Por Decio Machado
Revista Digital La Barra Espaciadora
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Aunque
suene Perogrullo, enredoso y leguleyo, cabe comenzar por indicar que todos y
cada uno de los seres humanos tenemos derechos fundamentales en cualquier
latitud del planeta, independientemente de nuestra nacionalidad, color de piel,
sexo, religión o condición ideológica. Esto se da en razón de que los derechos
humanos son universales, y deberíamos poderlos hacer valer en cualquier lugar
ya que el Derecho Internacional tiene, entre otros, por finalidad proporcionar
al individuo medios de protección de los derechos humanos reconocidos
internacionalmente frente al Estado.
Sin
embargo, las fronteras y las políticas restrictivas y represivas son hoy un
impedimento al reconocimiento del derecho a la migración, al movimiento en
busca de una vida mejor.
La
cosa viene de lejos, ya que siglos atrás los romanos trazaron sus limes (redes fronterizas fortificadas),
los chinos levantaron su gran muralla, el muro de Adriano separó Inglaterra de
Escocia y acá, en la región, los incas rodearon sus ciudades con enormes muros
de piedra. Citando a Zygmunt Bauman, las fronteras no son trazadas para
diferenciar las disimilitudes, sino que es al contrario, cuando estas son
trazadas se marcan las diferencias y es en ese momento en el que nos percatamos
de la existencia de las mismas.
La
historia reciente del Ecuador debería permitir conocer bien todos los derivados
que implica la concepción clásica de las fronteras y la nacionalidad.
Nacionalidad,
ese concepto que nos da pertenencia y exclusividad, tan utilizado por el
neopopulismo bajo la re-idealización del término Patria. Las fronteras son
duras, tanto para los excluidos como para los incluidos en las “patrias”, ya
que no se les permite “entrar y salir” con la libertad que en muchos casos a
los implicados les gustaría.
La
crisis del “Panamá hat” tras la
Segunda Guerra Mundial y la posterior estafa neoliberal protagonizada por la
bancocracia entre los años 1999 y 2000, hicieron que los ecuatorianos conocieran
de forma masiva los costos de tener que abandonar su país y ser los “otros” en
“patrias” de otros.
Es
el resultado de lo narrado, lo que motivaría que en los primeros años del
gobierno del presidente Rafael Correa se intentarán desarrollar políticas
vanguardistas en materia migratoria. El reconocimiento del derecho a migrar, la
ciudadanía universal, los derechos de los migrantes, el plan retorno o el
reconocimiento de la libertad de movimientos para todos los ciudadanos del
planeta, no son más que el fruto del conocimiento empírico ecuatoriano de lo
que significa el drama de la migración. Incluso dos meses antes de las
deportaciones masivas de cubanos en Ecuador, el canciller Guillaume Long andaba
solicitando el Estatus de Protección Temporal (TPS, por sus siglas en inglés) buscando
amparar frente al riesgo de deportación a aproximadamente 200.000 ecuatorianos
que se encuentran en estos momentos en situación irregular en territorio
estadounidense.
El Ecuador
actual es el fiel reflejo de aquella cita del Nobel de Literatura húngaro Imre
Kertész, cuando indicó que “sólo por nuestras historias podemos saber que
nuestras historias han llegado a su fin”. Igual que llegó a su fin el “milagro
ecuatoriano”, se destentó el “jaguar latinoamericano”, el sueño de la
Iniciativa Yasuní ITT terminó en pesadilla o la vanguardista gestación
constitucional de los derechos de la naturaleza concluyó en aborto prematuro, en
esta ocasión llegó a su fin el ideal de ciudadanía universal que los voceros
institucionales del país defendieron persistentemente durante los últimos años
en multitud de foros internacionales.
Pero
más allá de la farsa institucional, cabe señalar que la libertad individual
solo puede ser producto del trabajo colectivo, sólo puede ser conseguida y
garantizada colectivamente, y al igual que un Estado como el español, con una
triste historia de exilio político y económico forzado se olvidó de su pasado
maltratando en muchos casos a sus inmigrantes extranjeros, el Estado
ecuatoriano pasa ahora a engrosar la lista de los países que promueven la
expulsión masiva de ciudadanos provenientes de otras nacionalidades.
Lamentablemente
Ecuador dejó de estar cualificado para censurar el criminal comportamiento
mediante el que proceden en la actualidad los gobiernos europeos en materia
fronteriza, e incluso moralmente quedó inhabilitado también para cuestionar la
política de deportaciones estadounidense. Digamos que Ecuador entró en el club,
el triste club de los Estados que violan los derechos de los ciudadanos
extranjeros.
Veamos
los motivos que han conllevado a esta nueva contradicción entre el discurso y
la praxis del régimen correísta.
El sometimiento de Colombia
a las presiones internacionales
Foto: Edu León |
El
pasado 11 de julio, la canciller colombiana María Ángela Holguín anunciaba
respecto a los cubanos indocumentados que habían entrado en su país: “Si
nosotros deportamos hacia México pues vamos a crear un flujo permanente porque
(los migrantes) saben que por Colombia entran y al final del día por presiones
van a acabar en México a un paso de Estados Unidos. Lo que no queremos es que
el país se convierta en eso”.
Lo
que estaba indicando con escasa capacidad dialéctica la que fuera representante
del tan cuestionado gobierno de Álvaro Uribe ante la Corporación Andina de
Fomento, es que su país no está accediendo a las solicitudes de paso hacia
México realizadas por los cubanos que en los últimos meses han ido llegando a
este país, y que si hay deportaciones, estás se realizarán directamente a Cuba
o a Ecuador. Este último país es donde hacen escala parte de los cubanos
migrados en su camino hacia Estados Unidos vía Colombia.
Este
pronunciamiento del país vecino es el fruto de la existencia de más de mil cubanos
que quedaron retenidos en la ciudad de Turbo (región de Urabá), localidad
cercana a la frontera de Panamá, la cual fue hace dos meses cerrada al paso de
migrantes irregulares. Estos sobreviven en campamentos irregulares y una bodega
que son de propiedad privada, lo cual implica para el Estado colombiano la
autorización por parte de su fiscalía para acceder al lugar y proceder con la
detención de los “sin papeles”. En realidad existen muy pocas esperanzas de que
los irregulares cubanos no sean deportados y la resolución de este conflicto
será a todas luces inmediata.
La
misma Holguín explicó en rueda de prensa que Colombia está trabajando con las
autoridades militares de Ecuador para cerrar los caminos irregulares entre
ambos países y por los que cruzan gran parte de estos migrantes. En esta misma
cita con periodistas, la titular de Relaciones Exteriores colombiana
reconocería que su país ha deportado ya en este año a 2.841 cubanos que
ingresaron irregularmente rumbo a Estados Unidos.
Si
bien es cierto que una ley estadounidense otorga beneficios a los ciudadanos
cubanos que lleguen a su territorio, el restablecimiento de las relaciones
entre Washington y La Habana habría generado entre los caribeños el temor de que
dichas ventajas migratorias terminen en breve, estimulando la salida inmediata
del país de muchos ciudadanos isleños.
“Con
Ecuador firmamos un acuerdo en donde ciudadanos que hayan entrado por Ecuador
serán deportados a Ecuador, y Ecuador ya tomará la decisión de que hace al
respecto”, sentenciaba Holguín en dicha rueda de prensa. Es un hecho que
Colombia desde el pasado mes de diciembre ha venido exigiendo visado a los
cubanos con el objetivo de desincentivar este flujo migratorio hacia el “american
dream”.
Mientras,
el gobierno cubano en lugar de defender los intereses de sus ciudadanos y el
derecho a la libre movilidad de las personas, se ha limitado a responsabilizar
en esta cuestión a los Estados Unidos y sus políticas migratorias de discriminación
positiva para los habitantes de la isla. Es evidente que el discurso fácil, tan
utilizado por estos lares, no sólo es ineficaz sino también peligrosamente
adictivo.
Ecuador o la cólera
de Dios
Foto: Edu León |
Lo que
se vive en Colombia respecto a los migrantes irregulares cubanos ha tenido un
efecto inmediato en Ecuador, y lo hemos vivido durante estos días.
Este
pequeño país andino, donde a sus autoridades se les llena la boca de hablar
sobre políticas soberanas, pasó a la historia de las deportaciones masivas en América
Latina durante el presente mes de julio. Es así que el pasado día 13 se cerró
el primer capítulo del proceso de deportaciones masivas de cubanos en Ecuador, muchas
de ellas denunciadas como irregulares, y que concluyó con 121 migrantes
enviados a La Habana a través de aviones de las Fuerzas Aéreas Ecuatorianas.
La
historia inició en la madrugada del 6 de julio, con un operativo policial
violento y desproporcionado mediante el cual fue desalojado un campamento
informal situado en el Parque del Arbolito en Quito. Allá se asistió a todo un
despliegue de poder represivo, fórmula mediante la cual acostumbra el
Ministerio del Interior a hacer sus exhibiciones de fuerza con el fin de
implementar las políticas disciplinarias del régimen correísta.
A
diferencia de Colombia, el fariseísmo de las autoridades y jueces ecuatorianos
se enmarca en la violación de la declaración constitucional que establece el
“principio de ciudadanía universal, la libre movilidad de todos los habitantes
del planeta y el progresivo fin de la condición de extranjero como elemento
transformador de las relaciones desiguales entre los países”. Al respecto,
basta decir que la operación protagonizada por los cuerpos represivos del
Estado y ordenado por el ministro José Serrano, quien apenas hacía un mes había
recibido en Washington una placa condecorativa de manos de Chuck Rosenber (jefe
de la DEA), se dio frente a la sede de la Corte Constitucional. Como bien decía
Molière cerca de cuatrocientos años atrás, ”la hipocresía es el colmo de todas
las maldades”.
La
acciones emprendidas desde el Ministerio del Interior demuestran que el rasgo
más conspicuo de la política contemporánea es su insignificancia. En este
sentido, Cornelius Castoriadis le diría a Daniel Mermet en noviembre de 1996:
“Los políticos son impotentes (…). Ya no tienen un programa. Su único objetivo
es seguir en el poder”. El precio de lo aseverado por Castoriadis se paga con
la moneda con la que suele pagarse el precio de la mala política: el
sufrimiento humano.
Pero
como bien han denunciado en diversos artículos de opinión y múltiples
declaraciones públicas los abogados involucrados en la defensa de los cubanos,
el espíritu emanado desde la Carta Magna de Montecristi ya había sido previamente
violentado cuando las autoridades introdujeron la exigencia de visas para la
admisión de nacionales de ciertos países, incluidos entre estos los ciudadanos
cubanos. Si hacemos memoria veremos que fue aquello, lo que permitió en su
momento los cuestionados affaires de
Juan Javier Aguiñaga -hermano de la actual Vicepresidenta Segunda de la
Asamblea Nacional- cuando ejercía de subsecretario de Relaciones Exteriores.
Allá
por 1945, el filósofo y activista francés Jean Paul Sartre escribiría en la
revista Le Temps Modernes “considero
a Flaubert y a Goncourt responsables de la represión que siguió a la Comuna de
París porque no escribieron una palabra para impedirla”. Pues bien, mientras
los cubanos detenidos eran hacinados en el Hotel Carrión –un centro de
internamiento eufemísticamente denominado albergue para la acogida de
extranjeros-, con la misma aptitud cobarde de estos literatos franceses
denunciados por Sartre aunque con muy inferior vocación intelectual, el
conjunto de legisladores oficialistas que se han caracterizado por hablar sobre
derechos humanos durante estos últimos años se pusieron a mirar hacía lejanas
constelaciones estelares en lugar de ver lo que pasaba a su alrededor.
Fue
Thomas Fuller, un antiguo historiador inglés que llegó a la capellán de algún
regente de turno, quien indicó que “la desesperación infunde valor al cobarde”,
pero en esta ocasión ni por esas. Mientras los migrantes cubanos iban siendo
uno tras otro deportados con la firma del Viceministro del Interior, nuestro
aguerrido y condecorado ministro prefirió zafarse de esta, estos asambleístas -grandes
demiurgos de la revolución ciudadana- se dedicaron a retuitear las amenazas
incumplidas de René Ramírez a Guillermo Lasso, mientras públicamente se
limitaban a expresar en diferentes medios de comunicación la desbordante
felicidad que les causa la presencia de Lenin Moreno en Ginebra. Sobre la
situación de los cubanos represaliados ni una palabra, mutis por el foro, pues
la prioridad se centró a hacerle frente a las múltiples campañas de
desprestigio orquestadas desde la ya consabida prensa corrupta y mantener el
buen orden este tan sano Estado democrático de justicia y de derechos.
Otra vez la justicia
ecuatoriana puesta en cuestión
Foto: Edu León |
El
informe Independencia judicial en la reforma
de la justicia ecuatoriana, realizado por el jurista Luís Pásara ya reflejó
a mediados del 2014 la falta de independencia judicial en Ecuador. Desde
entonces hasta hoy, una larga concadenación de sentencias entre las que
destacan algunas escandalosas, en el ámbito que nos concierte cabe recordar la
deportación en agosto del año pasado de la ciudadana franco-brasileña Manuela
Picq, vendrían a demostrar que la situación de los jueces ha ido paulatinamente
empeorando. Es más, días antes del “caso Picq” el hasta entonces juez de
Cuenca, Dr. Miguel Antonio Arias, indicaría en su carta de renuncia “considero
que en mi labor jurisdiccional, no existe independencia para resolver con
libertad y dignidad, en nombre del pueblo soberano del Ecuador, porque el poder
político de turno, ha impuesto su propia agenda en la administración de
justicia, función que la dirige y controla
a través del Consejo de la Judicatura”.
En
línea con lo anterior, el proceso de deportación de los cubanos en Ecuador
finalizó con una frase lapidaria del director del Consultorio Jurídico Gratuito
de la Universidad de San Francisco de Quito. Es así que Juan Pablo Albán, quien
liderando al equipo de abogados que defendieron la causa de los cubanos
detenidos, declararía sumamente indignado ante los medios y frente a las puertas
del Tribunal de Garantías Penales: “este tribunal ha decidido que el señor Viceministro
del Interior puede revertir decisiones judiciales; el tribunal además ha
decidido, a pesar de que la Ley le obliga a declarar una violación de Derechos,
que las personas que fueron expulsadas de manera colectiva de este país no
tienen nada que decir porque ya no están aquí”.
Para
incrementar la ironía dentro del drama humano que significan estas
deportaciones, la abogada Daniela Salazar indicaría a su vez que el argumento
del Estado para justificar las deportaciones fue darles condiciones más seguras
que las que tenían en el campamento informal en el que estaban antes de la
intervención policial, buscando satisfacer también el interés superior del
niño, ya que en esa acampada había menores de edad. Es decir, según el Estado
ecuatoriano todo se hizo para proteger los derechos humanos de estas personas.
Hasta
aquí lo de ayer y ahora lo que viene. Es de prever que no estamos más que en el
primer escalón de una escalera que nos lleva al infierno, pues más allá de lo
que suceda en territorio ecuatoriano los cubanos que vengan deportados a
Ecuador desde Colombia seguirán los pasos de sus hermanos camino a La Habana.
Ante
esta situación, no queda más que recordarle al Estado ecuatoriano que más allá
de su incumpliendo respecto a soflamas programáticas electorales y a la
violación de los principios constitucionales establecidos en Montecristi, la
libertad de circulación de las personas está reconocido en el artículo 13 de la
Declaración Universal de Derechos Humanos, y que con estas expulsiones
colectivas de extranjeros, autoridades y jueces proceden con lo que es
considerado en el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional un crimen de
lesa humanidad.
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