lunes, 23 de diciembre de 2013

Crisis de las izquierdas y la necesidad de un nuevo análisis político


Por Decio Machado
Para Revista Rupturas

El período entreguerras (entre la primera y la segunda guerra mundial), fue un proceso de estancamiento económico que llegó a su climax con el crac de 1929 y la Gran Depresión.

Como el capitalismo es un sistema que en si mismo lleva acarreadas estas crisis periódicas como parte de su funcionamiento, al tiempo que la Gran Depresión hundía al sistema en la parálisis económica mundial, restablecía las condiciones para las ganancias capitalistas, consecuencia del abaratamiento del capital constante (masa de inversión en medios de producción) y el alto desempleo (salarios bajos o abaratamiento del capital variable).

Si bien los sindicatos habían sido duramente golpeados por la gran guerra y la crisis económica posterior -alto desempleo y pérdida de afiliación sindical-, fueron capaces de mantener una parte de su poder acumulado, lo que supuso un factor nuevo a ser considerado por el capital. Valorando este factor, sumado al fuerte descontento social fruto de la crisis, el keynesianismo consideró que la fuerza del trabajo ya no podía ser tratada como cualquier otra mercancía, afirmando que “los sindicatos son suficientemente fuertes para intervenir en el libre juego de las fuerzas de la oferta y la demanda”. Su principal mérito entonces, fue reconocer en la clase obrera un momento autónomo en el seno del capital, insertando en la economía la constatación de la relación de fuerza entre las clases en conflicto, y articulando una estrategia que integrara a la clase trabajadora como una fuerza para el desarrollo capitalista.

Desde el ámbito del capital –quien marca la pauta para la posterior política de Estado- ya se habían dado con anterioridad respuestas a la coyuntura del momento, a través de la implementación del “fordismo”, generalizado a escala mundial a partir de la década de 1930.

Las consecuencias fueron inmediatas, en EEUU ganaba las elecciones de 1932 Roosevelt con su New Deal, poniéndose en marcha una política intervencionista para enfrentar la crisis. También en Europa, donde tras la segunda guerra mundial se había generado una devaluación aún mayor de capitales constantes y variables, se aplicarían las políticas fordistas-keynesianas desarrollándose el llamado Estado del Bienestar.

El pleno empleo no era otra cosa que el mecanismo sobre el que sostener la demanda que generan los ingresos de los trabajadores ocupados, lo que produce un efecto estimulador sobre las economías capitalistas deprimidas. La tesis es sencilla: frente al crecimiento del poder del trabajo y la amenaza revolucionaria fruto del descontento social, y teniendo en cuenta que los mecanismos de mercado ya no controlaban la oferta y las condiciones de trabajo de forma unilateral, se hacía necesario reconciliar a los actores involucrados, lo que sin abandonar los requerimientos de la explotación capitalista, convertía en necesaria la incorporación del sindicalismo al escenario como un actor más de la “divina comedia capitalista”.

De esta manera, el keynesianismo se convirtió en un “equilibrista” capaz de regular durante casi cinco décadas (onda larga de crecimiento capitalista), las demandas obreras en interés de la acumulación del capital. Su mecanismos fue simple: sostuvo las frustraciones obreras generadas por el modelo de producción “fordista” a través del incremento de capacidad adquisitiva y cierta cobertura social. En resumen, un diario que significaba: morir en la fábrica para renacer y vivir a través del consumo.

El neokeynesianismo adaptado al capitalismo ecuatoriano

En el conjunto de la región la llegada del presente siglo mostraba el fracaso neoliberal en su más cruda expresión: incremento de la pobreza, aumento de la marginación social, altas tasas de desempleo, incremento de la deuda externa que anulaba toda posibilidad de inversión pública y social, impunidad ante la corrupción institucional, carencia de cultura fiscal y políticas comerciales maniatadas por tratados internacionales y gran dependencia de EEUU.  En Ecuador, la situación se vio agravada por una sucesión de gobiernos débiles que repetían mandatos inconclusos desde 1996. En resumen, de esta manera se hacía imposible poner en marcha el “desarrollo nacional”.

Estas condiciones hacían necesario un cambio enfocado a que las burguesías y economías nacionales recuperasen su competitividad. Ese cambio en Ecuador se llamó Rafael Correa Delgado.

Igual que el movimiento obrero había sido golpeado por la Gran Depresión a partir del crac de 1929, los movimientos sociales y organizaciones políticas de la izquierda en Ecuador llegaron con un fuerte debilitamiento a la campaña electoral del 2006. La crisis de la CONAIE, “agujero negro” sobre el que satelizan los demás movimientos sociales del país, sumado al desgaste y perdida de espacio de los partidos de la izquierda convencional, permitieron que se despejara el panorama político en pro de una alfombra “verde” que pasó a ocupar prácticamente todo el espacio nacional.

En el año 2006, los resultados electorales del Pachakutik apenas alcanzaron el 2,19%, mientras los del MPD el 1,33%. En 2008 la situación no cambiaría demasiado, en las elecciones para asambleístas constituyentes, el Pachakutik en alianza con el Partido Socialista sacaría apenas el 0,71% de los votos, y en el caso del MPD obtendría el 1,68%.

Al igual que Ford y Keynes encontraron el momento apropiado para la modernizaron la economía capitalista de la primera mitad del siglo XX, el correísmo es la fase de modernización de la economía ecuatoriana. La fórmula no difiere en exceso respecto al pasado: intervencionismo estatal en aras a expandir el crédito, el empleo, y el incremento capacidad adquisitiva de los trabajadores, con incorporación de actores sociales de forma funcional al desarrollo capitalista justificado con cierta ampliación de la cobertura social. Es decir, un nuevo modelo de dominación con el mismo patrón de acumulación económica.

Desde la perspectiva ideológica, al igual que Keynes aseguraba “puedo estar influido por lo que me parece de sentido de justicia, pero la lucha de clases me encontrará del lado de la burguesía educada”, el presidente Correa manifiesta públicamente que su éxito se sostiene en que “básicamente estamos haciendo mejor las cosas con el mismo modelo de acumulación” en una apuesta por lo que él define como “economía capitalista moderna” (igual que su homóloga argentina habla de “capitalismo serio” y su par boliviano de “capitalismo normal”). En resumen, hoy hablamos de capitalismo posneoliberal al igual que el keynesianismo habló de posliberalismo.

Algunas lecciones a aprender

La izquierda desde hace más de un siglo comete el error de pensar que el marxismo tiene el monopolio de la emancipación, ignorando que el marxismo no es más que un punto de encuentro y no, a pesar de lo que muchos piensan, un sistema acabado. Como diría el propio Marx en su Epílogo de la segunda edición de El Capital: “La investigación debe apropiarse pormenorizadamente de su objeto, analizar las distintas formas de desarrollo y rastrear su nexo interno. Tan solo después de consumada esa labor, puede exponerse adecuadamente el movimiento real.”

Marx y Engels eran conscientes de que el armazón ideológico que habían construido debía evolucionar en el tiempo, acompañando la evolución del sistema socioeconómico que habían analizado y al que se habían opuesto. En otras palabras, las fórmulas mágicas o soluciones de librillo son ajenas al método de análisis marxista.

Dicha desorientación ideológica se agravó en la medida que en los países donde se implementó el Estado del Bienestar, se restó urgencia a las luchas anticapitalistas, convirtiéndose las organizaciones populares en meros cogestores del control social.

La teoría del valor y la explotación se convirtieron en dogmas indiscutibles para la izquierda, sin actualizarse de acuerdo a la evolución capitalista, no aportando nada nuevo para comprender la complejidad que había adquirido el sistema: intervencionismo estatal en la economía, sociedad de consumo, expansión del sector servicios, cada vez mayor desarrollo tecnológico, nueva organización del trabajo, neocolonialismo e intercambio desigual, entre otras cuestiones. Es así, sin querer queriendo, el marxismo se volvió inútil para explicar la realidad vigente en la época, desplazándose desde los sindicatos y partidos “revolucionarios” hacia la Academia, quedándose en el marco de un frustrado juego semi-intelectual en muchos casos carente de realidad política. El Estado de Bienestar, en los países donde se había implementado, había dado paso a un sistema que gozó de una credibilidad de la que anteriormente carecía, a pesar de que la explotación, la pobreza, la desigualdad y la exclusión social seguían existiendo. El coste ecológico de la producción, el cual no había sido considerado por Marx en la ley del valor, supuso un salto cualitativo en las agresiones al ambiente y son los principales responsables de la crisis planetaria a la que nos enfrentamos.

En resumen, las organizaciones populares encajaron perfectamente con el nuevo capitalismo reformado, porque a efectos prácticos no disponían de una política económica propia, a excepción de los comunistas ortodoxos, cuya política consistía en alcanzar el poder y luego seguir el modelo soviético. En la práctica, la izquierda dirigió su atención hacia la mejora de las condiciones de vida de su electorado popular y hacia la introducción de reformas a tal efecto.

Las resistencias al capitalismo olvidaron que las crisis son el método normal para eliminar periódicamente la disensión existente entre la ilimitada capacidad extensiva de la producción y los límites intrínsecos de los que dispone el mercado, convirtiéndose en los mecanismos a través del cual el capital reafirma su autoridad, el derecho a administrar y ordenar, como precondición para todo lo demás. Esto vino a significar en la práctica, que las izquierdas nunca buscaron una opción económica alternativa al capitalismo, sino simplemente la reforma de dicho orden: aminoración de sus excesos capitalistas pero no su alternativa. Se sustentó las relaciones de dominio capitalista, bajo el criterio de que podían ser transformadas por medio de reformas legales al interior del sistema, olvidando que dichas relaciones no son la consecuencia de leyes burguesas, sino del fruto del desenvolvimiento económico. Cuando el keynesiano quebró, no fue porque los Estados destruyeran las organizaciones obreras con las que se había concertado el sistema durante más de cuatro décadas, sino porque el capital vio como inviable el sostenimiento de un modelo económico donde su tasa de ganancia había menguado ostensiblemente (onda larga regresiva).

Hasta 1968 no aparecerían posiciones alternativas con visibilidad en la izquierda. El proceso denominado “mayo del 68” significó la aparición de sensibilidades políticas de naturaleza revolucionaria, que cuestionaron tanto al capitalismo y la hegemonía de los EEUU a escala mundial, como al sistema soviético y la ineficacia de los movimientos de izquierda histórica. Esto conllevó a la necesidad de formular modelos alternativos y democráticos de desarrollo socialista, así como a un posicionamiento político como fuerzas antagónicas y antisistémicas.

Durante la “guerra fría”, a pesar de la rivalidad entre bloques, había un consenso mundial sobre la ideología del “desarrollo nacional”. La significación de 1968 consiste en que es el inicio del cuestionamiento del dogma de fe desarrollista, y la plasmación de otras inquietudes recogidas por los nuevos movimientos sociales conformados a partir de entonces. Citando a Bolívar Echeverría y André Gorz respectivamente, el capitalismo no es más que un sistema que “vive de sofocar a la vida y al mundo de la vida”, y el “socialismo no vale más que el capitalismo si no cambia de herramientas”.

Situación de la izquierda en Ecuador

En primer lugar, cabe observar a los partidos de la vieja izquierda ecuatoriana luchando por su supervivencia electoral con base en programas centristas eclécticos que no parecen inspirar sentimientos muy fuertes. Sus consignas, compiten en el discurso con el oficialismo neokeynesiano verdeflex, planteando que los principios de la “revolución ciudadana” han sido traicionados, pero carentes de alternativas ideológicas al programa de “desarrollo nacional” impulsado por el gobierno.

En segundo lugar, vemos un movimiento indígena que tras casi diez años de constituida su crisis e incapaz de superarla, se muestra incapaz de reconstituirse como un actor de cambio, sufriendo en gran parte de sus bases un movimiento hacia el reconocimiento de las políticas públicas neokeynesianas y neodesarrollistas impulsadas por el gobierno en el sector del agro.

En tercer lugar, vemos un abanico de organizaciones populares en situación de estancamiento que son herederos diluidos del conato revolucionario de 1968: movimientos ambientales, feministas, de las llamadas minorías oprimidas y comunitarios de base. Los movimientos antisistémicos inspirados en la superación del estricto conflicto capital vs trabajo, tuvieron bastante éxito al cuestionar las premisas básicas de la vieja izquierda, pero desde entonces fracasaron en una estrategia alternativa.

Lo anteriormente descrito condiciona a una izquierda en general muy golpeada por las estrategias gubernamentales de desacreditación a la oposición política y social, lo que se visualiza en la falta de capacidad de articulación de fuerzas “antagónicas” al poder actualmente existente.

Algunos apuntes para la reconsideración de las izquierdas en el Ecuador:
  • Si los países del Sur, y en concreto Ecuador, pretender a través del cambio de matriz productiva un proceso de industrialización nacional que haga viable su estrategia de sustitución de importaciones y una producción con mayores índices de valor añadido, es fundamental un trabajo de revitalización del frente sindical. Aunque la actividad de los sindicatos es muy importante, se limita a la lucha de salarios y a la disminución del tiempo de trabajo, es decir, a regular simplemente la explotación capitalista dentro de las condiciones del mercado.
  • Al igual que 1968 supuso una ruptura con la “vieja izquierda”, en los momentos actuales se hace necesario la irrupción de un nuevo modelo de organización superador del partido leninista y conformado por una agenda de reivindicaciones de nuevo tipo. Es necesaria mayor participación popular y nuevas formas para la toma de decisiones. Los movimientos de la izquierda se han caracterizado por su profunda desconfianza hacia la psicología de masas, lo cual se convirtió en el origen del vanguardismo. Quizás esto fue legítimo en otras épocas, pero las “primaveras árabes” y los “indignados” españoles, demuestran que no habrá transformación del sistema sin el apoyo genuino y profundamente motivado por una ciudadanía consciente e integrada en nuevas fórmulas organizativas.
  • Se debe pensar en el poder estatal, sea cual sea su nivel (gobiernos seccionales de distinto orden o gobierno nacional),  como una táctica que se utiliza coyunturalmente para solucionar necesidades inmediatas, sin invertir esfuerzos en fortalecerlo. La experiencia actual es aleccionadora: la izquierda reivindicó durante el neoliberalismo la reconstrucción del Estado, el cual una vez reconstituido, actúa como el principal ariete contra las organizaciones populares. Debemos dejar de tener miedo al derrumbe del sistema político, sin ese derrumbe no se construirá un mundo nuevo.
  • Se ha de construir alternativas socioeconómicas al modelo imperante. Esto significa discutir nuestra utopías y sueños, conformando una alternativa sustantiva que ofrecer fruto de la creación colectiva y no de libretos escritos hace ciento sesenta años.





1 comentario:

Camila dijo...

Me importa estar al tanto de las cuestiones políticas y por eso me gusta el hecho de conocer cual es la situación actual tanto de nuestro país y de los países vecinos para saber como son las relaciones internacionales. Normalmente busco tener la posibilidad de comprar pasajes en pesos para llegar a otro país y ver la situación política del mismo