Por Decio Machado
Revista Digital Plan V
Las
aplicaciones de mensajería instantánea, los correos electrónicos, las cadenas
que se introducen en los buscadores de Internet, nuestras interacciones en
redes sociales, las compras online, los ficheros compartidos en la nube o
nuestra propia ubicación a través de programas georeferenciados utilizados
desde nuestros smartphones, son informaciones susceptibles de ser capturadas
por autoridades involucradas en el disciplinamiento y control social, así como
por empresas privadas con claros intereses comerciales.
Internet
nació a partir del proyecto Advanced Researchs Projects Agency (ARPA), creado
por el Ministerio de Defensa de los Estados Unidos tras el lanzamiento del
primer Sputnik en 1957. El ARPA estaba formado por unos 200 científicos de alto
nivel y gozó de un gran presupuesto, buscando crear comunicaciones directas
entre computadores para poder comunicar –compartiendo recursos- las diferentes
bases de investigación. Una década después y gracias a la invención de la
conmutación de paquetes, se comenzó a crear una red de computadoras denominada
ARPANET, la cual recopiló las mejores ideas de los equipos del Massachusetts
Institute of Technology bajo la dirección del psicólogo e informático
norteamericano John Licklider.
Durante
las décadas de 1970 y 1980 el Internet fue una herramienta eminentemente
académica, utilizada tan solo por científicos, que fue teniendo calado en el
ámbito contracultural a través de los primeros aficionados a la informática.
Sin embargo, más allá de su léxico comunitario y la liberación de información
gratuita en la red, Internet tenía un claro propietario: el gobierno
estadounidense, el cual inicialmente no se preocupó de su control porque ni le
interesaba ni lo terminaba de entender.
El
desarrollo de la World Wide Web (www), diseñado con Tim Berners-Lee y algunos
científicos del Conseil Européen pour la Recherche Nucléaire en Ginebra,
permitió que en los años noventa el Internet comenzara a tener una amplia difusión
en el mundo comercial. Pese a no dejar de tener una cultura de libertad en su
seno, esta herramienta pasó a ser una expresión de la cultura capitalista
liberal hegemónica.
En
su evolución el Internet ha pasado a vivir en la paradoja de unir cada vez más
individuos al mismo tiempos que nos fragmenta creando mayor desigualdad, en un
mundo donde esta crece, entre quienes utilizan las Tecnologías de Información y
Comunicación (TIC) como una parte rutinaria de su vida diaria y esa más de la
mitad de la población mundial –especialmente mujeres- que vive desconectada. Pero
además, Internet se convierte en un arma de doble filo, pues tiene un potencial
democratizador y liberalizador enorme, a la par que permite un nivel de control
y vigilancia a los ciudadanos nunca antes visto.
Lo
que los usuarios hacemos en Internet hace tiempo ya que dejó de ser anónimo e
inocuo. Leer los periódicos en línea, conectarse a una red social, hacer
compras a través de una página web o solicitar un servicio de taxi mediantes
una aplicación para celular permite ofrecer información acerca de nosotros
mismos, nuestra ubicación, nuestros gustos y nuestras acciones. Toda esa
información es recabada y utilizada posteriormente con fines comerciales,
siendo todos los internautas -incuso los más discretos- cómplices de ese
intercambio, registro, almacenamiento y análisis global de información que tienen
como finalidad conformar bases de datos sobre hábitos, gustos, intenciones,
opiniones y localización de los consumidores. Así las cosas, estas redes que
utilizan terminologías tan afables como compartir, comunidad, amigos o seguidores,
no son más que la máscara de un gran mercado que ha permitido que Apple,
Google, Microsoft, Facebook y Amazon sean las compañías más valoradas en los
mercados bursátiles del planeta.
Los
usuarios hemos aceptado el manejo de nuestros datos porque lo percibimos desde
un carácter anarco-liberal: por un lado existe gran eficiencia en recolectar
información pero no tanta a la hora de procesarla, mientras por otro entendemos
que dicho rastro de datos permite en definitiva satisfacer nuestras propias
necesidades. Estamos ante la inocente creencia de que somos nosotros, los
consumidores, quienes dictamos tendencias, quienes establecemos las corrientes,
quienes propiciamos las políticas de marketing y profiling.
Sin
embargo, las revelaciones principalmente de Julian Assange y de Edward Snowden
han puesto de manifiesto que dicha acumulación y almacenamiento de información
no sólo sirve para fines comerciales, sino que se utilizan con objetivos
políticos y geoestratégicos.
Vinculado
a lo anterior, desde 1976 es pública la existencia del sistema de satélites
ECHELON –considerada la mayor red de espionaje y análisis para interceptar
comunicaciones electrónicas de la historia- y controlada por la comunidad UKUSA
(Estados Unidos, Reino Unido, Canadá, Australia y Nueva Zelanda). ECHELON puede
capturar comunicaciones por radio y satélite, llamadas de teléfono y correos
electrónicos en casi todo el mundo e incluye análisis automático y
clasificación de las intercepciones. Se estima que en la actualidad ECHELON
intercepta más de tres mil millones de comunicaciones diarias.
Pero
más allá de estas sofisticadas tramas de espionaje existe una tecnología de
vigilancia para todos. Tan solo en el año 2012 los gobiernos del mundo habían
ya cuadruplicado las solicitudes de acceso a los datos de Google realizadas en
el año 2009, lo cual ya dice mucho teniendo en cuenta que la información
divulgada por Google es solo una porción aislada de cómo los gobiernos
interactúan con Internet. Una empresa como Facebook tiene en la actualidad dos
mil millones de usuarios sin contar con Whatsapp o Instagram, empresas que
adquirió recientemente.
Seguramente
la mayor interferencia de poder en la red es el proyecto Carnivore del FBI,
basado en una ley que garantiza a este organismo poderes exhaustivos para el
espionaje. Se trata de un software desarrollado a partir de los atentados del
2001 y aplicado a través de la “Patriot Act”, permitiéndole a los equipos de
inteligencia gubernamentales captar mensajes en la red, sobrepasando su efecto
las fronteras estadounidenses. De esta manera, la libertad en el Internet y sus
redes sociales ha ido quedado acotada tan solo para las grandes corporaciones
tecnológicas, quedando como mera utopía los ciudadanos.
Así
las cosas, la encriptación ha pasado a ser el nuevo protagonista para la
confidencialidad de la información, ya que permite transmitir mensajes secretos
que escapan al control de los gobiernos que anteriormente monopolizaban esta
capacidad. La criptografía existe desde tiempos remotos: Heródoto nos habla de
mensajes secretos ocultos físicamente detrás de la cera en tablas de madera y
de tatuajes bajo el cabello de esclavos, o el Kama Sutra lo recomienda como
técnica para que los amantes se comunicasen sin ser descubiertos. Utilizada por
los gobiernos en sus comunicaciones, la criptografía se ha extendido en
múltiples funciones cotidianas, sin ir más lejos en los cajeros automáticos.
El
manejo de la criptografía por parte de particulares es un hecho que genera
miedo en los gobiernos y la articulación de nuevas formas de control. De igual
manera que antaño el control de los medios de impresión fue el fundamento de la
restricción de la libertad de prensa, en la actualidad el control de la
tecnología de encriptación se ha convertido en un criterio definidor para saber
en qué medida los gobiernos respetan el derecho de sus ciudadanos.
En
nuestros días, poder, globalización e Internet se entrelazan uniendo y midiendo
fuerzas en la nueva sociedad en red que ha florecido al calor del desarrollo
tecnológico. En ella se encuentran en claro conflicto los mercados –liderados
por las grandes corporaciones tecnológicas-, la seguridad nacional, las libertades
ciudadanas y el derecho a la confidencialidad. En el marco de estas disputas,
la cultura democrática -característica de las comunidades virtuales y los
usuarios personales- se encuentra en franco deterioro.
Ya
es una realidad la tendencia a oligopolización de la red, puesto que la
liberalización de los mercados ha conllevado a una concentración sin
precedentes en el sector de las TIC. En paralelo, cabe recordar como los años
cincuenta Aldous Huxley y George Orwell construyeron sus respetivos mitos de
“Un mundo feliz” y “el Gran Hermano” a partir de la idea de que la ciencia y la
técnica, al servicio del poder, conducirían a formas de dominio absoluto del
ser humano. En todo caso, la novedad respecto a aquellas tesis cada vez más
reales elaboradas a mediados del pasado siglo está en que en lugar de hacerse
más fuertes los Estados, estos ya han perdido el monopolio del control económico
y cultural, faltando poco para que suceda lo mismo respecto al control de la
política y el uso de la violencia.
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