jueves, 24 de mayo de 2018

China y lo que se nos viene…

Por Decio Machado

Publicado en la Revista Digital Plan V

Históricamente, desde el punto de vista occidental, China ha sido el otro polo de la experiencia humana, ese Otro fundamental sin cuyo encuentro Occidente no podría haber tomado completa consciencia de su Yo cultural.

Si nos remontamos al pasado, la civilización china se desarrolló relativamente aislada, aunque siempre halló la forma de romper sus barreras geográficas -océanos, estepas, desiertos, montañas y junglas- para establecer rutas de contacto comercial con el mundo exterior. Sus productos atravesaron la India y la antigua Persia para llegar a aquella Grecia y Roma que fueron cunas de la civilización occidental. Ese Occidente, que con base en la colonización y la tradición judeocristiana incorpora hoy al conjunto del continente americano, le debe a China inventos tales como la pólvora, la brújula, el papel o la imprenta.

Desde nuestro Occidente, ese que se reafirma en contraposición con Oriente desde que griegos y persas se enfrentarán en las llamadas guerras médicas, aún se nos hace difícil comprender que China -tras la expulsión de los mongoles y la unificación política del país en el siglo XIV- fue durante un tiempo la región más desarrollada del mundo.

Nuestras distancias se acortaron hace poco más de cuatrocientos años, cuando los primeros jesuitas europeos llegados a territorio asiático decidieron traducir al latín determinadas obras canónicas del confucionismo. Fue a través de estas que el pensamiento ilustrado europeo descubrió un sistema ético-moral que le resultó impactante, lo que propició que algunas de las principales herencias de la Ilustración -despotismo ilustrado, la función pública basada en la meritocracia o el concepto de laissez-faire del mercado libre- tengan su origen en Oriente.

En la actualidad, mediante el crecimiento consistente y extraordinario del PBI de determinadas economías asiáticas, la apertura de estas a las inversiones extranjeras, la modernización espectacular de sus aparatos productivos y el estallido de sus capacidades productivas en los mercados globales, la centralidad económica y geopolítica ha vuelto a Oriente. Concretamente a esa zona llamada Asia-Pacífico con China a la cabeza.

Mirando hacia el futuro inmediato, para el año 2020 la República Popular China habrá alcanzado la cuota de 1.42 mil millones de habitantes, es decir, el 18.5% de la población global estimada para ese momento. En paralelo su economía nacional habrá alcanzando un PIB de 26.9 billones de dólares, lo que vendrá a significar un 30% del valor monetario de la producción de bienes y servicios de la demanda global en el sistema mundo.

Pensar que lo que suceda en un país con semejante potencial no tendrá un efecto contagio en el resto del planeta supone -ademas de no entender el concepto hegemonía- ignorar el creciente efecto de comunicación e interdependencia entre los distintos países del mundo respecto a mercados, sociedades, políticas y culturas. 

¿Pero cuál es el modelo de sociedad que se configura en China y su potencial efecto dominó? Pues mucho se puede escribir al respecto pero quedémonos en el ámbito específico de su modelo de sociedad de control, una lógica que además se expande globalmente con diferente intensidad justificada bajo argumentos de seguridad nacional y combate interno a la inseguridad ciudadana.

Así las cosas el Consejo de Estado chino publicaría por primera vez, hace cuatro años atrás, un documento denominado “Esquema de planificación para la construcción del sistema de crédito social”. Pues bien, bajo el término “crédito social” -no confundir con aquella fallida propuesta económica liberal cuyo origen se sitúa en la década de 1920 en Gran Bretaña- la administración liderada por Xi Jinping propone crear para cada ciudadano un “carnet por puntos”, ahora voluntario pero que será obligatorio a partir de 2020, a través del cual se evalúe el “civismo” de cada individuo mediante puntaje a sus calificaciones crediticias y financieras, valoración de su comportamiento social y político, apreciaciones sobre su conducta pública y relaciones interpersonales, valoración de sus hábitos de consumo e incluso la idoneidad de sus comunicaciones y espacios frecuentados en la red.

Con base en esto, el Estado chino trabaja aceleradamente para que los cien millones de cámaras de vigilancia ya existentes en el país, cifra que pretende ser duplicada en el corto plazo, faciliten la mayor información posible en tiempo real de todo lo que ocurre en las grandes urbes del gigante asiático. 

Este proyecto de video vigilancia urbana, llamado Skynet, inició en 2005 en la ciudad de Beijing y en actualidad ya cubre el 100% de su área urbana. Si bien el origen de estas cámaras fue la seguridad ciudadana en espacios públicos, hoy el sistema está siendo dotado de inteligencia propia y capacidad de análisis para reconocer facialmente a todos los individuos grabados. Con ello se busca retroalimentar la información existente en las diferentes bases de datos de las que disponen las autoridades chinas (registros en la cédula de identificación, cajeros automáticos, datos habilitados para visitantes de destinos turístico en el interior del país, expedientes policiales, bases de datos del sistema de salud, registros de propiedades de inmuebles y vehículos, empresas de seguros y entidades financieras…) mediante un software especializado desarrollado por una compañía nacional llamada Isvision, la cual asegura rápidos resultados con una eficacia del 90% para el 2020. En paralelo otras instituciones, compañías y laboratorios de investigación académica trabajan en la recopilación y clasificación de huellas de voz que permitan identificar a un individuo mediante la grabación de una conversación telefónica y muestras de ADN por extracción de sangre como la recientemente realizada en la conflictiva provincia de Xinjiang -de mayoría musulmana-, con el objetivo poder construir un perfil biométrico completo de cada uno de los ciudadanos que conforman la sociedad china.

En resumen, la República Popular China avanza hacia un modelo de sociedad donde cada vez más actividades diarias de su ciudadanía serán constantemente monitoreadas y evaluadas por el Estado, registrándose lo que cada uno compró fisicamente en las tiendas o mediante e-commerce o plataformas marketplace, que contenido visita en Internet y cuantas horas le dedica a ello, cuales son los tratamientos médicos a los cuales está sometido, que concepto de facturas e impuestos tiene pendiente de pagar, cual es su comportamiento en los espacios públicos, que le gusta y hace, que habla con sus amigos o la “calidad” de estos.

En realidad, fruto del desarrollo de las nuevas tecnologías de información y comunicación, gran parte de esa información ya está levantada respecto a cada uno de nosotros. Los GPS de nuestros smartphone indican donde estamos en cada momento, las cámaras de ojo de águila nos graban en las calles al igual que lo hacen las cámaras de establecimientos comerciales y entidades financieras, las redes sociales procesan nuestros gustos y amistades, Google sabe en que invertimos nuestro tiempo en la red, las web mail tienen la información de nuestros correos electrónicos y los servicios de mensajería telefónica saben todo de nosotros y nuestras relaciones personales, los expedientes de salud contienen nuestros males y sus orígenes, las entidades bancarias saben mediante el uso de las tarjetas en que gastamos nuestro dinero y donde, las fuerzas de seguridad tienen desde nuestras huellas dactilares hasta las infracciones de tráfico…, pero ahora la potencialidad está en que -inicialmente en China- todos esos datos pasarán a ser procesados conjuntamente con la tecnología big data para ser clasificados según valoraciones y reglas establecidas por el Estado. Es de esta manera que esa ciudadanía pasará a ser públicamente calificada y clasificada como “buenos” y “malos” ciudadanos, buscándose desde el poder construir una “cultura de la sinceridad” que premie a personas “de confianza” y castigue a quienes no califiquen como tales.

De esta manera, el “crédito social” de cada persona pasará a ser un elemento de valoración cada vez más importante que determinará la adquisición o no de una hipoteca o un puesto de trabajo, a que escuela pueden ir los hijos o que posibilidades tienen de conseguir una beca, a que tipo de acceso de alquiler de vivienda tienes derecho, si eres aceptado en un establecimiento hotelero o en una discoteca, la velocidad de tu conexión a internet o el nivel de acceso a la sanidad pública.

Por su parte, el “mal comportamiento” será sancionado con la prohibición de acceder al transporte público o a compañías aéreas durante un determinado tiempo, de hecho en febrero del pasado año el Tribunal Popular Supremo ya anunció que 6.15 millones de ciudadanos chinos tienen prohibido tomar vuelos durante cuatro años por delitos sociales.

Sin duda China está en la vanguardia de lo que se viene y que en parte vimos cuando mediante la producción de deuda pública los Estados y sus bancos centrales salvaron a gran parte del sector privado durante la crisis del 2008. China es el ejemplo más avanzado de la innovadora y peligrosa alianza impulsada desde un Estado control con el nuevo capital privado tecnológico, dos poderes combinados que en este caso han permitido la incorporación de ocho mega-empresas al desarrollo de sistemas y algoritmos que construyen el sistema de puntuaciones del “crédito social”. Entre estas firmas aparecen los nuevos gigantes chinos de la tecnología, esos que no cotizan en Wall Street pero nada tienen que envidiar a Apple, Alphabet/Google, Microsoft, Facebook o Amazon. Por poner dos casos más allá de Isvision, entre las empresas implicadas en este proyecto destacan: China Rapid Finance -miembro de Tencent Holdings y creadores de redes sociales, e-commerces, juegos en red o servicios de mensajería con TencentQQ y el cada vez más extendido WeChat- y Sesame Credit -operada por Ant Financial Services Group que a su vez es filial Alibaba, el mercado mayorista online más grande del mundo con filiales en el sector es tan diversos como seguros, créditos y transporte de personas-.


Tan solo a través de la información que emanan de estas dos firmas el Estado chino tiene asegurado un brutal nivel de información sobre más de 950 millones de personas. Citando a Michel Foucault, posiblemente el más interesante teórico social de las segunda mitad del siglo XX, “el panoptismo ha sido una invención tecnológica en el orden de poder, como la máquina de vapor en el orden de la producción”.

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