Por Decio Machado / Director Fundación Nómada
Desde 2013, momento en que Xi Jinping sustituyó como presidente de la República Popular China a Hu Jintao, los objetivos del gigante asiático quedaron claramente determinados. En palabras del propio Xi Jinping, “China busca convertirse en la primera economía mundial en 2028” y “ser la primera potencia global en 2049”, fecha en la que se celebrará el primer centenario de la toma del poder por parte del Partido Comunista Chino.
En pocas palabras, vivimos un momento de transformaciones geopolíticas en el cual la República Popular China busca convertirse en el nuevo hegemón global, lo que implica posicionar sus empresas, tecnología, sociedad, valores, fuerza militar, finanzas y demografía en posiciones dominantes a escala mundial. Lo mismo que hemos vivido con Estados Unidos durante los últimos cien años pero reubicando la centralidad político-económica mundial en el eje geográfico Asia-Pacífico-Nueva Ruta de la Seda (red comercial en construcción entre Asia, África y Europa).
Diversos analistas internacionales preveían que la guerra comercial entre China y Estados Unidos, inaugurada en marzo de 2018 cuando el ex presidente Donald Trump anunció su intención de imponer aranceles por 50.000 millones de dólares a los productos chinos, bajaría de nivel con la nueva administración Biden. Sin embargo esto no ha sido así.
El pasado 3 de mayo el actual Secretario de Estado de la administración Biden, Anthony Blinken, definiría la relación de Estados Unidos respecto a China como una relación de “competencia en todos los ámbitos”, diciendo, “mantendremos nuestra ventaja tecnológica y las innovaciones científicas, sin apoyar las prácticas malignas de China y trabajaremos con nuestros aliados para derrotar las prácticas abusivas y coercitivas de Beijing en comercio, tecnología y derechos humanos”. De hecho, las sanciones impuestas sobre China por parte de la administración Trump no han sido levantadas por Biden y la guerra comercial entre ambos países se mantiene e incluso se agrava. Recientemente el presidente Joe Biden declaró públicamente que “China nos ha robado billones de dólares en propiedad intelectual”, reafirmando que empresas como Huawei, Xiaomi, Alibaba, Tencent, Baidu y TikTok son enemigas de los intereses estadounidenses por ejercer espionaje industrial y militar.
El pasado 29 de abril, Biden en su primera intervención ante el Congreso declararía: “mientras yo sea presidente, en la guerra por la primacía del mundo, no permitiré que China nos sobrepase como el país más poderoso del mundo, not on my watch”.
Pero entendamos bien que hay detrás de todo esto…
Estamos inmersos en la Cuarta Revolución Industrial, también conocida como Industria 4.0, la cual se caracteriza por la fusión de tecnologías actualmente en desarrollo en los ámbitos de la robótica, inteligencia artificial, cadena de bloques, nanotecnología, computación cuántica, biotecnología, internet de las cosas, impresión 3D y vehículos autónomos.
Esta Industria 4.0 es la tendencia actual de automatización e intercambio de datos, particularmente en el ámbito de las tecnologías de manufactura y desarrollo, lo que nos encamina hacia la creación de lo que se ha venido en llamar “fábricas inteligentes”. Es decir, procesos de producción donde los sistemas ciberfísicos controlarán los
procesos físicos.
En ese contexto quien domine la innovación y el desarrollo tecnológico en la etapa actual tendrá condiciones de imponer su hegemonía en los futuros mercados globales. Es así que la red 5G se convirtió en uno de los principales terrenos de disputa si bien no el único, lo derivó en la detención de Meng Wanzhou -directora financiera e hija del presidente de Huawei Technologies Corporation- en el aeropuerto de Vancouver el 1 de diciembre de 2018 bajo la acusación de conspirar contra múltiples instituciones y empresas estadounidenses. Meng fue posteriormente liberada y se mantiene bajo arresto domiciliario después de pagar una fianza de 10 millones de dólares en un proceso que todavía está en marcha y pendiente de resolución judicial. Por su parte, Estados Unidos ha solicitado a Canadá la extradición de dicha ejecutiva.
El 19 de mayo de 2019 y siguiendo instrucciones de la administración Trump, Google anunció que dejaría de proporcionar actualizaciones de su sistema operativo Android para los usuarios de telefonía Huawei y ZTE (empresa china sancionada por Washington por exportar celulares a Irán y Corea del Norte). Con ello buscaban desmantelar la línea de producción de las principales compañías fabricantes de celulares chinos cerrándoles la entrada al mercado global de smartphone. En el fondo y más allá de la competencia por los mercados, se encuentra la disputa por el control de la información que circula en las redes. Algo fundamental para la implementación eficiente de la Inteligencia Artificial.
Pero más allá del conflicto con Huawei y ZTE, es un hecho que China lleva ventaja sobre Estados Unidos no sólo en la tecnología 5G, sino también en la Inteligencia Artificial, la biotecnología y los desarrollos misilísticos. Todo ello bajo una política muy planificada que desde 2015 fue denominada como “Made in China” y cuyo objetivo consiste en convertir al gigante asiático en una potencia relativamente autosuficiente y en una economía cuyo foco esté puesto en la innovación.
Beijing elaboró un programa gubernamental conocido como Artificial Intelligence Development Plan en la cual destacan mayor financiación a empresas chinas, apoyo político y coordinación nacional para el avance en materia de desarrollo de la Inteligencia Artificial, buscando que China se convierta en el mayor centro de innovación global en 2030.
De hecho China desarrolla en la actualidad una agresiva estrategia de fomento de startups, mediante la cual las pymes digitales reciben exenciones de impuestos, contratos estatales y oficinas ya equipadas para el desarrollo de Inteligencia Artificial. De esta manera, China se convirtió en el mercado de startups de Inteligencia Artificial más grande del mundo, publicando la mayor cantidad de papers sobre el tema a nivel mundial y carente de regulación por normativas de privacidad respecto a la recolección de datos personales de los usuarios de sus sistemas.
Pero en paralelo, Beijing lleva desarrollando desde el año 2013 una estrategia de perfil geopolítico destinada a implementar lo que se ha venido en llamar la nueva ruta de seda. Un megaproyecto que pretende unir mediante rutas marítimas y ferroviarias China con Europa pasando por África e integrando a 15 países que suman una población total de 2.200 millones de personas, un producto interior bruto de 22.14 billones de dólares y el 28% del comercio mundial. A este proyecto se suma la ruta digital de la seda, que se extiende más allá de Europa y con el que China avanza con el tendido de cables submarinos a nivel mundial.
La reacción estadounidense fue incorporar a más de 40 entidades y empresas chinas en su Entity List, una lista de empresas, centros de investigación, gobiernos e incluso individuos a los que Washington considera que atentan contra la seguridad nacional o la política exterior de Estados Unidos. Esta política de bloqueos y sanciones busca ser exportada por Washington hacia los países aliados, condición que ha hecho que países como Australia, Japón y Reino Unido traten de evitar también que Huawei participe en el desarrollo de la red 5G en dichas naciones. De igual manera, en la actualidad se desarrollan acciones diplomáticas estadounidenses en los países de América Latina bajo este mismo fin.
En la actualidad y ante la fuerte demanda en el mercado de mundial de los chips -sector en el cual Taiwan ejerce una posición protagónica en la fabricación de los chips más avanzados-, Estados Unidos busca bloquear el suministro de estos a la República Popular China con el fin de generarles un colapso en su fabricación de semiconductores. Estas operaciones de bloqueo están incentivando la producción nacional de chips al interior del gigante asiático, aunque el proceso será largo y complejo. Sin embargo, desde 2019 Beijing lleva invertidos 100.000 millones de dólares y se están generación de nuevas plantas de producción para microprocesadores al interior del país.
En la actualidad, los conflictos armados en el mundo se encuentran en mínimos históricos. Del tradicional uso de acciones militares entre países por el control territorial y sus riquezas hemos pasado a acciones más centradas en la desestabilización política y la disrupción económica. En resumen, las disputas entre potencias ya no se dirimen en el campo de batalla, sino en los centros de investigación, en los laboratorios de alta tecnología y en los mercados, pero esto no exime que el desenlace final por la hegemonía mundial no desemboque en un conflicto bélico tal como ha sucedido históricamente hasta el momento.
Ahora bien, los conflictos armados en los que se han visto involucradas las grandes potencias en el presente siglo vendrían a demostrar que los países más poderosos del planeta buscan evitar el desplazamiento e involucración de grandes contingentes militares al extranjero para defender sus intereses. En definitiva, buscan ahorrarse el costo logístico, humano e incluso político que se daban en las grandes guerras del pasado.
Esto ha hecho que en la actualidad asistamos más a operaciones de carácter quirúrgico que a grandes desplazamientos de tropas de infantería, tanques o artillería pesada. De esta manera el protagonismo militar pasa a estar más bien en equipos de operaciones especiales, quedando el ejercito convencional relegado a un rol de soporte para asistir o evacuar a estos cuerpos de intervención rápida sumamente especializados.
Es así que para hacer frente a los grupos de operaciones especiales estadounidenses bajo el mando del USSOCOM (United States Special Operations Command) y que controla unas 70.000 unidades de estas características -entre ellas los famosos Navy SEAL o los Delta Force- que se hayan desplegados en diferentes partes del mundo, la República Popular China también ha puesto en marcha -aunque de forma embrionaria- los suyos.
Desde la década de 1990, China está desarrollando una fuerte inversión en su aparato militar. El Ejercito Popular de Liberación, así se denominan las fuerzas armadas chinas, ya gozan de cuerpos de operaciones especiales en cada una de sus ramas militares. Entre los quince grupos especiales de los que disponen las fuerzas armadas chinas destacan la unidad Jiaolong (dragón de mar) creada en 2002 por la marina y cuya acción más espectacular fue la recuperación de un buque de carga secuestrado por piratas somalíes en el Golfo de Adén; así como la unidad Leishen, un cuerpo de élite paracaidista perteneciente a sus fuerzas aéreas. Lejos aún de alcanzar la capacidad militar de las operaciones rápidas estadounidenses, las fuerzas especiales chinas suman entre 10.000 y 14.000 miembros y siguen en expansión.
Esta rápida modernización del músculo militar chino, propio de toda potencia en ascenso, se plasmó en un informe publicado en 2019 por el Centro de Estudios de Estados Unidos de la Universidad de Sídney en Australia. En este se indica que pese a que Washington todavía supera notablemente la capacidad militar de Beijing, la estrategia de defensa norteamericana en la región Indo-Pacífico “está sumida en una crisis sin precedentes” y señala como China ha desarrollado en los últimos años un impresionante arsenal de misiles que estratégicamente apostados amenazan las bases militares claves de Estados Unidos en la zona.
Este es el área territorial de mayor tensión geopolítica entre ambas potencias. Concretamente en el Mar de la China Meridional se ubican una amalgama de islotes y archipiélagos que son reclamados tanto por la República Popular China como por Taiwán, Vietnam, Filipinas, Malasia e incluso Brunéi. Para reafirmar su posición dominante en la zona de disputa, Xi Jinping puso en marcha un plan estratégico mediante el cual se están construyendo islas artificiales, ciudades en los islotes, pistas aéreas, instalaciones turísticas e infraestructura militar aérea y marítima. Todo ello pese a que en 2016 la Corte Permanente de Arbitraje de La Haya resolviese que no había “base legal” para las reclamaciones territoriales chinas en la zona.
En la actualidad y tras un informe publicado hace unos años atrás en el cual se indica la existencia de importantes yacimientos marítimos en la zona, las islas Spratly (a las que Beijing denomina Nansha), el banco Macclesfield (denominado por los chinos como Zhongsha), el archipiélago Paracel (para China el archipiélago Xisha) y sus alrededores se han convertido en un abra estratégica de alta tensión donde incluso algún pesquero vietnamita ha sido hundido por la guardia costera china.
En paralelo, Estados Unidos -país sin reivindicaciones en la zona- promueve “misiones militares rutinarias” de incursión tanto aéreas como navales de su VII Flota en las aguas en disputa, buscando posicionar demostraciones de fuerza ante las demandas territoriales chinas. Todo ello mientras Beijing prosigue con su plan de modernización militar por el cual se calcula que para el año 2030 la República Popular China dispondrá de 450 buques de guerra y 99 submarinos operativos.
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