La figura de Miguel Romero resume la evolución de la izquierda alternativa española a extramuros del PCE.
Analista político // Periódico Diagonal www.diagonalperiodico.net
Hay días en la vida que cambian el transcurrir de tu
historia, uno de los míos coincidió con el día en que por primera tuve ocasión
de conversar ampliamente con Miguel Romero.
Corría la primera mitad de los ochenta, la Comisión
Anti-OTAN (CAO) y los comités de solidaridad con los procesos revolucionarios
en Centroamérica eran la puerta de entrada de mi generación a la militancia en
la izquierda revolucionaria en el Estado español. Tendría unos 17 años cuando
en esas asambleas y actividades había conocido a Miguel Romero, el Moro. Mi
primera conversación larga con él sería unos cuantos meses después, había ido a
la calle Embajadores de Lavapiés, sede de la Liga Comunista Revolucionaria
(LCR), con la intención de enredarme políticamente. A partir de ese día la
"Liga" -mientras existió- siempre fue mi referente. Retengo en la memoria su imagen, intentando cerrar una edición
del periódico Combate, mientras yo permanente le interrumpía ensimismado en una
conversación que no quería terminar.
A partir de ahí, vino de forma muy rápida todo lo
demás: mis primeras militancias compartidas, de las reuniones en el Sol de Mayo
a la célula de Móstoles, mis primeras lecturas de los textos de la IV
Internacional, la impotencia sentida por la derrota en el referéndum de la OTAN
en la noche del 12 de marzo de 1986, el curso de formación política en
Amsterdam, el movimiento universitario, la insumisión al servicio militar, las detenciones,
el nacimiento de la revista Viento Sur con Moro como director y una multitud de
amigos y amigas comprometidos con la transformación social, así como alguna que
otra novia en la militancia revolucionaria. Siempre el Moro andaba por ahí,
codo con codo formaba parte de nuestra historia.
También recuerdo nuestra crisis política en la
izquierda revolucionaria, el fracasado proceso de unificación con el Movimiento
Comunista en 1991 y nuestras posteriores divisiones… Allí, en la derrota,
también estaba a nuestro lado el Moro.
¿Pero quien era el Moro? Pues no más que un verdadero
militante revolucionario, uno de esos de los que siempre estuvieron
comprometidos, uno de esos que como diría Bertolt Brecht luchan toda la vida y
son imprescindibles. Desde la conformación del Frente de Liberación Popular
(FLP) en la clandestinidad del franquismo -allá por los años en los que uno
nació-, hasta el día de su desaparición, el Moro estuvo siempre en la primera
línea de los procesos en los que participó: ya fuese LCR, Izquierda
Alternativa, Espacio Alternativo o la actual Izquierda Anticapitalista.
Fue uno de los hijos del mayo del 68, el episodio
político que marcó los últimos treinta años del siglo XX. La imaginación no
llegó al poder, como reclamaba Sartre, pero las barricadas si abrieron nuevos
caminos, construyendo nuevas izquierdas -sociales y políticas- de las que aún
son herederos los movimientos contestatarios de hoy. El Moro encarna eso, la
izquierda revolucionaria democrática; la ruptura con el pasado y la lógica
política institucional de los partidos comunistas europeos; el vivir como
piensas; el entender que no hay pensamiento revolucionario si no va acompañado
de actos revolucionarios; la herencia de Luxemburg, Trotsky, Benjamin, Mandel o
Bensaid, combinada con las plataformas reivindicativas de los nuevos
movimientos sociales, la indignación del 15-M y la honestidad de esos
militantes que entregan todo sin pedir nada a cambio.
Los últimos cuarenta y cinco años de historia del
Estado español no se pueden entender sin el Moro y otros tantos “moros” que
militaron junto a él. Miguel Romero forma parte de aquellos que derribaron al
franquismo creyendo que la revolución es posible, de los que no firmaron los
Pactos de la Moncloa ni aceptaron el llamado “proceso de transición
democrática” queriendo enterrar la memoria de los represaliados, aceptando una
corrupta democracia burguesa pretendidamente representativa, el sistema
capitalista y el legado monárquico dejado por la dictadura. El Moro fue de
aquellos que llevaron al pensamiento marxista a superar las derivas ideológicas
estalinistas en la década de los sesenta, fue un represaliado más en la
dictadura franquista, fue mujer feminista, fue joven insumiso, fue comunista
democrático revolucionario y fue indignado.
Si las y los jóvenes de hoy pretenden construir una
nueva forma de hacer política en el Estado español, no deberían olvidar a
figuras como la de Miguel Romero, porque la gente como él es el principio
de lo nuevo que no termina de nacer frente a lo viejo que no termina de morir.
Hasta la victoria siempre compañero!!
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