lunes, 14 de noviembre de 2016

Breve análisis sobre la dependencia extractivista y sus impactos

(Ponencia de Decio Machado la UMSA: Auditorio Salvador Romero, Facultad de Ciencias Sociales)

Saludos a todas y todos los presentes. Gracias por venir y especial agradecimiento por esta invitación a las Cátedras Libres Marcelo Quiroga Santa Cruz y Andrés de Santa Cruz y Calahumana. Es un gusto compartir este momento con ustedes.

Para comenzar quiero reseñar que pocos temas como los relacionados con el extractivismo están generando hoy mayor nivel de enfrentamiento entre movimientos sociales, comunidades afectadas, empresas extractivas nacionales y/o extranjeras y los correspondientes Estados latinoamericanos en los que se desarrolla dicha actividad.

Pero hagamos memoria. Esta modalidad de acumulación a la que hemos denominado extractivismo se remonta a la era colonial en los diferentes territorios que fueron sometidos a la conquista europea, convirtiéndose en la base sobre la cual se articuló el sistema capitalista en el llamado “Viejo Mundo” y la condición sine qua non sobre la cual se sostiene la explotación de las materias primas indispensables para el desarrollo industrial de los países del Norte global. Es de esta manera sobre la que se articulan las cada vez más menguadas sociedades del bienestar en los países industrialmente desarrollados.

Con el paso del tiempo, durante algo más de cinco siglos, el extractivismo se convirtió en una constante de la vida económica, social y política de gran parte de los países del Sur, especialmente en América Latina.

Decio Machado
La mayor parte de la producción de las empresas extractivas del Sur global no están destinadas al mercado interno de nuestros países, sino que su destino prioritario es la exportación. De igual manera, su procesamiento tampoco se realiza en los países de origen, sino que son los países del Norte el lugar en donde se les dota de valor agregado.

En la actualidad los impactos del extractivismo son claros y los podemos resumirlos en unos cuantos puntos básicos que iré enumerando de forma concisa pero lo más claramente posible.

En primer lugar quiero hacer referencia al monocultivo y aplicación de los alimentos al biodiesel. En este ámbito es fácilmente visible los altos niveles de explotación de la mano de obra asalariada en nuestros países y el deterioro de los derechos laborales en los territorios afectados, así como los impactos derivados en la salud de las comunidades damnificadas fruto de la aplicación masiva de fitosanitarios. Esta realidad no solo impide alcanzar los objetivos trazados respecto a la soberanía alimentaria, sino que derivan en una escasa diversificación de la producción agrícola nacional, la necesidad de abastecimiento alimenticio mediante importaciones y un escaso abanico de productos a exportar por parte de nuestros países. En paralelo, el agronegocio se adueña de la tierra en nuestra región y los Estados tienden a apoyar la agricultura industrial ofreciendo desgravaciones fiscales y aprobando múltiples decretos a favor de esta. Todo ello en contradicción con un subcontinente con regiones muy ricas en biodiversidad y culturas de minufundio muy vigorosas.

Vinculado a la anterior pero ya en el campo de lo económico, cabe indicar también que el capitalismo como organización económica de producción y distribución se construyó sobre la utilización de energía tanto para producir como para transportar. Teniendo en cuenta que la lógica del capital es la ganancia y la acumulación, es fácil entender que su desarrollo haya estado y siga estando íntimamente ligado al control de las fuentes de energía. Esto implica que más allá del proceso globalizador, el desarrollo del biodiesel no es más que la continuidad del modelo de desarrollo clásico del capital, aunque en la actualidad este se vista con tonos verde y se transmute bajo conceptos como la bioenergía.

Por otro lado y como consecuencia del boom del precio de los commodities -lo que se ha venido en denominar la década dorada de América Latina-, a lo que hemos asistido es a una reprimarización de las economías del subcontinente. En este sentido, no es baladí el hecho de que los dos países que han aprobado las constituciones más avanzadas en materia ambiental del planeta, hablo de Ecuador y Bolivia donde se han incorporando derechos tan vanguardistas como el “Derecho de la Naturaleza”, sean los países que más se han reprimarizado durante estos años con su correspondiente impacto ambiental en los territorios sometidos al impacto extractivo. En paralelo, países como Brasil, el más desarrollado industrialmente de América del Sur, ha ido perdiendo durante estos años cuota de capacidad industrial, importando productos desde Asía que antes se fabricaban en dicho país.

Con el ciclo político progresista hoy ya gravemente herido en nuestra región, se instaló un discurso soberanista que poco tiene que ver con la realidad. Basta para ello comprobar el nivel de afectación de la crisis en nuestros países una vez terminado el boom de los commodities, así como el incremento de la dependencia de nuestra región respecto a las necesidades mundiales del recursos naturales de los países del Norte global.

Pero en paralelo, hemos podido asistir también a como se han incrementado las dinámicas acenturadas de desposesión y despojo en nuestra región. Lo que se ha ido plasmando en desplazamientos de población en territorios extractivos, pérdidas de conocimiento ancestras, transformaciones de las lógicas de vida originarias, incompatibilidad con la filosofía del buen vivir y otras tantas afectaciones más vinculadas a los derechos humanos de nuestras poblaciones ancestrales. Al fin y al cabo, el extractivismo actual no deja de ser la última modalidad del capitalismo más depredador en nuestros días.

Si bien es cierto que en nuestros países se han implementado lógicas novedosas respecto al tradicional control geopolítico al que se estaba sometido por parte de los Estados Unidos, también lo es que ahora nos vemos sometidos, aunque de una forma diferente, a los intereses de nuevos economías emergentes como es el caso de China. El gigante asiático, mediante sus aportes económicos a través de su banca de desarrollo, el desplazamiento de especialistas a territorios, múltiples programas de inversión regional, alianzas con países locales para la construcción de megaproyectos y otras tantas medidas más, pretende asegurar el suministro de recursos y a su vez abrir mercados expansivos para sus empresas, haciendo a las economías regionales cada vez más dependientes de sus necesidades estratégicas. Las asimetrías son claras, mientras que China se ha convertido durante los últimos años en el mayor socio comercial de países de la importancia de Brasil, Chile o Perú, fortaleciéndose la cadena global de valores entre el país asiático y América Latina, nos encontramos que el 73% de las exportaciones de recursos naturales de la región durante estos últimos años ha ido hacia China, mientras que en el ámbito de productos manufacturados con valor agregado el porcentaje no superó el 6%.

Tampoco podemos olvidar en esta breve exposición la violencia que genera el extractivismo y la creación enclaves de exportación aislados y derivados de la lógica neocolonial. Hablando claro, el modelo de desarrollo extractivista, independientemente de que este se realice bajo regímenes de carácter neoliberal o progresista, implica necesariamente la violación de derechos humanos. La única diferencia respecto a las sensibilidad política del gobierno de turno tiene que ver con la disputa del excedente. Una consecuencia de esto la hemos vivido muy recientemente aquí en Bolivia en un conflicto que desembocó en la muerte de varias personas fruto de un pulso entre las mal llamadas cooperativas mineras y el Estado. Los efectos del extractivismo impactan negativamente tanto en los derechos de los ciudadanos de los territorios afectados, como en las políticas nacionales o en la administración de justicia en nuestros respectivos países.

Por último, es importante hacer alusión que en nuestra región mediante el extractivismo se ha querido llegar a esto que podríamos definir como “ilusión desarrollista”, la cual en el caso de los países con gobiernos progresistas viene a resucitar una vieja ficción: la creencia de que es posible formular un modelo de capitalismo humano.

Basta remontarse al pasado reciente para ver como los inversionistas a nivel mundial habían olvidado América Latina hasta la llegada del boom de los commodities. Sin embargo, con el advenimiento del presente siglo pudimos observar como los flujos de capital privado a países en desarrollo pasaron de 2.000 millones de dólares en 2000 a casi un billón de dólares al año 2010. La suma de fondos de inversión en acción de mercados emergentes creció entre el año 2000 y 2005 un 92% y entre 2006-2010 ese crecimiento fue del 478%. Esto hizo pensar a los gobiernos latinoamericanos que el crecimiento de nuestros países podría mantenerse infinitamente en el tiempo.

Pero si analizamos a los BRIC y las economías emergentes, entendiendo entre ellas a las de nuestros países, veremos que durante ese período utilizaron el mismo modelo de desarrollo que el de economías como Japón, Corea del Sur y Taiwán en la segunda mitad del siglo pasado. Sin embargo y sin impacto alguno por la caída de los precios de los commodities, al no ser países exportadores de recursos naturales, vemos que todas estas economías bajaron del 10% al 5% cuando sus rentas per cápita alcanzaron un nivel medio – alto (Japón a mediados de la década de 1970, Taiwán a finales de 1980 y Corea del Sur a principios de 1990).

Hablando sin tapujos, si bien es cierto que han existido países de la periferia más cercana al centro que han conseguido, mediante dinámicas de desarrollo tardo-capitalistas, ocupar posiciones prominentes en el mercado global a costa de viejas potencias en declive, basta releer la teoría marxista del desarrollo desigual y combinado para poner en discusión que está regla pueda generalizarse. En la cúspide de la pirámide no hay sitio para todos, y esto implica que muy pocos países hayan logrado un crecimiento rápido y sostenido a lo largo del tiempo.

Haciendo un breve recorrido sobre la historia económica reciente veremos que a lo largo de cualquier década desde la segunda mitad del siglo pasado, sólo un 1/3 de los países emergentes han logrado crecer a una tasa de crecimiento anual del 5% o superior. Menos de 1/4 han mantenido ese ritmo durante dos décadas y 1/10 parte durante tres. Sólo seis países (Malasia, Singapur, Corea del Sur, Taiwán, Tailandia y Hong Kong) han mantenido esta tasa de crecimiento durante cuatro décadas y dos de ellos (Corea del Sur y Taiwán) durante cinco. De hecho, durante las última década -con excepción de China e India- todos los demás países que consiguieron mantener una tasa de crecimiento del 5% era la primera vez que lo hacían.

Con el doloroso final de una época dorada de dinero fácil y crecimiento también fácil, el capital está generando un nuevo mapa de mercados emergentes, lo que está implicando para algunas economías antes muy beneficiadas un fuerte impacto por fuga de capitales. Un caso significativo de esta nueva realidad es México, donde mientras el servicio de deuda sigue creciendo, se registra una salida de capitales por 11.368 millones de dólares durante este primer semestre.

En resumen, el extractivismo depredador obedece a un viejo modelo de desarrollo que debe ser superado antes de que sea demasiado tarde. Superar el extractivismo es para nuestra región una cuestión de vida o muerte.



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