Por Decio Machado / Revista Viento Sur
Este pasado domingo 7 de febrero Ecuador asistió a uno de los procesos electorales más inusuales de su historia. Inusual por el efecto de la pandemia, inusual por tener que elegir entre dieciséis binomios electorales a la Presidencia de la República e inusual también por el permanente ruido de posible fraude electoral que sobrevoló las redes sociales durante la última semana.
Los tres años y ocho meses de gobierno de Lenín Moreno dejaron al país agotado. En el sentir general de la sociedad ecuatoriana está el anhelo de que este período termine ya cuanto antes y se entregue el listón de mando gubernamental a un nuevo mandatario. En paralelo, asistimos a una sigilosa fuga del país de quienes ejercieron las principales toma de decisiones durante este período: tanto Richard Martínez, quien ejerciera en el cargo de ministro de Finanzas y estableciera los acuerdos con el Fondo Monetario Internacional, como María Paula Romo, quien ejerciera como ministra de Gobierno y fuera la principal responsable de la represión en las movilizaciones de octubre de 2019, residen hoy en Washington entre otros.
Ecuador sufre el deterioro generalizado de prácticamente todos sus indicadores sociales, macro y micro económicos, así como de la credibilidad de sus instituciones públicas. En un marco donde el divorcio entre el establishment político y la sociedad es cada vez mayor, crece de forma acelerada la pobreza, la mendicidad infantil, el absentismo escolar, los suicidios, el endeudamiento familiar, la inseguridad ciudadana, el deterioro del mercado de laboral, el desempleo, el endeudamiento externo y el desprestigio de la institucionalidad. Si bien este proceso venía de antes, las condiciones se volvieron dramáticas a partir del impacto de la pandemia en el país.
Quizás la consecuencia más brutal de todo esto haya sido los cerca de cuarenta mil fallecidos durante el 2020 por encima del promedio de muertes correspondiente a años anteriores. Muertos por covid-19, sean o no reconocidos oficialmente por el Estado, fruto del desmantelamiento del sistema de salud público derivado de las políticas de austeridad impuestas por el Fondo Monetario Internacional a cambio de financiamiento internacional. Ecuador se convirtió así en el segundo país con mayor número de fallecidos por la pandemia en función del número de habitantes, dolor que ha transversalizado a prácticamente todas las familias del país durante estos once meses previos al proceso electoral.
Es en ese contexto en el que establecieron las dos principales tendencias políticas hasta entonces existentes en el país su estrategia electoral. Por un lado, la opción correísta encabezada por Andrés Arauz –impedido legalmente Rafael Correa de ser candidato–, quienes articularon como narrativa principal “vuelve la esperanza o simplemente compara el anterior gobierno con este y piensa cuando estábamos mejor”. Por otro, el conservadurismo con Guillermo Lasso a la cabeza –en alianza con el Partido Social Cristiano de Jaime Nebot– intentando posicionar que Lenín Moreno fue impuesto por Rafael Correa y por lo tanto es signo de su continuidad. Todo ello pese a que el giro a posiciones de política neoliberal del actual gobierno se sostuviese con el apoyo precisamente de las bancadas de Lasso y Nebot en la Asamblea Nacional. En resumen, el clivaje político electoral se posicionaba pactadamente entre las –a priori– dos grandes tendencias ideológicas del país en Correísmo vs Anticorreísmo.
Las estrategias contra hegemónicas
En este contexto, de los catorce binomios presidenciales que acompañaban a las dos principales tendencias políticas en disputa hubo dos que fueron capaces de imponer clivajes alternativos. Por un lado, la candidatura socialdemócrata liberal de Xavier Hervas al frente de la Izquierda Democrática; y por otro el brazo político del movimiento indígena, el Pachakutik, con el activista ambientalista Yaku Pérez como candidato. Mientras Hervas, joven empresario exitoso del agrobusiness, se posicionó como el candidato outsider de esta contienda representando lo nuevo con una estrategia comunicacional muy creativa y desenfadada que consiguió conectar con targets jóvenes urbanos y sectores ilustrados de clase media; Yaku capitalizó el acumulado de las movilizaciones de octubre del 2019 –episodio de lucha social brutalmente reprimido por los aparatos de seguridad del Estado– y la defensa de la Pachamama mediante su oposición a las políticas extractivas y la defensa del agua. Con ello, el candidato indígena sintonizó también con sectores juveniles, en este caso con sensibilidad ambiental, a través del mundo de las causas y los sectores urbanos marginales que se movilizaron especialmente en Quito junto a los sectores indígenas. “Yaku es pueblo” fue el arquetipo construido en torno a la figura del líder indígena durante la campaña.
Estas estrategias alternativas fueron poco a poco calando en la sociedad ecuatoriana y generando un sostenido y silencioso crecimiento de apoyo a estos nuevos liderazgos. Todo ello mientras el “banquero vinculado al feriado bancario y representante de las élites” Guillermo Lasso se disputaba la contienda en un plano superior con el “candidato del bolivarianismo chavista apoyado por grupos terroristas colombianos como las FARC y el ELN” Andrés Arauz. Así se desprestigiaban los unos a los otros entre estas dos principales tiendas políticas en disputa.
El correísmo tendrá que hacer su ajuste de cuentas interno tras esta primera vuelta. Toda estrategia electoral parte de un análisis investigativo del contexto. La práctica demuestra que esta tendencia manejó encuestas equivocadas, planteando como consigna principal en los últimos quince días de campaña que ganarían “en una sola vuelta”, y fruto de lo anterior, se posicionaron públicamente con la habitual prepotencia que suele dar sentirse anticipadamente ganador, sin hacerle guiños políticos a ningún sector más allá de su “barra brava”.
En paralelo y teniendo en cuenta que el mensaje es el cincuenta por ciento de una estrategia electoral, la campaña de Guillermo Lasso no pudo ser más confusa y desesperadamente desorganizada. Comenzó prometiendo un millón de puestos de empleo para terminar comprometiéndose en duplicar su inicial propuesta, incorporando en la última semana de campaña dos de sus principales promesas electorales: vacunar a nueve millones de ecuatorianos en los primeros cien días de su gobierno y subir el salario mínimo –respecto al cual llevaba los últimos siete años considerándolo excesivo– en un veinte por ciento. Ninguna de estas propuestas formaba parte de su plan de campaña inicial.
Resultados y expectativas
Al momento, jornada posterior a día de las elecciones, los conteos oficiales señalan que la opción con mayor apoyo popular en esta primera vuelta ha sido la candidatura correísta. Andrés Arauz cuenta con un respaldo estimado en el treinta y dos por ciento de los votos válidos que fueron depositados en las urnas. El segundo lugar, disputa que implica quien va a acompañar a Arauz en la segunda vuelta, se lo pelean entre Yaku Pérez y Guillermo Lasso, ambos con el diecinueve por ciento de votos y con una diferencia de apenas unas décimas inicialmente a favor del candidato indígena. Por último, en el cuarto lugar quedaría la candidatura de Hervas con un dieciséis por ciento de voto válido.
Pese a que el conteo está muy avanzado, existe un catorce por ciento de actas con inconsistencias técnicas cuyo origen mayoritario está situado en mesas electorales de la zona Costa, territorio donde el candidato Lasso tiene mayor apoyo que el indígena. Aquí un paréntesis: tanto el populismo progresista como el populismo conservador tienen históricamente mayor entrada en la región costeña del país que en los territorios de Sierra y amazónicos, caracterizados por una mayor presencia indígena y un cosmovisión muy lejana al clientelismo político. En todo caso, lo anterior hace presuponer que sería posible que al final sea la opción conservadora la que se dispute con el correísmo la segunda vuelta.
Las espadas están cruzadas y el movimiento indígena se mantiene alerta y expectante. Es muy posible que asistamos a movilizaciones importantes de este sector en defensa del voto Pachakutik, cuyo resultado supone un hito histórico sin precedentes en la política ecuatoriana.
En todo caso y en estas condiciones, la paradoja está en que el peor escenario posible para el correísmo es la presencia del movimiento indígena en el balotaje. Con Yaku Pérez en segunda vuelta y sin necesidad de tener que negociar nada con los sectores conservadores –todo el voto no correísta se iría hacia esa opción electoral sin necesidad de tranzas–, Arauz tendría serias dificultades para sumar más votos de los ya obtenidos en el día de ayer. Sin embargo, el conflicto interno está asegurado al interior del indigenismo si es Lasso la opción que disputara el balotaje del 11 de abril. De hecho Yaku, difícilmente identificable desde una visión ideológica clásica pese a provenir de una militancia maoísta en su juventud, apoyó a Guillermo Lasso en la segunda vuelta de las presidenciales del 2017 frente a la candidatura que se presumía identificada con Correa y que hoy ejerce la presidencia en el país. Su justificación fue: “prefiero a un banquero que a una dictadura”.
En paralelo, la bancada legislativa principal será de tendencia correísta ocupando posiblemente unos cuarenta y nueve curules [escaños] de ciento treinta y siete existentes en la Asamblea Nacional. En un hipotético gobierno de Arauz, esta sensibilidad política no tendría mayoría y tendría que negociar con las otras dos principales fuerzas en el legislativo: Pachakutik con unos veintisiete curules e Izquierda Democrática con otros dieciocho curules, ambas tendencias políticas no conservadoras.
En resumen, el gran derrotado de este domingo electoral ha sido la derecha y las élites sociales y económicas ecuatorianas. Pero a su vez, el pueblo expresó su deseo de romper la dicotomía Correísmo vs Anticorreísmo que ha marcado los últimos catorce años de la política nacional. La sociedad ecuatoriana exige una regeneración en sus liderazgos y representaciones, así como una narrativa política diferente para los próximos años.
La hipótesis de un gobierno con Guillermo Lasso a la cabeza, pese a que pudiera ser el rival al correísmo en una segunda vuelta, es poco probable. Ni la juventud mayoritaria en el censo electoral ni el mundo rural siente identificación con este candidato que se presenta por tercera vez las elecciones presidenciales tras fracasos anteriores. A su vez, la tendencia conservadora con predominio en la región Costa, el Partido Social Cristiano, obtendrá los peores resultados de su historia en varios de los que han sido considerados hasta ahora sus feudos territoriales. Ni Lasso ni Nebot tienen condiciones ya para seguir liderando la derecha ecuatoriana.
En paralelo, se hace difícil entender la pervivencia del correísmo sin la figura de Rafael Correa ejerciendo el poder o al menos alguna dignidad de representación popular. Lo más probable es que el progresismo ecuatoriano entre en un proceso de renovación, posiblemente encabezado por Andrés Arauz –un joven de treinta y cinco años–, más vinculado a posiciones ideológicas que a la alabanza a la figura de su líder carismático. Esto inevitablemente generará tensiones internas, las cuales de una u otra forma ya se apuntan durante la actual campaña. En todo caso, hoy Arauz depende de Correa para ganar las elecciones de igual manera que mañana será Correa quien dependa de Arauz para solventar los procesos judiciales a los que ha sido sometido –en muchos casos de forma extremadamente forzada– durante estos casi cuatro de obligada residencia fuera del país.
Pendientes aún de ver quién disputará el 11 de abril la segunda vuelta y cuál será su resultado, las votaciones del domingo pasado posiblemente signifiquen un punto de inflexión respecto a la historia reciente de Ecuador. Asistiremos a la conformación de una nueva cartografía política nacional que se desarrollará en los próximos dos años, demanda social que quedó claramente expresada en las urnas.
Por último, habrá que ver cómo se desempeña el movimiento indígena en roles institucionales. Su historia reciente, conformada a partir del levantamiento indígena del Inty Raymi en 1990, nos demuestra que su potencial tiene más que ver con el mundo de los movimientos sociales y organización comunitaria que con la representación electoral. La última vez que el Pachakutik participó como aliado de un gobierno nacional, época de gestión de Lucio Gutiérrez, entró en una seria crisis de la que le ha costado años levantar cabeza.
Decio Machado es director de la Fundación Nómada
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