(Ponencia de Decio Machado la UMSA: Auditorio Salvador Romero, Facultad de Ciencias
Sociales)
Saludos a todas y
todos los presentes. Gracias por venir y especial agradecimiento por esta invitación
a las Cátedras Libres Marcelo Quiroga Santa Cruz y Andrés de Santa Cruz y
Calahumana. Es un gusto compartir este momento con ustedes.
Para comenzar
quiero reseñar que pocos temas como los relacionados con el extractivismo están
generando hoy mayor nivel de enfrentamiento entre movimientos sociales,
comunidades afectadas, empresas extractivas nacionales y/o extranjeras y los
correspondientes Estados latinoamericanos en los que se desarrolla dicha
actividad.
Pero hagamos
memoria. Esta modalidad de acumulación a la que hemos denominado extractivismo se
remonta a la era colonial en los diferentes territorios que fueron sometidos a
la conquista europea, convirtiéndose en la base sobre la cual se articuló el
sistema capitalista en el llamado “Viejo Mundo” y la condición sine qua non sobre la cual se sostiene
la explotación de las materias primas indispensables para el desarrollo
industrial de los países del Norte global. Es de esta manera sobre la que se
articulan las cada vez más menguadas sociedades del bienestar en los países
industrialmente desarrollados.
Con el paso del
tiempo, durante algo más de cinco siglos, el extractivismo se convirtió en una
constante de la vida económica, social y política de gran parte de los países
del Sur, especialmente en América Latina.
Decio Machado |
La mayor parte de
la producción de las empresas extractivas del Sur global no están destinadas al
mercado interno de nuestros países, sino que su destino prioritario es la
exportación. De igual manera, su procesamiento tampoco se realiza en los países
de origen, sino que son los países del Norte el lugar en donde se les dota de
valor agregado.
En la actualidad
los impactos del extractivismo son claros y los podemos resumirlos en unos
cuantos puntos básicos que iré enumerando de forma concisa pero lo más
claramente posible.
En primer lugar quiero
hacer referencia al monocultivo y aplicación de los alimentos al biodiesel. En
este ámbito es fácilmente visible los altos niveles de explotación de la mano
de obra asalariada en nuestros países y el deterioro de los derechos laborales
en los territorios afectados, así como los impactos derivados en la salud de
las comunidades damnificadas fruto de la aplicación masiva de fitosanitarios. Esta
realidad no solo impide alcanzar los objetivos trazados respecto a la soberanía
alimentaria, sino que derivan en una escasa diversificación de la producción
agrícola nacional, la necesidad de abastecimiento alimenticio mediante
importaciones y un escaso abanico de productos a exportar por parte de nuestros
países. En paralelo, el agronegocio se adueña de la tierra en nuestra región y
los Estados tienden a apoyar la agricultura industrial ofreciendo
desgravaciones fiscales y aprobando múltiples decretos a favor de esta. Todo
ello en contradicción con un subcontinente con regiones muy ricas en
biodiversidad y culturas de minufundio muy vigorosas.
Vinculado a la
anterior pero ya en el campo de lo económico, cabe indicar también que el
capitalismo como organización económica de producción y distribución se
construyó sobre la utilización de energía tanto para producir como para
transportar. Teniendo en cuenta que la lógica del capital es la ganancia y la
acumulación, es fácil entender que su desarrollo haya estado y siga estando
íntimamente ligado al control de las fuentes de energía. Esto implica que más
allá del proceso globalizador, el desarrollo del biodiesel no es más que la
continuidad del modelo de desarrollo clásico del capital, aunque en la
actualidad este se vista con tonos verde y se transmute bajo conceptos como la
bioenergía.
Por otro lado y
como consecuencia del boom del precio de los commodities -lo que se ha venido en denominar la década dorada de
América Latina-, a lo que hemos asistido es a una reprimarización de las
economías del subcontinente. En este sentido, no es baladí el hecho de que los
dos países que han aprobado las constituciones más avanzadas en materia
ambiental del planeta, hablo de Ecuador y Bolivia donde se han incorporando
derechos tan vanguardistas como el “Derecho de la Naturaleza”, sean los países
que más se han reprimarizado durante estos años con su correspondiente impacto
ambiental en los territorios sometidos al impacto extractivo. En paralelo,
países como Brasil, el más desarrollado industrialmente de América del Sur, ha
ido perdiendo durante estos años cuota de capacidad industrial, importando
productos desde Asía que antes se fabricaban en dicho país.
Con el ciclo
político progresista hoy ya gravemente herido en nuestra región, se instaló un
discurso soberanista que poco tiene que ver con la realidad. Basta para ello
comprobar el nivel de afectación de la crisis en nuestros países una vez
terminado el boom de los commodities, así como el incremento de
la dependencia de nuestra región respecto a las necesidades mundiales del
recursos naturales de los países del Norte global.
Pero en paralelo,
hemos podido asistir también a como se han incrementado las dinámicas
acenturadas de desposesión y despojo en nuestra región. Lo que se ha ido
plasmando en desplazamientos de población en territorios extractivos, pérdidas
de conocimiento ancestras, transformaciones de las lógicas de vida originarias,
incompatibilidad con la filosofía del buen vivir y otras tantas afectaciones
más vinculadas a los derechos humanos de nuestras poblaciones ancestrales. Al
fin y al cabo, el extractivismo actual no deja de ser la última modalidad del
capitalismo más depredador en nuestros días.
Si bien es cierto
que en nuestros países se han implementado lógicas novedosas respecto al
tradicional control geopolítico al que se estaba sometido por parte de los
Estados Unidos, también lo es que ahora nos vemos sometidos, aunque de una
forma diferente, a los intereses de nuevos economías emergentes como es el caso
de China. El gigante asiático, mediante sus aportes económicos a través de su
banca de desarrollo, el desplazamiento de especialistas a territorios, múltiples
programas de inversión regional, alianzas con países locales para la
construcción de megaproyectos y otras tantas medidas más, pretende asegurar el
suministro de recursos y a su vez abrir mercados expansivos para sus empresas,
haciendo a las economías regionales cada vez más dependientes de sus
necesidades estratégicas. Las asimetrías son claras, mientras que China se ha
convertido durante los últimos años en el mayor socio comercial de países de la
importancia de Brasil, Chile o Perú, fortaleciéndose la cadena global de
valores entre el país asiático y América Latina, nos encontramos que el 73% de
las exportaciones de recursos naturales de la región durante estos últimos años
ha ido hacia China, mientras que en el ámbito de productos manufacturados con
valor agregado el porcentaje no superó el 6%.
Tampoco podemos
olvidar en esta breve exposición la violencia que genera el extractivismo y la
creación enclaves de exportación aislados y derivados de la lógica neocolonial.
Hablando claro, el modelo de desarrollo extractivista, independientemente de
que este se realice bajo regímenes de carácter neoliberal o progresista,
implica necesariamente la violación de derechos humanos. La única diferencia
respecto a las sensibilidad política del gobierno de turno tiene que ver con la
disputa del excedente. Una consecuencia de esto la hemos vivido muy
recientemente aquí en Bolivia en un conflicto que desembocó en la muerte de varias
personas fruto de un pulso entre las mal llamadas cooperativas mineras y el
Estado. Los efectos del extractivismo impactan negativamente tanto en los
derechos de los ciudadanos de los territorios afectados, como en las políticas
nacionales o en la administración de justicia en nuestros respectivos países.
Por último, es
importante hacer alusión que en nuestra región mediante el extractivismo se ha
querido llegar a esto que podríamos definir como “ilusión desarrollista”, la
cual en el caso de los países con gobiernos progresistas viene a resucitar una
vieja ficción: la creencia de que es posible formular un modelo de capitalismo
humano.
Basta remontarse al
pasado reciente para ver como los inversionistas a nivel mundial habían
olvidado América Latina hasta la llegada del boom de los commodities.
Sin embargo, con el advenimiento del presente siglo pudimos observar como los
flujos de capital privado a países en desarrollo pasaron de 2.000 millones de
dólares en 2000 a casi un billón de dólares al año 2010. La suma de fondos de
inversión en acción de mercados emergentes creció entre el año 2000 y 2005 un
92% y entre 2006-2010 ese crecimiento fue del 478%. Esto hizo pensar a los
gobiernos latinoamericanos que el crecimiento de nuestros países podría
mantenerse infinitamente en el tiempo.
Pero si analizamos
a los BRIC y las economías emergentes, entendiendo entre ellas a las de
nuestros países, veremos que durante ese período utilizaron el mismo modelo de
desarrollo que el de economías como Japón, Corea del Sur y Taiwán en la segunda
mitad del siglo pasado. Sin embargo y sin impacto alguno por la caída de los
precios de los commodities, al no ser
países exportadores de recursos naturales, vemos que todas estas economías bajaron
del 10% al 5% cuando sus rentas per cápita alcanzaron un nivel medio – alto (Japón
a mediados de la década de 1970, Taiwán a finales de 1980 y Corea del Sur a
principios de 1990).
Hablando sin
tapujos, si bien es cierto que han existido países de la periferia más cercana
al centro que han conseguido, mediante dinámicas de desarrollo
tardo-capitalistas, ocupar posiciones prominentes en el mercado global a costa
de viejas potencias en declive, basta releer la teoría marxista del desarrollo
desigual y combinado para poner en discusión que está regla pueda
generalizarse. En la cúspide de la pirámide no hay sitio para todos, y esto
implica que muy pocos países hayan logrado un crecimiento rápido y sostenido a
lo largo del tiempo.
Haciendo un breve
recorrido sobre la historia económica reciente veremos que a lo largo de
cualquier década desde la segunda mitad del siglo pasado, sólo un 1/3 de los
países emergentes han logrado crecer a una tasa de crecimiento anual del 5% o
superior. Menos de 1/4 han mantenido ese ritmo durante dos décadas y 1/10 parte
durante tres. Sólo seis países (Malasia, Singapur, Corea del Sur, Taiwán,
Tailandia y Hong Kong) han mantenido esta tasa de crecimiento durante cuatro
décadas y dos de ellos (Corea del Sur y Taiwán) durante cinco. De hecho,
durante las última década -con excepción de China e India- todos los demás
países que consiguieron mantener una tasa de crecimiento del 5% era la primera
vez que lo hacían.
Con el doloroso
final de una época dorada de dinero fácil y crecimiento también fácil, el
capital está generando un nuevo mapa de mercados emergentes, lo que está
implicando para algunas economías antes muy beneficiadas un fuerte impacto por
fuga de capitales. Un caso significativo de esta nueva realidad es México,
donde mientras el servicio de deuda sigue creciendo, se registra una salida de
capitales por 11.368 millones de dólares durante este primer semestre.
En resumen, el
extractivismo depredador obedece a un viejo modelo de desarrollo que debe ser
superado antes de que sea demasiado tarde. Superar el extractivismo es para
nuestra región una cuestión de vida o muerte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario