Para las gentes de izquierda, en todo tiempo y lugar, la represión fue siempre un punto de inflexión, una línea roja que no se debe cruzar. Desde siempre las gentes de izquierdas rechazamos que cualquier Estado, del color que sea, pueda cruzarla sin que levantemos la voz, sin colocarnos incondicionalmente del lado de quienes sufren la represión, sin manifestar nuestro más decidido rechazo a un modelo de resolución de conflictos que es brutal y causa el dolor de quienes carentes de armamento militar reivindican lo que consideran justo.
El presidente Rafael Correa cruzó una línea que lo coloca del lado de tantos gobiernos opresores de nuestro continente. La muestra de ello se evidencia en el “glorioso” saldo de cientos de heridos y decenas de detenidos fruto de la intervención de los cuerpos de élite de la Policía Antimotines y las Fuerzas Armadas en localidades como Girón en Azuay, Pisanquí en Imbabura, Saraguro en Loja, Quito en Pichincha, El Chasqui en Cotopaxi o Logroño en Morona Santiago, entre otros lugares del país.
Rafael Correa cruzó esa línea de un modo muy perverso: usando nuestro lenguaje, los modos y estilos que utilizan los movimientos populares y partidos de izquierda, pronunciando palabras como revolución, cambio, justicia social y tantas otras cuyo sentido es violentado en el momento que se inicia la represión sobre los sectores sociales que históricamente han sido y siguen siendo marginados en esta sociedad.
El régimen que encabeza Correa está mostrando, en su furiosa reacción al paro encabezado por las organizaciones indígenas y sindicatos de trabajadores, su verdadero carácter: un nuevo modo de dominación, donde las políticas sociales pretenden acallar a los movimientos para lubricar el mismo modo de acumulación basada en el despojo y la violencia contra la naturaleza y las personas.
En Ecuador no hay ninguna revolución en marcha desde el poder estatal, sino la profundización del modelo extractivo, la dependencia creciente del mercado capitalista global, lo que requiere un resposicionamiento autoritario del Estado y de los modos de gobernar. Lo que está sucediendo, es consecuencia directa de este modelo: la caída de los precios del petróleo no hizo sino disparar una crisis que los de arriba pretenden sea pagada por los de abajo.
Nuestro apoyo incondicional a los sectores populares organizados en movimientos. Nuestro rechazo a la represión que no es más que la antesala de una salida por derecha de la crisis actual. Sólo la acción decidida y autónoma de los movimientos puede inclinar la balanza hacia soluciones populares y de izquierda.
Disfrazar este tipo de actuaciones bajo argumentos que hacen alusión a supuestos golpes blandos o intentos de desestabilización al régimen, no reflejan nada más que una manifiesta incapacidad para gobernar sin ejercer violencia sobre las gentes.
Es esta manera de gobernar, en la que el uso de la prepotencia, el privilegio del poder, el dominio y la superioridad se convierten en una conspiración contra el débil.
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