Por Decio Machado
www.diagonalperiodico.net
Ríos de tinta corren por doquier en el debate político
de moda en América Latina: el llamado “fin del ciclo progresista”. Más allá de
las diferentes opiniones vertidas al respecto, existe un denominador común en
entender que lo sucedido en Argentina y Venezuela desborda el ámbito nacional y
tiene implicaciones para toda la región. Esto marca una diferencia sustancial
entre el proceso político latinoamericano y lo que sucede en el resto del
planeta.
Consecuencia de lo anterior, el cambio de gobierno en
Argentina y la avasalladora derrota sufrida por el chavismo en las legislativas
de Venezuela han conllevado a que el progresismo latinoamericano viva momentos
de cierta desorientación política. Todos los mandatarios progresistas del
continente, a pesar de las diferencias existentes entre ellos, han manifestado preocupación
y tristeza por estos resultados electorales, e incluso en algunos casos hasta
cierto enojo.
En todo caso, el progresismo regional ha conformado
un discurso común para explicar la actual coyuntura. Básicamente la cosa se
resumen que asistimos a una fuerte ofensiva imperialista que mediante variados
y poderosos mecanismos (apoyo económico a partidos conservadores y ongs
cooptadas, complicidad con los medios de comunicación nacionales e
internaciones, presión diplomática extranjera e injerencia en asuntos internos
a través de estructuras internacionales como la Comisión Interamericana de
Derechos Humanos) tiene como objetivo la restauración conservadora en el
subcontinente. En resumen, las oligarquías nacionales, con fuerte apoyo del
exterior, buscan “volver al pasado” con el fin de impugnar los avances sociales
conseguidos durante el ciclo progresista. Para lograr sus objetivos, se
articuló una estrategia de desgaste contra los gobiernos “populares” basada en
atacar sus flancos más débiles: inseguridad ciudadana, corrupción, inflación y
en determinados casos la carencias de productos en el mercado.
Al interior del progresismo algunos sectores elevan
unos grados más la complejidad de sus análisis. Entienden que ante la
estrategia de “golpe blando” de la derecha se debe hacer un esfuerzo por
identificar las demandas de las nuevas clases medias latinoamericanas, aunque
con cierto tono de reproche indican que estas no deberían nunca olvidar que
nacieron al calor de estos procesos.
Sin embargo y sin desestimar las consideraciones
anteriores, la reflexión más autocrítica e interesante al interior del
progresismo deviene de un sector aún muy minoritario, carente de forma
orgánica, que comienza a plantearse preguntas que van más allá de la
autoafirmación: ¿será que la desproporcionada propaganda emitida desde los
aparatos gubernamentales, aunque enamoraba a dirigentes e incondicionales,
comenzó a saturar y molestar a amplios sectores de la sociedad? ¿será que la
gente empezó a cuestionar el hecho de que toda opinión crítica sea calificada
como antidemocrática, golpista y vinculada a intereses extranjeros? ¿será que
la ciudadanía desde hace algún tiempo viene interpretando que no toda la
oposición política es fascista per se y que las disidencias de izquierda que paulatinamente
fueron abandonando estos gobiernos no son necesariamente traidores a la
revolución? ¿será también que cada vez más sectores sociales comenzaron a
cuestionar la incapacidad de dialogo y consenso que se esconde tras argumentos
como ese de que quien no esté de acuerdo con el régimen que monte un partido y
nos gane en las próximas elecciones?
Escenarios a futuro
La década dorada (2003-2013) de América Latina,
auspiciada por el boom de los precios de las materias primas, ya es historia. Queda
atrás el período en el que la tasa promedio de crecimiento de la región ha sido
superior al 4%, permitiendo que 50 millones de personas salieran de la pobreza
y que la clase media haya crecido hasta alcanzar algo más de un tercio de la
población. Fue hermoso mientras duró, pero los gobiernos latinoamericanos se
ven ahora obligados a afrontar su gestión sin los enormes excedentes de los que
antes disfrutaron. En pocas palabras, la fiesta se terminó.
Aquí cabe una reflexión. Si bien es cierto que los
gobiernos progresistas han implementado una batería de políticas públicas
destinadas a los sectores más pobres, también lo es que la fuerza de
penetración y obtención de ganancias del gran capital no se ha visto mermada
durante este período, pese a la implementación de medidas regulatorias y la
recaudación de impuestos. Es decir, se mejoraron las condiciones en que viven
los sectores populares sin confrontar al poder económico y su matriz de
acumulación.
Y aquí llega el drama. En un momento en que el
progresismo comienza a mostrar cierto nivel de agotamiento y desgaste político,
nadie sabe que hacer para reactualizar el proyecto en el marco de una coyuntura
económicamente adversa. Si éxito del progresismo se ha basado en la
democratización del acceso al consumo, una gestión más eficaz del erario
público y la implementación de políticas sociales, son precisamente en estos
ámbitos donde más se comienza a sentir el impacto de los actuales recortes
presupuestarios y el deterioro de la capacidad adquisitiva.
Y ahora dejo la actual pregunta sin respuesta que se hace
el progresismo latinoamericano. ¿Cómo volver a seducir a las mayorías sociales con
un proyecto político que, sin transformar consciencias, basó su éxito en un festín
consumista que ahora entra en crisis y deja como resultado niveles preocupantes
de endeudamiento familiar entre los sectores más pobres?
¿Fin de ciclo?
El tan polemizado fin de ciclo progresista no tiene
porqué conllevar la caída de todos los gobiernos progresistas en la región. De
hecho, es difícil pensar que eso se vaya a dar. El cambio de ciclo o su
continuidad viene determinado por el tipo de políticas que estos gobiernos
vayan implementado en esta nueva etapa, lo que definirá sobre cuales espaldas
recaerá el peso de la crisis.
En este sentido, cabe indicar que lo que se está viendo
hasta ahora no es muy alentador. Cuando ya comienzan a aparecer indicadores que
reflejan caídas en el nivel de empleo, deterioro en la situación laboral de las
mujeres y los jóvenes, e indicios de que podría estar volviendo a subir la
informalidad a través de una mayor generación de empleos de menor calidad, la
opción determinada por el progresismo regional –incluidos los gobiernos
considerados más transformadores- esta siendo la implementación de alianzas
público privadas que buscan aligerar de cargas fiscales al sector privado con
el supuesto objetivo de fomentar la inversión.
Una vez más, todo parece indicar que la balanza se
volvió a inclinar hacia el lado equivocado. No están siendo quienes más ganaron
durante el periodo de bonanza, sobre los que ahora recae el peso la crisis…
No hay comentarios:
Publicar un comentario