La Herencia del Correísmo
Por Decio Machado
El libro que tienes en tus manos da fin a una trilogía donde han participado múltiples autores, que tuvo su origen en la obra titulada El correísmo al desnudo (2013) y que fue seguida por La restauración conservadora del correísmo (2014). En esta ocasión, y ya terminado lo que podríamos de nir como el proceso llamado “revolución ciudadana”, aparece este nuevo ejercicio intelectual titulado El Gran Fraude, donde vuelven a coincidir algunos autores con nuevos analistas confabulados todos en analizar –una vez más– qué es lo que nos dejaron diez años de gobiernos consecutivos de Rafael Correa.
El número de obras publicadas en los últimos años e implicadas en analizar este último período de la historia nacional demuestra el fuerte impacto que significó Rafael Correa para la sociedad ecuatoriana. Más de un año después de haber abandonado el palacio de Carondelet, el personaje aún es el eje de gran parte de la actividad política en el país.
Pese a ello, elecciones las presidenciales del año 2017 mostraron tanto el nivel de agotamiento del que fuera el partido hegemónico durante la última década como el de su líder. Tras dos vueltas electorales y una leve ventaja en el balotaje, Lenín Moreno fue investido hace algo más de un año como Presidente de la República, viéndose obligado a marcar diferencias inmediatas con su antecesor en tres aspectos fundamentales: rompió con las lógicas de polarización y conflicto que estratégicamente el correísmo había aplicado contra sus opositores políticos –algo con lo que la sociedad ecuatoriana ya se mostraba mayoritariamente crítica–; cuestionó el estado de situación económica en el que el régimen anterior dejó al país; y procedió a permitir la actuación independiente de la justicia, rompiendo con una lógica de impunidad que caracterizó a un gobierno que en su última fase no podía acallar las permanentes denuncias de corrupción que le acompañaban por doquier.
A partir de ahí asistimos al paulatino distanciamiento entre el nuevo y el antiguo régimen, en medio de la implosión de Alianza PAIS. Hoy el correísmo, para el pesar de una izquierda nacional con escasa capacidad de lucidez, se ha convertido en el principal detractor del gobierno de Lenín Moreno, mientras sindicatos, organizaciones sociales y partidos políticos de corte izquierdista hacen pactos anti-natura con sectores políticos ubicados al otro lado de la barricada. Todavía no entienden qué fueron y que significaron estos diez años de gobierno ininterrumpido de Rafael Correa.
Pues bien, ese es el principal aporte que hace una obra como esta. Más allá de disquisiciones académicas poco útiles para la reconstrucción de los movimientos sociales y las organizaciones populares en el país, a lo largo de estos textos parece claro que el correísmo no fue más que la expresión política de la transformación emprendida por el capitalismo ecuatoriano tras la crisis nanciera que vivió el país en el año 1999-2000.
Distintos autores analizan con claridad cómo tras el drama ocasionada por el colapso bancario y el posterior “salvataje bancario”, el modelo económico nacional entró en un momento de modernización, que tuvo su clímax con la llegada de Rafael Correa al gobierno. Es así como, durante una época de bonanza económica sin igual en la región, un sector del capital nacional –transversalizado por distintos capitales regionales– pasó a entender mejor sus posibilidades de negocio propiciando un mayor nivel de consumo interno, a través de la incorporación de sectores populares al mercado mediante procesos de financiarización popular. Terminado el período de la “economía de hadas”, fruto del alto precio de los commodities y del efecto de las remesas, lo que quedó fue una grave situación de endeudamiento familiar, descontento social y alto índice de endeudamiento estatal.
Pero este proceso de modernización económica del capital nacional fue acompañado por una fuerte narrativa revolucionaria. Esa fue una de las novedades del correísmo. Este asunto es abordado por la académica y compañera de luchas Natalia Sierra en el primero de los capítulos que contiene esta obra. De la mano de las tesis del siempre estrafalario Slavoj Žižek, la profesora Sierra nos introduce en el pensamiento científico y, a través del método analítico, nos devela las patéticas realidades de un régimen camuflado bajo un discurso pretendidamente emancipador, pero que en realidad no encarnó más que “un entramado de relaciones económicas funcionales a la modernización capitalista vía extractivismo; un entramado de relaciones sociales conservadoras, coloniales y patriarcales”.
Siguiendo con esta línea argumental, donde queda claro que el régimen correísta no implicó la más mínima transformación de carácter estructural, respetándose el modelo de acumulación heredado del neoliberalismo, el profesor académico Carlos de la Torre nos relata la ya perniciosa tendencia de la izquierda ecuatoriana a jugársela por caudillos que jamás militaron en partidos marxistas. Para de la Torre, Rafael Correa no ha sido más que el último seductor populista de la izquierda nacional, lo que nos hace reflexionar sobre las carencias de dicha izquierda. El autor cuestiona la falta de autocrítica existente en estos mundos, lo que les lleva a entender su criminalización y marginalización política como un acto de traición devenido de las conjuras de la derecha, sin contemplar en semejante ceguera que cometen una y otra vez un error táctico como consecuencia de sus continuos coqueteos con el populismo.
Pero más allá de lo económico, donde los sectores empresariales y el sistema nanciero privado se vieron fuertemente beneficiados por el nuevo dinamismo inyectado a la economía nacional mediante la acción del Estado, el estilo de mando correísta generó altos niveles de confrontación con todo aquello que no estuviera políticamente alineado.
Es en ese ámbito por donde también navega el texto de otro compañero de fatigas, el amigo y conocido militante de la izquierda Juan Cuvi. Según él, ha sido tanta la angustia y la precipitación de una izquierda sin grandes éxitos en su necesidad de “hacer política” lo que le llevó a ignorar la perspectiva eminentemente liberal con la que fue concebido el esquema de disputas por el poder –esto que se ha tenido a bien llamar “esfera de la política”–, y que tiene como cometido principal “separar el campo de las decisiones del campo de la cotidianidad, construir un coto cerrado y exclusivo para las negociaciones sobre los asuntos públicos, especializar las prácticas y los conocimientos sobre los asuntos relativos al Estado”. Para Cuvi, optar por esa cancha de juego para dar la pelea hizo que la izquierda política terminara viviéndose –en todos sus órdenes– como liberal, fase de la cual, valdría decir, esa izquierda parece no haber aún salido.
Pero el modelo político y económico correísta funcionó y hasta gozó de alto apoyo popular mientras duró la era de precios altos del petróleo, lo que permitió la generación de importantes flujos de excedentes gracias a la exportación de crudo. En pocas palabras, la sociedad ecuatoriana fue permisiva con el abuso de poder mientras la situación económica permitió el acceso de los sectores históricamente marginados al sistema de consumo capitalista.
Serán dos economistas, los amigos Alberto Acosta y John Cajas Guijarro, desde el trabajo conjunto al que ya nos tienen acostumbrados, quienes abordan la temática de la deuda externa, una cruz que sigue pesando sobre las espaldas de este nuestro pequeño país andino. A cuatro manos, los autores hacen un recorrido sobre lo que fue la truncada auditoría integral impulsada en los primeros años de la Revolución Ciudadana, la ingeniería nanciera que significó el default de diciembre de 2008, para terminar exponiendo el aumento de 14,3 puntos porcentuales en el peso de la deuda pública sobre el PIB que dejó de herencia el correísmo y sus implicaciones para el gobierno actual.
En otro texto complementario, Acosta y Cajas Guijarro desnudan la narrativa propagandística del antiguo régimen respecto de sus logros en materia de equidad. Para ello utilizan la “hipótesis del hocico de lagarto”, de Jürgen Schuldt. Así demuestran que es posible mejorar la distribución del ingreso independientemente de que la riqueza siga concentrada, sin enfrentar las desigualdades estructurales heredadas del período neoliberal. Serán las palabras del mismo Rafael Correa, en mayo del pasado año, las que mejor visualicen la lógica hiperextractivista del régimen correísta: “los trabajadores han duplicado sus salarios, pero los empresarios, pese a todos los llantos, triplicaron sus ganancias en estos diez años”. Siguiendo la tesis de los mencionados autores, podemos ver cómo los excedentes de la década dorada permitieron sacar de la pobreza a parte de los grupos más débiles de nuestra sociedad, sin afectar con ello las desigualdades estructurales del país y, por lo tanto, el “buen vivir” de las élites económicas. En resumidas cuentas, más allá del discurso de barricada de Rafael Correa, nunca hubo voluntad por alterar la matriz de acumulación heredada de la anterior era neoliberal. Por lo tanto, tampoco hubo la intención por transformar un país socialmente muy injusto.
Profundizando en lo económico, este libro goza de los aportes desde México de los investigadores Monika Meireles y Oscar Martínez, quienes posicionan su mirada en el análisis de la imposibilidad de contar con soberanía monetaria como consecuencia de la dolarización. Es desde ahí desde donde se abordarán algunas nociones básicas de la Teoría Moderna Monetaria o neo-chartalismo, el comportamiento fiscal procíclico que el mantenimiento de la dolarización termina por agravar, así como sobre los riesgos del preocupante aumento del déficit fiscal y del endeudamiento público en un momento de crisis.
Pero si desde el plano económico la deuda pública es la herencia correísta que quedó como una cruz sobre las espaldas de los trabajadores, algo que ya comienza a pasarnos una factura fatal, desde el punto de vista de la ética política es la corrupción la otra gran lacra heredada.
Será el ex asambleísta constituyente Fernando Vega quien aborde un tema de actualidad candente: la continuidad durante toda la pasada década de una corrupción institucionalizada y de las lógicas de impunidad sistémica impuestas por un régimen donde el equilibrio de poderes brilló por su ausencia. Para Vega, el deterioro del régimen correísta deviene principalmente de su carácter autoritario, lo que le permitió abonar una cultura que ve en la corrupción un ingrediente normal de la administración pública. En su texto, este autor nos lleva a los orígenes del término corrupción, para terminar aseverando que su significado no es otro que la desintegración progresiva de un ser mediante la acción de factores internos y externos tendientes a su destrucción total, tal y como sucedió con el correísmo durante su última fase.
Cierto es que con la llegada de las “vacas flacas”, o lo que podríamos más bien definir como el fin de la economía fácil, sobrevino un notable incremento de las movilizaciones populares cuestionadoras del régimen. El punto más álgido de estas luchas tuvo su agenda en el paro/movlización protagonizado principalmente por el movimiento indígena en agosto de 2015. La respuesta gubernamental no pudo ser más desafortunada, con una escalada represiva que tuvo sus orígenes en los paros de Dayuma en diciembre del 2007.
Es el docente académico Ramiro Ávila, otro buen amigo y un notable defensor de los derechos humanos, quien aborda la política de criminalización social desarrollada durante la década del gobierno correísta. En su texto, el autor analiza los cambios normativos que propició la Constitución vigente, para posteriormente exponer cómo se ha ido pasado de los giros garantistas auspiciados por un texto constitucional que promovía y protegía derechos hacia una lógica punitivista. Según Ávila, a partir de las reformas constitucionales que se dan luego del triste episodio del 30S, se pasará al endurecimiento de penas, a la multiplicación de los tipos penales, al incremento de la criminalización de la protesta pública, a la reforma que habilita a las Fuerzas Armadas para que realicen tareas de seguridad ciudadana y a la patética explosión de la población carcelaria en el país. Según el autor, “en contra de la Constitución y con base en normas secundarias, actualmente se podría afirmar que en el Ecuador se promueve y practica una política criminal eficientista y represiva”.
Siguiendo en esta línea jurídica, el catedrático cuencano Carlos Castro hace un recorrido sobre las intromisiones de las funciones legislativa y ejecutiva en la administración de justicia del país. Castro expone la ausencia de independencia de poderes durante el régimen correísta, condición de todo poder absolutista, y las consecuencias de la “metida de mano en la justicia” con la Consulta Popular del 7 de mayo de 2011. La criminalización de la protesta social y la judicialización de la política es parte protagónica del texto de Carlos Castro. Allí expone la forma en que los jueces fueron utilizados para sancionar a los adversarios políticos del régimen.
El amigo Mario Melo, otro ilustre profesional del Derecho, aborda la sensible temática de los derechos humanos. En su texto vuelve a aparecer la criminalización de la protesta social, la coerción sobre jueces, episodios como el del Colegio Central Técnico, la ilegalización de la Fundación Pachamama, el Decreto Ejecutivo 16, los malos tratos y la violencia sexual contra los niños en entornos educativos, las sanciones sobre los medios de comunicación y, en general, otros casos que hacen alusión a la “restricción de libertades-control de la justicia por parte del Ejecutivo-criminalización de la protesta” durante la década correísta.
Pero para quienes miramos al mundo indígena como algo de donde se puede aprender, se nos hace especialmente interesante el texto de la compañera Nina Pacari. Escrito desde el mundo de los pueblos y nacionalidades indígenas, Pacari profundiza en el tema del runallakta-ayllullakta (nacionalidades- nacionalidad-Estado) versus el Estado-nación. En su texto detalla cómo, pese al mandato constitucional, el gobierno correísta “hostigó y fustigó” al mundo indígena, “vilipendió a sus autoridades y promovió abiertamente el racismo”. La relación entre el Estado y los pueblos indígenas estuvo marcada por una lógica de confrontación, dado que al Estado correísta –reinstitucionalizado por un régimen caracterizado por una relación directa entre líder y masa– le resultaba adverso lo social y lo colectivo. Ese Estado estuvo lejos de entender la autonomía indígena en el Estado Plurinacional, como el texto constitucional de Montecristi teóricamente lo consagra, pasando a utilizar la violencia epistémica como herramienta de dominación política.
Pese a que el régimen vendió sus políticas públicas en materia de salud y educación como ejes referenciales, transformando la estructura, implementando parámetros de calidad, promoviendo la estabilidad del personal y aplicando regulaciones rechazadas tanto por profesores como por médicos, los compañeros Érika Arteaga y Milton Luna abordan críticamente estos dos temas.
El texto de Érika Arteaga muestra cómo en materia de salud, y más allá de la infraestructura y la corrupción, se propició la acumulación de capital en la industria de insumos, farmacéuticas y aseguradoras privadas. Según Arteaga, pese al discurso propagandístico de la universalización de los servicios de salud, se impulsó el desmantelamiento de la seguridad social con la transferencia de fondos públicos a clínicas privadas, y no se logró que los hogares ecuatorianos gasten menos de lo que ya gastaban en esta materia: “el 45% del gasto promedio en salud de las familias ecuatorianas siguen saliendo del bolsillo de estas”. A la par, el impulso de marcos regulatorios que aseguren el derecho a la salud en un sentido tecno-burocrático nunca disputó el predominio de la industria alimentaria en el país, lo que se plasmó en la lógica ganadora de grupos semi-monopólicos de alimentos industriales como PRONACA, Supermaxi o El Rosado.
Por su parte, el texto de Milton Luna hace un abordaje al tema de la educación, indicando como “se dibujó y ejecutó un neofordismo criollo, un proceso para convertir a la escuela en una suerte de fábrica de seres humanos adecuada para la ‘producción’ en serie de futuros funcionarios, trabajadores y cientí cos cali cados, para sustentar la modernización capitalista en ‘la era del bioconocimiento’ y con gurar la sociedad del rendimiento, con sujetos funcionales para maximizar la producción y el mercado o para fungir de emprendedores por sí mismos”. De igual manera ocurrió en la universidad, donde “bajo la idea del conocimiento como mercancía, se intentó montar de manera delirante y con alto despilfarro de recursos fábricas o maquilas de patentes, para ilusoriamente venderlas a las multinacionales y así obtener recursos para el ‘desarrollo nacional’”.
El régimen correísta mantuvo su legitimidad social mientras le fue posible gracias a las transferencias del excedente extractivista a los sectores históricamente olvidados. Desde ahí parte la compañera y docente académica María Fernanda Solíz, quien aborda la problemática del extractivismo en el Ecuador y la criminalización de sus resistencias locales. Desde Dayuma hasta Nankints la represión es descrita en este capítulo. El texto de Solíz alcanza relevancia cuando pone el dedo en la llaga, haciendo alusión al “silencio cómplice de ministros, funcionarios e incluso militantes históricos de izquierda cercanos al régimen”, todo ello justificado en nombre de un proyecto que se decía de izquierdas, revolucionario y progresista. La autora desnuda la hipocresía de los altos funcionarios del régimen de Correa, por la supuesta indignación demostrada por asambleístas y ministros del régimen tras el asesinato en Argentina de Santiago Maldonado, pero que guardaron silencio ante las muertes de los dirigentes shuar José Tendetza, Freddy Taish y Bosco Wisuma.
Sin embargo, en sus campañas electorales Alianza PAIS explicaba el Buen Vivir como una visión del mundo centrada en el ser humano como parte de su entorno natural y social. Se hablaba de la satisfacción de las necesidades, la consecución de una calidad de vida y muerte digna, el amar y ser amado, el florecimiento saludable de todos y todas en paz y armonía con la naturaleza, y la prolongación indefinida de las culturas humanas. Será Atawallpa Oviedo el encargado de abordar esa temática. Para Oviedo, el Buen Vivir fue un paradigma constitucional, pero desnaturalizado y hasta folklorizado por el régimen correísta. Según el autor, se construyó un “nuevo buen vivir”, ya no de la racionalidad indígena sino del pensamiento de la nueva izquierda y de cierta academia indigenizada.
Cierra esta obra un texto del amigo Pablo Ospina, otro académico militante de la izquierda social ecuatoriana, quien nos hará un recorrido histórico de la figura de Rafael Correa y el régimen por él impulsado, para terminar analizando los sectores y grupos empresariales más beneficiados durante este período.
En resumen, tienes ante ti un documento más para el análisis del ciclo correísta, una era que marcó tan fuertemente al país que incluso a algunos de sus principales opositores les cuesta superarla. Sin embargo, obras como estas, abordadas desde una perspectiva multidisciplinar, son herramientas fundamentales para entender cómo un proceso histórico originado en las luchas que durante más de dos décadas se implementaron desde los sectores populares contra el neoliberalismo, terminó cercenando la ilusión por la transformación y el cambio en el Ecuador.
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