Decio Machado // Director Ejecutivo de la Fundación Alternativas Latinoamericanas de Desarrollo Humano y Estudios Antropológicos (ALDHEA)
Revista Viento Sur
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Tras la crisis financiera de 1999 y la dolarización
en el 2000, que tuvo como grave consecuencia la pérdida de soberanía monetaria
del país, los gobiernos antecesores al correísmo intentaron estabilizar la economía
nacional y recuperar la inversión extranjera a través de la construcción de un
nuevo oleoducto de crudos pesados (OCP). Su escaso éxito deviene de la entonces
limitada participación del Estado en los excedentes petroleros de las empresas
privadas y el hecho de que los yacimientos estatales se encontrasen afectados
por una producción declinante y una limitada inversión, lo que acotó los
ingresos fiscales derivados de la actividad petrolera y su efecto articulador
con la economía nacional.
Más allá de la debilidad de aquellos gobiernos, este
período se desarrolló en un marco de condiciones favorables tras el caos
económico ecuatoriano de fin de siglo: el precio del petróleo creció en algo
más del doble de su valor hasta alcanzar los USD 50,75 por barril en 2006
(Figura 1) y la masiva emigración internacional de trabajadores y trabajadoras
hacia países industrializados (Figura 2) generó la llegada sustanciosas remesas
desde el exterior.
Figura 1:
Figura 2:
Esta combinación de factores propició el crecimiento
del país entre los años 2000 y 2003 con un promedio de 2,17%, pasando en 2004 a
aumentar al 5,7% fruto del aumento de la producción petrolera transportada por
el nuevo OCP.
El flujo de remeses internacionales y la reducción de
la inflación, que pasó del 91% en el año 2000 al 2% en el 2005, permitió el desarrollo
del mercado interno ecuatoriano. Esto hizo que el PIB per cápita ascendiera de
USD 1.336 entre los años 1993-1999 a USD 1.514 en la década 2000-2009.
En resumen, la economía ecuatoriana se fue
consolidando durante la primera década del presente siglo, tras el caos de
1999-2000, desarrollándose un crecimiento muy superior a la década
pre-dolarización (Figura 3).
Figura 3:
La “popularización” del sistema financiero privado
(facilidad de acceso al crédito para familias humildes buscando incentivar el
consumo) consolidó un capital emergente que enfocando sus criterios de
rentabilidad hacia el mercado interno, lo que le diferencia de la vieja oligarquía
que se conformó históricamente en torno al agrobusiness, agudizó el problema de
la existencia de empresas monopólicas en el mercado ecuatoriano.
Es en esta coyuntura en la que se da el nacimiento
del correísmo a través de una variopinta alianza de organizaciones políticas y
personalidades públicas que impulsan, unos meses antes de los comicios
electorales del 2006, la candidatura de Rafael Correa al sillón presidencial.
Correa fue la expresión de una lógica política y otra económica que se
desarrollaron en paralelo. Por un lado, el hastío ciudadano ante la sucesión de
gobiernos caracterizados por sus altos niveles de corrupción y desinstitucionalización
del Estado; y por otro, la necesidad de expresión política de ese nuevo capital
emergente, que en conflicto con la vieja oligarquía agroexportadora, propugnaba
la modernización de los mercados nacionales para superar un modelo económico
que había quedado arcaico y limitado a la exportación de banano, flores,
camarón y petróleo.
Al igual que el keynesianismo buscó insertar a la
clase trabajadora como una fuerza para el desarrollo capitalista, tras el Crack de 1929, mediante la estrategia de
expansión de mercados propuesta por el fordismo; la llamada “revolución
ciudadana” pretendía dinamizar mercados internos y modernizar el capitalismo
ecuatoriano, buscando salidas post-neoliberales que generasen una inserción más
inteligente del Ecuador en el sistema-mundo.
Desde su perspectiva ideológica, al igual que Keynes
aseguraba “puedo estar influido por lo que me parece de sentido de justicia,
pero la lucha de clases me encontrará del lado de la burguesía educada”; el
presidente Correa manifestaba hasta muy recientemente que su éxito económico se
basa en el hecho de que “estamos haciendo mejor las cosas con el mismo modelo
de acumulación”, planteando una apuesta clara por lo que él define como
“economía capitalista moderna”. Es decir, se entendió el posneoliberalismo en
los mismos términos que en su momento el keynesianismo entendió el
posliberalismo.
La irrupción en el proceso electoral del 2006 de un outsider (Rafael Correa) enarbolando
propuestas desarrollistas, en un país con una economía atrasada y con una alta
deslegitimación social de su casta política, hizo que el viejo sistema
“partidocrático” se desmoronara cual “torre de naipes” sin capacidad de
recuperarse aun en la actualidad.
La política
económica correísta
Según Ernesto Laclau, el “pueblo” no opera en el
populismo como una dato primario sino que es el fruto de una construcción.
Desde esa perspectiva, el neopopulismo ecuatoriano se desarrolló bajo una práctica
política sustentada en la movilización de masas y el liderazgo carismático,
encontrando su legitimación desde el conflicto -más imaginario que real-
sostenido en una retórica anti-élite que teatralizó un “supuesto” desafió al statu quo utilizando redes clientelares
a fin de legitimar su liderazgo a través de los votos.
Esta situación conllevó un profundo distanciamiento
entre el discurso y la praxis correísta, desarrollándose medidas que si bien posicionaron
determinados beneficios a la población, lejos están de significar transformaciones
en el modelo económico y las relaciones sociales existentes en el país. Al fin
y al cabo, el correísmo se ha mostrado como una “tercera vía” superadora del conflicto
existente en las últimas décadas entre el neoliberalismo y los sectores
populares en resistencia.
A efectos económicos la lectura es clara, la
intervención del Estado en la dinamización de la economía nacional –principal
característica del socialismo del siglo XXI- significó en Ecuador que el gasto
de inversión pasara del 11,4% del PGE en 2008 al 20,57% en 2013, mientras los
ingresos de los grandes grupos económicos que operan en el mercado nacional se
hayan ido incrementado paulatinamente durante todos estos años (Figura 4) sin
que exista desconcentración alguna en la economía monopólica existente (Figura
5). En otras palabras, las empresas más grandes del país ganaron más durante el
período correísta que durante el período neoliberal inmediatamente anterior al
correísmo.
Figura 4:
Figura 5:
De esta manera, el capital emergente surgido tras la
crisis financiera de 1999 se consolidó durante la primera década del presente
siglo, recibiendo también el mayor porcentaje de créditos comerciales frente al
escaso financiamiento para las PYMES, lo que le ha permitido incrementar sus beneficios
durante el período de gestión correísta. La única novedad que podemos detectar
en este período es la inclusión de empresas chinas en los ranking de beneficio
empresarial existentes en Ecuador.
La cuestión se agrava en la medida que la
dinamización económica promovida desde el Estado, a pesar del generalizado
incremento de la capacidad adquisitiva de la población (Figura 6), ha derivado
en un fuerte crecimiento del endeudamiento familiar con base al consumo. Según
un reciente estudio del Colegio de Economistas de Pichincha, el 41% de los
hogares ecuatorianos gastan más de lo que ganan, siendo las personas que más
endeudadas están las que menos ingresos perciben.
Entender el endeudamiento actual de más de 400.000
familias ecuatorianas (el tamaño promedio del hogar ecuatoriano es de 3,9
personas) conlleva comprender un sumatorio de factores adicionales: la flexibilización
de las condiciones de crédito al consumo buscando incentivar el consumo, la falta
de educación financiera de los sectores populares y de clase media baja, así
como la complicidad entre el sistema financiero y las autoridades propiciando
el actual festín consumista.
Sin embargo, este modelo de incentivación del consumo
comienza a mostrar sus límites: según datos de la patronal bancaria, en la
actualidad el 43% de sus clientes pide créditos para pagar otras deudas.
Figura 6:
Con el deterioro actual de la economía nacional
consecuencia de la caída de los precios del crudo en el mercado internacional
(el petróleo representa el 54% de las exportaciones ecuatorianas y sus ingresos
equivalen al 11,5% del PIB) y la ralentización de la economía china, la cartera
de consumo empieza a deteriorarse. En paralelo, el indicador de morosidad subió
hasta el 6,33% en abril del presente año, lo cual siendo apenas la mitad del
12,51% de morosidad bancaria existente en Estado español, por su tendencia al
alza ya comienza a ser preocupante.
El discurso correísta promueve a su vez las bondades
del crecimiento de las actividades productivas en el país con miras al cambio
de matriz productiva, buscando que nuevos sectores económicos como el
industrial o la economía del conocimiento sostengan la futura economía nacional.
Sin embargo, basta analizar el comportamiento de las exportaciones al igual que
la tasa de crecimiento de los sectores productivos, financieros y comerciales
del país para detectar la inexistencia de cambios significativos en la matriz
productiva nacional, la cual sigue siendo de carácter primario y con una
presencia extremadamente débil de la industria.
El llamado “milagro” económico ecuatoriano es una
falacia propagandística del régimen y el crecimiento económico del país apenas
fue el fruto del momento favorable de precios del petróleo en el mercado global
de commodities hasta fechas recientes. La capacidad transformadora del Estado
en la estructura económica del país es inexistente, y a lo que en realidad hemos
asistido es a un proceso de reprimarización económica: las exportaciones de
bienes procesados no petroleros en 2006 significaban el 4,9% del PIB nacional
mientras que en 2014 dicho porcentaje descendió al 3,9%. Terminada la “época
dorada” de los commodities, el correísmo entró en una agresiva política de
endeudamiento externo que dio al traste con los logros alcanzados en 2009,
cuando se declaró parte de la deuda externa como ilegal e ilícita.
Respecto a las condiciones existentes en el mercado
laboral ecuatoriano, tampoco de se visualizan mejoras significativas. Mientras
el aparato de propaganda gubernamental habla de que en el país apenas existe
desempleo (Figura 7), la realidad es que se mantiene una tasa brutal de empleo
inadecuado (todo trabajador o trabajadora que recibe ingresos inferiores al
salario mínimo de 354 dólares al mes y/o trabaja menos de la jornada legal) o
lo que Marx llamaría “ejercito de reserva”.
Figura 7:
Respecto a política fiscal, un reciente informe
elaborado por la PUCE indica que durante los primeros ocho años de su gestión
el gobierno correísta había recaudado 131 mil millones de dólares en tributos,
de los cuales el 30% devienen del Impuesto a la Renta (Figura 8).
Figura 8:
El fisco ecuatoriano reconoce la existencia de 118
grandes grupos económicos que operan en el mercado nacional de los cuales 16 de
ellos controlan la mayor parte de la economía (Figura 9). Las políticas
fiscales y productivas desarrolladas en los últimos años permitió una serie de
excepciones fiscales que determinan el hecho de que la presión fiscal no
recaiga sobre las grandes empresas (Figura 10), recaudándose de estas tan solo
el 15% del montante total del Impuesto de la Renta. A esto se suma el hecho de
que dicho impuesto se rebajó para las transnacionales extractivas (petroleras y
mineras) del 44% al 25%.
Para más inri, el Ejecutivo determinó en el presente
año conceder una amnistía fiscal a las empresas que tenían acumulado deudas con
el fisco –cuantificado en unos 5.000 millones de dólares de las cuales el 90%
corresponden a deudas de grandes empresas y transnacionales extranjeras-,
liberándoles de multas, gastos de mora y pago de intereses a todos aquellos que
abonen al Estado sus pagos pendientes
Figura 10:
Y llegó la
crisis…
Durante el año 2015 el Ejecutivo se vio obligado a
realizar dos recortes al PGE. El primero en enero por USD 1.420 millones y el
segundo en agosto por 800 millones, lo cual ya ha tenido un fuerte impacto en
la economía nacional. El proyecto de presupuesto fiscal para el ejercicio del
año 2016 prevé una reducción del 20% sobre el del año anterior, anunciándose la
privatización de las gasolineras de la estatal Petroecuador y la eliminación de
los subsidios existentes sobre la gasolina, electricidad, gas doméstico y
transporte urbano. Más allá de que algunas de estas medidas tengan un sentido
de racionalización presupuestaria, es evidente que la salida a la crisis se
busca desde la derecha y busca que sean la ciudadanía quien la financie.
La necesidad de liquidez por parte del Estado es un
hecho evidente, y el creciente endeudamiento a través de créditos chinos y
venta anticipada de petróleo –algo que ni en neoliberal se atrevió a
implementar- ya no son suficientes. A mediados del 2014 el gobierno entregó a
Goldman Sachs (uno de los responsables impunes de la crisis subprime) la mitad de sus reservas de
oro como garantía para un crédito de USD 400 millones. De igual manera, Ecuador
regresó al mercado financiero internacional en junio del 2014 con la colocación
de bonos soberanos por USD 2.000 millones, luego de declarar una moratoria
selectiva de su deuda externa pública en 2008. Ya en 2015 se volvieron a emitir
bonos en dos ocasiones por USD 750 millones a cinco años cada uno de ellas,
siendo sus tipos de 10,5% y 8,5% respectivamente, lo que indica un alto nivel
de riesgo país si lo comparamos con los tipos de interés aplicados en otros
países de la región.
Por otro lado es muy significativo el hecho de que a
pesar del discurso anti-imperialista que el presidente Correa ha mantenido
durante todo su mandato, la economía del Ecuador ha vuelto a ser monitoreada
por el FMI. En su último informe, la institución presidida por Christine
Lagarde aplaudió las últimas medidas de ajuste adoptadas por el Ejecutivo y
animó al mandatario ecuatoriano a “redoblar los esfuerzos para preservar la
estabilidad financiera y fortalecer la competitividad del país”.
Así las cosas y en franco retroceso de las políticas
sociales desarrolladas por el gobierno correísta, queda el riesgo de que
quienes salgan más golpeados por la actual crisis económica sea el 43% de
población vulnerable (ingresos comprendidos entre 4 y 10 dólares diarios según
CEPAL) que el PNUD define como mayor target poblacional existente en el
Ecuador.
Instauración
del Estado Control para maquillar la realidad
Implementar una política económica como la descrita
con anterioridad conllevó por parte del correísmo reinstitucionalizar un Estado
reducido a su mínima expresión durante la era neoliberal. Es así que se implementó
un Estado que pretendió con escaso éxito
asemejarse al modelo de seguridad fordista, el cual se caracterizó por su
tendencia a la institucionalización de los conflictos de clases bajo el control
del Estado. Para ello fue necesario la recuperación del rol del Estado como
gran centro burocrático que se pretende eje regulador y organizador de la
sociedad.
Llamar a este proceso “revolución ciudadana” no fue
más que una estrategia propagandística gubernamental. Recordando a Horkheimer y
Adorno, “la falsedad es inseparable de la propaganda”.
Para ello, entre 2007 y 2014 se aprobaron 180 leyes
que modernizaron el viejo y anquilosado sistema jurídico ecuatoriano y a través
de las cuales se visualiza cuales son los ejes de interés del Estado: el 34% de
estas leyes tienen referencia al marco legal general, el 21% son reformas sobre
la organización del Estado, otro 21% son reformas de carácter administrativo,
19% son referentes al régimen de desarrollo económico, y tan solo 4% tienen
anclaje en la participación y la pluralidad política. El proceso de
tardo-modernización capitalista impulsado desde el régimen y sostenido sobre
los elevados ingresos obtenidos del petróleo durante los primeros ocho años de
gobierno correísta, permitieron políticas redistributivas de las cuales se han
obtenido importantes indicadores sociales: la pobreza medida por ingresos
(línea de pobreza nacional fijada en 2,63 dólares diarios) disminuyó del 37,6%
en 2006 al 22,5% en 2014. En educación superior el país es el que más invirtió
en América Latina con 2,12% del PIB, condición que ha permitido -entre otras
cuestiones- que desde 2007 unos 10.500 estudiantes hayan obtenido becas y se
creen cuatro nuevas universidades. Aunque la evasión fiscal mantiene
indicadores muy altos, entre 2007 y 2014 se duplicó el número de contribuyentes
activos lo que ha permitido triplicar las cifras de recaudación. El incremento
de recaudación tributaria sumada a los ingresos por crudo más importantes que
haya tenido gobierno alguno en el Ecuador permitió que se triplicase la
inversión social en el país durante estos años. De igual manera, se realizó una
fuerte inversión en la modernización de infraestructuras, especialmente vial,
buscando competitividad sistémica para atracción de inversiones.
Todo lo anterior, sin duda positivo, era una
necesidad del sistema para democratizar el acceso al sistema educativo y el
mercado, así como para obtener una mano de obra más calificada en el país. El
nuevo capitalismo ecuatoriano entendió que la exclusión total de un amplio
sector de la población, generada por la implementación salvaje y posterior crack del neoliberalismo en la región
andina, vino a significar un desperdicio de recursos humanos para el sistema de
producción capitalista y fue muy poco eficiente para el adecuado funcionamiento
del capitalismo global, dado que no introdujo en la cadena de producción y
servicios al conjunto de quienes pueden producir riqueza, ni en la cadena de
consumo instaurada desde los mercados a todos los que pueden consumir y generar
beneficios para el capital.
La singularidad de la reinstitucionalización del Estado
ecuatoriano, se basa en el hecho de que se ha generado una tendencia cada vez
más agudizada hacia un modelo de Estado Control autoritario. Volviendo a
Horkheimer, hablamos de Estado autoritario como un fenómeno sociológico que se
origina tras circunstancias históricas donde surge la anarquía, el desorden y
la crisis; presentándose como la vía para la superación de los problemas
existentes. Esto es lo que ha sucedido en Ecuador, y para comprender
enteramente esta realidad basta significar que durante el período pre-correísta
se vivió un escenario de inestabilidad política que determinó que ningún
gobierno desde 1996 terminara su legislatura. Es por ello que los excesos y
abusos de poder que con cada vez mayor frecuencia se han ido manifestando en la
gestión gubernamental, se hayan mantenido hasta ahora desde el consenso
ciudadano, habiendo sido utilizado el uso de la fuerza solo manera puntual. Un
poder mitad coerción mitad legitimidad diría Gramsci…
El correísmo encarnó el deseo mayoritario en la
sociedad de construcción de un futuro donde se logre superar las causas que
generó la crisis neoliberal, unificando bajo un Estado con tendencia
autoritaria al conjunto de una ciudadanía anteriormente muy dividida. Para ello
se utilizaron los estandartes, consignas y banderas de la resistencia al
neoliberalismo, dando forma a lo Bordieu, recogiendo un pensamiento anterior de
Simone de Beauveoir, definiera como conservadurismo reconvertido o
conservadurismo progresista.
El correísmo, al igual que cualquier régimen con
tendencia autoritaria, ha tenido la necesidad de generar altas dosis de
propaganda política, dado que debe convencer a la opinión pública que su
gobierno es único e insustituible, y que todo lo que le precedió era fruto del
caos.
Es así que el aparato de propaganda de régimen (una
Secretaría estatal de Comunicación con un presupuesto desproporcionado respecto
al tamaño del país, más 12 de los 61 medios de comunicación existentes en el
país -el mayor holding mediático existente en el Ecuador- están al servicio del
gobierno) actúan reproduciendo las formas clásicas de intoxicación informativa
a la que nos tienen acostumbrados los medios privados, aunque en este caso
desarrollando el culto a la personalidad del líder y la antítesis de todo
aquello que nos enseñaron los viejos luchadores desde la comunicación por el
socialismo (Rodolfo Walsh: “el periodismo es libre o es una farsa”).
Sin embargo, sería el propio Defensor del Pueblo
quien en diciembre del 2011 –momentos antes de ser obligado a abandonar su
cargo- reconocería textualmente en un informe: “En nuestro país se evidencian
procesos de criminalización de las actividades realizadas por los y las
defensoras de derechos humanos y de la naturaleza, principalmente, cuando estas
se oponen al modelo de desarrollo que ejecuta el Estado ecuatoriano”. El
documento hacía alusión a la persecución de líderes comunitarios,
mayoritariamente indígenas, que se oponen a la implantación forzosa del modelo
extractivista (minería a gran escala y ampliación de la frontera petrolera) en
sus territorios. Frente a esto, el Estado niega tal actuación, justificando los
procesos de judicialización y criminalización de la protesta social como la
legítima aplicación del arcaico principio del dura sed lex (la ley es dura) frente a la supuesta inmadurez de un
sector de la ciudadanía. En paralelo también niega el debate social, con
esperpénticas declaraciones como la proferida por presidente Correa cuando
declaró: “¿Dónde está en el Manifiesto Comunista el no a la minería?
Tradicionalmente los países sociales fueron mineros. ¿Qué teoría socialista
dijo no a la minería? Son los pseudointelectuales postmodernistas los que meten
todos estos problemas en una interminable discusión. No hay donde dudar, salir
del modelo extractivista es erróneo”. Esta forma de tratamiento desde el poder
hacia la disidencia, define el desarrollo del germen interior que tiene todo
Estado de tendencia autoritaria en su fase inicial: el monopolio de la
violencia.
Así el Estado ecuatoriano y sus aduladores ignoran
que la movilización social es en la práctica, la única forma efectiva de
participación para múltiples sectores sociales en temáticas que les incumben y
de las que han sido históricamente excluidos. Para la perspectiva de un
gobierno que se llama a sí mismo “revolucionario” debería ser un principio
fundamental propiciar condiciones para la movilización social y política de los
sectores organizados en la sociedad, entendiendo esto como un mecanismo que
busca conformar mayores niveles de autonomía, organización y participación de
la población en asuntos públicos.
En todo caso, una de las mejores perlas que ha dejado
el correísmo entre sus diversas justificaciones para explicar su tendencia
autoritaria fue la pronunciada por Galo Mora -ex secretario general de Alianza
PAIS- hoy premiado como representante del Ecuador en la UNESCO. Al ser
interrogado sobre el hecho de que no exista división de poderes en el país –el
Ejecutivo en la práctica supedita al poder Judicial y al Legislativo- y sobre que
sean los militantes del partido de gobierno quien engrosen mayoritariamente las
listas de miembros de los organismos que se presuponen autónomos y de control al
gobierno (Corte Constitucional, Consejo Nacional Electoral, Tribunal Contencioso
Electoral, Consejo de Participación Ciudadana, etc…), dijo en un claro revival
absolutista: “Cuando se dice aquella división de poderes, cuando se dice
aquella trilogía de Montesquieu… ¿no es acaso hora de preguntarse en la
historia política si es que eso es una ley divina? ¿Quién determinó que eso es
lo que tiene que existir?”.
En resumen, el correísmo confundió hegemonía –una
composición de dominación y dirección, lo que implica presencia ideológica en
la sociedad y el Estado combinado con el control sobre la dirección económica y
control de los medios de producción- con el monopolio de la vida política y el
recorte de las libertades de opinión, expresión y asociación. Todo ello en un
Estado donde no hay con que equivocarse, es un Estado de clase que bajo
variopintos argumentos legitima, reproduce y garantiza las condiciones de la
acumulación capitalista.
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