Aprovechando de la presencia del periodista y analista político Decio Machado en Bogotá, uno de los fundadores del periódico Diagonal y coautor junto a Raúl Zibechi del libro “Cambiar el mundo desde arriba. Los límites del progresismo”, la revista estudiantil Oveja Negra realizó la siguiente entrevista a finales del pasado mes de noviembre.
Por Ángela Pastor
Donald Trump en la Casa Blanca ¿Cómo nos explicamos esto?
Primero algunos clásicos griegos, luego Hegel y finalmente Bertalanffi en su teoría general de sistemas ya indicaron aquello de que todo tiene que ver con todo. Explicar el fenómeno Trump pasa por entender la crisis del neoliberalismo en EEUU; la crisis de representatividad política existente tanto en el Partido Demócrata como en el Republicano; las expectativas de cambio que ya con la elección de Obama se explicitaban por gran parte del electorado estadounidense y que han sido sistemáticamente ignoradas; la crisis de un sistema diseñado única y exclusivamente para beneficiar al 1%; las lógicas derivadas de la salida dada a la crisis del 2008 y las tensiones que genera el nuevo orden internacional existente tras la emergencia de determinadas economías en el marco de la globalización.
Hablando estrictamente de lo que pasa en los Estados Unidos, cabe destacar que el estancamiento de la capacidad adquisitiva de sus trabajadores es un hecho que se prolonga desde el año 1973 y que la deuda pública de este país se ha duplicado hasta llegar a la cuota de 300% de PIB. En paralelo la proporción sobre el PIB del sector del capital especulativo, ya sea este financiero, de seguros o inmobiliario, es hoy mayor que la del sector industrial. Así las cosas, la clase trabajadora estadounidense se muestra cansada de un sistema que desde hace décadas ya no les beneficia.
A pesar de lo que a nosotros desde fuera de los Estados Unidos nos pueda parecer Trump, los últimos avances en aplicación de técnicas neurocientíficas permiten entender que los votantes no utilizan la razón, sino la emoción y los sentimientos a la hora de determinar sus opciones electorales. En el marco de este deterioro económico y sumado el hecho de que la política tradicional se ha ido convirtiendo en una payasada, un tipo como Donald Trump ha venido a demostrar que los parámetros tradicionales de la política electoral estadounidense ya no están esculpidos en piedra.
¿Según tú las presidenciales de Estados Unidos fueron un circo?
La composición, aún en marcha de lo que será la administración Trump marca el camino de lo que va a ser la nueva agenda económica estadounidense: bajada de impuestos a la clase media, desmontar la ley Dodd-Frank que buscaba articular cierta regulación sobre los grandes emporios financieros tras la crisis subprime y una nueva etapa proteccionismo que conllevará algunas guerras comerciales con otros países y bloques regionales.
Dentro del patio de comedias en que se ha convertido la política gringa podemos ver en la actualidad como Goldman Sachs, uno de los bancos más importante del planeta, ha pasado de ser el más odioso aliado de Hillary Clinton a convertirse en una de las canteras de lo que será el nuevo gobierno de Trump.
En resumen, mientras durante la campaña electoral Trump acusaba a la candidata del Partido Demócrata de favorecer a las grandes empresas y a las mafias de Wall Street en detrimento de las medianas y pequeñas compañías, a la hora de la verdad vemos como la nueva administración no significará más que una vuelta al liberalismo económico clásico, nada nuevo en Estados Unidos, aunque eso sí, ahora con cierto énfasis en el nacionalismo comercial.
¿No generará un caos económico mundial una nueva era de aislacionismo comercial estadounidense?
La teoría del caos tiene un carácter multidisciplinar y genera conductas complejas e impredecibles pero que derivan en ecuaciones o algoritmos bien definidos matemáticamente.
Estados Unidos ha aplicado políticas proteccionistas desde los orígenes de su historia y para el subconsciente colectivo de sus ciudadanos, fueron los altos aranceles establecidos durante el siglo XIX los que permitieron su revolución industrial y eje motriz que les convirtió en potencia mundial. En este sentido el discurso de Donald Trump ha sido de corte clásico y eso de hacer a “América grande otra vez” se resumen en un imaginario de protección de industrias consideradas estratégicas, desarrollo de industrias emergentes, fomento de la reindustrialización y vuelta de las empresas en el exterior con el consiguiente crecimiento del empleo nacional. En definitiva y siguiendo las simplistas tesis trumpianas, bastaría con repetir esa política para conseguir los mismos efectos en el actual momento de globalización económica.
El caos al que haces referencia no creo que vaya a derivar de las políticas de Trump, sino que más bien serán el fruto del desequilibrio económico actualmente existente en el sistema mundo. Desde la crisis del 2008 estamos asistiendo a un aumento imparable de la deuda global, hablamos de un monto aproximado a 200 billones de dólares, tres veces el tamaño de la economía global. Sin embargo, la capacidad de endeudamiento en las economías capitalistas están vinculadas a sus niveles de competitividad y crecimiento, ambos indicadores en cuestión en la economía global en su momento actual.
¿Y China?
Pues China más de lo mismo. Su economía representa el 17% de la economía global y su deuda total china, la pública más la privada, alcanza ya cuotas del 270% de su PIB. El endeudamiento privado chino, sostenido en muchos casos por más de seis mil bancos subterráneos cuyos préstamos ocultos no forman parte de los balances de préstamos del sistema financiero convencional, se eleva a unos dos billones de dólares, es decir, cinco veces más que el volumen de préstamos de alto riesgo que tenía Estados Unidos al comienzo de la crisis subprime.
¿Cambiarán las tendencias en la geopolítica estratégica mundial tras la elección de Trump?
Eso ya es un hecho ¿no te parece una novedad que un presidente estadounidense haya sido elegido con el apoyo indirecto de Rusia o de WikiLeaks?
Cambiando de tema y yendo a cuestiones más cercanas. ¿El deterioro de los gobiernos progresistas en América Latina, el estancamiento electoral de Podemos en España o el giro del gobierno de Tsipras en Grecia vienen a significar una nueva crisis de la izquierda?
Según Eric Hobsbawm, la caída del muro de Berlín es el fin de un ciclo histórico que comenzó en el siglo XVIII y que él definió como un ciclo de revoluciones. A partir de entonces se intentó imponer una lógica ideológica que devenía en que el desarrollo armonioso del capitalismo y la continuidad de ese concepto difuso definido como desarrollo, intentándose justificar que el capitalismo era de provecho para el interés general y que dicha interpretación se sustenta en base a la abundancia y la felicidad basada en el consumismo.
Con excepción del neozapatismo y otras experiencias de carácter muy local, las izquierdas del siglo XXI no han cuestionado los pilares básicos del sistema económico existente, sino más bien intentaron dulcificarlo. Conviene entender de que estamos hablando cuando hablamos de sistema, un sistema es una agrupación de elementos en interacción dinámica organizados en función de un objetivo. Teniendo en cuenta que en el sistema capitalista se basa sobre la cultura del dinero y sus objetivos son la acumulación de plusvalía, lo que equivale a decir en el mundo actual que su valor fundamental es la codicia, cualquier tesis basada en la racionalidad de dicho sistema es una falacia. El capitalismo actual es depredador y no tiene posibilidad de expresar rostros amables.
Como indica Immanuel Wallerstein, el capitalismo es un sistema que como todos los sistemas tiene una vida no eterna, pasando por tres fases: creación, desarrollo y declive. Viendo la situación actual del sistema mundo es fácil dilucidar que estamos en su fase final, la cual dentro de una agonía prolongada demuestra que ha alcanzado los límites de su capacidad de adaptación. Esto es una novedad y a diferencia de anteriores crisis cíclicas del capitalismo, en la actualidad que la salida de la última crisis tiene un ritmo de crecimiento muy inferior al existente antes del 2008, mientras se mantiene un incremento permanente de la desigualdad social y una tendencia generalizada al desempleo elevado.
Sin embargo, los planteamientos estandarizados en oposición al capitalismo son entendidos hoy por parte de la población como regresivos. Reivindicar el Estado control o el nacionalismo económico en el ámbito de la globalización aparecen ante las sociedades como una incoherencia y vienen a demostrar nuestras carencias a la hora de esbozar modelos alternativos al sistema capitalista.
Considero que al igual que las revoluciones científicas se caracterizan por un cambio de paradigma, entendiendo por tal, el conjunto de verdades aceptadas por la comunidad científica, se hace necesario hoy que las izquierdas revisen gran parte de sus teorías. Necesitamos transformar nuestro concepto actual de la tecnología, la propiedad y el trabajo.
Estas revoluciones suponen el derrocamiento de conceptos e ideas obsoletas, pero lamentablemente y volviendo a Hobsbawm, no estamos viviendo una era de revoluciones más allá de algunos eslóganes diseñados desde los aparatos de propaganda de algunos gobiernos autodefinidos como progresistas en América Latina.
Tu que has asesorado en otros momentos gobiernos de izquierda has sido muy crítico con las políticas económicas que podríamos definir de corte neokeynesiano aplicadas por los gobierno progresistas latinoamericanos. ¿No consideras un avance la irrupción de estos gobiernos progresistas en América Latina?
Dado que formulas la pregunta así empezaré por indicarte que tengo escaso interés en las formulaciones socioeconómicas keynesianas. Keynes fue ese señor que en una Escuela de Verano liberal realizada en Cambridge en 1925 dijo aquello de que “puedo estar influido por lo que estimo que es justicia y buen sentido, pero la lucha de clases me encontrará del lado de la burguesía educada”. Como comprenderás tal aserto tiene poco que ver con mis convicciones ideológicas.
Respecto a América Latina su influencia fue importante sobre un grupo de pensadores estructuralistas que plantearon a partir de mediados del siglo pasado que no podía existir industrialización y por ende políticas de sustitución de importaciones, sin la conformación de un Estado moderno fuerte con capacidad de intervención en la economía. De igual manera consideraban que tampoco se podía redistribuir la renta ni planificar las inversiones extranjeras necesarias en esa etapa inicial de industrialización sin ese Estado moderno.
Sin embargo, los llamados gobiernos progresistas de la actualidad lo que han hecho ha sido reprimarizar sus economías. Los países progresistas con constituciones posneoliberales que reconocen el vanguardista concepto de los derechos de la naturaleza, caso de Bolivia y Ecuador, son los países que más se han reprimarizado en el subcontinente y un país como Brasil, el que más industrializado estaba de la región, ha perdido hasta un 20% de cuota industrial durante su período progresista. En el caso de Venezuela la situación es para llorar, tras 17 años de gobierno bolivariano el indicador de dependencia económica respecto al crudo es del 96%. En definitiva, fueron más industrializadores los llamados gobiernos populistas de antaño que los de ahora en América Latina. La tesis demuestra que el discurso soberanista emprendido durante estos años en la región tiene más de electoralista que de real, pues somos más dependientes ahora de las necesidades del capitalismo global que antes. Rememorando a Jung, podríamos decir que se primó el pensamiento fantaseo, ese que se aparta de la realidad liberando tendencias subjetivas y que es improductivo, sobre otro tipo de pensamiento más laborioso, que requiere un esfuerzo muchas veces agotador pero que adapta la realidad y procura obrar sobre ella.
Si uno analiza los datos relativos al uso del excedente por parte de los gobiernos progresistas latinoamericanos durante el boom de los commodities lo que veremos es que se priorizó el gasto en detrimento del uso productivo o la acumulación de capital productivo en forma de inversión. No hay avances significativos en relación al volumen de excedente de los que se gozó durante esta década respecto al tan cacareado cambio de matriz productiva en la región ni tampoco respecto a cambio de la matriz de acumulación heredada del neoliberalismo. Lo que hubo fue un reinstitucionalización del Estado, la aplicación de medidas compensatorias como eje de las nuevas gobernabilidades, el modelo extractivo de producción y exportación de commodities como base de la economía y la realización de grandes megaproyectos de infraestructura. Es sobre este esquema sobre el que se articuló el eje de la legitimidad de estos gobiernos. Cuando concluye en período de bonanza y por lo tanto mengua el excedente, los indicadores sociales logrados en estos países comienzan a deteriorarse de forma acelerada, la deuda externa vuelve a crecer y sus gobiernos entran en una crisis de legitimidad social. No se tocó en lo más mínimo los pilares de un modelo que ha sostenido durante siglos la desigualdad social.
La consecuencia de todo esto es clara: América Latina pudo ser un laboratorio de nuevas experiencias enfocadas a la construcción de alternativas a un sistema ya insostenible para el que hasta el marxismo muestra notables carencias. El propio Marx obvió en su ley del valor, por razones entendibles para su época, el costo ambiental de la producción capitalista y el concepto de desarrollo. Concepto este en el que también creyeron los regímenes del socialismo real de antaño y los llamados socialismos del siglo XXI de ahora. Sin embargo hoy, fruto del fracaso a la hora de desarrollar alternativas en ambos conceptos por parte de estos gobiernos, el interés político global de la región ha perdido muchos enteros por parte de quienes buscamos alternativas a un mundo cada vez en mayor decadencia.
¿Faltó inteligenssia estratégica en los gobiernos progresistas?
Decía Piaget que la inteligencia sólo se organiza por su funcionamiento y en lo que tiene que ver con el funcionar, la inteligencia estratégica y planificadora latinoamericana ha funcionado poco más allá de sus rimbombantes discursos. Fruto de ello en la actualidad vivimos el estancamiento del proceso de integración regional y un nuevo reordenamiento geopolítico en la región que supone un re-empoderamiento de los sectores más reaccionarios en el subcontinente. En todo caso lo que faltó y sigue faltando en los países que aún se abanderan bajo el paraguas del progresismo es voluntad para transformar, coherencia política con los procesos que hicieron factibles el acumulado para que estos partidos políticos llegaran al poder y valentía para enfrentar a los grupos de poder nacionales y extranjeros.
En el fondo esto es normal, pues si analizamos la historia encontraremos muy pocas experiencias de transformación del Estado desde el propio Estado. Los Estados, más allá de quienes los gobiernen, han seguido siendo herramientas de dominación y control social al servicio de élites determinadas y nuevas castas burocráticas que gozan de privilegios de los que no gozan sus gobernados.
¿Que hacemos entonces con el Estado?
Ufff, vaya preguntita… Fíjate si el debate sobre el Estado es viejo y aún sin solucionar que cuando Kropotkin deseaba demostrar lo que él consideraba corrupción moral de la revolución francesa, explicaba cómo Robespierre, Danton, los jacobinos y hebertistas pasaron de ser revolucionarios a hombres de Estado.
En todo caso y volviendo al mundo de hoy, la imagen actual de los Estados es el fruto de un concepto de conceptualización por parte de los ciudadanos receptores que metabolizan un conjunto de inputs comunicacionales transmitidos desde esa institucionalidad, pero que como en todo proceso de conceptualización y formación de imagen, los receptores contribuyen decisivamente en lo que al resultado final de refiere. En ese barullo de frase que te acabo de soltar hay una crisis, pues podemos observar como los procesos políticos más interesantes que hemos vivido en los últimos años en el planeta han estado muy alejados de conducciones partidistas y se han manifestado en confrontación con el Estado. Estoy hablando de las primaveras árabes; del movimiento de indignados en el Estado español; de los Occupy de Wall Street, Londres o Hong Kong; del Nuit debout parisino; o de la referencia latinoamericana más próxima a estos procesos, las movilizaciones de junio del 2013 en Brasil. En el trasfondo de todas estas experiencias está un cuestionamiento a la política institucional y a las lógicas de democracia representativa sobre la que se sustenta el actual concepto de Estado.
Lo que sí esta claro es que cualquier proceso de transformación social en este planeta debe pasar por la transformación del Estado. Hay que reinventar el modelo de Estado y verás que el marxismo original desarrolló como tesis una idea olvidada por las izquierdas respecto a necesidad de autodestrucción de la burocracia estatal en el socialismo. En la Comuna de París se instituyó un cuerpo de funcionarios electos que podían ser destituidos en cualquier momento por petición de sus electores y donde ninguno de ellos podía ganar más que un obrero corriente. Era una lógica cuyo objetivo se basaba en eliminar cualquier posibilidad de construcción de castas políticas y/o gubernamentales, a la par que un cuestionamiento a la jerarquía que se determina en cualquier Estado.
Bueno de todo aquellos debates del pasado al día de hoy sólo queda en las izquierdas institucionalizadas el debate sobre como llegar al Estado, lo cual produce una gran tristeza intelectual, pues es entender que el Estado se transforma tan solo sustituyendo a unos altos funcionarios por otros de talante más progresista y con disciplina partidista.
Más allá de la imagen-ficción propiciada por los intelectuales latinoamericanos al servicio de los regímenes progresistas y destinadas a esconder las verdades reales, transformar el Estado sigue siendo un debate pendiente en las izquierdas contemporáneas. Nada surge por generación espontánea, de hecho Pasteur refutó la teoría de la generación espontánea hace casi dos siglos atrás, par a transformar el Estado hace falta una hoja de ruta que conscientemente las izquierdas mayoritarias ignoran.
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