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Entre
el 2 de febrero de 1999 -primera investidura como presidente del comandante
Hugo Chávez en Venezuela- hasta hoy, han pasado 17 años de llamado “ciclo
progresista”.
Al
igual que Chávez fue fruto político de la revuelta popularmente conocida como
el Caracazo (1989) y el derrocamiento
de Carlos Andrés Pérez en 1993, los demás presidentes progresistas lo fueron también
de un ciclo de levantamientos populares que provocaron, directa o indirectamente,
la caída de una decena de presidentes sudamericanos: Abdalá Bucaram (1997),
Jamil Mahuad (2000) y Lucio Gutiérrez (2005) en Ecuador; de la Rúa y Rodríguez
Saá (2001) en Argentina; Sánchez de Lozada (2003) y Carlos Mesa (2005) en Bolivia; Raúl Cubas (1999) en Paraguay;
Alberto Fujimori (2000) en Perú; y, Collor de Melo (1993) en Brasil.
Con
excepción de la revuelta zapatista, todas las grandes acciones populares durante
este período terminaron desembocando en procesos electorales que llevaron al
poder a dirigentes que no habían participado en las revueltas (caso de Correa),
que participaron algo lateral en ellas (caso de Evo o Lula), o que habían
actuado incluso en el campo opuesto (caso de Néstor Kirchner).
Al
ciclo de luchas le sustituyó uno de estabilidad, donde estos gobiernos
gestionaron sin generar grandes rupturas –quizás Venezuela puede ser la única
excepción- con el modelo de acumulación y matriz productiva heredado del
neoliberalismo.
Acompañados
por un ciclo económico favorable fruto del aumento especulativo de los precios
de los commodities, los gobiernos
progresistas tuvieron en común: el fortalecimiento/reposicionamiento del
Estado, la aplicación de políticas sociales compensatorias como eje de las
nuevas gobernabilidades, el modelo extractivo y la exportación de commodities como eje de su crecimiento
económico y la realización de grandes obras de infraestructura.
Agresivo
extractivismo a cambio de políticas sociales e incremento de la capacidad
adquisitiva a cambio del festín consumista fueron dos de los ejes del ciclo
progresista que comienzan a dejar serios lastres: en Ecuador, mientras las 300
principales empresas del país controlan casi el 50% del PIB nacional y ganan
más que nunca, el 41% de los hogares gastan más de lo que ganan –siendo los más
endeudadas quienes menos ingresos perciben- y el 43% de los solicitantes de préstamos
los piden para pagar otras deudas contraídas; en Brasil, donde la existencia de
tarjetas de crédito y cuentas corrientes casi se duplicó entre los pobres, los
bancos obtienen records en su tasa de beneficios mientras la tasa de
endeudamiento familiar ya alcanza cerca del 70%.
Pero
la caída de los precios de los commodities
en el mercado global marcó el fin de una fiesta de la que empezamos a ver los
resultados: los productos primarios representaron el 73% de las exportaciones
latinoamericanas hacia China y las manufacturas con valor agregado apenas el 6%.
Países como Venezuela incrementaron su dependencia petrolera hasta alcanzar el 95%
de sus exportaciones; o Brasil, el país más industrializado de la región, sufre
un proceso de desindustrialización consecuencia de priorizar sus ventas de soja y
minerales al gigante asiático mientras sus mercados internos se inundan de productos orientales.
Y
ahora qué hacer para volver a ganar las simpatías populares es la pregunta sin
respuesta entre los mandatarios progresistas mientras ven a Macri en la Casa
Rosada y a dos millones de venezolanos antes chavistas incorporarse a las filas de los que van dándole la espalda a Maduro…
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