El
actual proceso de negociación inicia en marzo del 2016, pasados tres años desde
que comenzarán las conversaciones con las FARC que culminaron con el Acuerdo
para la Terminación Definitiva del Conflicto, firmado en Bogotá el 24 de
noviembre de 2016.
Históricamente
el ELN ha tenido un componente político mucho más marcado que las FARC, pese a
que los segundos superaran en cuatro veces la capacidad operativa militar de
los primeros. Esto implicó que pese a que el inicio de conversaciones
exploratorias fuese anunciado por Juan Manuel Santos durante su campaña electoral
para la reelección de 2014, estas no hayan terminado de cuajar hasta tres años
después.
Los
primeros diálogos se celebraron en Ecuador y Brasil, de forma alterna, si bien
Venezuela, Noruega, Chile y Cuba también han acompañado el proceso. Desde hace
meses la agenda de negociación quedó pactada, teniendo cierto parecido a lo que
se estableció en su momento con las FARC, aunque en este caso el gobierno
colombiano tuvo que ceder respecto a los reclamos insurgentes de participación
ciudadana.
La
agenda de diálogos contempla seis puntos en discusión: la ya señalada
participación de la sociedad, la democracia para la paz, el asunto concerniente
a víctimas, las transformaciones para la paz, el ámbito concerniente a la seguridad
para la paz y dejación de las armas, así como las garantías para el ejercicio
posterior de la acción política.
Establecer
a Quito como sede principal de las negociaciones es fruto de la negativa
gubernamental a las iniciales peticiones guerrilleras, las cuales contemplaban
que dicha negociación se estableciese fundamentalmente en Caracas.
Pero
llegar a los Acuerdos de Quito implicó también un proceso de disputas al interior
del ELN, donde las posiciones más dialogantes en el Comando Central (COCE) se
han impuesto frente al sector más beligerante. Así, las posturas de Nicolás
Rodríguez Bautista, alias Gabino, primer comandante del ELN, junto a las de
Israel Ramírez Pineda, alias Pablo Beltrán, tercero en la línea de mando y jefe
de la comisión negociadora, consiguieron frenar a los sectores más escépticos y
las posiciones duras encarnadas en el Frente de Guerra Occidental y el Frente
de Guerra Oriental.
En
todo caso, existe un halo de dudas sobre la consistencia del acuerdo. Al
respecto, Jorge Restrepo, director del Centro de Recursos para Análisis del
Conflicto, indica: “es muy difícil que este tipo de acuerdo tan desestructurado
se verifique y se cumpla, ofrece mayores riesgos para la población civil, para
quienes hagan la verificación y para la misma guerrilla”. Respecto a los
riesgos asumidos por el ELN, el comandante Pablo Beltrán también advertiría:
“el paramilitarismo es una sombra que se mantiene en gran parte del territorio
dejado por FARC, y quedarse quieto para la guerrilla representa un riesgo aún
mayor”. Cabe señalar en este sentido,
que el propio gobierno ha reconocido que en las áreas dejadas atrás por las
FARC se ha incrementado notablemente la actividad de diversas bandas
delincuenciales y el paramilitarismo.
La
solidez ideológica del ELN ha implicado que, a diferencia de lo sucedido
durante las negociaciones con las FARC, no se aceptase ninguna medida
unilateral por parte de la guerrilla, tal y como intentó inicialmente el
gobierno requiriéndoles un cese unilateral de las actividades insurgentes. De
hecho el compromiso guerrillero ni siquiera pasa por la liberación de sus
secuestrados –en la actualidad cuatro personas vinculadas al sector comercio y
ganadero-, quedando este asunto agendado para el siguiente paso en el proceso.
En
todo caso y más allá de la larga historia de negociaciones entre el Estado
colombiano y la insurgencia elena, es
la primera vez que desde que se fundó el ELN se firma un documento con el
gobierno. En eso tuvo mucho que ver las presiones del Papa Bergoglio, quien
visitaría el territorio colombiano inmediatamente después para expresar su
apoyo al proceso.
La reconversión de
las FARC
La
firma de los Acuerdos de Quito se da en paralelo a la puesta en escena del
partido político conformado por las antiguas Fuerzas Armadas Revolucionarias de
Colombia, las cuales manteniendo las manteniendo sus siglas FARC, pasan a
denominarse Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común. El modelo no es nuevo
en este país cafetero, recordando el proceso del Ejército Popular de Liberación
(EPL) que pasó a denominarse Esperanza, Paz y Libertad, o el referente al M-19
que tras la firma de paz optó por la denominación Alianza Democrática M-19.
Difícil
es pensar que las estigmatizadas FARC puedan tener un apoyo relativamente
amplio en el área urbana, centrándose estratégicamente este nuevo partido en
movilizar el voto rural de un campesinado históricamente excluido. Con base en
lo anterior, cabe recordar que en aproximadamente el 10% de los 1.123
municipios que componen el Estado colombiano la política local ha estado
controlada por los farianos durante
décadas.
Pese
a que el gran reto de las refundadas FARC debería estar enmarcado en el cambio
de imagen, en la actualización de sus discursos, en conformarse orgánicamente
de la forma más horizontal posible y en presentar nuevas vocerías ante la
deslegitimación social de su antigua comandancia, las tesis que se impusieron
en su congreso fundacional fueron las de perfil más ortodoxo y de connotaciones
marxista-leninistas. Siendo serios, tras seis décadas de conflicto civil armado
el pueblo colombiano reclama en estos momentos menos consignas revolucionarias
y mas propuestas políticas enfocadas a solucionar problemas como el desempleo,
la baja calidad de la salud y la educación, la pobreza, la delincuencia o
enorme lacra que supone la corrupción institucional.
Si se
hubiera que ubicar un perdedor en este congreso, este sería Rodrigo Londoño,
alias Timochenko, quien propuso sin éxito el nombre de Nueva Colombia para la
extinta guerrilla y un modelo de partido que se dirigiera al país “sin dogmas,
sin sectarismo, ajeno a toda ostentación ideológica y con propuestas claras y
sencillas”. Sin embargo, las tesis auspiciadas por el que fuera el número uno
durante la última etapa de las FARC guerrilleras fueron derrotadas, no por su
dirección, sino por sus bases.
Como
parte de los acuerdos de paz, las nuevas FARC disponen de 10 curules asegurados
en el próximo Congreso que será electo en marzo del año que viene. Nombres de
la antigua comandancia tales como Victoria Sandino, Pablo Catatumbo, Pastor
Alape, Carlos Antonio Lozada o Iván Márquez –el gran triunfador en esta
convención-, figuran como precandidatos para ocupar estos escaños. En
definitiva, ausencia de caras y voces nuevas para afrontar este supuesto nuevo
renacer.
El
desmarque respecto a las nuevas FARC de la izquierda política colombiana se
evidenció a través de su no asistencia al congreso. Ninguno de los múltiples
precandidatos presidenciales del progresismo asistió al acto, tampoco ninguno
de los dirigentes de los partidos políticos de centroderecha que respaldaron en
su momento los acuerdo de paz. Tan solo asistió un representante de la precandidata
presidencial progresista Clara López para leer un comunicado en su nombre.
En
paralelo y fruto de las limitaciones que impuso la Corte Constitucional al
mecanismo de fast-track (vía rápida)
para aprobar las leyes de la paz en el Congreso, las legislaciones sobre
desarrollo rural, participación política y reforma electoral que deben
establecerse tras estos acuerdos de paz están sufriendo importantes
modificaciones conceptuales en un Legislativo. Allá, los curules conservadores
se envalentonaron tras los resultados negativos del plebiscito realizado el año
pasado sobre dichos acuerdos.
En
todo caso, lo que se visualiza en todo sondeo de opinión realizado durante el
presente año en Colombia, es que sorprendentemente la implementación de los
acuerdos de paz no está entre las prioridades políticas de la ciudadanía.
Mientras,
en las zonas de la Colombia rural que fueron antiguos escenarios de guerra, ex
guerrilleros desmovilizados que formaron parte de los frente farianos no dejan de ser asesinados por
sicarios contratados por terratenientes, caciques políticos locales y bandas
criminales. Oficialmente el Estado contabiliza ya una docena de asesinatos de
ex combatientes y otra cifra similar de víctimas entre sus familiares, a lo que hay que añadir que según el Defensor del Pueblo en Colombia fueron
asesinados en total 186 líderes sociales desde enero de 2016 hasta el 5
de julio pasado.
Respecto
a las disidencias –quienes no aceptaron el acuerdo de paz- al interior de las
FARC, el gobierno colombiano registra según sus últimos cálculos un número
aproximado a 400 combatientes que se conforman en varias estructuras ilegales
ubicadas principalmente en ocho diferentes departamentos (provincias) del país:
Nariño y Cauca en la zona suroccidental, y Caquetá, Meta, Guaviare, Vichada y
Vaupés en la zona suroriente. Según Eduardo Álvarez Vanegas, vocero de la
Fundación Ideas para la Paz, resulta significativo que estas disidencias no estén
agrupadas bajo la estructura de control de un mismo comandante, lo cual podría
desembocar en su futura conversión en nuevas bandas criminales emergentes (bacrim).
El discurso posconflicto ante la próxima
campaña electoral
A
seis meses de que se realicen las elecciones legislativas y nueve de la
presidencial, todo parece indicar que el país electoralmente de nuevo se
polarizará en torno a las posiciones a favor o en contra de los acuerdos de
paz.
En
el ámbito de la derecha es de prever que según vaya acercándose el proceso, las
múltiples precandidaturas actualmente existentes terminen por converger en básicamente
dos candidatos fuertes. Estos serían Vargas Lleras y quien designe finalmente
Álvaro Uribe en complicidad final con el Partido Conservador de Andrés
Pastrana.
En
el caso del primero, quien en la actualidad funge como vicepresidente de la
república, sus estrategias electorales se articulan en torno a la crítica
parcial a los acuerdos de paz articulados por Santos, el pacto con diversos
segmentos de la clientelar política local y regional que ya le han manifestado
su apoyo, el cuestionamiento al gobierno de Maduro y una irrisoria alerta
social a que Colombia no se convierta en una nueva Venezuela, para terminar
reclamando un pacto con los sectores empresariales más reaccionarios que sienten
como amenaza la Justicia Transicional derivada de los acuerdos de paz. Por su
parte el uribismo, más allá de quien termine siendo su candidato –existen en la
actualidad cuatro precandidaturas distintas al interior de Centro Democrático-,
la estrategia se basa en posicionar la idea de que Santos entregó el país a las
FARC, generando alarma en un empresariado rural al que se les dice que sus
tierras terminaran siendo entregadas a los excombatientes guerrilleros
desmovilizados, potenciando a su vez los llamados valores morales más
reaccionarios en una sociedad sumamente conservadora como lo es la colombiana.
En
lo que respecta a los sectores políticos que van desde el centro hacia la
izquierda, fieles a su tradición divisionista, en la actualidad presentan un
fraccionamiento en al menos tres bloques: los Progresistas de Gustavo Petro, lo
que conforma el entorno al nuevo partido de las FARC y por último, la coalición
entre la Alianza Verde de Claudia López,
Compromiso Ciudadano de Sergio Fajardo y el Polo Democrático del senador
Jorge Robledo. Queda pendiente ver como se solucionarán las izquierdas este
fraccionamiento para intentar converger en torno a una sola candidatura.
En
todo caso, lo que falta hasta mayo del 2018 vendrá marcado por la disputa entre
estas dos amplias facciones que determinarán posiblemente una segunda vuelta
presidencial, pasando la centralidad política de la lógica decimonónica
izquierda vs derecha, para situarse en el eje derivado del posconflicto.
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