Por Decio Machado / Director Fundación Nómada
Arranco esta breve reflexión rememorando a José Ortega y Gasset, quien fue el más destacado referente de una generación de intelectuales españoles que en 1914 toma consciencia y se levanta contra la “vieja política”.
En el ámbito filosófico Ortega y Gasset, arqueólogo de la verdad y del conocimiento, plantea su teoría de la razón vital como alternativa al intelectualismo racionalista (razón pura cartesiana), la cual se fundamenta sobre dos perspectivas: la perspectiva de la vida que viene dada como realidad y la perspectiva de la razón donde el individuo se sitúa en su esfuerzo por comprender la realidad.
Parte del pensamiento orteguiano se condensa en la famosa frase “yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo”, contenida en su obra “Meditaciones del Quijote” (1914), y que viene a indicar que vivir es tratar con el mundo y entendiendo el contexto actuar en él. Partiendo de esa filosofía y como respuesta a un cuestionamiento puntual a su accionar político Ortega indicó: “No me pidan que sea coherente con mis ideas, pídanme que sea coherente con la realidad”.
Pues bien y tras esta introducción, la realidad de la izquierda latinoamericana en este momento es que, moderado su discurso político hasta la enésima expresión y en varios casos hasta obligados a forjar alianzas electorales con la centro derecha y el liberalismo ante el ascenso de nuevas tendencias filofascistas en la región, en la actualidad el progresismo se enfrenta a una grave pérdida de identidad y de confusión en su perfil ideológico.
Teniendo en cuenta, desde un enfoque estrictamente político, que el denominador común que transversaliza el primer ciclo de hegemonía progresista en el subcontinente es su incapacidad para generar transformaciones políticas, sociales y económicas de perfil estructural en los respectivos países en los que fue gobierno con excepción de Venezuela -lo cual es un caso singular de estudio-, en las condiciones actuales las posibilidades de alcanzar tales objetivos se muestra sustancialmente más lejanas.
Todos los gobiernos progresistas actualmente existentes en América Latina, tanto los que repiten como los que se estrenan en tales funciones, en la coyuntura política actual optaron por temperar sus discursos y propuestas políticas a cambio de alcanzar el poder. Sin embargo, el actual desplazamiento político y programático del progresismo hacia el centro implica una influencia cada vez mayor del conservadurismo moderado y sectores corporativos sobre dicha sensibilidad política. En estos momentos, esto es visible en Argentina, Brasil, Bolivia, Ecuador sin ser el progresismo gobierno e incluso en Venezuela. En la práctica, lo que en corto puede parecer una concesión que posibilita su acceso al poder y en cierto modo les proporciona cierta estabilidad política, a la larga les aleja de los sectores sociales que históricamente les respaldaron y de la presión social que necesitan para implementar las reformas políticas instaladas en sus respectivos programas de gobierno y/o compromisos electorales.
Entregados al pragmatismo y la renuncia a lo que originariamente posicionaron como identidad ideológica, en este segundo ciclo de hegemonía progresista en curso la izquierda institucional poco se distinguen en su accionar de otras fuerzas existentes en el actual ecosistema político. En la gestión de los actuales gobiernos progresistas en el subcontinente la implementación de políticas públicas direccionadas hacia la transformación social es prácticamente inexistente, se carece de alternativas al modelo económico vigente y no se implementan fórmulas diferenciadas a la tendencia punitivista imperante que aporten soluciones en el corto plazo a los crecientes problemas de criminalidad e inseguridad ciudadana. Al menos en ambos casos, siendo la economía y la seguridad las principales preocupaciones en nuestras sociedades latinoamericanas, las políticas planteadas desde el progresismo se asemejan cada vez más a las a las propuestas históricamente identificadas con la derecha moderada.
Así las cosas, la izquierda progresista muestra su incapacidad para recuperar el entusiasmo popular que generó en su pasado reciente, cundiendo la apatía política en sus respectivas sociedades latinoamericanas que visualizan -con cada vez mayor claridad- la incapacidad de dicha sensibilidad política para producir las profundas transformaciones sociales que se reclaman y son necesarias en los distintos países de la región.
Es en este contexto donde el populismo de derecha radical acumula capital político, mostrándose -pese a sus reciente derrotas electorales- como una propuesta alternativa al actual establishment político latinoamericano del cual el progresismo pasó a formar parte, lo cual supone por momentos una amenaza cada vez mayor para nuestras frágiles, deficientes y limitadas democracias.
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