Por Decio Machado
El pasado 15 de mayo se cumplió un año desde que miles de ciudadanos, en su mayoría jóvenes, ocuparan la principal plaza de Madrid –la Puerta del Sol- reclamando democracia real y nuevas formas de hacer política. El fenómeno se propagó por el conjunto del Estado español y no hubo una sola de sus capitales que quedara exenta de este nuevo fenómeno social.
El movimiento 15-M, también conocido como los Indignados, nació y se desarrolla en los momentos en que la sociedad española vive el ataque más virulento de los últimos años contra lo que queda de su muy deficiente Estado del Bienestar.
Antecedentes al 15-M
La llamada Transición española considerada en muchos otros países como modélica, lo que significó en realidad fue la desarticulación de todo el entramado de resistencias que se habían ido tejiendo en la clandestinidad durante la última etapa del franquismo. Destacan en ese sentido las movilizaciones sindicales que se dieron entre 1974 y 1976 y que marcaron la imposibilidad de continuidad del régimen.
Sin embargo y a pesar de esto, las organizaciones más representativas de la izquierda firmaron los llamados Pactos de la Moncloa, reconociendo de esta manera la figura de una reeditada Corona borbónica auspiciada por el fallecido dictador y las bases del régimen social y económico que desde entonces perdura.
Fue el pensador postmarxista italiano Toni Negri, quien fechó el fin de la Transición española con el referéndum de la OTAN de 1986, el cual se vio obligado a realizar Felipe González debido a la fuerte presión popular. La derrota de los movimientos sociales en dicho referéndum dio inicio de una prolongada “travesía del desierto” para la izquierda revolucionaria, situación que se combinó con una cada vez mayor capacidad de adaptación de la izquierda institucional al sistema y la conversión del viejo sindicalismo combativo a la cogestión.
Durante todo el periodo transcurrido desde entonces hasta hoy, las movilizaciones populares se han visto notablemente mermadas, teniendo algunos momentos punta en episodios relacionados en el mundo estudiantil y las movilizaciones contra la guerra que se dieron durante la última fase del gobierno de José María Aznar. Las Huelgas Generales realizadas en España (1981 -2 horas debido a la intentona golpista-, 1985 –reforma de las pensiones-, 1988 –reforma laboral-, 1992 –reforma del subsidio de desempleo-, 1994 –nueva reforma laboral-, 2002 –nueva reforma del subsidio de desempleo-, 2003 -2 horas contra la participación en la guerra de Irak-, 2010 –otra reforma de la reforma laboral-, 2011 –nueva reforma de las pensiones- y la última del pasado 29 de marzo contra la séptima reforma laboral) han sido movilizaciones sin continuidad y donde los sindicatos mayoritarios no han hecho más que mostrar su sometimiento al sistema político y económico.
El balance tras un año de un movimiento político de nuevo cuño
Quizás lo más llamativo del movimiento de los Indignados haya sido que desde sus inicios se situó fuera de la legalidad vigente, sus movilizaciones no fueron autorizadas por los gobiernos locales, condición que no es baladí hablando de un movimiento de masas en un país del norte industrializado. Esa fuerza contestaría sin control por parte del sistema pretende generar mecanismos de participación política de forma horizontal y al margen de las instituciones públicas y de las campañas electorales.
Los Indignados surgen como una respuesta a la crisis económica que atraviesa el Estado español, una crisis a la que no se le visualiza su final. En este sentido es importante referenciar que apenas uno de cada dos jóvenes españoles encuentra trabajo en la actualidad, la mayoría de las veces mal remunerado –la tasa de desempleo es del 23% y uno de cada cinco hogares se ubica por debajo del umbral de la pobreza-, y se estima que esta situación se prolongue durante toda una década. Las políticas de choque a la crisis, implementadas bajo la premisa de la austeridad que se han sido diseñadas en Bruselas y Alemania se han presentado al conjunto de la sociedad como las únicas medidas posibles. Es en ese marco en el cual el 15-M surge como un movimiento de respuesta a dicha crisis pero cuestionando a su vez la legitimidad de las élites políticas y económicas españolas. La crisis deja de ser algo abstracto, tiene responsables y estos son el stablishment político español.
El hecho de que las movilizaciones del 15-M hayan reunido a un numero notable de jóvenes y no tan jóvenes asqueados de la política convencional, en la mayoría de los casos con escasa por no decir nula formación política, es un logró sin precedentes en el Estado español. Miles de participantes en las convocatorias del 15-M se han convertido ideológicamente y de forma acelerada en antineoliberales y en algunos casos incluso en anticapitalistas. Hoy ya son una nueva generación política en el país.
De esta manera se cuestiona una democracia altamente limitada que tiene sus orígenes en una Transición entreguista que no tuvo nada de modélica. La lógica bipartidista española (PSOE vs PP) se ha convertido en una forma de hacer política que citando al académico español Carlos Taibo, “ha conseguido demostrar su capacidad para funcionar al margen del ruido molesto que emite la población”.
Para ello, el 15-M ha puesto en marcha procesos de democracia deliberativa, cuestionadora de la democracia representativa formal e institucionalizada, lo cual exige grandes niveles de participación y compromiso social. Algo sin duda difícil de sostener en una etapa como esta, la cual no se considera como pre-revolucionaria.
Sin embargo, a través de asambleas masivas en plazas y espacios públicos, el 15-M ha puesto en cuestión las políticas económicas desarrolladas en los últimos años por los diferentes gobiernos españoles, y cuyos resultados han sido: salarios cada vez más bajos, jornadas laborales cada vez más largas, derechos sociales en retroceso, así como precariedad laboral y discriminación social por doquier.
En sociedades como la española, donde la tecnología de la información ha ido generando aislamiento de los individuos con respecto a lo colectivo, miles de jóvenes utilizando precisamente esas tecnologías para autoconvocarse, han construido espacios de debate abierto, articulándose vínculos de solidaridad y cohesión social. Se ha construido una identidad colectiva nueva en el país que ha roto con la apatía instalada en esta sociedad durante las últimas décadas.
Las denuncias “indignadas” contra la corrupción política institucionalizada desde la era del boom económico, el dinero fácil y la economía “golfa”, han puesto fin a un largo período de impunidad política en el país. El 15-M ha abierto el debate sobre la necesidad de una reforma del sistema electoral articulado sobre el método D’Hont que prima a los partidos mayoritarios en decremento de las minorías, la limitación de privilegios por parte de las élites políticas, el cuestionamiento de los infames beneficios de la banca y las transnacionales –incluidos sus directivos-, la lucha contra los desahucios y su solidaridad con los damnificados, así como el reclamo mayoritario de regeneración en la política tradicional. La población en general entendió a través del movimiento que con el actuar colectivo “sí se puede” transformar la sociedad.
Cierto es que las reivindicaciones del 15-M han sido demasiado generalistas, condición sine qua non para un movimiento pluralista que determinó su forma de tomar decisiones sobre el consenso asambleario. Esta situación no ha permitido demandas claras sobre las cuales articular frentes de luchas concretos y mesas de negociación con los gobiernos de turno (inicialmente el de Rodríguez Zapatero y en la actualidad el de Mariano Rajoy). La ausencia de movilizaciones en los últimos meses, situación que se rompió con las nuevas convocatorias a partir del pasado 12 de mayo, lo debilitó, dado que para el movimiento 15-M la movilización es la generadora de participación ciudadana. La estrategia de salir de las distintas plazas ocupadas hacia la conformación de asambleas barriales responde al agotamiento que tras meses de movilización es inherente a un movimiento de estas características, el cual carece de apoyos en las estructuras políticas y sindicales clásicas. Esta situación ha conllevado algunos efectos limitantes en la participación y rebajado la riqueza de sus debates. Según algunas asambleas barriales han ido decayendo en presencia y entusiasmo de sus implicados, se han ido debilitando las consignas de la movilización y las demandas políticas. Este decaimiento de la ilusión conllevó también al debilitamiento del movimiento, el cual en los últimos días vuelve a mostrar vigorosidad y capacidad de movilización cuando recupera su lugar central en los espacios públicos y en la política española.
Si bien, fuera de la ley –no existe estructura orgánica legalizada-, los “Indignados” son un movimiento pacífico a pesar de las provocaciones policiales y las estrategias de inteligencia para dividirlo. Su plan de acción se ha basado sobre los principios de la desobediencia civil con muy buenos resultados. Su propia ilegalidad ha puesto sobre el tapete del debate, como reseña la activista social Esther Vivas, que muchas veces lo “ilegal es legítimo y lo ilegítimo es legal”: mientras desahuciar a una familia que ya no pueden pagar la hipoteca de su casa es legal, no es ilegal que los beneficios de la banca sigan engordándose mientras el país está en una crisis de envergadura desconocida. La forma de actuar de los “Indignados”, combinado con la frescura que ha traído a la decadente política española, ha permitido que goce de grandes simpatías sociales, en lo cual es la base de su potencia. También es cierto que con el paso del tiempo las demandas se han ido concretando y radicalizándose y esto también tiene sus efectos sociales y mediáticos. Una reciente encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) indica que su aceptación en la sociedad española habría bajado del 72% al 61%.
Por último, no podemos olvidar que la influencia del 15-M se ha desarrollado más allá de sus fronteras. El fenómeno, que ya tenía sus antecedentes en la primavera árabe -la que nos devolvió la confianza en nosotros mismos y nuestra capacidad de actuar y transformar-, contagió otros países en Europa y en América del Norte.
El movimiento 15-M no está derrotado aunque si algo debilitado, y esta situación conlleva retos a futuro.
Ejes sobre los que se articulan debates en torno al movimiento:
1. Es insostenible, como ya se demostró en el trascurso del año pasado, la ocupación permanente de plazas y espacios públicos. Ante esta situación el movimiento debe combinar las grandes movilizaciones con el trabajo local descentralizado.
2. El movimiento debe superar su las denuncias sobre elementos periféricos del sistema (precariedad laboral, deterioro del sistema de salud y la educación, corrupción de la política…) para llegar al “meollo” de la cuestión: el problema es el capitalismo. No podemos pensar “otro mundo” sin cuestionar el actual sistema productivista y competitivo, el cual no tiene en cuenta los límites del planeta.
3. El movimiento debe absorber las demandas sociales que desde años atrás se plantean por los diferentes movimientos sociales: cuestiones de género, antimilitarismo, la defensa del medio ambiente, los derechos de los migrantes, lucha contra la precariedad, etc. El 15-M debe ser unificador: un movimiento de movimientos.
4. Es necesaria su expansión a todo el país (urbano y rural – pueblos y barrios) y sectores sociales (desde el ámbito estudiantil al mundo del trabajo).
5. Su independencia de los partidos existentes en la cartografía política española debe ser incuestionable. Es evidente que Izquierda Unida (IU) se ha beneficiado electoralmente de las movilizaciones del 15-M pero el objetivo del movimiento no es apoyar una organización política, menos con una cúpula burocratizada, sino construir una correlación de fuerzas diferente entre quienes ostentan el poder y la inmensa mayoría de la población.
6. Es necesaria una coordinación internacional, dado que el capitalismo es global y por lo tanto sus resistencias deben ser también globales, internacionalistas y solidarias. Para actuar desde lo local incidiendo en lo global se necesitan lazos con lo externo, así como transferencia de acumulados con otras gentes en otros puntos del planeta.
7. Profundizar en una vieja consigna libertaria que el 15-M ha puesto de actualidad sin necesidad de dogmatismos ideológicos: “Unión, Acción, Autogestión”.
Artículo publicado para Revista Rupturas
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