Por Decio Machado /
Sociólogo y periodista
Para la revista uruguaya Brecha
El
correísmo no es más que la expresión política de la profunda transformación
emprendida por el capitalismo ecuatoriano en los momentos posteriores a la
crisis financiera que vivió el país en el año 1999. Es decir, cuando un sector
del capital nacional, transversalizado por los capitales regionales, pasa a entender
mejor sus posibilidades de negocio propiciando un mayor nivel de consumo interno
a través de la incorporación de sectores populares al mercado. Todo ello en el
marco de una importante disputa de poder con las viejas oligarquías que dominaban
la exportación de la producción agrícola al exterior, el viejo modelo de
agrobusiness no tecnificado.
Esta
nueva realidad produce un nuevo modelo de capital financiero que integra entre
sus clientes objetivos y potenciales a dichos sectores populares, lo cual sumado
al efecto de las remesas y al excedente petrolero, implica también la
transformación de las redes de comercialización de productos importados con el
fin de atender a esta emergente demanda.
Superar
la inestabilidad política que ha caracterizado el reciente pasado ecuatoriano,
significó repartir más en momentos de bonanza económica, buscando con ello garantizar las condiciones de
acumulación a largo plazo para los sectores del capital emergente. Al fin y al
cabo, el fenómeno correísta no deja de ser algo parecido a lo que fue el
keynesianismo respecto al fordismo durante gran parte del siglo pasado en EEUU
y Europa.
Sin
embargo, los ciclos políticos vienen determinados por los ciclos económicos, y
esta realidad viene determinando el fin de un consenso político, social y
económico implementado con el triunfo del Alianza PAIS en las elecciones del
2006 e institucionalizado a través de la Constitución de 2008 en Montecristi.
Si
hay que buscarle un punto de inflexión a la tendencia mayoritaria de apoyo
popular al gobierno del presidente Correa en Ecuador, esta se sitúa a inicios
del 2015. Es ese el momento en el que la economía nacional pasa a evidenciar de
manera palpable los impactos derivados del reajuste de precios en los mercados
internacionales de los commodities y fin de la llamada “década dorada”
latinoamericana. Sin embargo, está siendo la velocidad con la que se está
produciendo dicho deterioro lo que más preocupa en estos momentos a los
estrategas del régimen.
El
actual reflujo económico que vive el Ecuador viene a desnudar un modelo de
desarrollo que al igual que otros tantos aplicados en la región, muestra presto
sus límites una vez acabado el período de bonanza. En estas condiciones, no
tardará mucho en llegar el momento en que desde el oficialismo, bajo sus propias
lógicas internas, se busque bajo análisis simplistas a los responsables de su
deterioro: ¿será fruto de los errores de conducción de un régimen gestionado
por un conjunto de burócratas tecnocráticos que podrían sin escrúpulos haber
servido a cualquier otro gobierno de perfil modernizador con independencia de
su definición ideológica?, ¿será culpa del agotamiento de un modelo de
comunicación estratégica basado en la producción de publicidad política y
realidad virtual?, ¿o será como plantean algunos de los intelectuales que
quedan alineados al régimen, el fruto de la victoria de los apólogos del
marketing político sobre los defensores del pensamiento orgánico? En el fondo
da igual, dado que en la práctica la transformación vivida por el Estado
durante la era correísta no es más que el fruto de las necesidades del nuevo
mercado ecuatoriano.
Más
allá del futurible ajuste de cuentas a lo interno en el partido de gobierno y
la cúpula de poder, es un hecho que a pesar del proceso de tardo-modernización
capitalista impulsado desde la planificación estatal por el correísmo, se ha
reprimatizado la economía nacional, demostrándose escasa efectividad en materia
de diversificación productiva, lo que agudizó la dependencia del mercado
internacional del crudo. Basta significar que las exportaciones de bienes
procesados no petroleros en 2006 significaron el 4,9% del PIB nacional mientras
que para el 2014 dicho indicador había descendió al 3,9%. Con esto se evidencia
lo banal del discurso de vanguardia gubernamental respecto al cambio de matriz
productivo y la transformación del régimen de acumulación económica heredado de
la época neoliberal.
Gran
parte de los logros económicos y sociales desarrollados por el régimen se
sostuvieron gracias a los elevados ingresos propiciados por la exportación
petrolera durante estos últimos ocho años (57 mil millones de dólares
descontados los costos de los combustibles importados). Ese es el motivo por el
cual pasan ahora a estar en riesgo. Sin dejar de reconocer que durante este
gobierno la pobreza medida por ingresos (2,63 dólares diarios, usando la línea
de pobreza nacional) disminuyó del 37,6% en 2006 al 22,5% en 2014, ya comienzan
a aparecer los primeros datos económicos que reflejan el fin de ciclo. Según el
Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INEC), la pobreza nacional habría
aumentado entre junio de 2013 y junio del 2014 en casi un punto porcentual y
estamos a la espera de ver datos peores en el presente año, el empleo precario
(quienes no llegan a completar la jornada legal de trabajo y/o quienes ganan
menos del salario básico) subió entre los meses de marzo del 2014 y el presente
en más de un punto y medio, y la evolución positiva del coeficiente de GINI
(indicador de desigualdad) que ha sido vanagloria del régimen durante estos
años lleva estancado desde el 2013.
Acabada la plata se
apagó el fuego de la pasión
Si
bien el régimen ha disfrutado de altas tasas de popularidad hasta hace
relativamente poco tiempo, el deterioro económico conlleva a su vez el
deterioro de la hegemonía ética y cultural, es decir, del consenso formado a
partir de la Constitución de Montecristi en torno a ideologías y valores. Desde
el año pasado se está incrementado aceleradamente la percepción de corrupción
generalizada en el país y la pérdida de credibilidad presidencial, mientras se
pone cada vez más de manifiesto un descontento generalizado respecto a la
situación de la economía nacional y su afectación sobre los niveles de
capacidad adquisitiva de la población.
El
discurso del régimen, basado en una estrategia que tiene mucho que ver con
aquello que Orwell definiese como un sistema casi perfecto de “doble
pensamiento” y enfocado al descrédito de todo cuestionamiento crítico y control
sobre las definiciones de la realidad, pasó,
en una coyuntura de incremento cada vez mayor de la conflictividad
social, a redefinir términos y a invertir valores. Lo que en el pasado fue
heroísmo revolucionario ahora es terrorismo; la movilización social se
transformó en sedición; y disidencia política en anarquismo y traición. Sin
embargo, la realidad es –según demuestran las encuestas- que no solo son las
élites burguesas quienes manifiestan su disconformidad con las políticas del
régimen, sino también gran parte del 43% de población vulnerable (ingresos
entre 4 y 10 dólares diarios según CEPAL) existente en el Ecuador que ven
deteriorarse sus condiciones en el actual momento.
El
régimen correísta sufre de progeria, enfermedad referente al envejecimiento
brusco y prematuro, motivo por el cual pasó de ser una alternativa a la vieja y
deslegitimada partidocracia a convertirse en el paradigma de la modernizada partidocracia
del siglo XXI. Para los jóvenes ecuatorianos, según indican diversos estudios
demoscópicos, todo el espectro político nacional son “astillas del mismo palo”,
no distinguiendo políticamente ya al mandatario del resto de sus contendores
políticos.
De las incapacidades
de la izquierda a la estrategia conservadora
Si
bien la ruptura con el régimen de la mayoría de sectores indígenas y
movimientos sociales podría ser considerada por algunos como prematura, el
tiempo les ha ido dando la paulatinamente la razón. No fue la intencionalidad
de construir un “capitalismo moderno” –utilizo terminología implementada por el
propio mandatario en estos últimos días- lo que motivó las resistencias al
neoliberalismo en los momentos anteriores a su llegada al poder. Es más, el propio presidente Correa ha
definido en innumerables ocasiones al “ecologismo y el izquierdismo infantil”
como el principal enemigo del supuesto “proceso revolucionario”. Sin embargo,
ha sido la incapacidad de esa misma izquierda a la hora de generar diagnósticos
reales de lo que ha venido sucediendo durante los últimos años, lo que ha
permitido el auspicio e inicial consolidación del fenómeno correísta en el
poder. En definitiva, se ignoró aquella máxima foucaultiana de que “lo propio
del saber no es ni ver ni demostrar, sino interpretar”.
Desde
la llegada del reflujo económico, las movilizaciones populares que habían
venido siendo encabezadas hasta hace muy poco por los sindicatos independientes
y la CONAIE, están pasando a ser hegemonizadas por la derecha, la cual comienza
a reposicionarse en el tablero político nacional.
Desde
su incapacidad para reinventarse ideológica y organizativamente, la izquierda
política y social del Ecuador aún no manifiesta condiciones para generar
alternativas al modelo implementado por el neopopulismo correísta. La crítica
discursiva se limitó a posicionar las contradicciones existentes entre el
discurso y la praxis oficialista: revolución, socialismo, poder popular o
gobierno de los trabajadores vs aumento de los beneficios empresariales,
reforzamiento de los grupos nacionales de capital con la incorporación del
capital emergente, agudización de la explotación laboral, control y
criminalización de la protesta social. Fruto de esta incapacidad a la hora de
generar nuevas coordenadas en el juego político que desaten escenarios donde
las condiciones sean menos desfavorables, los sectores políticos más
progresistas ni siquiera cuentan hoy con organizaciones políticas capaces de
disputarse en términos hegemónicos el liderazgo post-correísta.
Sin
embargo, en una coyuntura enmarcada en la quiebra del concepto gramsciano de
hegemonía ideológica y dominio social correísta, son los sectores conservadores
los que mejor han entendido de que la política electoral consiste en agudizar
las contradicciones del oponente. Para ello han aprovechando el descontento
ante las nuevas medidas implementadas desde el Gobierno que buscan el
refinanciamiento del Estado, pasado a protagonizar la resistencia ante dos de
las propuestas más redistributivas que el régimen ha planteado en los últimos
años: el incremento de impuestos a la plusvalía de los bienes inmuebles y el
incremento a los impuestos a las herencias.
Si
bien el inicio del declive oficialista puede datarse en las elecciones
seccionales de febrero del pasado año, cuando perdió un tercio de su electorado,
su colofón ha tenido lugar frente las movilizaciones del pasado mes de junio por
todo el país –se habla de medio millón de personas movilizadas en diferentes
ciudades del Ecuador-, lo cual culminó con la retirada por parte del Gobierno
de sus propuestas de reforma fiscal.
En
la práctica, el oficialismo puso en evidencia que más allá de su permanente
conflicto con las organizaciones populares, es desde que los sectores
conservadores se movilizan cuando más claramente se ha visibilizado sus
debilidades, viéndose obligado a recular. Incluso la reciente visita papal al
Ecuador, la cual pretendía ser utilizada por el régimen como un acto de
respaldo a Rafael Correa por parte del Sumo Pontífice ante un supuesto y
estratégicamente inventado golpe de Estado, terminó teniendo un efecto negativo
para la imagen presidencial. Los
principales medios de comunicación internacionales se encargaron de posicionar mediáticamente,
y con especial ahínco, las pitadas recibidas por el mandatario durante su
acompañamiento al líder religioso.
Está
por verse el desenlace de esta trama: el liderazgo en las filas conservadoras
está en disputa, y las condiciones a las que llegarán a los comicios
presidenciales y legislativos del 2017 dependerá de sus capacidades de
entendimiento interno; queda también por ver cual será la evolución del mercado
global del crudo, el cual no atisba pronósticos de recuperación por encima de
los 60 dólares el barril, lo cual lo sitúa muy lejos del precio promedio de los
102 dólares cotizados en abril del 2014, momentos previos al inicio de su
desplome; así como la capacidad interna del correísmo para superar sus lógicas
cartesianas del “conmigo o contra mi”, lo que quizás le permitiría al presidente
Correa, en medio de tanto burócrata rindiéndole pleitesía y tras casi nueve
años de una incesante y estratégica campaña basada en el culto a su
personalidad, escuchar a algún niño que diga: "¡pero si el rey va desnudo!".
En todo caso, la realidad es
tozuda y nos demuestra con su día a día lo irrelevante en estos momentos de preguntarle
a Nietzsche sobre si es posible que en algún momento Apolo consiga domesticar a
Dionisio.
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