viernes, 15 de julio de 2016

Experiencias quiteñas en la búsqueda del Buen Vivir

Por Decio Machado

Las ciudades en América Latina han vivido un proceso de expansión a gran escala durante la segunda mitad del pasado siglo. Latinoamérica concentraba en 1950 el 41% de la población en sus ciudades, mientras que en el año 2000 dicho indicador pasó al 78%. Este rápido crecimiento hizo que estas urbes asumieran un protagonismo político del que no disponían en el pasado. En el subcontinente se puso en práctica aquello ya anunciado por José Ortega y Gasset: “la polis no es primordialmente un conjunto de casas habitables, sino un lugar de ayuntamiento civil, un espacio acotado por funciones públicas. La urbe no está hecha como la cabaña o el domus, para cobijarse de la intemperie y engendrar, que son menesteres privados y familiares, sino para discutir la cosa pública”[1]. Hoy, en una región que vive un proceso de cambios acelerados, cuando las y los ciudadanos latinoamericanos salen de sus hogares lo hacen para encontrarse con el otro y construir ciudadanía, produciendo prácticas y pensamiento cívico.

Desde esa perspectiva las urbes latinoamericanas son ya hace algunas décadas espacios diversificados donde se concentra lo plural. Esto conlleva a la existencia de lecturas múltiples y paralelas sobre la realidad actual de nuestras ciudades, pasando estas a convertirse en un relato que se interpreta de manera global aunque se construya localmente de formas muy diversas y por lo general de manera conflictiva.

Es por ello que, en América Latina en general y en Ecuador en particular, las ciudades ya no pueden entenderse exclusivamente desde las lógicas de la implantación espacial de sus actividades urbanas, sus infraestructuras básicas de servicios, su rol económico, el precio de sus suelos o desde las perspectivas políticas del gobierno de turno. Se hizo imprescindible aproximarse a estas también desde el conocimiento de cómo interpretan y piensan sus habitantes, considerando para ello el acumulado de imaginarios construidos a través del paso del tiempo. Y es desde ahí, desde donde hoy en Ecuador los imaginarios urbanos pretenden ser integrados a las políticas públicas, entendiendo que la conquista del deseo imaginario es un acto político. No hacerlo significaría desconocer lo que piensan y hacen los habitantes de cada una de nuestras sociedades urbanas.

En los años ochenta, tanto en Ecuador como en el conjunto de América Latina, las ciudades fueron el escenario de una dura competencia política. En las principales urbes latinoamericanas se desarrollaron encarnizadas contiendas electorales y encendidos discursos politiqueros cual si fueran plazas a ser tomadas por ejércitos rivales enfrascados en una cruenta batalla. Sin embargo y a pesar de ello, los espacios urbanos nunca lograron convertirse en un referente específico para la conformación de modelos políticos referenciales. Los políticos y sus estructuras partidistas -estas que intermedian entre Estado y sociedad- carecieron de propuestas específicas para las ciudades, mientras que el Estado tampoco logró formular políticas urbanas claras, integrales y coherentes. Los procesos de creciente urbanización y la separación entre el organismo político y la participación social, características esenciales del Estado moderno, le restaron atributos a la condición de ciudadanía y trasformaron a los gobiernos locales (los más cercanos a la población) en apéndices del gobierno nacional (los más distantes a la población), siguiéndose una lógica clientelar tradicionalmente muy extendida en el subcontinente. La crisis económica y las políticas de ajuste implementadas por las instituciones de Bretton Woods durante el período neoliberal en la región (políticas enfocadas a la privatizaciones de empresas y servicios públicos, así como asimétricas aperturas económicas) terminaron redefiniendo los conceptos de participación social y excluyendo a la población de la toma de decisiones sobre las cuestiones que directamente les afectaban.

Hoy, inmersos en el proceso de redemocratización que vive el subcontinente, es interesante observar como en Ecuador se busca –con mayor o menor acierto- una mayor representación política mediante la aproximación entre política y ciudad. Todo ello enmarcado en el fortalecimiento del poder local, el nuevo rol asumido por las ciudades dentro de la institucionalidad nacional, el desarrollo de procesos de descentralización, la apertura de nuevos canales de participación y la emergencia de nuevos actores con protagonismo sociopolítico y cultural.

Teniendo en cuenta que en Ecuador las experiencias más innovadoras en materia de gestión municipal corresponden a municipios muy pequeños y habitualmente en manos de la gestión indígena, pero que a su vez son modelos poco válidos para replicar en los grandes centros urbanos europeos, me limitaré a posicionar tan solo dos experiencias exitosas –aunque con muchas aristas sociales, económicas y sociopolíticas- desarrolladas en la ciudad de Quito y que tienen proyección internacional.

Quito y su modelo de participación social

El Municipio es el organismo estatal más descentralizado del Estado y por ello el más próximo a la sociedad civil. Es desde esa proximidad que se construye la legitimidad de origen y de soberanía popular, y se mantiene en su devenir a través de la participación, la representación y la satisfacción de las necesidades de la población.

Pese a que desde los años noventa varios municipios pequeños y medianos de Ecuador, localizados fundamentalmente en zonas con predominio de población indígena, habían puesto en marcha formatos de gestión participativa muy avanzados, no ha sido hasta fechas más recientes cuando la ciudad de Quito –capital de la República del Ecuador- apostó por un modelo de gestión participativa que pudiéramos definir como eficaz y eficiente.

En primer lugar se desarrolló una fase previa basada en experiencias participativas que se sustentaron sobre cuatro modalidades: la microplanificación barrial, que se desarrolló especialmente en barrios populares y fue articulada con base a la priorización de obras urgentes que eran demandadas desde esos mismos barrios; las “visiones de futuro”, proceso mediante el cual se reunían a los actores de una zona para que construyeran –junto al Municipio- una hoja de ruta que les llevase hacia un “horizonte deseado” común; la Asamblea de Quito, considerada como una especie de “ágora” griega enfocada al tratamiento de temas de interés ciudadano en el ámbito de la política municipal; y las obras de cogestión, herramienta enfocada al desarrollo de “mingas” populares (definición andina de una reunión solidaria de vecinos para desarrollar labores en común) que tenían como objetivo completar con trabajos voluntario necesidades requeridas para ciertas obras barriales.

Un análisis crítico llevó a determinar que el modelo anteriormente señalado era fragmentario, careciendo de una visión global del territorio y mostrando escasa capacidad frente a la necesidad de construir modelos adecuados de planificación global y de ordenamiento territorial.

Seria ya a principios del presente siglo cuando la organización de las instancias de participación quiteñas pasarían a ser concebidas como un conjunto interrelacionado, el cual tiene una matriz territorial pero que involucra formas de representación sociales y temáticas de forma combinada. La figura que se adopta y replica en cada nivel territorial pasó a ser el cabildo, término que tiene su origen en las corporaciones municipales creadas en las Indias (América y las Filipinas) por la colonia española para la administración de las ciudades y villas, como expresión de la articulación de las organizaciones sociales existentes en cada localidad y de las nuevas dinámicas de participación social de la ciudadanía.

A nivel metropolitano se instala el Cabildo Quiteño, que constituye una instancia de participación ciudadana para el ámbito territorial. Su composición tiene tres vertientes: representación territorial –compuesta por delegados de cada una de las parroquias (barrios) urbanas y suburbanas existentes en la ciudad; mesas temáticas –conformada por delegados de los barrios en base a las temáticas derivadas de las políticas municipales-; y los consejos sociales –conformado por los delegados de los cabildos o consejos de mujeres, jóvenes, grupos étnicos y culturales- que se constituyan en el territorio.

De esta manera, el Cabildo Quiteño es una instancia deliberativa y representativa del conjunto de dinámicas sociales existentes en Quito. Se dota de los insumos derivados de las diversas instancias participativas existentes en la ciudad y tiene como principales funciones: elaborar los lineamientos del plan estratégico para Quito para el conocimiento y aprobación del consejo municipal; elaborar los lineamientos del plan de inversiones y en general las políticas estructuradoras que serán implementadas por el Municipio; monitorear, regular y reconfigurar el diseño del sistema de gestión participativa adoptado por la ciudad.

Por su parte, en el ámbito de cada administración zonal (la ciudad se divide en 11 zonas metropolitanas conformada cada una de ellas por varios distritos) se instalan los cabildos zonales, en los que confluyen representaciones territoriales, temáticas y sociales. Esta es la instancia clave donde se negocia y se llegan a acuerdos entre los diferentes subsistemas del sistema de gestión participativa quiteño. De igual manera que el anterior, los cabildos zonales tienen tres vertientes en su composición: territorial, temático y social. Teniendo como función: estructurar planes y políticas de desarrollo zonal; elaboración de lineamientos preliminares del plan de inversiones en cada uno de sus distritos; establecer compromisos de gestión compartida; y definir modalidades para el acompañamiento, control y seguimiento de la gestión municipal.

A nivel distrital, eje articulador entre las administraciones zonales y la población en cada barrio, se constituyen asambleas parroquiales (distritales), que constituyen el espacio de representación y participación de un conjunto de barrios. 

Por último y en la dimensión más cercana a la población, están los cabildos barriales o comunales. Estos son instancias de participación en la micro-escala barrial y recintos rurales que pertenecen a la ciudad, los cuales pretenden ser  instancias de participación social directa de la ciudadanía y están constituidos por una muy diversa variedad de lógicas de organización formales y no formales que se dan en cada unos de estos barrios. Estos cabildos barriales o comunales son el mecanismo de control social directo sobre los planes de acción concertados, a la par que elaboran propuestas políticas que son recogidas por el Municipio en el territorio respectivo, especialmente en relación con la calidad de prestación de los servicios. Es desde estos cabildos barriales o comunales desde donde se delegan los representantes para las instancias parroquiales (distritales) descritas con anterioridad.

La capacidad activa del sistema de gestión participativa adoptada por el Municipio de Quito depende de la respuesta de la sociedad civil quiteña en cada momento. Esta realidad hace referencia tanto a la densidad organizativa basada en federaciones barriales, asociaciones ciudadanas de diferente índole, agrupaciones gremiales, uniones o cooperativas, movimientos sociales urbanos, etc., como a la específica respuesta que desde tales instancias se le otorga a esta apertura dialógica del gobierno municipal por medio de modelos innovadores de acción social.




[1] Ortega y Gasset, José (2004). La rebelión de las masas. Barcelona: Pérez Galdós. Pag. 186.

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