martes, 21 de noviembre de 2017

Retos ante la posverdad

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Por Decio Machado
Publicado en Revista Plan V / Ecuador

El mito de la caverna es una de las alegorías clásicas que recoge el libro La República (Politeia), la más conocida e influyente obra de Platón y que fue considerada por Cicerón como el primer libro de filosofía griega. A través de la ficticia descripción de unos hombres que desde su nacimiento permanecen encadenados en las profundidades de una caverna, los cuales carecen de posibilidad para mirar atrás y comprender cuál es el origen de sus cadenas, una pequeña hoguera permite reflejar a través del movimiento de su fuego sus siluetas sobre un muro mediante el cual atisban a ver, entre penumbras, esbozos de contornos de árboles, animales, montañas lejanas y personas que vienen y van.

Para Platón, esos hombres encadenados se parecen a nosotros, ya que ni ellos ni nosotros vemos más que esas sombras falaces que simulan una realidad engañosa y superficial fruto de una ficción proyectada por la luz de una hoguera que nos distrae de la realidad.

El mito de la caverna, entre otras cuestiones, asienta la idea de que existe una verdad independiente de las opiniones de los seres humanos y la existencia de permanentes engaños que nos hacen ubicarnos lejos de esta.

En Occidente tuvo que llegar el movimiento cultural e intelectual europeo llamado Ilustración, allá por el siglo XVIII, para que la fe, la tradición o la autoridad del emisor de una información dejaran de ser credenciales suficientes para que una definición de la realidad tuviera la calidad de hecho fehaciente e ingresara con éxito al debate público. El Siglo de las Luces fue el surgimiento de la edad de las ideologías, esas que hoy vuelven a ser nuevamente denostadas desde los sectores más reaccionarios de nuestras sociedades, momento en el que se emprende la movilización de las masas para proyectos públicos a través de la retórica del discurso racional. Sin perjuicio de su inevitable recurso a las emociones y los sentimientos, lo central pasó a ser que los llamados a la acción de las opciones políticas de derecha e izquierda se vieron obligadas a basarse sobre diagnósticos más o menos elaborados respecto al modelo de sociedad que defendían como sistema ideal para la convivencia común.

Algo más de dos siglos después todo ese andamiaje racional está quedando hecho trizas. Explicar el porqué de este hecho tiene que ver con realidades tales como que el racionalismo en nuestros países nunca dejó de ser elitista, liberal y no democrático, quedando la participación política en manos de esa “gente experta que sí sabe”. Fruto de lo anterior, lamentablemente hoy resuena con mayor fuerza que nunca la idea nietcheriana de que las pasiones, los intereses y los instintos son dimensiones de la vida humana más básicas que la razón para motivar nuestra creencias. Sería Antonio Damásio, un médico neurólogo de origen portugués precursor de la neurociencia, quien nos diría que Descartes se equivocó, pues no es “pienso, luego existo”, sino “siento, luego existo” el quid de la cuestión.

El protagonismo actual de la política de la posverdad, eufemismo que busca sustituir el término de “mentira emotiva” por uno más afable, está vinculado a varios elementos clave: la crisis actual del capitalismo, el cual fruto de un proceso de acumulación salvaje, está haciendo que entre las grandes mayorías la desigualdad y la incertidumbre respecto al futuro sean los grandes fantasmas que hoy recorren el mundo; el desarrollo acelerado de las nuevas tecnologías de información y comunicación, las cuales en su versión negativa están permitiendo que en las redes sociales se transformen en una formidable herramienta para la transmisión de falsedades; la más que justificada perdida de autoridad de los medios de comunicación, los cuales históricamente fueron el eje discriminador entre la verdad de la mentira; y la expansión del anti-intelectualismo a nivel global, lo que se da de forma sorprendente en el marco de una sociedad a la que llaman del conocimiento.

Es así que en el mundo de la posverdad, ese mundo en el que los hechos objetivos tienen menos influencia que las apelaciones a las emociones y a las creencias personales, algo que aparenta ser verdad se convierte en un elemento más importante que la propia verdad para el común de los mortales.

Si bien la negación de los hechos y el engaño no son nada nuevo en la política, en 1986 Ronald Reagan admitió que había intercambiado armas por rehenes con Irán tras haber negado mil veces en los meses anteriores ese hecho, actualmente la expresión “noticias falsas” se ha convertido en un elemento ubicuo hasta el punto de que se utiliza de forma acusatoria para denunciar o menospreciar cualquier hecho incómodo. En 1992 el dramaturgo serbio-americano Steve Tesich escribió un ensayo publicado en The Nation donde se indicaba, tras las revelaciones del caso Watergate y las atrocidades realizadas por el ejército estadounidense en Vietnam, que la sociedad norteamericana había asumido una postura despectiva respecto a las verdades incómodas: “llegamos a equiparar la verdad con las malas noticias (…) pedimos a nuestro gobierno para que nos proteja de la verdad”.

El ejemplo actual más palpable de política de la posverdad se evidencia en la figura del actual presidente estadounidense Donald Trump, quien durante su campaña electoral etiquetó con éxito en sus redes sociales noticias reales y verificadas con noticias falsas por forma claramente intencional, algo que hasta no hace mucho tiempo era moralmente inaceptable.

En Ecuador, como siempre algo más tarde, también llegó la política de la posverdad. Es así que durante el régimen anterior asistimos a un amplio abanico de mentiras, las cuales abarcaron desde como el país había entrado en la carrera espacial hasta como caminábamos hacia el competir con las mejores universidades del mundo, todo ello sin olvidar la execrable parodia económica sobre el jaguar latinoamericano. Por otro lado y entiendo que el control de la información es poder, asistimos de igual manera a como desde el poder político se articuló una batalla sin cuartel contra unos medios de comunicación que tampoco es que fueran baluartes de transparencia y profesionalidad informativa, generándose en los medios públicas una copia del mismo malhacer tendencioso informativo existente en los medios privados.

Como toda acción conlleva reacción y pese a que los blogs no convencionales de información periodística personifican la democratización de los medios, la llegada de la posverdad generó múltiples plataformas internautas que muestran la cara más aterradora de la intoxicación informativa: noticias falsas, información manipulada y tendenciosas sobre los procesos de investigación respecto a casos de corrupción, acusaciones no comprobadas sobre políticos de uno y otro lado, así como aseveraciones tendenciosas y mal intencionadas sobre personalidades e instituciones públicas. Todo ello posicionado sin pudor a través de múltiples estrategias de viralización en redes sociales.

Así las cosas, la mala información -en el contexto de la lucha por el poder- nos están metiendo en la mayor crisis moral de nuestro tiempo. La abundancia de noticias falsas en la era de la posverdad, tanto en Ecuador como el conjunto del planeta, suponen un daño irreparable a los fundamentos del orden democrático, y es por ello que algunos autores ya están hablando de un nuevo momento post-democrático. Mientras se agudizan las polarizaciones, se corrompe la integridad intelectual y se daña el ya más que deteriorado tejido democrático global, van articulándose campañas de odio regionales como la conocida “Con mis hijos no te metas”, basadas en atropellar los derechos de los demás bajo estrategias de posverdad, a la par que se posicionan nuevas figuras políticas con aspiraciones presidenciales de perfil protofascista como la de Jair Bolsonaro en Brasil.

Ante tal situación, tanto gobiernos como empresas tecnológicas deben enfrentar nuevos retos destinados a generar herramientas tecnológicas mejoradas que permitan comprobar los hechos e informaciones que son posicionados en Internet. Un ejemplo de esto es el incipiente proyecto PHEME, en el que participan varias universidades y empresas europeas, mediante el cual se busca desarrollar un software que sirva como detector de mentiras en tiempo real en las redes sociales.

Por otro lado, se hace cada vez más necesario una mayor presencia pública de la comunidad científica y más diálogo entre el ámbito del conocimiento y los responsables de elaborar políticas públicas, intentando evitar así que la retórica sin fundamento se imponga a los hechos.

En ambos casos, se trata de articular medidas que surgiendo desde la sociedad misma se impongan sobre las iniciativas articuladas desde los estados basadas en el control de la información, siendo conscientes del especial interés por parte de los gobiernos de mantener el poder estableciendo mecanismos de censura y el bloqueo de páginas web.

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