El término efeméride proviene del griego ἐφημερίς, -ίδος (ephemeris, ephemeridos), a través del latín ephemeride, y entre sus distintos significados el más conocido se refiere a un acontecimiento o evento importante acaecido en determinada fecha.
El pasado 1 de junio, la Fundación Simón I. Patiño (1), con sede en Ginebra, celebró la efeméride de su fundador, nacido el primero de junio de 1860 en Santivañez, Departamento de Cochabamba (Bolivia).
Rememorando a José Martí, vale la pena decir que: “Lo pasado es la raíz de lo presente. Ha de saberse lo que fue, porque lo que fue está en lo que es”.
En este sentido, Bolivia es en América Latina el ejemplo más claro del pasado proyectado al presente. Las heridas bolivianas, producidas en los últimos 150 años continúan sangrando dolorosamente hasta el día de hoy. No existe un ejemplo más claro de cómo los puñales del imperialismo y de las oligarquías locales vendidas a los poderes extranjeros todavía están clavadas en tierras latinoamericanas.
Desde siempre las élites políticas y económicas han desarrollado la estrategia de borrar a los pueblos la memoria histórica, tergiversando los hechos y escribiendo la Historia a su conveniencia. Pero como bien sabemos, un pueblo sin memoria es como un árbol sin raíces, queda a las expensas de un viento fuerte para ser derribado.
Dice un viejo refrán que “cuando no sepas a dónde vas, vuélvete a ver de dónde vienes”, y desde esa mirada es desde donde ha tenido sentido la elaboración de este artículo.
Antecedentes biográficos de Simón Iturri Patiño
Sus padres, de origen vasco él, e hija de una reconocida familia de Cochabamba ella, le pusieron el nombre de Simón por haber nacido el primero de junio, día de San Simón.
Cuando apenas tenía ocho años de edad, se trasladan desde el pequeño pueblo de Caraza –hoy Santivañez- a la capital del Departamento, Cochabamba, ingresándolo en una escuela religiosa, completando allí su formación secundaria en el seminario de dicha ciudad.
Su primer empleo conocido, entre 1882 y 1884, fue como vendedor de un humilde negocio de importaciones establecido en Oruro (2) por un empresario cochabambino.
Oporto, con muy escasos fondos, necesitaba permanentemente de nuevos capitales o créditos para continuar con su explotación. Entre sus necesidades se encontraban: víveres, dinamita y algún dinero para pagar a los cinco peones a los que les adeudaba salarios.
En un momento determinado, Oporto no pudo conseguir más crédito en la Compañía Fricke, y fue Simón Patiño, con la sagacidad que le caracterizaba, quien resolvió avalar con su salario la dinamita y las provisiones que le hacían falta, y así se desarrolló la firma de un contrato entre ambos: el trabajador en la mina y el avalista en la ciudad.
Según consta en sus antecedentes biográficos, Patiño le hizo una proposición formal a Oporto en los siguientes términos: “Desde que dejé el colegio para trabajar y siempre que he podido he ahorrado algo, aunque sea unos centavos, con la esperanza de reunir un capital que me permitiese tener un negocio propio, de preferencia minero. A costa de mucho sacrificio he reunido hasta unos 5.000 bolivianos. Estoy dispuesto a arriesgarlos en su mina. Hagamos una sociedad con el nombre Patiño-Oporto. Yo daré el dinero que vayamos precisando para jornales, víveres y materiales. Usted dirija los trabajos personalmente. Tendría la obligación de mandarme un mínimo de 40 quintales mensuales de barrilla de estaño. La ley del mineral no tendría que bajar de 65%. Yo los vendería a los señores Fricke. Seguiría trabajando como empleado para ellos para no perder mi sueldo y para mantener el contacto. Del producto de las ventas descontaríamos los gastos, separaríamos algo para reinversión y ampliación y de la utilidad que nos quede nos dividiríamos por mitad. Desde la primera vez que he ido por allá, la montaña Llallagua me ha dicho algo. Tengo fe en ella. Todo depende de que trabajemos con entusiasmo y seriedad. Estoy seguro de que alguna de esas vetas que el señor Sainz y el ingeniero Minchin han encontrado en los costados debe llegar hasta la cumbre de Juan del Valle. Yo me encargaré de hacer las escrituras de la sociedad ante un notario. Usted tendría que volver a la mina de inmediato”.
Oporto aceptó y ambos formaron la sociedad para la explotación de “La Salvadora”.
Después de tres años de trabajo infructuoso –la producción de estaño era escasa-, Oporto llegó al convencimiento de que no podía aguantar más, proponiéndole a Patiño la venta de la concesión. “¿Vender la mina?, Usted venda su parte si lo desea, pero yo no venderé la mía”, fue la respuesta de Patiño, quien gozaba rememorando este hecho ante sus amistades años más tarde.
El 16 de agosto de 1897, Patiño firmaba un documento público por el cual compraba la parte de Oporto, tras haber conseguido un contrato de financiamiento con su patrón Fricke, por el cual la mina sería explotada durante un breve tiempo.
Patiño abandonó su puesto en la Compañía Fricke y partió al cerro –el campamento estaba a 4.400 metros sobre el nivel del mar- para explotar la mina. Cargado de deudas, pero dueño de “La Salvadora”, dejó la familia en Oruro, y pasando necesidades trabajó durante un año, convenciendo a Fricke, su antiguo empleador, que la única forma de cobrar lo que le adeudaba era dándole medios para seguir explotando “La Salvadora”.
Realmente, Patiño en aquel tiempo era un minero humilde rodeado de poderosos vecinos (Pastor Sainz, el ingeniero británico John B. Minchin y la firma francesa, Bebin Hermanos). Con apenas cuatro hectáreas, explotaba la mina con tan solo unos cuantos peones, sin máquinaria adecuada, y sin otras herramientas que taladros manuales, martillos, picos y una chancadora de mano para moler el mineral. Después de esta operación, los trozos de mineral, separados también a mano, se cargaban en llamas que tras tres días de viaje para llegar a Challapata, eran embarcados en el ferrocarril.
Poco después, los peones de Patiño le avisaban del descubrimiento de una veta grande y ancha. Al amanecer del día siguiente el propietario minero emprendía camino a Huanuni, y al caer la noche de ese mismo día, se dirigía a las oficinas de la firma británica, Penny & Duncan, donde entregaba diversas muestras de mineral extraídas de la veta recién descubierta. Al medio día del día siguiente, un ensayista de la compañía británica le entregaba los certificados de las pruebas y le felicitaba efusivamente. Los resultados del ensayo indicaban que una de las muestras contenía 58% de estaño, otra 56% y una tercera 47%. Esto significaba que Simón I. Patiño era dueño la veta de estaño más rica de la región y quizás de la mina más rica del mundo.
Así fue que Patiño repartió la producción de un año, según el contrato, y quedó a partir de ese momento, dueño de la mayor mina de estaño que hay en Bolivia, donde comenzó a desarrollar su explotación a gran escala.
Se iniciaba así una historia de rapiña y negociados que haría de Patiño, en menos de una década, el hombre más rico de América del Sur.
Amasando fortunas
Roberto Querejazu Calvo, en su libro “Llallagua (Historia de una montaña)", describe a Simón Iturri Patiño con las siguientes palabras: “de estatura mediana, cuerpo erguido y robusto, dando la impresión de estar firmemente asentado en el suelo. Espaldas anchas y cargadas. Rostro cuadrangular, frente amplia, ojos pequeños de mirar inquisitivo y desafiante, nariz recta, bigote grueso, boca regular, mentón redondeado pero sólido, cabello corto. Carácter ambicioso, ejecutivo y tenaz. Inteligencia natural e intuitiva. Actitud mental y física en permanente apresto, como de luchador. Temperamento vivaz y burlón del cual emergen, con igual facilidad, manifestaciones de impaciencia y cólera o una sonora carcajada”.
La alegría de Patiño en “La Salvadora” quedó ofuscada, por un tiempo, porque unos mineros –los hermanos Artigue- le entablaron juicio, dudando de la legalidad de la concesión a su nombre.
La disputa judicial fue novelesca, existiendo episodios como la desaparición de los documentos que podrán probar los derechos de los Artigue con respecto a la propiedad minera en disputa, los cuales fueron robados en un tren que los conducía a la Suprema Corte.
En los siguientes años a su triunfo en “La Salvadora”, el magnate minero fue adquiriendo otras minas y su fortuna creció vertiginosamente. Patiño supo poner a su servicio al ejército y a la policía de Bolivia, y cuando celebró la victoria por la conquista legal definitiva de las minas, retribuyó adecuadamente al general Ismael Montes (4), colaborando en hacerle presidente de la República de Bolivia.
En años posteriores, se enfrentará con resultado positivo a muchos otros problemas judiciales: con la empresa minera chilena Llallagua, por ejemplo, cuyo paquete accionario, finalmente, logró controlar.
Patiño continuó ampliando sin cesar sus negocios mineros y financieros. En 1906, por ejemplo, fundó el Banco Mercantil, con oficina central en Oruro y sucursales en todo el país y en Antofagasta.
De igual manera, el ya llamado “Rey del Estaño” quien en un principio vendía sus minerales a través de la firma de Félix Avelino Aramayo, decidió posteriormente vender en forma directa. En 1909, instaló, con este fin, una primera oficina para la venta en Europa, concretamente en Hamburgo.
Ese mismo año, el estaño alcanzaba el más alto precio en el mercado internacional y Patiño ganó millones de dólares. Alrededor de 1910 había formado un complejo minero poderoso con las minas de Llallagua, Catavi, Siglo XX, Uncía y Huanuni, entre otras. Además, para transportar minerales desde sus minas, construyó el Ferrocarril Machacamarca-Uncía en 1911.
En 1912, por sus intereses mineros, bancarios y las propiedades urbanas en Oruro y Cochabamba, Simón I. Patiño era, indudablemente, el hombre más rico de Bolivia.
Cuando se produjo la Primera Guerra Mundial, exigiendo más estaño y plomo, Patiño entraba definitivamente en el selecto club de los grandes millonarios del mundo. Los Patiño viajaron a Europa, para establecerse en París. En 1914, las oficinas se trasladaron al número 44 Avenue Gabriel, desde donde Patiño dirigía sus negocios. La residencia familiar se estableció en una casa situada en Rue Washington, y posteriormente a la Avenue du Bois. Ambas en un elegante barrio residencial cerca de los Campos Elíseos.
En 1918, su nombre aparecía en las revistas internacionales, entre los hombres más ricos del mundo; en 1920 su empresa poseía el 41% del estaño mundial. En efecto, Patiño supo integrar las operaciones mineras en un vasto conjunto empresarial y financiero, logrando controlar a los refinadores europeos.
Para tener idea de la riqueza de la familia Patiño, basta con comparar la renta bruta de Bolivia en 1925 (55 millones de pesos) con la de Patiño (50 millones de pesos).
Realmente la presencia de Simón Patiño llegó a invertir el proceso económico de Bolivia, eso sí, sin alterar el cuadro general de la dominación imperialista ni de su dependencia. Con sus esfuerzos, el pueblo boliviano tuvo que pagar para sustentar la oligarquía en el poder, ahora liderada por el propio Patiño, y de esta manera este magnate llegó a prestar al gobierno boliviano mucho más dinero que lo que debía pagar como impuestos. Solamente los intereses de estos empréstitos alcazaban sumas más elevadas que la que la Patiño Mines adeudaba al Estado. En 1925 Patiño prestó al Estado boliviano 600 mil libras esterlinas para la construcción de ferrocarriles, pero una de las condiciones establecidas, aparte de los intereses, consistía en que el gobierno no aumentaría los impuestos sobre el estaño durante cinco años y además el ferrocarril beneficiaría directamente a las empresas del magnate en el transporte del estaño.
Su fuerza se volvió aún mayor cuando comenzó a operar con los banqueros de Wall Street y de Londres. Para eludir los impuestos, mediante una escandalosa maniobra transfirió en mayo de 1924 la sede de sus negocios a los EEUU, constituyendo en julio del mismo año, la Patiño Mines & Enterprise Consolidated Inc., que registró en el estado de Dellaware. En ella agrupó a la Compañía Estannífera Llallagua, La Salvadora, y el ferrocarril Machacamarca-Uncia.
La Gran Depresión afectó a las empresas de Patiño. En 1927 hubo superproducción de estaño, provocando el descenso de los precios: la tonelada, que en los Estados Unidos cotizaban a 917 dólares, bajó a 794 en 1929 y en 1932, el año crítico para la economía boliviana, cuando comienza la “Guerra del Chaco”, el precio era de 285 dólares. La situación era compleja para Bolivia, pero no para Patiño: por algo él financiaba los gobiernos dictatoriales existentes en la nación. El estaño continuaba bajando sus precios al mismo tiempo que no había compradores. A esta situación se agregó que entre los productores de estaño en el mundo (Malasia de los ingleses, Indias Occidentales de los holandeses y Nigeria, todos repartidos en algunos trusts internacionales), la producción de Bolivia era justamente la más cara y antieconómica: empleando los tradicionales procesos de los latifundistas, Patiño recurría al trabajo semiesclavo, supliendo la falta de una tecnología más funcional con la mano de obra abundante y barata. En resumen, Patiño cambiaba su falta de voluntad en inversión tecnológica a cambio de la sobre-explotación del pueblo indígena boliviano, todo ello con la complacencia de gobiernos títeres y tiranos que él mismo financiaba en el país.
No debe olvidarse que la Patiño Mines & Enterprise Consolidated Inc., tenía poderosos aliados en los EEUU, y de aquí surgió el gran golpe: la internacionalización del precio del estaño, eliminándose la concurrencia en la cotización y este fue el origen de una asociación internacional a cuyo frente estaba la Patiño Mines, consiguiendo restringir la producción y controlarla desde ese momento en adelante, para evitar cualquier exceso en la acumulación. La maniobra no dio resultados suficientemente amplios: algunas empresas, justamente aquellas que podían producir por precios menores, no aceptaron el esquema de Patiño.
Patiño propuso entonces el control de los precios y que la producción pasase a los gobiernos de las naciones productoras de estaño. La cuestión era simple: mientras el estaño estaba proveyendo lucros fabulosos y originando fortunas –en Bolivia, mayor que la del Estado-, el control absoluto quedaba en manos de los propietarios de las minas y así, cuando la producción comenzó a ser un problema y a ocasionar perjuicio, los dueños de mina transfirieron la carga onerosa sobre la espalda del gobierno. Todo fue conducido para salvar de las pérdidas de la Patiño Mines.
Como Patiño tenía amplio dominio sobre el gobierno (en Bolivia existían otros grandes productores de estaño, pero ninguno de ellos con su fuerza), hizo que el Estado absorbiera los perjuicios y de esta manera sorteó la crisis, quedando económicamente tan fuerte como antes, a pesar de la restricción impuesta en la producción de las minas (en 1929 la producción disminuyó 77,7%; en 1932 sufrió las siguientes restricciones: 56,2% en enero, 43,8% en junio y 33,3% en julio).
Posteriormente, el mercado mundial del estaño se restableció y el exceso de producción fue absorbido lentamente; los precios mejoraron y la producción pudo ser aumentada al doble cuando la Gran Depresión fue superada y una nueva corriente de progreso industrial exigió mas estaño. De esta manera, Patiño a la cabeza de los empresarios mineros, salvaba su situación, mientras Bolivia se hundía económicamente.
Con la combinación de la estructura feudal del latifundio boliviano y la expoliación internacional en la industria del estaño se llega a la estructura económica de la sociedad boliviana, sociedad que teniendo por base económica este triste contenido, generó un cuadro político extremadamente inepto y corrompido. En medio de esa corrupción y con la inercia política de este tipo de oligarquías, Bolivia ahogó las esporádicas movilizaciones reivindicativas de sus masas en baños de sangre en los que los indios fueron una y otra vez aplastados.
Por esas épocas, Patiño también compró a sus fundidores en Liverpool (Willams Harvey & Co.) y en Alemania. De igual manera, adquirió minas en Malasia. Esta integración le permitió jugar un papel clave en la conformación del Comité Internacional del Estaño que fue el primer cartel que intentó controlar el precio de una materia prima.
Al estallar la Segunda Guerra Mundial y huyendo del conflicto, Patiño se traslada a Nueva York, instalando su despacho en una de las torres del Waldorf Astoria, en Park Avenue.
En esta fase, ya con la colaboración de su hijo Antenor, ejerció gran influencia en los mercados bursátiles. Al cumplir los ochenta años, Patiño decidió retirarse, dejando sus negocios a sus hijos y nietos. Residió desde entonces en Argentina, repartiendo su tiempo entre Buenos Aires y Mar del Plata. Murió a los 87 años, el 20 de abril de 1947. Su cuerpo fue trasladado a Cochabamba, en cuya catedral se celebraron las solemnes exequias fúnebres, decretando otro títere gobierno boliviano duelo nacional.
Patiño, junto con Mauricio Hoschild y Carlos Víctor Aramayo, otros ricos mineros de Bolivia, son conocidos como los “barones del estaño”. Éstos tuvieron una gran influencia política en Bolivia hasta la Revolución Nacional de 1952, que efectuó la nacionalización de las minas.
Epílogo con el diablo.
El escritor boliviano Augusto Céspedes (5) fue autor de un relato en torno a la sepultura de Simón Patiño, en el cual reflejaba bien como el millonario boliviano solo producía odio y repugnancia al pueblo trabajador andino. El empresario solo simpatizaba con la clase política y con los grupos económicos más poderosos. Bolivia quedó sumida en la pobreza gracias a los manejos ocultos del poder político a quienes sobornaba Patiño. Los quichuas, los criollos, los villanos, los trabajadores demuestraron la disconformidad que sentían hacia el “Rey del Estaño” destrozando una gran casa de su propiedad.
En el relato de Céspedes, Patiño una vez sepultado es invitado por el diablo a entrar al infierno, donde juntos podrán seguir haciendo lo que Simón Patiño hizo en vida, devastar el país de Bolivia, dejarlo sin futuro, sin trabajo…, y a merced del hambre, la desolación y la pobreza.
“(…) Pero entonces emanaron de la bóveda de la cripta en un parto múltiple numerosas formas de muñecos formados de escorias chispeantes amasadas con lama negra, que tenían pupilas de estaño del 99,99 por ciento: los duendes, los “tíos" de las minas que venían también a rendir su homenaje. Abrieron la caja, cortaron fácilmente la cápsula metálica y levantaron a Patiño, obligándole a pasar más adentro, más adentro. En la cripta se abrió una galería llena de vapores sulfurosos y una temperatura de 2.000 grados centígrados que no parecía molestar a un enorme danzarín de la Diablada, con su gran máscara de dientes de caimán, sus cuernos, entrelazados con serpientes verdes, ojos de vidrio con pupilas de metal y una corta capa bordada de perlas, zafiros, huayruros y espejitos. La cola colorada se enredaba en una pierna asomando el aguijón. "Entra, compadre. Vamos a experimentar un nuevo procedimiento de volatilización electrolítica. Seguirás ganando."
La realidad del minero boliviano de la Patiño Mines y demás compañías.
Más allá de la ficción literaria, quienes realmente sí vivían en el infierno eran los mineros bolivianos.
Estos trabajadores, en su inmensa mayoría indígenas, vivían en campamentos expuestos al cortante viento frío del altiplano. Dura realidad la del minero boliviano, quien hospedado en una tierra hostil, en lo alto de la cordillera, trabajaban en las entrañas de los cerros respirando partículas del mineral en una atmósfera mohosa, impregnada de veneno.
Su alimento era solamente maíz molido y los derivados que pudiera hacer de esto. El hambre era un flagelo y para superarlo, utiliza la hoja de coca, la cual masca dotándole de un fuerte poder anestésico contra el hambre. Con este estímulo, el indio desarrolla una energía aparente, que le permite desarrollar un trabajo prolongado que le facilitaba las largas horas de jornada laboral en las entrañas de la montaña.
A los cuarenta años, estos indígenas mineros ya estaban acabados. Sus pulmones se petrificaban; su piel se rajaba ante el viento del altiplano; y cuando sus ojos comenzaban a quemar, comenzaban los síntomas de su fatal agonía camino de la muerte: vómitos de sangre, desmayos por agotamiento o debilidad física que ya ni la coca conseguía disimular.
Los mineros bolivianos pagaron con su vida el precio de enriquecer a los Patiño. Así morían, y en su muerte, eran conscientes de que no había jubilación, ni pensiones, ni nada…, solos quedaban mujer e hijos. Pero en ese dolor, en el sufrimiento de la agonía de la muerte, muchos de ellos encontraban la liberación a una vida de esclavitud, dolor y sustento de una sociedad feudal –tanto en el campo como en las minas-, que consolidaba una vergonzosa oligarquía tradicional, explotadora y criminal que debe pasar a la historia tal y como realmente fueron, y no como nos la intenta dibujar la burguesía boliviana.
Notas:
(1) Creada en 1958 por los herederos del magnate industrial boliviano Simón I. Patiño (1860-1947), la Fundación Simón I. Patiño de Ginebra, dice según sus estatutos concebir y desarrollar programas, tanto de investigación como de aplicaciones prácticas, “en beneficio de América del Sur, y de Bolivia en particular”, en los campos de la educación, la cultura, la investigación, la salud, la higiene, la nutrición, la agricultura y la ecología. Esta Fundación desempeña sus actividades en varios Centros, propiedad de la Fundación Universitaria Simón I. Patiño, creada en 1931 en La Paz por el mismo Simón I. Patiño. En Ginebra, su Centro universitario forma jóvenes ejecutivos para las élites empresariales bolivianas.
(2) Oruro, ciudad de Bolivia y la capital del Departamento de Oruro. Se encuentra localizada a 3.706 msnm (metros sobre el nivel del mar), entre La Paz y Potosí.
(3) Juan del Valle (1564), uno de los conquistadores españoles fue el primero en llegar a la montaña de Llallagua –Departamento de Potosí- y presintió que sus colocaciones exteriores eran señal de que estaba grávida de metal. Con unos pocos soldados y algunos indios locales conocedores del lugar, comenzó a excavar cerca de la cima buscando la plata que daba fortuna otros conquistadores en otras regiones de los Andes, aunque sin la misma suerte. Pero la veta descubierta por el español, fue la misma que redescubrió Honorato Blacutt en la década de 1870. En 1872 pidió cuatro hectáreas alrededor del agujero iniciado por el español tres siglos antes. Puso el nombre de “La Salvadora” a su concesión y a cuyo trabajo se dedico durante 20 años. No encontró plata, se trataba de un complejo de baja ley de mineral de estaño, con muy poco valor, para lo que no existían compradores en esa región y los fletes eran caros. Envejecido y agotado, Blacutt vendió la mina a David Olivares. Este la hizo trabajar con Sergio Oporto, pero sus recursos se agotaron en pocos meses. Sin embargo Oporto, vio algunos indicios halagüeños en la mina, comprándosela a su empleador por 80 bolivianos (aproximadamente 30 dólares).
(4) En 1904 fue elegido Ismael Montes quien nada más comenzar su gobierno tuvo que afrontar una de las más grandes responsabilidades históricas que hubiese tenido un mandatario boliviano, el tratado de 1904. El congreso debatió duramente el tema y a pesar de una fuerte oposición (Miguel Ramírez, Pastor Saínz, Fernando Campero, Román Paz, entre otros), la mayoría liberal se impuso. Se acordó la cesión a perpetuidad a Chile del Litoral a cambio del libre tránsito de mercaderías, la construcción del ferrocarril Arica- La Paz y 300.000 libras esterlinas. El mar a cambio de un plato de lentejas, fue la decisión pragmática de los liberales.
(5) Escritor boliviano, nacido en Cochabamba en 1904. Fue abogado, polemista, historiador y político. Durante su juventud actuó como oficial de reserva en la Guerra del Chaco, conflicto que inaugura un ciclo en la literatura de ese país. De esta experiencia surge, en 1936, su primer conjunto de relatos. Sangre de mestizos, que recibió el elogio de los círculos internacionales. Se desempeñó como periodista en varios diarios de La Paz, caracterizándose por sus artículos incendiarios, con los que apoyaba los principios del Movimiento Nacionalista Revolucionario, partido antiimperialista del que fuera fundador. En 1938 fue electo diputado con Cochabamba y, con la asunción de Villarroel en 1943, ocupó diversos cargos: Secretario General de la Junta de gobierno, Diputado por el distrito minero de Bustillo y Embajador ante Paraguay. Tras el derrocamiento del presidente Villarroel, y hasta la revolución boliviana de 1952, permaneció en Argentina, donde publicó Metal del diablo (1946). Esta novela, calificada por la crítica como texto militante del Movimiento Nacional Revolucionario, recupera la problemática sociopolítica derivada de la explotación de las minas de estaño. El cuento “Epílogo con el diablo” es el último capítulo de la novela antes mencionada. Debido a esta característica es que se eligió este relato, por su singularidad dado que el epílogo resume y aúna los conceptos críticos expuestos por el autor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario