domingo, 30 de diciembre de 2018

Decio Machado: “La izquierda hace tiempo ya que dio la espalda a buscar la playa bajo los adoquines”

Entrevista a Decio Machado / analista político e impulsor de diversos proyectos editoriales independientes
Por Ángela Pastor / Colectivo Oveja Negra (Colombia)
En el actual momento de crisis en el que están sumidas las izquierdas ¿cómo consideras que estas deban reconstruirse en la actualidad?
No creo que la construcción de respuestas contra-hegemónicas al poder global y sus respectivos poderes locales pasen en este momento por reconstruir estructuras que se alineen con el pensamiento tradicional de la izquierda… Pese a que Walter Benjamin durante la primera mitad del pasado siglo fuera el primer partidario del materialismo histórico en romper radicalmente con la ideología del progreso, cabe indicar que esto que llamamos izquierdas ya en el siglo XXI sigue sin comprender de manera generalizada el momento en el que estamos. La izquierda dio la espalda a buscar la playa bajo los adoquines, a abolir el trabajo alienante, a la imaginación y la creatividad, e incluso a cuestionar una sociedad alienada en la que solo importa trabajar sin más criterio que el de la ganancia y consumir -quien pueda- hasta reventar.
La pobreza en materia política y político-económica del ciclo progresista latinoamericano, donde la carencia de transformaciones reales pretendió ser justificada intelectualmente bajo la dicotomía weberiana priorizando la ética de la responsabilidad -lo que se puede hacer- frente a la ética de las convicciones -lo que se debería hacer- demuestra estas carencias. La izquierda transformó en la última década y media en América Latina, y también en Europa y otros lugares del planeta, a los actores de oposición en parte del aparato de poder. De hecho sigue sin comprender que para que exista realmente una revolución o un proceso de transformación anti-capitalista no se debe simplemente sustituir a los agentes detentadores del poder, sino una generar una profunda y total subversión cultural.
En este sentido es reseñable el movimiento de mujeres. Con consignas de alta radicalidad en la medida en la que cuestionan el patriarcado, es decir, el sistema, han logrado conformar un gran movimiento de masas. Es emancipador, revolucionario y no necesariamente de izquierdas… El concepto revolución no tiene nada que ver con las metas de una supuesta evolución histórica del progreso, tal y como lo entendió la ortodoxia marxista, sino que debe ser concebido como una disrupción radical en la historia de dominación de la humanidad.
Los sucesos políticos más interesantes que se han dado en lo que llevamos de siglo son movilizaciones donde las estructuras horizontales y asamblearias se han impuesto sobre el protagonismo de los partidos políticos y sus dirigencias. Ahí están las primaveras árabes, el 15-M de los indignados en el Estado español, el Junio del 2013 brasileño, los diferentes Occupy o en Francia el Nuit Debout y las actuales movilizaciones de los Gilet Jaunes. Esto demuestra que se ha ido fraguando a nivel global un fuerte desprecio por las instituciones estatales y el sistema de partidos, los cuales, volviendo a Benjamin, podríamos decir que nos ofrecen un “deplorable espectáculo”. Ninguna de estas expresiones de rechazo al sistema imperante se reivindicó de la tradición de las izquierdas, son otra cosa.
Las sistémicas crisis capitalistas y sus salidas de carácter regresivo para los intereses populares, la estructuración de la economía mundial por las empresas transnacionales, así como esta falta de legitimación social por parte del sistema político global determina inevitablemente un nuevo ciclo de luchas. Posiblemente disperso… pero a su vez global. En ellas es responsabilidad de las gentes que tenemos posiciones racionalistas y humanistas impedir que la tendencia dominante se escore hacia las posiciones de perfil neofascista que en este momento parecen estar tomando cierta ventaja.
¿Se quedó Marx sin vigencia en el siglo XXI?
Claro que tiene vigencia, en su obra están perfectamente descritos los procesos de producción, circulación y distribución que se generan al interior del sistema capitalista. Sin embargo el capitalismo vive en permanente transformación, la tecnología 3G permitió que hoy la transnacional más importante de transporte en el planeta se llame Uber y no tenga un solo vehículo o choferes entre sus activos, o que la principal compañía hostelera a nivel global se llame Airbnb y no disponga ni de hoteles ni de servicio de habitaciones. Lo que vendrá con la tecnología 4G y la cuarta revolución industrial ahora en curso ni siquiera lo imaginamos en este momento. Incluso los pensum de las más emblemáticas escuelas de negocios del planeta hoy están siendo renovados porque ya no son funcionales para el nuevo capitalismo y la economía digital. Además, mediante las nuevas tecnologías hoy se aplica una máxima de Michel Foucault que indica que los métodos del poder ya no funcionan por el derechos sino por la técnica; ya no por la ley sino por la normalización; ya no por el castigo sino por el control. Todo esto en su conjunto hace que la forma más válida para trabajar a Karl Marx al día de hoy no consista ya en rezarle, sino en utilizarlo, en deformarlo, en torturarlo hasta hacerlo gemir, que grite y proteste.
El marxismo clásico tiene una visión instrumental del Estado, entiende que lo único realmente importante es en manos de quien está dicho Estado. Sin embargo, el propio Marx afirmó en su obra el carácter clasista del Estado y apuntó a la necesidad de destruir el viejo aparato estatal y crear algo nuevo como primer escalón en la revolución desenajenante… La izquierda históricamente nunca entendió nada respecto a este concepto pese a que Gramsci, en algún momento, criticó la visión instrumentista del Estado/Poder en sus Quaderni del Carcere.
Los marxistas clásicos nunca terminaron de entender la tesis foucaltiana sobre el poder o más bien sobre los micropoderes y sus lógicas relacionales, desde su visión estatista consideran que dicha tesis diluye y dispersa el concepto de poder. Todavía no comprenden, pese a que Gramsci trabajará también lógicas vinculadas a las redes de relaciones que afianzan la dominación, que el ejercicio del poder consiste en conducir conductas, en disponer el campo de alternativas probables de acción presentadas al individuo, es decir, en estructurar el campo de la acción eventual de los otros. Desde mayo de 1968 tenemos claro que la construcción de la subjetividad no es un proceso ni libre ni espontáneo, estamos hablando de un estadio superior a la coartación o a la prohibición pese a que el sistema político y económico capitalista requiera también de formas de control y regulación concebidas bajo técnicas represivas y disciplinarias. Históricamente la gestión del capitalismo ha requerido de estos mecanismos, los cuales han sido aplicados con independencia de que sus gestores transitorios fueran conservadores o de izquierdas. Es una lógica de Estado, citando al historiador francés Fernand Braudel, “el capitalismo sólo triunfa cuando se identifica con el Estado, cuando es el Estado”. Quizás desde otras culturas esta visión sea más clara que desde nuestra óptica de modernidad eurocentrista. Por ejemplo Abdullah Öcalan tiene desarrollada la tesis de que es un error intentar delimitar la lucha por la emancipación del ser humano al terreno de la economía, cuando el capitalismo es poder y no economía… en fin, desde Mijail Bakunin y sus primeros anarquistas al mundo occidental le ha faltado una idea radical de la libertad.
Ahora bien y pese a ello, como dice Raúl Zibechi, debemos leer correctamente el discurso oculto de los dominados. Para ello, los viejos manuales ya no son tan útiles, necesitamos una nueva inventiva. Este posiblemente es otro de los problemas que heredamos de la base cultural formativa de la que venimos, dado que el propio Marx no fue capaz de reinventar determinados conceptos del pasado. Por ponerte un ejemplo: Marx planteaba en sus momentos de dirigencia del movimiento obrero internacional la necesidad de una “revolución social del siglo XIX”, buscando encontrar su poesía en el futuro más que en el pasado, sin embargo nunca superó el esquema estratégico de la toma de poder propio de la Revolución Francesa con la toma inicial de la Bastilla. Incluso en su obra del 18 Brumario dice respecto a la revolución alemana de 1848 “será como la revolución francesa, pero radicalizada…”. Lo mismo sucedió con Lenin y Trotsky aunque en este caso con un resultado existoso, el formato de la Revolución Bolchevique de 1917 no es más que una copia de la estrategia utilizada en 1789.
Tu libro con Raúl Zibechi, “Cambiar el mundo desde arriba, los límites del progresismo” ha sido todo un éxito, publicado en múltiples países y traducido en diversos idiomas. ¿Habrá más trabajo conjunto entre ustedes?
Trabajar con Raúl para mi siempre es un gustazo además de un reto. Compartimos muchos criterios y en otros divergimos, pero para mi es un referente de coherencia e integridad intelectual además de un buen amigo. Tenemos un trabajo conjunto pendiente y recientemente hablamos de remangarnos y ponernos en breve a cuatro manos en la obra.
Tras leer la fuerte crítica que se le hace a los regímenes progresistas latinoamericanos en vuestro libro ¿ni siquiera consideras rescatables la mejora de indicadores sociales en materias tales como la reducción de la pobreza?
Decía Gilles Deleuze que la izquierda necesita que la gente piense, sin embargo, al menos en América Latina la izquierda en el poder buscó todo lo contrario. Fruto de esa estrategia propiciada desde criterios laclaunianos neopopulistas y la puesta en marcha de fuertes aparatos de propaganda al servicio de lo que fueron partidos-Estados y liderazgos caudillescos, se producen imprecisiones como la que en este momento planteas.
Aclaro esto. La reducción de la pobreza en América Latina durante el período del boom de los commodities no es un proceso exclusivo de los regímenes progresistas. Te pongo un ejemplo, siguiendo datos oficiales entre 2007 y 2014 -momento de la caída del precio de los commodities y comienzo de la recesión en varios países de la región- la pobreza medida por ingresos en el Ecuador correista se redujo del 36.7% al 22.5% mientras que en la Colombia neoliberal de Uribe y Santos pasó del 45.06% al 28.5%. Analizados los datos, Colombia redujo su indicador de pobreza en 3.25 puntos porcentuales más que Ecuador.
En términos globales podríamos decir que la combinación de lo fue una creciente demanda global de recursos naturales por parte de la economía china y una serie de sucesivas reducciones de los tipos de interés estadounidenses, en aras a mantener una recuperación económica tras la burbuja tecnológica del 2001, determinó que ingentes cantidades de dinero aterrizasen en los países del Sur. Esto hizo crecer los mercados emergentes a partir de mediados del 2003. De hecho, a nivel global se asistió a la racha de crecimiento económico más extendida que el mundo ha vivido en el transcurso de su historia. Entre los años 2003 y 2007 la tasa de crecimiento medio del PIB en los países del Sur pasó del 3.6% en las dos décadas anteriores al 7.2%, no quedando casi ningún país en desarrollo fuera de ese fenómeno. En 2007, punto álgido de este crecimiento, prácticamente todas las economías del mundo crecieron por encima del 5% con excepción de Fiji, República del Congo y Zimbabue.
Esto ya se acabó. En la actualidad, la economía estadounidense maneja datos alarmantes: la deuda de las familias actualmente alcanza los 13,3 billones de dólares, una cifra superior a la de la crisis del 2008, los créditos universitarios superan notablemente los 611.000 millones que alcanzaron una década atrás, los créditos por compras de autos y los saldos de las tarjetas de crédito también han superado los montos de hace una década. Fruto de esta deriva la Reserva Federal ha incrementado desde diciembre del 2015 nueve veces el precio de dinero.
Por su parte, la actual desaceleración de la economía china ha supuesto el fin de un ciclo económico global que, para bien y para mal, significó un ciclo económico insólito en la historia de la humanidad. Sus demandas de commodities a nivel global implicaron un excedente en los países del Sur que permitió la reducción de la pobreza global al mismo tiempo que aceleró las amenazas de destrucción ambiental, el calentamiento global y la forja de un nuevo modelo de imperialismo pese a que muchos analistas afines al progresismo pretendan negarlo.
En América Latina la principal razón por la que no se logra reducir la desigualdad es debido al precario sistema impositivo que tenemos y su escasa fuerza redistributiva. El propio Banco Mundial reconoce la escasa presión fiscal existente en el subcontinente. Sin impuestos no puede haber igualdad. Durante el ciclo progresista las mejoras en la distribución de la riqueza no se dieron gracias a progresos en los sistemas tributarios, no transformaron esta realidad pese a que pudieron hacerlo, sino por los subsidios financiados mediante los excedentes de la exportación de commodities. Muy patético, pues terminado el boom los subsidios comienzan a desaparecer y la desigualdad vuelve a crecer.
En resumen, el hecho de que el llamado ciclo progresista latinoamericano se encuadre en este período histórico hace que se hayan construido intencionadamente axiomas que no se ajustan a la realidad y que no reflejan más que la tremenda orfandad ética e intelectual del progresismo.
Te he leído en varias ocasiones que uno de los grandes problemas de la izquierda institucional latinoamericana es haber entregado el discurso de la ética a la derecha. Hablemos de eso…
El problema no es estrictamente latinoamericano, pese a que en efecto ha sido uno de los problemas de las nuevas tecno-burocracias latinoamericanas durante el último período. Ya en su fase de decadencia, el progresismo sufrió una fuerte embestida desde el periodismo de investigación en cada uno de los países en los que gobernaban, cuando diariamente se iban haciendo públicos diferentes casos de corrupción institucional a gran escala. Esto, sumado al fin de la economía fácil, terminó de deteriorar la legitimación social de la que gozó el progresismo latinoamericano durante su primera fase. La corrupción evidentemente existió también en los gobiernos que se mantuvieron conservadores durante el ciclo progresista, pero precisamente porque el progresismo decía encarnar lo contrario la mayoría de la sociedad no le perdonó esta deriva.
En todo caso y desde una perspectiva más global, tal y como indica el ensayista Georges Didi-Huberman, el capitalismo puede aceptar la crítica siempre y cuando esté en condición de convertirla en ineficaz, lo que a la postre constituye una innovadora forma de censura. Así y pese a estas denuncias puntuales de los grandes mass media, la transformación permanente en el que está inmerso el capitalismo desde la década de los setenta hace posible que se compren las políticas de Estado mediante inyecciones de capital privado en los mecanismos legislativos, ejecutivos, campañas electorales y demás. Esto legitima una lógica de corrupción que enferma a los Estados y que determina que la corrupción pase a ser el Estado en sí mismo. Lo hemos visto recientemente con la transnacional brasileña Odebrecht en diversos países de América Latina. Podríamos decir que estamos ante una nueva versión de la necroeconomía.
¿Qué hacer entonces desde los espacios de acción y pensamiento contra-hegemónicos en un momento donde las posiciones ultraconservadoras y neofascistas avanzan por doquier?
Si uno lee los resultados del Latinobarómetro verá que en América Latina, aunque realmente el proceso es global, los votantes tienen cada vez menos en cuenta el mundo que les rodea y basan sus comportamientos en el entorno inmediato en el que viven sus experiencias cotidianas. No es que haya habido una transformación de la ideología dominante en la región, discurso por cierto al que se suscribió el progresismo en busca de respuestas carentes de autocrítica, sino que lo que estamos viviendo corresponde a un alejamiento ciudadano de las ideologías. Vivimos una indiferencia creciente de la ciudadanía respecto a sus gobiernos e instituciones públicas, motivo por el cual la gente está dispuesta a sacrificar espacios del régimen democrático liberal a cambio de prosperidad económica y seguridad.
Desde esta perspectiva, grandes franjas de nuestras sociedades entienden que democracia, crecimiento económico y seguridad no van de la mano. Estamos ante una democracia diabética donde no existe insulina que permita que la glucosa entre a las células para suministrarles energía. En el fondo, esto responde a que la inmensa mayoría de la sociedad cree que se gobierna para unos pocos y que no se defienden los intereses de la mayoría.
Lo anterior genera una demanda de ruptura, situación frente a la cual las izquierdas en este momento no tiene nada que ofrecer a la sociedad, pues ante la búsqueda de una nueva protección y un nuevo pacto social la izquierda representa una caduca continuidad. Ni se tiene un proyecto alternativo de gobierno, es decir, una reformulación de lo que es el Estado y su mecanismo para la toma de decisiones; ni se propone una alternativa al capitalismo y su modelo de acumulación económica. Ante estos retos la izquierda global apenas ofrece una amalgama de narrativas prefabricadas, mientras en la región -tras el triunfo de Jair Bolsonaro- se arman los discursos desde la retórica de la alerta al fascismo ignorando que el rascismo, el caudillismo, el nacionalismo, el autoritarismo, el antiliberalismo e incluso -en el caso venezolano- el militarismo ya fueron características propias del ciclo progresista. Como bien indica en un análisis post-electoral brasileño el compañero Bruno Cava, cuando el progresismo se coloca como opción democrática frente a la derecha más es retroalimentado el desbordamiento.
Estamos en un momento donde es creciente la falta de legitimidad social del sistema democrático liberal, y todos sabemos que la representación democrática no es más que una función teatral donde la cosa funciona si los supuestos representados ocupan su lugar y aplauden desde el patio de butacas. Ante eso hoy es la derecha, concretamente la nueva derecha, la que a nivel global se significa como un movimiento anti-sistémico que ofrece protección y seguridad a las mayorías frente a las minorías marginales; una nueva lógica de conflicto geopolítico Occidente vs Oriente; promesas de protección del mercado laboral para los trabajadores en un mundo con cada vez mayor desempleo, salarios cada vez más bajos e incremento global de la desigualdad; y, tras el fiasco de la gestión de las izquierdas en América Latina, un empoderado discurso de lucha contra la corrupción institucional.
Pero… ¿tenemos alternativas?
Según Immanuel Wallerstein en el sistema mundo tan solo han habido dos revoluciones mundiales. Una en 1848, en la cual nace el movimiento obrero, y otra en las sublevaciones de 1968, momento de la creación de los llamados nuevos movimientos sociales. Ambas fracasaron y por lo tanto no son referencia para el qué hacer al día de hoy. En este sentido, con sinceridad confieso que no soy optimista respecto al futuro inmediato pese a que sigo creyendo en aquella cita de Herbert Marcuse que decía que “es un deber del individuo luchar contra el sistema”.
Estamos obligados a rastrear las posibilidades de las nuevas subjetividades, pensando en ellas como la base de nuevas alternativas de transformación política. Por ahí deberíamos encontrar el camino hacia una nueva crítica radical desde planteamientos alternativos al fundamentalismo conservador y la recuperación de nuevas formas de acción colectiva. Hablo de una nueva ontología revolucionaria que tenga forma de autonomía del sujeto frente al Estado, al capital, al patriarcado y a las estructuras de poder sistémico. Hay que generar la capacidad de que nuevas organizaciones sociales con una nueva propuesta y discurso puedan presentarse ante la sociedad como alternativa a lo que hoy lamentablemente se significa como lo alternativo.
Al ultraconservadurismo creciente hay que hacerle frente, pero es un error pensar que lo de hoy es similar al fascismo que conocimos en la primera mitad del siglo pasado. Lo que tenemos hoy en expansión es un proceso en el cual una gran parte de la sociedad está delegando a nuevos salvadores sus expectativas respecto a una sociedad securitizada, donde prime el orden y la protección de targets más o menos acomodados y étnicamente dominantes. En términos post-estructuralistas hablo de una mayoría desplegando sus fuerzas represivas cuando las minorías se desterritorializan amenazando el lugar mismo de lo mayoritario. Creo que este fenómeno no ha hecho más que empezar y no veo razones para que no siga creciendo a nivel global.
Siendo así, estamos ante la necesidad de que los “anillos más débiles” de la cadena capitalista asuman nuevamente su protagonismo sociopolítico, reivindicando los axiomas del intercambio equitativo y de los derechos democráticos con los que hemos de solidarizarnos de forma activa. Mientras esto no suceda, mientras a esta tendencia reaccionaria no se le contrapongan líneas de fuga activas y positivas, ese protagonismo seguirá recayendo sobre quienes pretenden desaparecerlos, es decir, los Bolsonaro, Trump, Orbán o Salvini de turno. Ellos son quienes se aúpan políticamente sobre la intolerancia de sociedades miedosas que buscan condenar a quienes consideran “los otros” a permanecer en su miseria sin poder salir de ella bajo lógicas de zonificación o incluso exterminarlos mediante periódicas batidas de limpieza social.
Aquí toca trabajar en lo micro, algo que las izquierdas de hoy abandonaron hace ya mucho tiempo en Latinoamérica. Sin embargo, toda posición de deseo contra la opresión, por local y pequeña que sea, termina por cuestionar el conjunto del sistema capitalista y sus relaciones de poder, contribuyendo a abrirle una nueva línea de fuga.
¿Qué opinión te merece la reciente creación de una internacional progresista liderada por tres figuras, desde diferentes geografías del planeta, como son Fernando Haddad, Bernie Sanders y Yanis Varoufakis?
Respeto mucho la valentía demostrada por Yanis Varoufakis al momento de enfrentar a la triada financiera (Banco Central Europeo, Comisión Europea y FMI) en su época de ministro de Finanzas del primer gobierno de Syriza en Grecia. Sin embargo, las experiencias de las Internacionales Comunistas o Socialdemócratas, sus antecedentes en la Asociación Internacional de Trabajadores, e incluso la Cuarta Internacional de León Trotsky nacida en París en 1938, fueron el fruto de procesos reales de lucha globales. No veo ese acumulado en esto a lo que me haces referencia, sino que más bien me viene a la cabeza una frase de un prestigioso ejecutivo de marketing norteamericano que dice que “el buen marketing hace que una marca parezca importante y el gran marketing hace que hasta el usuario parezca inteligente”.
¿Ese pesimismo político tuyo se enmarca en un “No Future” del que te oí hablar alguna vez en Bogotá?
No, más bien corresponde a mi percepción respecto al momento que vivimos. Sin embargo, como ya indicó Marc Legasse, aquel anarquista romántico francés que fue encarcelado por impulsar un estatuto de autonomía para Iparralde, “el viento de la derrota transporta la semilla de la subversión”. Todo es cuestión de tiempo, y toda subversión social comienza el día que la gente se declara capaz de hacer aquello de lo que no se le consideraba capaz anteriormente.
Rememorando al filósofo francés Jacques Rancière, la política se ha vuelto un asunto de imaginación. Es desde esa imaginación desde la cual hemos de construir, reorganizar y liberar espacios, construyendo así incluso nuevas formas de organización sociopolítica y cultural. Mira las movilizaciones que hoy se suceden en Francia, nacen de un punto focal -aparentemente de escasa importancia política- que crea una condensación de relaciones sociales donde convergen intereses y relaciones sociales diversas que terminan por unir a gran cantidad de gente en el marco de una lucha específica. Es desde ahí desde donde luego parte a un cuestionamiento global al sistema de sus protagonistas.
Pese al proceso de globalización, pese a los G7, G20, Foro de Davos y Club de Bilderberg, no existe un Estado global, sino más bien micro-sociedades, en términos foucaultianos microcosmos que se instauran pese a que entre ellos existan conexiones globalizadas. Amador Fernández-Savater escribía recientemente un texto muy bonito en el que se indica que la lucha es un aprendizaje, una transformación de la atención, la percepción y la sensibilidad. Esa espoleta volverá a estallar, ¿cómo no va a ser así si la insatisfacción en inherente al ser humano? y en esa búsqueda desesperada de las izquierdas huérfanas por encontrar un nuevo sujeto político que sea motor de su ansiada revolución lo volverán a encontrar, porque es la situación de lucha quien lo crea y no un supuesto devenir histórico preestablecido bajo leyes del capital. Será entonces cuando resurja el pensamiento crítico superando la decadente mediocridad intelectual hoy visible en entornos como el de la CLACSO. En ese sentido, no se trata de construir vanguardias revolucionarias sino de territorializar las luchas bajo lógicas focalistas -algo guevarista aunque en esta ocasión no guerrilleras- con carácter y capacidad de contagio.
Pero ojo!, coincido con la compañera feminista boliviana Maria Galindo cuando dice que las demandas son un error porque terminan definiendo a los movimientos en base a su relación con el Estado, lo que produce a la postre una especie de demanda-concesión en la relación con dicho Estado. Es necesario trabajar en la autoorganización como fórmula de rechazo a la delegación o sistema de representación política, así como trabajar también en los ámbitos sociales más que en los institucionales. Esto es muy importante, pues el peligro de las nuevas derechas es que determinan sobre el “pensamiento perezoso” de la izquierda clásica una idealización de lo anterior. Esto hace que movimientos político-culturales pretendidamente innovadores como Podemos en el Estado español terminen planteando pactos con la socialdemocracia liberal en aras a facilitar la alternancia en el poder de partidos funcionales al sistema. Son lógicas que cercionan cualquier posibilidad de transformación social profunda y desilusionan al acumulado político que les hizo inicialmente posibles.
Lo anterior vuelve de demostrar que la crisis real de las izquierdas es una crisis de imaginación. Hay una incapacidad de generar cambios estructurales cuando gestionan el poder político y una incapacidad también a la hora de crear narrativas de futuro mínimamente ilusionantes. Es por ello que son movimientos conservadores los que hoy se convierten en alternativa.
Si para ti el término izquierda ha perdido valor ¿consideras que hemos de generar una nueva ideología que nos sea útil para la transformación social?
No, que pereza… Hay que ser muy masoquista para plantearse hoy la creación de un nuevo “ismo” que nos segregue o sectarice nuevamente. El marxismo en su versión pseudo-religiosa se hizo fuerte en la teoría, revestido de una fuerte carga científica durante largas décadas del pasado siglo. Creo que gente como Walter Benjamin acertaba cuando buscaba complementar esa sobriedad marxista con lo que llamaba “embriaguez” libertaria, buscando superar el histórico anti-intelectualismo anarquista.
El mundo libertario desde su perspectiva más amplia, me refiero a las experiencias de lucha de las mujeres kurdas en Rojava o incluso en su vertiente neozapatista, ha rescatado viejas formas de horizontalidad, asamblearismo y crítica a las estructuras jerárquicas y de autoridad. En América Latina esto se cruza con la tradición indígena asamblearia y la cultura “minga” de lo comunitario. Algo de esto vimos representado en diferentes geografías durante las ocupaciones de plazas y calles desarrolladas entre 2010 y 2013, y hoy reactualizadas en las movilizaciones de Paris. Esto es en términos gramscianos lo nuevo pese a que no sea históricamente tan nuevo, y debe reincorporarse al diálogo continuo como la principal experiencia de construcción de alternativas contrahegemónicas al capitalismo. Hablo desde una perspectiva que abarca desde lo comunitario rural hasta experiencias de autoorganización barrial en periferias marginales o la ocupación de espacios urbanos.
Pero aquí quiero expresar una tesis provocadora pero de la que estoy convencido. Precisamente por la pérdida de la referentes y legitimidad de las izquierdas clásicas e institucionales, considero que el discurso de la unidad en el campo popular es una falacia que termina beneficiando exclusivamente al micro-establishment de la política autoreferenciada como revolucionaria, lo que termina tirando abajo cualquier propuesta radical de intervención/movilización/construcción.
Históricamente las sublevaciones populares nunca nacieron de aparatos con intereses inmersos en el mundo de la política institucional, más bien todo lo contrario. Lo antagónico nunca ha necesitado estructuras unitarias para rebelarse, tenemos ejemplos de eso que van desde la Comuna de París hasta movilizaciones del presente siglo tales como el 15M indignado en España, las primaveras árabes, el Junio del 2013 brasileño o este último episodio de los Giles Jaunes que se vive actualemente en Paris. Las multitudes se aglutinan bajo procesos de movilización seductores, pero las sopas de letras de organizaciones sociales o políticas que representan lo “viejo” resultan muy poco sexy para la rearticulación del tejido social.

lunes, 3 de diciembre de 2018

Hacia una nueva guerra fría

Por Decio Machado

Revista PlanV

El Departamento de Comercio de los Estados Unidos manifestó hace apenas unos días que se plantea la posibilidad de suspender las exportaciones de tecnologías en el ámbito de la inteligencia artificial. Productos basados en redes neuronales, el deep learning(técnicas de inteligencia artificial con las cuales las computadoras aprenden a hacer algo sin ser programadas para ello), la visión artificial, el procesamiento del lenguaje natural y la manipulación de audio y video estarían dentro de paquete de tecnologías restringidas.

Según Washington estas medidas tratarían de proteger la seguridad nacional en un momento de guerra comercial con China, cuando el gigante asiático está invirtiendo notablemente en el campo de la inteligencia artificial. De hecho, el presidente Donald Trump está intentando convencer a los proveedores de servicios tecnológicos de sus países aliados para que dejen de usar a toda costa cualquier dispositivo de Huawei o de otra marca china, comenzando por países como Alemania, Italia y Japón —donde tienen bases militares—, planteando que posiblemente estas compañías les espíen. En la actualidad, ninguna de las tiendas minoristas que surten de smartphones a las bases militares norteamericanas puede vender celulares chinos al personal allí desplegado. De igual manera, todas las entidades que conforman el aparato gubernamental de Estados Unidos tienen prohibido el uso de cualquiera de estos dispositivos.

En el ámbito de la inteligencia artificial ya vemos algunos avances en las nuevas capacidades diseñadas en dispositivos móviles, el impulso de tendencias en altavoces inteligentes o coches autónomos propiciados por compañías estadounidenses, aunque hay otros usos aun bien guardados pertenecientes al campo de la industria militar.

La guerra comercial entre Estados Unidos y la República Popular China ha evolucionado desde el ámbito comercial al tecnológico. China tiene como objetivo, en su agenda estratégica nacional, liderar el campo de las tecnologías a escala mundial en torno al año 2030. Es por ello que Google va a construir su primer centro de investigación de inteligencia artificial en dicho país.

Fei-Fei Li, investigadora jefa de inteligencia artificial y aprendizaje automático de Google Coud, indica en un anuncio de Google Al China Center (filial china de Google):
“China es el hogar de muchos de los principales expertos mundiales en inteligencia artificial y aprendizaje automático. Los tres equipos ganadores del ImageNet Challenge en los últimos tres años han estado compuestos, en su mayoría, por investigadores chinos. Los autores chinos contribuyeron con el 43% de todo el contenido de las cien principales revistas de Inteligencia Artificial en el 2015 y cuando la Association for the Advancement of Artificial Intelligence descubrió que su reunión anual se superponía con el Año Nuevo Chino este año, reprogramaron la reunión.”

Las autoridades chinas tienen la intención de construir una gran industria nacional de inteligencia artificial con un valor de USD 150.000 millones, la cual pretende ser la más importante del planeta. Estas ambiciones tuvieron su punto de partida cuando, según narraba un artículo del The New York Times en marzo del año pasado, la inteligencia AlphaGo (programa informático de inteligencia artificial desarrollado por Google DeepMind para jugar al juego de mesa Go) derrotó al mejor jugador mundial, Ke Jie, en el juego Go (juego de estrategia que se desarrolla en un tablero y que tiene su origen hace más de 2500 años en China).

Siguiendo su hoja de ruta para tal propósito, el gobierno chino refuerza en la actualidad sus empresas tecnológicas, su industria militar y la propia administración a través de software de gestión propios y plataformas tecnológicas. En paralelo, apoya fuertemente a sus empresas emergentes, investigaciones de I+D en universidades y proyectos en marcha en el ámbito de la inteligencia artificial y la robótica.

Para el 2020, según fuentes de su Ministerio de Ciencia y Tecnología, China habrá igualado en tecnología e instalaciones de investigación sobre inteligencia artificial a Estados Unidos. Será entonces cuando su producción se elevará hasta los USD 22.000 millones, llegando al año 2030 con un rendimiento estimado de USD 147.000 millones. Obras como Fundamentos de la inteligencia artificial, del profesor Xiaoou Tang, presidente de SenseTime Group —la startup de inteligencia artificial más valiosa del mundo—, ya ha comenzado a estudiarse en unas cuarenta escuelas secundarias chinas ubicadas en las ciudades de Beijing y Shangai.

Para ello, según MIT Technology Review, China no ha dejado de contratar a ingenieros y científicos especializados en el campo de la inteligencia artificial. Las escasas trabas impuestas a las compañías tecnológicas en China para recopilar y analizar datos de usuarios —algo necesario para el desarrollo de las inteligencias artificiales— hace que firmas como Google sientan interés por instalarse en dicho país.

En realidad la guerra comercial impulsada desde Estados Unidos contra la República Popular China preocupa tan solo de forma relativa a Beijing. Conscientes de que la estrategia estadounidense inicialmente tan solo buscaba encarecer los productos chinos importados en Estados Unidos, con el objetivo de promocionar el producto local, el gigante asiático se mantenía contra-replicando el incremento de aranceles de forma más o menos tranquila. Esto ha sido así hasta que este fin de semana pasado, en Buenos Aires durante el cierre de la cumbre del G20, Xi Jinping consiguió un acuerdo con Donald Trump para que en los próximos 90 días no existan más incrementos arancelarios, congelándose de forma transitoria el encarecimiento de aranceles en el actual 10% por valor de USD 200.000 millones. Xi se comprometió también en adquirir una cantidad respetable de productos agrícolas, energéticos, industriales y otros a Estados Unidos, generando las pautas para reducir en parte el desequilibrio comercial actualmente existente entre ambos países.

Sin embargo y más allá de los acuerdos de Buenos Aires, lo que ahora levanta las alarmas en Beijing son las directrices político-tecnológicas de carácter más duradero que pueden afectar gravemente sus intereses estratégicos. En concreto, las actuales preocupaciones disparadas en Zhongnanhai —sede oficial del gobierno chino— se fundamentan en que el conflicto con Trump puede terminar por limitar las inversiones de empresas chinas en sectores de alta tecnología en Estados Unidos y las implicaciones que derivan de esto. Es por ello que Xi Jinping se vio obligado a aceptar en los acuerdos de Buenos Aires algunos ítems vinculados a la transferencia forzada de tecnologías, protección de propiedad intelectual y obstáculos a las intrusiones cibernéticas. Pese a que se mantiene el bloqueo a los smartphones chinos por parte de Washington, Xi se vio obligado a aceptar la compra de la holandesa NXP por parte del fabricante de chips estadounidense Qualcomm, operación que había sido anteriormente bloqueada desde Beijing mediante el manejo de su paquete accionario.

Los think tanks chinos creen, con razón, que el país debe desarrollar mayor peso en la tecnología, frente al antiguo binomio que regía sus mercados: mano de obra y capital. De ahí deviene el interés de Beijing por dominar estos campos estratégicos, espacios en disputa donde se va a dirimir de manera inmediata el futuro liderazgo económico mundial. Al trasladar las capacidades industriales de China a áreas de alta tecnología, Beijing pretende evitar la “trampa de ingresos medios” —situación en la cual la economía de un país se adentra en períodos sostenidos en los que no crece— a la que sucumbieron tantas y tantas economías emergentes.

Conscientes de lo anterior, Estados Unidos ya ha dejado claro que considera a China como un competidor tecnológico estratégico, y con base en ello ha establecido un plan que busca obstaculizar el acceso de China a las tecnologías de vanguardia norteamericanas. De prolongarse esta situación se transformará el escenario económico y de inversión a nivel planetario, generándose una crisis global que abarcará desde las grandes empresas transnacionales hasta sus proveedores a pequeña escala.

En todo caso, si las tensiones actuales entre Estados Unidos y China continúan podría llegarse al caso de que los asiáticos desarrollen sus propios ecosistemas tecnológicos, lo que obligaría al resto del mundo a tener que elegir entre ambos. Lo anterior implicaría menos innovación a escala global y un crecimiento más reducido, dado que la alta tecnología ya no se compartiría y las economías de escala dejarían de estar globalizadas. Además, el sector tecnológico encabeza el ranking de los principales índices bursátiles tanto en Estados Unidos como en Asia, lo que implica que cualquier distorsión en el sector podría significar una grave crisis en los mercados internaciones.

A lo anterior cabe añadir que la ruptura de dependencias y complementariedades globales a nivel tecnológico interrumpiría las cadenas de suministro más importantes del planeta, implicando a varios países y regiones por las cuales estas discurren. La ruptura de un solo eslabón en dichas cadenas causaría efectos imprevisibles y en cascada, lo que afectaría tanto a inversionistas globales como locales de forma sumamente grave. En todo caso y analizando estos escenarios bajo metodologías de prospectiva estratégica, una coyuntura así terminaría golpeando más fuertemente a Estados Unidos que a China, dado que el gigantes asiático goza de un fuerte potencial de crecimiento y acceso a los mercados periféricos en auge de Asia y el Pacífico.

En resumen, la irracionalidad trumpiana podría terminar por acelerar el fin de la hegemonía planetaria estadounidenses o lo que es peor, llegada esta situación el desencadenamiento de un gran conflicto bélico basado en la lógica de que “cuando te ataquen, devuelve como puedas el golpe”.


lunes, 26 de noviembre de 2018

Crisis, What Crisis?

Por Decio Machado

Desde los textos de los Grundisse de Karl Marx (no se asusten señores neoliberales, últimamente hasta Francis Fukuyama o The Economist reivindican los diagnósticos de aquel sabio y combativo barbudo respecto a los defectos del capitalismo) ya sabemos que las crisis cíclicas son una ley inherente al sistema capitalista.

Las burbujas financieras y las crisis capitalistas se vienen repitiendo desde 1637, cuando el precio de un bulbo del tulipán en Holanda llegó a valer lo mismo que una vivienda, y de forma indiscutible desde 1825, cuando la primera auténtica crisis de sobreproducción internacional golpeó al planeta.

La lista de fallos generalizados en las relaciones económicas y políticas de reproducción capitalista es larga: tras 1637, sobrevino en 1720 la llamada Burbuja de los Mares del Sur y toda Europa entró en recesión; en 1797 tuvo lugar una burbuja del suelo en Estados Unidos y la retirada masiva de depositantes de bancos británicos, lo que generó un nuevo crack económico a ambos lados del Atlántico; en 1819 los bancos estatales estadounidenses emitieron amplios préstamos a agricultores, lo que fomentó una burbuja especulativa que determinó que muchos bancos quebraran cuando los prestamistas no pudieron atender sus obligaciones financieras; en 1837 la retirada de fondos del gobierno de los Estados Unidos en el Second of the United States provocó una nueva crisis de cinco años de duración; en 1857 la quiebra de la Ohio Life Insurance and Trust Company combinada con la crisis del sector ferroviario norteamericano y el hundimiento de un barco cargado de oro camino de Nueva York, generó una nueva convulsión económica con fuerte impacto global; en 1873 se dio la (primera) Gran Recesión; en 1884 quebraron entidades financieras como Grant and Ward, Marine National Bank y Penn Bank, generándose un efecto dominó en Wall Street; en 1901 tuvo lugar el primer crack de la bolsa de Nueva York; en 1907 sucedió el llamando “Pánico de los Banqueros”; en 1929 sucedió la (segunda) Gran Depresión; en 1937 tuvo lugar la denominada “Crisis Olvidada”; en 1973 la Crisis del Petróleo; en 1987 el “Lunes Negro”; en 1994 el “Efecto Tequila”; en 1997 la crisis financiera asiática; en 2000 la burbuja “Puntocom”; y en 2008 la crisis de las “hipotecas subprime” conocida también como la explosión de la burbuja inmobiliaria.

El juego de las crisis del capitalismo es sencillo y se resume en un fragmento del diálogo entre Jeremy Irons -director general de una entidad financiera que se presupone es Lehman Brothers aunque sin nombrarla- y Kevin Spacey -un analista de riesgo subido de categoría en dicha compañía- en el largometraje Margin Call (2011) dirigido y escrito por J.C. Chandor, cuyo título en castellano es El precio de la codicia, donde el primero indica tras un despido masivo en la compañía:

Sientes tanta lástima de ti mismo que es insoportable… ¿Qué? Tú crees que hoy hemos dejado algunas personas sin trabajo y que no vale la pena… Pero tú llevas haciendo eso cada día hace ya casi 40 años. Y si esto no vale la pena, entonces nada lo vale… Es solo dinero. Se fabrica. Trozos de papel con fotos para que no tengamos que matarnos para conseguir comida. No es malo y hoy no es diferente a lo que ha sido siempre: 1637, 1797, 1819, 37, 57, 84, 1901, 7, 29, 1937, 74… ¡1987! Aquel año sí que me jodió bien… 92, 97, 2000 y como sea que llamemos a este, es siempre lo mismo, una y otra vez, no podemos evitarlo. Y tú y yo no podemos controlarlo, ni pararlo, ni frenarlo. Como mucho alterarlo ligeramente. Solo reaccionamos. Ganamos mucho si lo hacemos bien y podemos perderlo todo si lo hacemos mal. En el mundo siempre ha habido y siempre habrá el mismo porcentaje de ganadores y perdedores. Ricos felices y pobres desgraciados. Peces gordos y perros hambrientos. Sí… Puede que hoy en día nosotros seamos más que nunca, pero los porcentajes son exactamente iguales”.

Pues bien, sin recuperarnos aún del último impacto -lo que tenemos en la actualidad es un ritmo de crecimiento muy inferior al de antes de la última crisis además de un incremento permanente de la desigualdad global y una tendencia generalizada al elevado desempleo-, los principales gurús de Wall Street ya prevén la llegada de la siguiente crisis el próximo año o lo más tardar en 2020.

Analizando el funcionamiento del sistema capitalista global durante las últimas cuatro décadas nos encontramos con que desde 1982 han estado bajando de forma sostenible los tipos de interés a escala planetaria. Eso propició que el mundo viviera una etapa de prosperidad sin precedentes, pero por otro lado impulsó que la deuda global se triplicara respecto al PIB planetario.

Los impactos de la última crisis generaron consecuencias múltiples, destacándose entre estas una profunda crisis de liquidez global que implicó grandes inyecciones de dinero en efectivo desde los bancos centrales de todo el mundo a los sistemas financieros privados. Tanto en Europa como en Estados Unidos se aplicaron programas de políticas de estímulo económico buscando dinamizar sus economías. Si bien es cierto que gran parte de los endeudamientos públicos globales fueron parte importante de los mecanismos dotados para la salida de la crisis de 2008, también lo es que serán el principal pilar de la próxima crisis global.

Visto desde esta perspectiva podríamos decir que, a diferencia de las anteriores, la crisis de 2008 tiene matices que la convierten en una crisis de carácter estructural. Los mecanismos de corrección aplicados para rearticular el equilibrio económico y superar la anterior etapa de recesión son los que generarán un fuerte colapso del sistema financiero global en la próxima recesión.

Larry Summers, quien ejerciera como secretario del Tesoro en la época de Bill Clinton y también como asesor del presidente Barak Obama ha llegado incluso a desarrollar la llamada tesis del “estancamiento global”. Según Summers, el tipo de interés de equilibrio en la economía habría bajado tanto que las políticas monetarias ultra-expansivas no son suficientes ya para estimular la demanda, llegándose a la conclusión de que el crecimiento a futuro es sólo posible mediante la generación de burbujas que tras estallar vuelven a generar una economía maltrecha.

La deuda global actual alcanza los 247 billones de dólares, tres veces el tamaño de la economía mundial, lo que hizo que Murray Gunn -jefe de investigación global de Elliott Wave International- declarara el pasado mes de septiembre que “las principales economías están a punto de sumergirse en la peor recesión que hemos visto en 10 años”.

Ante esto vale la pena fijarse en las dos principales economías del planeta.

En el caso de Estados Unidos, los datos de endeudamiento comienzan a ser alarmantes: la deuda de las familias alcanzan actualmente los 13,3 billones de dólares, una cifra superior a la de la crisis del 2008. Así los créditos universitarios superan notablemente los 611.000 millones que alcanzaron una década atrás, los créditos por compras de autos y los saldos de las tarjetas de crédito también han superado los montos de hace una década. Según Peter Schiff, broker y presidente de la corredora de bolsa Euro Pacific Capital, la próxima crisis “será mucho peor que la Gran Depresión de 1929, la economía de Estados Unidos está peor que hace una década” y esta estallará antes de que Donald Trump -y en Ecuador Lenín Moreno- termine su primer mandato.

En pocas palabras, la eleva deuda estadounidense no es más que el flujo de capitales con el que se ha alimentado el auge económico del país tras la crisis del 2008. Buscando correcciones, la Reserva Federal de los Estados Unidos ha incrementado desde diciembre del 2015 siete veces el precio del dinero y tiene previsto volver a hacerlo para la segunda mitad de próximo mes. El punto de inflexión llegará cuando comience la próxima oleada de impagos por parte de los prestamistas que, abrumados por el incremento de los tipos de interés, obligarán a que se reduzca el gasto público y los ingresos.

En paralelo, el sistema financiero de la República Popular China representa uno de los mayores riesgos a la estabilidad económica mundial. Según Mark Carney, gobernador del Banco Inglaterra, “China es una gran fuente de crecimiento para la economía global, un milagro económico, muchos aspectos positivos… pero al mismo tiempo, su sector financiero se ha desarrollado muy rápidamente y tiene muchas de las mismas hipótesis de antes de la última crisis financiera”.

El gigante asiático, según el departamento de estudios de Goldman Sachs, tiene ya una deuda total (pública y privada) que alcanza cuotas del 270% de su PIB (170% de las corporaciones, 60% del Estado y el 40% de los hogares). Esto hace que el PIB nominal chino esté por debajo del PIB real, es decir, gran parte de los nuevos préstamos no tienen como finalidad estimular la economía sino pagar otros préstamos adeudados.

Según la agencia de calificación Moody´s, el sector público -gobierno y empresas estatales- de China alcanzará un nivel de deuda equivalente al 149% del PIB a finales de esta década, unos 15 puntos porcentuales más que en 2017, debido a que las autoridades recurrirán a un mayor apalancamiento para sostener el crecimiento vía gasto público.

La gran grieta estructuralmente existente entre las necesidades reales de gasto de los gobiernos locales y regionales de China respecto a sus relativamente limitadas fuentes de ingresos generan que estos sigan siendo dependientes de las empresas públicas locales para financiar sus necesidades de infraestructuras. Esta situación provoca que dichas empresas representen el mayor porción de deuda oculta a nivel regional en China. Hay casos donde, según cálculos realizados por diversas agencias calificadoras de riesgo, la deuda real alcanza un monto 80% mayor al que se presentó como deuda oficial a finales de 2017.

En paralelo, el alto endeudamiento privado que enfrenta China es un problema grave que puede desembocar en un nuevo tsunami financiero global, pues su “banca en la sombra” ha crecido a niveles exponenciales y más de seis mil bancos subterráneos operan desde los trasfondos de su economía. Si bien el sistema financiero del país no está en riesgo, siendo más robusto que el de algunos de los países del Norte económicamente desarrollado, los préstamos ocultos en los balances de los bancos -esos que forman parte de las inversiones a corto plazo y entre los que aparecen los préstamos del sistema bancario en la sombra- se elevan a cerca de 35 billones de yuanes, más de cinco veces el volumen en dólares de préstamos de alto riesgo que tenía Estados Unidos al comienzo de la crisis financiera de 2008.

Para Marko Kolanovic, analista de la institución financiera JP Morgan, el crack de 2008 será el equivalente a un pequeño sobresalto comparado con lo que se nos viene próximamente encima, lo cual sucederá bajo la estructura de una gran crisis de liquidez que golpeará a los mercados y que derivará en una gran tensión social.

El desarrollo tecnológico derivó en que el mercado bursátil esté controlado por una serie de algoritmos que actúan de forma automática, lo que hará que cuando comience la próxima crisis las acciones se desplomen con mas violencia que nunca. En estas condiciones los bancos centrales no solo tendrán que comprar deuda soberana e inyectar dinero en sus economías, sino que se verán en la necesidad de hacerse con acciones de empresas claves.

Hablemos claro, quien salvó al sistema capitalista en la última recesión mundial fueron los Estados y sus bancos centrales. Esta condición se verá notablemente potenciada en la próxima crisis, momento en que los gurús del neoliberalismo en el Norte Global mutarán su discurso pese a que los apólogos de esta ideología fundamentalista en los países del Sur Global, Ecuador entre ellos, anden -como siempre tarde y a deshora- profundizando en narrativas sobre la no incidencia de los Estados en el mercado y la economía… ¿Es que acaso alguien todavía se cree el cuento del libre mercado en mercados globalizados que son cada vez más dominados y manejados por las grandes transnacionales norteamericanas, chinas y europeas?

Fuente: http://www.planv.com.ec/ideas/ideas/crisis-what-crisis

lunes, 19 de noviembre de 2018

Riesgos en la disputa por la hegemonía global

Por Decio Machado / Consultor político internacional, miembro de la Universidad Nómada del Sur y del Grupo de Estudios de Geopolítica Crítica de América Latina


Pese a que la República Popular China reivindique a través de su diplomacia que su huella militar en el exterior está muy por debajo de su rol económico global, ya comienza a causar preocupación en diferentes partes del planeta como se va configurando su nueva hegemonía mundial.

Más allá de que el gigante asiático en la actualidad tenga una población de casi 1.400 millones de habitantes entre los cuales destacan 56 grupos étnicos reconocidos y 300 lenguas vivas diferentes, todo parece indicar que mientras se sustente la capacidad de compatibilizar un régimen político de partido único, sin libertades democráticas, con una economía de mercado, su estabilidad interna -se estima que en 2030 su clase media ascenderá a 500 millones de habitantes- no debería generar grandes convulsiones en el exterior. Todo ello pese a que Beijing siga sin rendir cuentas ante foros internacionales sobre sus violaciones de derechos humanos en conflictos internos tales como la ocupación del Tíbet, la represión sobre el activismo disidente uigur (quienes procesan la religión musulmana, tienen una lengua de origen turquino y utilizan el alfabeto árabe) en la provincia de Xinjiang o las reivindicaciones autonomistas en la Mongolia Interior.

En un hecho que, pese a todo, el establishment burocrático chino está actuando con mucha inteligencia en el ámbito de la política exterior. Esto permite atisbar que el actual gobierno chino no cometerá el mismo error que cometió la dinastía Ming en los albores del siglo XV, cuando renunciaron a la política de expansión económica y militar que había iniciado el general Chen Ho entre 1405 y 1433. Nacido en una familia presumiblemente de origen árabe-mongol, en la provincia central de Yünnan, Cheng Ho fue un eunuco al servicio del emperador Ming Yung-lo que convertido en general dirigió siete expediciones a los mares del Sur y visitó no menos de 37 países, desde el antiguo reino de Champa -actual región vietnamita de Annam- hasta la costa oeste africana. Las expediciones de Cheng Ho, emprendidas casi un siglo antes que las de Cristobal Colón y Vasco da Gama, fortalecieron fuertemente la influencia de China sobre sus vecinos, pero fueron criticados y luego suspendidos por el conservadurismo de la burocracia confuciana bajo el argumento de ser inútiles y significar un dispendio de recursos.

Hoy, 600 años después, China demuestra que sí tiene definida una política claramente expansionista basada en buscar alianzas de cooperación estratégica con el resto de los países del planeta, especialmente con sus vecinos más próximos. 

Gran parte de esta fuerte actividad diplomática y comercial se da en el llamado Mar de China Meridional, una extensión marítima con una superficie de 4.25 millones de kilómetros cuadrados que abarca desde la costa sur de China hasta Singapur, extendiendo sus aguas por todos los países de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN). La zona comprende países como Taiwán -reivindicado históricamente por China y sólo reconocido por 22 Estados, ninguno de ellos asiático- y la presencia de   países como Indonesia, Malasia, Tailandia o Vietnam -potencias medias en ascenso que en la próxima década podrían convertirse en los “nuevos BRICs”-, además de otras naciones como Myanmar (antigua Birmania, donde tiene lugar una fuerte represión militar en contra del grupo étnico musulmán rohinyá), Brunei, Camboya, Filipinas o Laos.

En el Mar de China Meridional los problemas de soberanía sobre sus más de 400 islas, arrecifes y bancos de arena, han sido una constante histórica desde mediados del siglo XX tras la segunda guerra mundial. El más importante de estos conflictos se da en las islas Spratly, donde hasta seis de estos países se disputan su soberanía y muchas de estas islas ya están ocupadas estratégicamente por diversos Estados a la espera de poder reclamar su soberanía respecto a todo el archipiélago. Estas reivindicaciones derivan de la posible existencia de importantes depósitos de hidrocarburos -hace cinco años atrás China y la petrolera Shell sellaron una alianza para explotar estos supuestos yacimientos- y por encontrarse en una zona de capital importancia para el comercio marítimo regional. El otro conflicto insular es el de las islas Paracelso -también llamadas Paracel-, al norte de las Spratly, donde también se vislumbra la posible existencia de petróleo y gas natural. En 1974 ya hubo enfrentamientos entre las fuerzas chinas y las de Vietnam del Sur en las islas Paracelso, el conflicto se reanudó entre ambos países en 1988, y se volvió a recrudecer en 1995 ya con la participación también de Filipinas ante la construcción de infraestructura por parte del gobierno chino en el atolón de Mischief Reef. En todos los casos, China logró reivindicar su control sobre los territorios en disputa.

Sin embargo y pese a que Vietnam ocupe 30 de estas islas y arrecifes, Malasia posea control sobre otros tres de estos y en una de ellas haya construido un hotel, y Filipinas también ejerza el control sobre una decena más, las políticas de ocupación y control implementadas por China en los últimos tiempos destacan por su ritmo y magnitud. La República Popular China ha ignorado sistemáticamente cualquier recomendación o resolución de los organismos internacionales al respecto.

El Mar de China Meridional tiene un valor geoestratégico fundamental para las economías que lindan con él, tanto por su valor en recursos naturales como por su centralidad como vía de comunicación.

Más allá de las reservas pesqueras que proveen de alimento a las poblaciones de la región, se estima que en el Mar de China Meridional existen 7 mil millones de barriles de reservas de petróleo y un estimado de 900 billones de pies cúbicos de gas natural.

La zona goza de 14 de los 20 puertos con mayor afluencia de contenedores del planeta: nueve chinos y cinco distribuidos entre Singapur, Taiwán, Corea de Sur y Malasia. El caso de Singapur es especialmente relevante, dado que desde hace cinco años permanece inamovible en la parte superior del Índice de Centro de Desarrollo Marítimo Internacional (ISCD, sigla en inglés), un indicador económico que cubre 43 de los puertos y ciudades más grandes del mundo y que está diseñado para dar claridad a los inversores y gobiernos sobre el rendimiento relativo de los centros de transporte de carga marítima en todo el planeta. Esto releva el potencial de la zona y el dinamismo comercial existente en la región respecto a la afluencia de grandes buques de carga y petroleros, lo que se cruza con numerosas consideraciones estratégicas, energéticas y económicas que se relacionan entre si con la necesidad de asegurar el abastecimiento de recursos naturales y por lo tanto obtener el control militar de la zona.

A todo lo anterior hay que sumar la singularidad geográfica de este territorio, ya que en no pocos lugares hay estrechos muy angostos pasos como el de Malaca entre Malasia e Indonesia y por donde transitan 150 buques diarios, el de Singapur o el sembrado de islas a lo largo de gran parte de la zona. A través de las rutas del Mar de China Meridional, Corea del Sur obtiene el 65 por ciento del petróleo que importa para el abastecimiento de su economía nacional, Japón y Taiwán el 60 por ciento y la propia China el 80 por ciento del total de su abastecimiento. Esto último explica por que el politburo del Partido Comunista Chino extiende su reclamo territorial al 90 por ciento de estas aguas.

Pese a que durante el mandato de Barack Obama el gobierno estadounidense se negara a tomar una posición en la disputa que involucra a China frente a otros países asiáticos, ya durante el año 2016 su entonces secretario de Estado, John Kerry, advirtió sobre “un aumento de la militarización, de un tipo o de otro” en la zona.

En estos últimos dos meses, ya bajo la Administración Trump, la Flota del Pacífico de Estados Unidos ha desarrollado una serie de ejercicios militares que buscan advertir a China de que Washington tiene intención de intensificar la tensión en la región.

Esto se da en el contexto de la actual guerra comercial impulsada por Donald Trump contra Beijing, donde más allá de las excentricidades del magnate norteamericano y de su actitud sumamente beligerante con gran parte del sistema mundo, es un hecho que los subsidios de China a ciertos sectores, el dumping en el extranjero por su exceso de productos siderúrgicos y la imposición de restricciones a las exportaciones de ciertas materias primas benefician a determinadas empresas y productores chinos frente a la histórico control de los mercados internacionales de las corporaciones transnacionales norteamericanas y el propio gobierno estadounidense.

Pero más allá del control de los mercados internacionales, el actual conflicto en el Mar de China Meridional viene a demostrar que la rivalidad entre las dos potencias -una emergente y otra en declive- no es sólo económico, sino que también goza de un trasfondo militar. Si Estados Unidos escala la tensión buscando que la República Popular China paralice las construcciones unilaterales que están realizando en islas, arrecifes y bancos de arena en la zona o su acceso a estas, dicho bloqueo podría desembocar en un conflicto a gran escala.

En estas condiciones y pese a las rivalidades enmarcadas en las pretensiones soberanía entre los países de la zona, los países miembros de la ASEAN -cuyo principal socio comercial, por cierto, es la República Popular China- comienzan a lanzar mensajes dirigidos a la Casa Blanca. En unas recientes declaraciones el presidente filipino Rodrigo Duterte indicó ante diversos medios de comunicación internacionales: “China ya está en posesión del Mar de China Meridional. Ahora está en sus manos. Entonces, ¿por qué tienen que generar fricciones (…) que desembocarán en una respuesta China? Es una realidad, y Estados Unidos y todos deberían darse cuenta de que China está ahí”.

La ASEAN busca inteligentemente habilitar soluciones de perfil diplomático frente a la cada vez más poderosa China, marco en el cual negocia en la actualidad un código de conducta con Beijing para asegurar la paz y estabilidad en ese mar, por el que transita más del 30 por ciento del comercio marítimo mundial. El primer borrador del texto se espera en 2019 y se estima que entrará en funcionamiento en 2021.

Sin embargo y en paralelo, el actual vicepresidente estadounidense Mike Pence insiste que el Mar de China Meridional no pertenece “a una única nación” y que Estados Unidos seguirá navegando y sobrevolando militarmente la zona. Las declaraciones de Pence son recriminadas también por otros mandatarios de la región, como el primer ministro de Malasia -Mahathir Mohamad- quien ha manifestado que los grandes barcos de guerra y los aviones militares no son necesarios en el Mar de China Meridional, pues estos pueden provocar incidentes que eleven la tensión en la zona.

Pese a las presiones chinas sobre los territorios en disputa, los países de la ASEAN coinciden en su mayoría en el hecho de que cualquier estrategia diplomática será bienvenida para solucionar el conflicto “siempre y cuando no incluya enviar a la Séptima Flota a la zona”.

Pero hablemos claro, como dijo Napoleón Bonaparte hace ya más de 200 años, “la política de los Estados reside en su geografía y capacidad de influencia”. El conflicto por el Mar de China Meridional comienza ha determinarse como un enfrentamiento entre poderes mundiales y su devenir comienza a ser incierto y muy preocupante. Es de prever que China continuará avanzando de hecho sobre el territorio -con o sin fallos adversos de los organismos internacionales-, sobre las bases de su cada vez mayor supremacía económica y militar en la región.

Dependerá de que tipo de reacción devenga del Despacho Oval y del Pentágono para que se establezca un nuevo modelo de gobernanza global coherente con el nuevo patrón de globalización en curso. Una nueva torpeza más del presidente Trump respecto a las estrategias estadounidenses en la zona podría suponer el inicio de un conflicto de consideraciones globales que ninguna nación del sistema mundo desea en la actual coyuntura de crisis sistémica internacional.

Fuente: http://www.planv.com.ec/ideas/ideas/riesgos-la-disputa-la-hegemonia-global

sábado, 17 de noviembre de 2018

La formación política

Decio Machado

Pulso China vs Estados Unidos y sus impactos globales

Por Decio Machado / Consultor político internacional, miembro de la Universidad Nómada del Sur y del Grupo de Estudios de Geopolítica Crítica de América Latina
Las relaciones entre Estados Unidos y China nunca han estado más deterioradas desde que se restablecieran las relaciones diplomáticas entre los dos países tras el viaje de Richard Nixon a Pekín en 1972. De hecho, el editorial del pasado viernes del Financial Times califica la actual crisis entre ambos países como el acontecimiento más importante en lo que llevamos del siglo XXI.
Sería Henry Kissinger, uno de los protagonistas de aquella reconciliación diplomática, quien definiría la colaboración entre Estados Unidos y China como “básica para la estabilidad y la paz del mundo”. En su libro “On China”, cuya primera edición fue publicada en Estados Unidos en 2011 por la editorial Penguin Press, Kissinger -un anticomunista visceral responsable de varios episodios de las guerras secretas de la CIA en diferentes partes del planeta- escribiría: “una guerra fría entre los dos países detendría el progreso durante una generación a uno y otro lado del Pacífico”.
Estas relaciones se mantuvieron sólidas desde entonces hasta la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca. Tan sólidas que incluso un gobierno como el del presidente George H. Bush -responsable de la primera invasión a Irak- decidió presionar a su Congreso con el fin de amortiguar las iniciales duras sanciones impuestas contra el gigante asiático cuando en 1989 su Gobierno masacró a cerca de un millar de personas tras unas movilizaciones críticas con el régimen.
La visión dura y pragmática que Kissinger refleja en su libro tras los sucesos de la Plaza de Tiananmén, propia de un hombre que ha formado parte de tramas tan execrables en nuestra región como los golpes de Estado en Chile (1973) o Argentina (1976), le hace indicar algo que ha marcado durante los últimos 45 años la relación de Estados Unidos con la República Popular China: “inicialmente los estadounidenses insistían en que las instituciones democráticas eran necesarias para que hubiera una compatibilidad de intereses nacionales. Esa proposición -que surge de un artículo de fe de muchos analistas estadounidenses- era difícil de demostrar a partir de la experiencia histórica”.
Pese a que Kissinger sea responsable de varios planes represivos de carácter geopolítico como lo fue la Operación Cóndor, su posición como una de las figuras más relevantes de la diplomacia estadounidense le permitió comprender que China nunca asumiría de forma voluntaria un rol secundario en la jerarquía internacional. De hecho, en su obra anteriormente reseñada, Kissinger indica en sus últimos párrafos que “los estadounidenses no tienen que estar de acuerdo con el análisis chino para comprender que darle lecciones a un país con una historia de milenios sobre su necesidad de ´madurar´ puede resultar innecesariamente molesto”.
Pues bien, todas las elucubraciones de este referente de la diplomacia estadounidense se fueron al traste con la llegada de Donald Trump al Despacho Oval. En marzo de 2018 el presidente de los Estados Unidos comenzó a imponer aranceles sobre productos chinos bajo el artículo 301 de la Ley de Comercio de 1974, argumentando un historial de “prácticas desleales de comercio” y el robo de propiedad intelectual. Como reacción y el paralelo a cada medida de la administración Trump, Beijing ha ido escalando sus penalizaciones a los productos estadounidenses.
La guerra comercial entre los Estados Unidos y China, las dos mayores economías mundiales, impactan sobre la economía global haciendo que esta crezca más lentamente de lo esperado. Según la directora gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), Christine Lagarde, esta crisis costará a China 0,6 puntos porcentuales de crecimiento respecto a estimaciones anteriores, mientras que Estados Unidos dejará de crecer otros 0,2 puntos porcentuales.
Los nubarrones sobre la economía global son ya presentes. La Organización Mundial del Comercio (OMC) desveló en su última asamblea anual que el tráfico de mercancías y servicios caerá un 17% y que el PIB mundial lo hará en 1,9 puntos porcentuales si de aquí a fin de año se sigue escalando en esta guerra comercial.
Lo anterior supondría que la caída del comercio global estaría ostensiblemente por encima de lo sucedido en 2008 y 2009, momentos de la última crisis económica mundial. Así las cosas, la riqueza del planeta mermaría en 1,52 billones de dólares, el equivalente a sacar a Rusia del PIB mundial.
Pese a lo anterior, el impacto de esta guerra comercial en el año 2018 se considera moderado, siendo en 2019 cuando las cifras de intercambio de mercancías podrían sufrir un golpe definido fruto de la política proteccionistas estadounidense y las reacciones chinas a esta.
Inicialmente parece que la República Popular China sería la gran perjudicada a corto plazo en este conflicto, pero diversos análisis económicos de prospectiva vienen a indicar que posteriormente será los Estados Unidos el país más golpeado: Washington tendrá que afrontar las tensiones comerciales tanto dentro como fuera del país, y también el fin del paquete fiscal impulsado por Trump. Estimaciones de las instituciones de Bretton Woods indican que a la postre se reducirá el crecimiento estadounidense en un 2,5% del PIB.
En todo caso y a nivel global, una guerra comercial de estas características genera una escalada de tensiones que plantea riesgos claros para las economías de todos los países. A corto plazo, las disputas comerciales podrían tener un impacto indirecto considerable en las inversiones globales y domésticas por efecto de aumento de la incertidumbre. Estamos, si ambos países no llegan a un acuerdo en el corto plazo, ante un debilitamiento del sistema multilateral de intercambio.
En paralelo, los gerentes de fondos de inversión tienen también expectativas muy poco optimistas respecto a la evolución de la economía global. Los inversiones se encuentran sentados sobre sacas de dinero disponible pero frente a un clima de gran incertidumbre por las tensiones comerciales y la política de incremento de las tasas de interés impulsada desde la Reserva Federal (FED).
Sin embargo y más allá de todo esto, la guerra comercial no es la única causante directa del deterioro del comercio mundial. Un estudio de Internationale Nederlanden Groep indica que existe una ralentización de la producción mundial de manufacturas -la producción crecía un 0,3% mensual en 2017 y hoy esta tasa se redujo a la mitad-, lo que está influyendo también en la desaceleración de las transacciones.
La escalada no es inevitable y varios organismos multilaterales intentan incidir sobre el magnate televisivo con el fin de reconducir el actual camino de confrontación adoptado adoptado por Estados Unidos.
Trump se equivoca creyendo que Estados Unidos aun tiene capacidad de frustrar el “sueño chino”, tratando de contener el creciente poder económico y geopolítico chino… esto generará a la larga una lógica de conflicto que podría llegar a ser incluso militar.
Pese a los deseos trumpianos, el orden mundial con el que cerró el pasado siglo ya no es válido. El crecimiento de China necesariamente altera el viejo equilibrio, o más bien desequilibrio, global. Desde una visión inteligente, el nuevo desafío estadounidense debería basarse en acomodar su poder dentro del nuevo orden mundial en conformación respetando los actualizados intereses de China.
El pulso actual entre ambas potencias tiene afectación y dimensiones globales. De esta manera, Washington acusa a Beijing de articular ciber ataques, de robo de propiedad intelectual y califica a China como una amenaza para la cadena de sumidero de materiales para el ejército norteamericano. Mientras a su vez, Beijing niega que su “surgimiento pacífico” esconda una intención hegemónica ni expansionista, pese a que el estilo de mando de Xi Jinping indique lo contrario.
Europa a su vez tiembla viendo como la One Belt One Road (nueva ruta de la seda) significará su desplazamiento ante un territorio que se convertirá en un nuevo referente para las inversiones económicas y la disputa por la hegemonía geopolítica. La respuesta de Beijing es sencilla: las grandes potencias emergentes también tienen intereses internacionales legítimos, ya sea para proteger sus inversiones en el extranjero o para salvaguardar las rutas de aprovisionamiento. La República Popular China agrega además a su discurso que su huella militar en el extranjero sigue siendo pequeña en relación a su rol económico global.