Desde que asumió su nuevo presidente, Ecuador se ha convertido en el campo de una batalla política e ideológica que supera sus fronteras. En América Latina, y hasta en Europa, ha surgido un debate sobre la orientación política y las intenciones del sucesor de Rafael Correa, Lenín Moreno. Para el ex mandatario, su otrora correligionario no es otra cosa que un "traidor", y la consulta popular del próximo domingo, convocada por Moreno para que los ecuatorianos decidan si aprueban o no la reelección presidencial indefinida -con la que Correa espera volver a la presidencia en 2021-, nada menos que un golpe de Estado. El referéndum del 4 de febrero marcará el fin de un ciclo político en Ecuador.
Por Decio Machado / Revista La Brecha
El
correísmo no fue más que la expresión política de la transformación emprendida
por el capitalismo ecuatoriano tras la crisis financiera que vivió el país en
el año 1999-2000. Tras el drama ocasionado por el colapso bancario y su
posterior “salvataje bancario” a costa de los ecuatorianos, el modelo económico
nacional ha ido pasando por un momento de modernización que tuvo su cúspide con
la llegada de Rafael Correa al Palacio Presidencial de Carondelet. Así, un
sector del capital nacional –transversalizado por los capitales regionales-
pasa a entender mejor sus posibilidades de negocio propiciando un mayor nivel
de consumo interno a través de la incorporación de sectores populares al
mercado mediante procesos de endeudamiento familiar y financiariación.
Esta
nueva realidad produce un nuevo modelo de capital financiero que integra entre
sus clientes objetivos y potenciales a dichos sectores populares, lo cual
sumado al efecto de las remesas y al excedente petrolero, implica también la
transformación de las redes de comercialización de productos importados con el
fin de atender a esta emergente demanda.
Superar
la inestabilidad política que había caracterizado hasta entonces la historia
del país significó repartir más –mediante subsidios y cierto incremento de la
capacidad adquisitiva de los trabajadores- en momentos de bonanza económica,
buscando con ello garantizar las condiciones de acumulación a largo plazo para
los sectores del capital emergente. Lo anterior no conllevó la más mínima
transformación de carácter estructural, respetándose el modelo de acumulación
heredado del neoliberalismo, lo que permitió que los grupos que históricamente
siempre habían ganado nunca estuvieran mejor, pese a determinadas mejoras
coyunturales para los sectores olvidados. A esto el aparato de propaganda
estatal creado por el correísmo, desorbitante para el tamaño real del país y
reforzado por la incautación de algunos canales de televisión que funcionaron
estratégicamente alineados a la Secretaría de Comunicación de la Presidencia de
la República, llamaron en el ámbito de los económico “milagro ecuatoriano”
y en el plano de lo político “revolución
ciudadana”.
Pero
más allá de lo económico, donde los sectores empresariales y el sistema
financiero privado ecuatoriano se vio fuertemente beneficiado por el nuevo
dinamismo inyectado a la economía nacional mediante la acción del Estado, el
estilo de mando correista generó altos niveles de confrontación con todo
aquello que no estuviera políticamente alineado. Esto implicó que tanto con los
sectores políticos más ideológicamente reaccionarios como con los movimientos
sociales y organizaciones populares no clientelares, el correísmo tensase los
niveles de conflicto hasta extremos de persecución política, procediéndose a
criminalizar la protesta social y enjuiciar a múltiples líderes indígenas y
populares por sabotaje y terrorismo.
Mediante
el control del Consejo de Participación Ciudadana y Control Social, conocido
como el quito poder establecido en la Constitución del 2008, el régimen ocupó
con figuras afines los cargos vinculados a Defensoría del Pueblo, Defensoría
Pública, Contraloría General del Estado, Fiscalía General del Estado, Consejo
Nacional Electoral, Tribunal Contencioso Electoral o Consejo de la Judicatura
entre otros órganos que teóricamente deberían haber gozado de autonomía
respecto al Poder Ejecutivo.
El
modelo político y económico funcionó y hasta gozó de apoyo popular mientras
duró la era de precios altos en los mercados globales del petróleo, lo que
permitió la generación de notables flujos de excedente proveniente de la
exportación de crudo nacional. En pocas palabras, la sociedad ecuatoriana fue
permisiva con el abuso de poder mientras la situación económica permitió el
acceso de los sectores históricamente marginados al sistema de consumo.
El punto de inflexión del régimen correista
Las
elecciones seccionales del 2014, un año después de que Rafael Correa barriese a
sus rivales en las presidenciales del año anterior, marca el comienzo del
deterioro correista. En ellas y aunque
Alianza PAIS se mantuvo como primera fuerza política nacional, fue notoria su
derrota en las alcaldías de las principales ciudades del país ante partidos de oposición.
Entender
esta realidad tiene que ver con el impacto que en la economía nacional comenzó
a sentirse tras la caída de los precios del crudo y la incapacidad demostrada
por el gobierno nacional para plantear salidas soberanas a la cada vez mayor dependencia
adquirida respecto a los mercados de commodities. Al respecto, basta significar
que en 2006 las exportaciones de bienes procesados no petroleros eran
escasamente del 4,9% del PIB nacional, mientras que en 2014 –tras ocho años de
gestión correista- dicho indicador se había deteriorado hasta el 3,9%, es
decir, el país se había reprimarizado y los intentos de cambio de matriz
productiva y diversificación de las exportaciones eran objetivos fracasados. A
partir de entonces, el régimen dejó de tener avances en indicadores sociales
antes exitosos tales como la disminución de la pobreza o la generación de
empleo digno (trabajadores que al menos ganan el salario básico y/o disfrutan
de una jornada laboral de ocho horas).
La
llegada del reflujo económico y el fin de la economía fácil conllevó el
incremento de movilizaciones populares cuestionadoras al régimen, lo cual tuvo
su climax en el paro/movilización protagonizado principalmente por el
movimiento indígena en agosto del 2015. La respuesta gubernamental no pudo ser
más desafortunada, procediéndose el mayor nivel de represión visto durante toda
la década de mandato de Rafael Correa. Sin embargo, la caída de legitimidad del
gobierno no amilanó la movilización, apareciendo entonces conflictos y demandas
por doquier.
El
régimen midió muy mal la coyuntura política, procediendo con una ofensiva
política que implicaría que la bancada oficialista -entonces aun compacta y que
como todo el resto del aparato del Estado respondía sin rechistar al Presidente
de la República- aprobase de forma claramente inconstitucional una enmienda que
permitiría la reelección indefinida de un presidente a partir de 2021.
El
objetivo era claro, con una economía ya semiestancada en 2015 (crecimiento de
apenas el 0,3% del PIB) y un país en recesión en 2016 (contracción del 1,5%),
el correísmo buscaba que la salida de la crisis o las medidas de ajuste
necesarias fueran protagonizadas por un sucesor, permitiendo que Rafael Correa
volviese en 2021 ya con una imagen renovada y sin el coste político que
conllevan los necesarios recortes económicos.
Asegurar
aquella transición pasaba por posicionar a un hombre de absoluta confianza en
el puente de mando de una nao que parecía ir a la deriva. Ese era Jorge Glas,
el último vicepresidente del régimen correista y zar de los megaproyectos de
infraestructura, si bien carente del más mínimo carisma como para ganar
elección presidencial alguna. Es así como se conforma el binomio presidencial
del 2017, mientras el gobierno se ve obligado a entrar en una agresiva política
de endeudamiento público que le permita mantener las políticas de subsidio a la
población más vulnerable, dejándole al siguiente gobierno la patata caliente de
tener que afrontar un volumen de deuda porcentualmente muy superior a la que
heredó el gobierno correista del pasado neoliberal, un déficit fiscal insostenible
y un volumen de aparato del Estado inviable para la nueva situación económica
del país.
Ocho meses de gobierno morenista
Las
elecciones presidenciales del 2017 mostraron el nivel de agotamiento del que
fuera el partido hegemónico durante la última década.
Alianza
PAIS necesitó dos vueltas para ganar las elecciones, algo que sólo había sucedido
en las primeras presidenciales disputadas por Rafael Correa en 2006, perdiendo más
de 1,2 millones de votos respecto a los resultados obtenidos en 2013. La
segunda vuelta, fruto de una alianza entre los sectores conservadores y gran
parte de una izquierda opositora tremendamente desubicada políticamente,
arrojaría un saldo de tan sólo 228.629 votos a favor del candidato oficialista.
La
débil victoria morenista, calificada como fraudulenta en base a una estrategia
diseñada por asesores de campaña vinculados al venezolano Leopoldo López que
trabajaron a favor del candidato conservador Guillermo Lasso durante las
elecciones, implicó que Lenín Moreno arrancara su mandato sumamente debilitado.
En esta farsa, nunca demostrada documentalmente, gran parte del trabajo sucio
le correspondió a algunos líderes y aparatos que dicen responder a posiciones
de izquierda.
En
estas condiciones y con la figura de Rafael Correa cada vez más desgastada, la
nueva administración procedió a marcar diferencias respecto a dos cuestiones:
rompió con las lógicas de polarización y conflicto que estratégicamente el
correísmo había aplicado contra sus opositores políticos -algo con lo que la
sociedad ecuatoriana se mostraba mayoritariamente crítica- y cuestionó el
estado de situación económica en el que el mandatario anterior había dejado las
finanzas públicas. El primer aspecto buscaba articular un nuevo discurso de
reconciliación nacional que superara la campaña de intoxicación respecto al
fraude electoral, mientras que lo segundo era fruto de la necesidad de tener de
afrontar cambios drásticos en un modelo de gestión económica que había elevado
el nivel de endeudamiento real muy por encima del 40% del PIB (tope máximo
definido por la Constitución del Ecuador), teniéndose que recurrir a argucias
contables para maquillar el valor de dicha deuda.
En
paralelo y como consecuencia del cúmulo de denuncias de corrupción que de forma
cotidiana aparecían y siguen apareciendo en los medios de comunicación
nacionales, el gobierno optó por permitir la actuación independiente de la
justicia ecuatoriana en este ámbito. Esto significó un cambio radical respecto
a la situación vivida durante la era correista, donde el Poder Judicial
respondía directamente a Secretario Jurídico de la Presidencia y los organismos
de control quedaron bajo control de cuadros del partido de gobierno imposibilitándose
cualquier acción fiscalizadora respecto a las actuaciones gubernamentales. El
nuevo funcionamiento independiente de la administración de Justicia implicó que
en pocos meses el hombre duro de Rafael Correa en el gobierno morenista, Jorge
Glas, terminara con sus huesos en la Cárcel No. 4 de Quito por sus
participación en la trama ecuatoriana de Odebrecht, siendo destituido de sus
funciones como Vicepresidente de la República. Sin embargo Glas no es el único
investigado, siendo varios los altos funcionarios vinculados al gobierno
anterior que hoy gozan de boleta de captura mientras se mantienen
vergonzosamente fugados.
La
situación anterior conllevó la ruptura interna en Alianza PAIS. Rafael Correa,
quien había dicho públicamente que pasaría los próximos años residiendo en
Bruselas, se vio obligado –ante el cada vez mayor cerco político y jurídico- a
volver al país para liderar la nueva oposición al gobierno de Lenín Moreno. Lo
anterior determinó la desafiliación de sus seguidores de Alianza PAIS, partido
que él mismo fundara en 2006 y que once años después mayoritariamente dejó de
responder a los intereses del ex mandatario.
Consulta popular y una nueva etapa de
inestabilidad política en Ecuador
El
próximo domingo la sociedad ecuatoriana determinará que es lo que sucederá a
futuro con el liderazgo político de Rafael Correa. Tres preguntas de un
consulta popular con un total de siete afectarán directamente al ex mandatario
y su entorno. La pregunta 1, donde se plantea suprimir derechos políticos a
culpables de corrupción y que afecta a cada vez mayor número de altos
funcionarios que formaron parte del núcleo de poder del antiguo régimen; la
pregunta 2, donde se plantea dejar sin efecto la enmienda que permite la
reelección indefinida y que dejaría ya sin posibilidad de volver a candidatizarse
a unas presidenciales al ex mandatario; y la pregunta 3, donde se plantea
elegir nuevos miembros del Consejo de Participación Ciudadana y Control Social,
evaluando a los cargos de las instituciones de control elegidos por este
organismo y destituirlos llegado el caso, lo cual conllevaría el
desmantelamiento del aparato correista aun existente en el Estado.
Pero
más allá del resultado de esta consulta, es evidente que asistimos al final de
un ciclo político en la historia del Ecuador. Rafael Correa está obligado a
conformar una nueva organización política, la cual tendrá que afrontar la
compleja tramitología impuesta durante su administración para obtener
legalización jurídica y poder presentarse a futuros procesos electorales. Pero
además, en caso de ganar el Sí en la pregunta 2, es muy posible que el ex
mandatario quede inhabilitado para poder volver a candidatizarse como
Presidente de la República.
Sin
embargo, también para el actual gobierno nacional –quien goza en estos momentos
de una situación idílica respecto a sus relaciones con el resto de la oposición
política y los medios de comunicación privados- cambiará la situación de
política. Para los sectores vinculados a las estructuras históricas de poder en
Ecuador, dejó de ser funcional las políticas de subsidios y gasto fiscal
articuladas durante la época de bonanza económica, motivo por el cual se
anuncian para los próximos meses una serie de medidas de presión política sobre
un gobierno al que consideran débil, buscando imponer una nueva agenda política
y económica más conservadora.
Ecuador
entrará a partir del próximo domingo en una nueva etapa donde la inestabilidad
política irá in crecendo. El presente
año será un año difícil para Lenín Moreno, quien con un partido mermado por la
salida de los correistas, deberá demostrar hasta donde es capaz de aguantar la
presión política y mediática que desde los sectores conservadores se articulará
en su contra. Las elecciones seccionales de febrero del 2019, donde se elegirán
prefectos y alcaldías, será la vara de medición política de lo que suceda en el
transcurso del presente año.
Por
último, tanto movimientos sociales como organizaciones populares –hoy sin voz
ni protagonismo alguno en la política nacional- tienen como reto rearticularse
para defender las conquistas sociales adquiridas durante los últimos años, las
cuales están en peligro ante nuevas reformas flexibilizadoras en el ámbito de
la contratación laboral, nuevos tratados de libre comercio que tendrán fuerte
afectación en el área rural y el desarrollo de políticas económicas encaminadas
al beneficio de agrobusiness y el sector financiero privado.
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