viernes, 16 de abril de 2021

Ecuador: el fin de una época

 


Por Decio Machado / Director Fundación Nómada

Los resultados electorales del 11 de abril marcan un punto de inflexión en la historia reciente del Ecuador. Posiblemente estemos asistiendo a varios elementos entre cruzados que posicionan al país en un nuevo momento político muy diferente a lo vivido en lo que va del presente siglo.

En ciencias sociales una generación equivale a los acontecimientos importantes que experimentan y marcan a una población delimitada en un periodo de tiempo determinado. Dicho esto y con un censo electoral predominante joven, la victoria del banquero Guillermo Lasso implica la superación psicológica de lo que significó la crisis económica vivida en Ecuador entre 1998 y 1999, la cual desembocó en el feriado bancario -cierre de aproximadamente el 70% de las instituciones financieras del país- y el mayor éxodo migratorio conocido en la historia del Ecuador. 

Hasta la fecha, las resistencias ante la posibilidad de que el propietario de la segunda institución financiera privada más importante del país, quien multiplicara sustancialmente su fortuna fruto de especular con los certificados de depósitos reprogramables -comprobantes de que los cuentaahorristas tenían una cantidad determinada de dinero en su cuenta pero no la podían retirar por tener sus depósitos congelados- hacían imposible su victoria electoral. Sin entender esta nueva coyuntura fruto del mayoritario peso joven entre el electorado ecuatoriano, la candidatura de Arauz posicionó en segunda vuelta el eslogan El país o la banca, lo cual terminó generando escaso engagement entre sectores políticamente indecisos y especialmente sobre los targets etarios más jóvenes.

Lo anterior implica que estamos ante un nuevo país que vive clivajes o fracturas de nuevo orden, las cuales que no responden ya al pasado reciente que dio el triunfo electoral de forma permanente e indiscutible al correísmo a lo largo de los últimos quince años.

En paralelo y vinculado a lo anterior, el correísmo fue fruto de un momento histórico determinado que tiene que ver con el boom de los commodities en América Latina (2003-2013). Sin los excedentes petroleros derivados del mayor volumen de ingreso para el Estado comprendido en un período de diez años existente a lo largo de la historia republicana del Ecuador, no hubiera sido posible ni la realización de grandes obras de infraestructura que significaron parte de la modernización del país ni la aplicación de políticas compensatorias como eje de las nueva gobernabilidad constituida en la etapa correísta. Rafael Correa y el correísmo son por lo tanto hijos de un momento histórico coyuntural vinculado a la elevación de la demanda y los precios del petróleo, el cual se enmarcó en la llamada década dorada en América Latina.

El fin de aquel ciclo económico implicó a su vez en inicio de la actual decadencia política que terminó en derrota electoral del correísmo. Para comprobar lo anterior basta un somero análisis de los últimos tres resultados electorales de esta sensibilidad política en sus respectivas primeras vueltas electorales, momento en que se refleja la adscripción real de la ciudadanía a las candidaturas partidistas en disputa:

Sobre votos válidos Rafael Correa obtuvo en 2013 el 57,17% ganando en primera vuelta las elecciones; mientras en 2017, con Lenín Moreno como candidato acompañado por Rafael Correa en la campaña electoral, el resultado se contrajo al 39,36%, para terminar ganando de forma apurada en segunda vuelta con apenas 228.629 votos de diferencia (2,82%) respecto a su principal contenedor; por último, en este 2021 obteniendo apenas el 32.72% del voto válido en primera vuelta y perdiendo en segunda vuelta por 438.467 votos (4,94% de desventaja).

La debacle electoral correísta

Pese a lo anterior, la situación política y económica que actualmente vive el país generaban -a priori- condiciones propicias para el triunfo del candidato correísta. 

La deplorable gestión realizada por gobierno de Lenín Moreno, quien a través de la persecución política mantuvo viva una figura victimizada de Rafael Correa, debería haber favorecido a la candidatura de Arauz. Más allá del efecto contraste pasado vs presente de un país en la actualidad sumido en una crisis de carácter multifacético, fueron tanto Guillermo Lasso como los socialcristianos de Jaime Nebot -aliados electoralmente en esta contienda- quienes sostuvieron políticamente a Moreno pese a la enorme deslegitimación social del actual gobierno. De igual manera, la pandemia puso de relieve en el subconsciente colectivo la necesidad de un Estado fuerte con capacidad dar “protección” y cobertura social a sus ciudadanos, posición contraria al discurso de achicamiento del Estado propuesto por el actual presidente electo. Por último, siendo Ecuador uno de los países de la región con menor acceso a vacunas Covid-19 hasta el momento, las pocas que llegaron fueron distribuidas de forma escandalosa entre las élites ideológicamente alineadas al candidato conservador.

En este contexto, los resultados electorales de la primera vuelta demostraron que pese a que Andrés Arauz obtuviera el voto mayoritario (32,72% de los votos válidos), la fractura correísmo vs anticorreísmo ya no era la fractura principal sobre la que se alienaba el electorado ecuatoriano. Lasso, la opción anticorreísta, perdía cerca de un 30% de votos respecto a los resultados obtenidos en las presidenciales anteriores de 2017; tomando importancia otras opciones políticas hasta entonces de escaso peso en la cartografía político institucional del país. Tanto el Pachakutik, brazo político del movimiento indígena, con Yaku Pérez como candidato y un discurso básicamente ambientalista; como Izquierda Democrática, un viejo partido ideológicamente ubicado en el centro político y muy venido a menos en las últimas décadas pero en esta ocasión capitaneado por un joven empresario disruptivo que representó lo nuevo frente a lo viejo, lograron porcentaje de votos muy significativos. 

La campaña electoral vivida recientemente en Ecuador demostró las dificultades que sufre el correísmo a la hora de implementar recambios reales en su liderazgo. De hecho, uno de los elementos que explotó de forma muy acertada la estrategia político electoral conservadora fue la dificultad de Andrés Arauz para posicionarse como nuevo líder de esta tendencia política, viéndose supeditado de forma permanente bajo la sombra de Rafael Correa durante toda la campaña electoral. Pese a que el ex presidente Correa no puede puede pisar el país debido a diversas y discutibles sentencias judiciales que tuvieron lugar durante el período de gestión del actual gobierno, la intensidad de su presencia mediática vía videoconferencias así como la presencia de su imagen en la propaganda electoral difundida lo convertían en el principal protagonista de la campaña progresista.

En la práctica Correa es el correísmo, esta opción política, más allá de ideologías, está personalizada en su figura. Esto le permitió transferir sus votos duros a un personaje hasta entonces semi-desconocido como era el caso de Andrés Arauz; pero a su vez, imponía los límites en su capacidad de captación de voto. El correísmo vive en la dicotomía de ser la tendencia política con mayor porcentaje de voto incondicional del país, estimativamente el 30% del actual electorado ecuatoriano, pero a su vez es la fuerza con menor capacidad de crecimiento electoral debido a la resistencias o negativos que genera Rafael Correa sobre cada vez mayores sectores de la población. La falta de una real regeneración de liderazgos en esta corriente política, pasar del correísmo al progresismo, hizo imposible a su candidato superar este handicap. 

La campaña electoral de Lasso leyó bien esta nueva realidad y llamó estratégicamente al consenso y reconocimiento de la diversidad política existente en la segunda vuelta, mientras el correísmo se mantuvo en las estrategias de polarización que históricamente le han caracterizado. En una campaña económicamente desigual, donde los mass media y la estructura del Estado tomaron partido por la opción conservadora, esto determinó que el casi 50% del electorado que en primera vuelta no voto bajo el clivaje partidarios de Correa vs detractores de Correa optase o bien por el llamado al “voto nulo ideológico” que realizó el movimiento indígena o bien por la candidatura del banquero con el fin de impedir la vuelta de Rafael Correa al país. Todo el análisis a partir de este hecho es puntual y vinculado a estrategias de marketing electoral y disciplinas de campaña. 

Sobre un electorado de poco más de 13 millones de electores, el correísmo apenas tuvo capacidad de sumar 1.2 millones más de votos en el balotaje a los ya 3 millones de votos obtenidos en la primera vuelta. Lasso, sin embargo, obtenía 2.8 millones votos más que a la postre le darían el triunfo final con cinco puntos porcentuales de diferencia.

El futuro del progresismo en Ecuador

Esta derrota es la primera derrota electoral que sufre el correísmo desde el 2006, sin embargo, su lectura invita a un reflexión urgente: la persistencia de la tendencia política progresista en Ecuador como una opción política de peso pasa por la renovación real de sus cuadros dirigentes, un cambio de estilo en su narrativa política y su lógicas o modelo de liderazgo.

Arauz representa un intento de regeneración política de esta tendencia pese a que carece aún de identidad propia y un liderazgo sólidamente construido, no tiene hasta el momento canales de acercamiento con otras tendencias importantes de las izquierdas ecuatorianas que fueron minusvaloradas e incluso reprimidas durante la década de gobierno correísta, y no ha sido capaz todavía de posicionar un imaginario de lo que sería un progresismo de nuevo cuño en el país. Que le permitan avanzar en estos pendientes depende de como gestione su actual crisis interna el correísmo y del papel que Rafael Correa pretenda desarrollar a partir de este momento.

Todo esto deberá ser contextualizado en la nueva realidad regional latinoamericana, donde el segundo ciclo progresista se ve cercenado y muestra condiciones claramente diferenciadas al período anterior: es previsible a corto plazo un desgaste de la popularidad de Alberto Fernández; está por verse como se gestionarán las diferencias al interior del MAS entre el gobierno de Luís Arce y David Choquehuanca con Evo Morales; donde parece difícil que Pedro Castillo gane la segunda vuelta en Perú; en el cual está por verse la realización de las elecciones constituyentes en Chile; y en el que existen serías dudas sobre como evolucionaran próximas elecciones presidenciales en Brasil y Colombia en 2022.

En este contexto, el reto del progresismo ecuatoriano en el que se enmarca su subsistencia como opción política de alternancia está en conectar con las y los jóvenes, los sectores no ideologizados de la sociedad y con los movimientos sociales que en estas últimas elecciones les rechazaron. Todo ello teniendo en cuenta que parece difícil que su líder principal, Rafael Correa, pueda sostener durante cuatro años más su actual capacidad de incidencia en la política nacional tendiendo en cuenta la imposibilidad de hacerse presente en el país, así como su incidencia en los foros progresistas internacionales tras esta derrota electoral.

En definitiva, o el progresismo ecuatoriano supera la relación líder-masa que le ha caracterizado hasta el momento y se democratiza, abriéndose y dialogando de igual a igual con otros sectores y tendencias políticas o terminará convirtiéndose en una fuerza con cada vez menor capacidad de disputa por el poder institucional.

Movimiento Indígena

Pese a los exitosos resultados obtenidos en este proceso electoral obtenidos por Pachakutik, aparato político construido en 1995 por el movimiento indígena liderado por la CONAIE, el conflicto interno existente es evidente. 

A la candidatura de Yaku Pérez apenas le faltaron unos 32 mil votos para meterse en la segunda vuelta, situación con la que hubiera desplazado de la contienda al actual presidente electo. Por primera vez en su historia Pachakutik logró introducirse como la opción política por la que votaron jóvenes y sectores urbanos descreídos del política pero con sensibilidad hacia causas sociales, especialmente las que tienen que ver con la defensa el agua y naturaleza en general. 

Yaku Pérez, quien denunciara un supuesto fraude electoral en favor del candidato banquero que le impidió llegar a la segunda vuelta, asumió en la segunda vuelta la llamada al “voto nulo ideológico” consensuada en la asamblea general de la CONAIE. Sin embargo, parte importante de la dirigencia del Pachakutik se inclinó durante la fase final de la contienda electoral por una posición claramente a favor del candidato Guillermo Lasso. Unos lo hicieron de forma más sutil y otros de manera más transparente -entre ellos el propio binomio presidencial de Pérez-, pese a que el movimiento indígena se haya históricamente caracterizado por una posición de conflicto y resistencia a la aplicación de políticas neoliberales en el país. Como reacción a esto, un sector amazónico del movimiento indígena aparecería en la última semana de campaña apoyando la candidatura de Arauz y rompiendo también públicamente con el consenso previamente acordado.

El rechazo a las políticas hiperextractivistas sobre las que se sostuvo el modelo económico de la década correísta y la presión ejercida sobre los territorios biodiversos con alta riqueza natural, sumado a la represión efectuada sobre líderes y comunidades indígenas, decantó gran parte del voto de las comunidades rurales a favor de la candidatura de Guillermo Lasso en la segunda vuelta. Basta analizar la cartografía electoral para ver que fue Quito -clase media, jóvenes y profesionales urbanos- junto a Sierra Centro -territorio con gran incidencia del mundo indígena- quienes determinaron la victoria conservadora el pasado 11 de abril.

Pero más allá de dolores y rencores acumulados derivados del autoritario modelo de mando ejercido por Rafael Correa durante su gestión de gobierno, se hizo evidente que el llamado al voto nulo tenía poco sintonía con la problemática realidad que se vive en las comunidades rurales y que se ha visto fuertemente agravada por la pandemia. Más allá del planteamiento político intelectual realizado desde sectores ilustrados y acomodados, así como desde las dirigencias del movimiento indígena, las comunidades sienten que no es posible resolver sus problemas sin relacionarse, de una u otra forma, con las estructuras de poder. En realidad, la adscripción al voto nulo a manera de rechazo a las dos candidaturas finalmente en liza creció aproximadamente en un millón de electores, lo cual es importante, pero apenas significó el 45% del sumatorio de votos obtenidos por Pachakutik e Izquierda Democrática -organizaciones políticas que llamaron a esa opción de voto- en la primera vuelta. En resumen, fueron el electorado urbano donde el empresario outsider Hervas había tenido buena entrada y el electorado indígena tradicionalmente rural quien le dieron el triunfo al neoliberalismo en estas elecciones. 

Lo que se viene…

Será la historia quien juzgue el actuar de dirigentes políticos, sociales y pretendidos intelectuales antisistémicos sobre los resultados de su actuar político en estas elecciones y el nivel de dolor que esto significará por la aplicación de paquetes de políticas de austeridad para los sectores socialmente más vulnerables. En todo caso, el país se enfrenta a una agenda política y económica profundamente neoliberal que precarizará aún más el mercado laboral ecuatoriano, reducirá aún más el Estado como mecanismo para buscar la reducción del déficit fiscal, primará el servicio de deuda ante las necesidades y urgencias que se vive a lo interno del país, profundizará el galopante deterioro de los servicios públicos y los sistemas de protección social, aplicará una variante del modelo chileno sobre el sistema de seguridad social, así como privatizara empresas y patrimonio público. Todo ello más allá de un recorte general de derechos y libertades.

En todo caso, desde los sectores de la resistencia social y ante el próximo congreso de CONAIE, el cual tendrá lugar el próximo primero de mayo, se hace urgente el triunfo de una candidatura que represente las movilizaciones prepandémicas desarrolladas en Octubre del 2019. Últimas expresiones masivas de resistencia a las políticas neoliberales implementadas ya en el actual gobierno y que responden a la agenda político-económica impuesta desde el FMI. Frente a esta posición de lucha y resistencia, volverán sin duda a sintonizarse variopintos intereses entre los cuales no estarán excluidos aquellos expurios a la construcción de poderes contrahegemónicos y de ambiciones personales más vinculadas a la política institucional que la movilización y construcción de un tejido social con capacidad de respuesta.

Fuente: vientosur.info


Final de época

 


Por Decio Machado

La victoria del banquero Guillermo Lasso implica la superación psicológica para una parte importante de los ecuatorianos de lo que significó la crisis económica de 1998-1999, que desembocó en un histórico feriado bancario –con el cierre de casi el 70 por ciento de las instituciones financieras– y el mayor éxodo de la historia del país. Hasta la fecha, el recuerdo de que Lasso –propietario de la segunda institución financiera privada más importante de Ecuador– multiplicó sustancialmente su fortuna en una maniobra especulativa con los depósitos congelados por aquella crisis hacía imposible su victoria electoral. De allí que la candidatura de Andrés Arauz tuviera en el balotaje el eslogan «El país o la banca», que, sin embargo, motivó un escaso engagement en los indecisos, especialmente los más jóvenes. Estamos, por tanto, ante un nuevo país, atravesado por clivajes de nuevo orden, que no responden ya a ese pasado reciente que dio el triunfo electoral de forma permanente e indiscutible al correísmo a lo largo de los últimos 15 años.

El correísmo es el fruto de un momento histórico marcado por el boom latinoamericano de las commodities (2003-2013). Sin los excedentes petroleros que permitieron un inédito volumen de ingresos para el Estado, no habría sido posible ni realizar las grandes obras de infraestructura que modernizaron parte del país ni aplicar las políticas compensatorias que fueron el eje de la gobernabilidad correísta. El fin de aquel ciclo económico implicó el inicio de la decadencia de ese proyecto político. Para comprobar lo anterior, basta un somero análisis de los últimos tres resultados electorales en la primera vuelta: en 2013, del total de votos válidos, Rafael Correa obtuvo el 57,17 por ciento –y evitó el balotaje–; en 2017, con Lenín Moreno como su delfín, el resultado fue del 39,36 por ciento –Moreno ganó luego en la segunda vuelta, con apenas un 2,82 por ciento de ventaja–; este año, Arauz obtuvo apenas el 32,72 por ciento y perdió en el balotaje por 4,94 puntos porcentuales.

Pese a lo anterior, la situación política y económica que vive hoy Ecuador propiciaba, a priori, las condiciones para un triunfo correísta. Moreno, quien ya vuelto contra Correa mantuvo, no obstante, viva su figura (ahora en calidad de víctima de la persecución judicial), encabezó una gestión deplorable con respecto a los intereses populares. Además, más allá del contraste de la crisis actual con las épocas de abundancia correísta, fueron tanto el propio Lasso como sus aliados, los socialcristianos de Jaime Nebot, quienes sostuvieron políticamente a Moreno frente a la enorme deslegitimación social de su gobierno. De igual manera, la pandemia puso de relieve la necesidad de un Estado fuerte, con capacidad para proteger a sus ciudadanos, en contra del discurso de achicamiento estatal propuesto por Lasso. Y, siendo Ecuador uno de los países de la región con menor acceso a las vacunas contra el covid-19, varias de las que llegaron fueron distribuidas de manera escandalosa entre las elites que forman la base social del candidato conservador.

Sin embargo, la elección demostró que la fractura correísmo/anticorreísmo ya no es la principal división del electorado ecuatoriano. Han cobrado importancia opciones hasta ahora de escaso peso en la cartografía institucional. Tanto el Pachakutik –brazo político del movimiento indígena, con un discurso básicamente ambientalista– como Izquierda Democrática –un viejo partido ubicado ideológicamente en el centro– lograron porcentajes de voto muy significativos (19,3 y 15,6 por ciento, respectivamente). La campaña desnudó, además, las dificultades del correísmo para implementar recambios en su liderazgo. Este es uno de los elementos que explotó la estrategia conservadora: a Arauz le costó posicionarse como líder de su movimiento y pareció siempre supeditado a Correa. Pese a que el expresidente no puede pisar el país, debido a las diversas y discutibles sentencias judiciales que pesan sobre él, la intensidad de su presencia mediática por medio de videoconferencias y la aparición de su imagen en la propaganda electoral progresista lo convirtieron en el verdadero protagonista.

En la práctica, el correísmo es Correa. Esto le permite transferir sus votos duros a un personaje hasta ahora semidesconocido como Arauz, pero, a su vez, le impone límites para captar votos. Los correístas viven la dicotomía de ser la tendencia con mayor porcentaje de voto incondicional (cerca de un 30 por ciento del electorado) y, al mismo tiempo, la fuerza con menor capacidad de crecimiento, debido a la resistencia que causa Correa en cada vez más sectores de la población. La campaña de Lasso leyó bien esta nueva realidad. Llamó al consenso y a reconocer la diversidad política de la segunda vuelta, mientras que el correísmo se mantuvo en la polarización que históricamente lo ha caracterizado. Con los mass media y el Estado claramente a favor de la opción conservadora, casi el 50 por ciento del electorado que en la primera vuelta no votó bajo el clivaje correísmo/anticorreísmo optó esta vez o bien por plegarse al llamado voto nulo ideológico del movimiento indígena, o bien por el banquero. Sobre un electorado de poco más de 13 millones, el correísmo apenas sumó en el balotaje 1,2 millones de votos con respecto a la primera vuelta. Lasso, sin embargo, vio aumentado su apoyo, entre una instancia y la otra, en 2,8 millones de votos.

Arauz no sólo carece aún de identidad propia y de un liderazgo sólidamente construido, sino que tampoco ha tenido canales de acercamiento con esas izquierdas ecuatorianas minusvaloradas e, incluso, reprimidas durante la década correísta. Tampoco ha sido capaz aún de posicionar un imaginario de lo que sería un progresismo de nuevo cuño. Que logre avanzar en estos pendientes depende de cómo gestione su actual crisis interna el correísmo y de qué papel asuma ahora Correa. Todo esto se enmarca en una nueva realidad regional latinoamericana, en la que el segundo ciclo progresista se ve cuestionado y enfrenta condiciones claramente diferentes a las del período anterior. En este contexto, el reto del progresismo ecuatoriano está en conectar con la juventud, los sectores no ideologizados de la sociedad y los movimientos sociales que en estas elecciones lo rechazaron.

Brecha.com.uy

sábado, 10 de abril de 2021

La incógnita del voto indígena

 


Por Decio Machado 

En la disputa de este domingo entre el conservador Lasso y el progresista Arauz será decisivo el apoyo de las comunidades originarias. Históricamente reacias tanto al correísmo como al neoliberalismo, se ven atravesadas hoy por una interna explosiva.

Decio Machado, desde Quito  

Brecha, 9-4-2021

La primera parecía romper con el clivaje correísmo versus anticorreísmo que había mantenido estática la política nacional desde 2006. Cerca de la mitad de los electores ecuatorianos optaron el 7 de febrero por opciones políticas diferentes a las que ahora se encuentran en disputa de cara al domingo 11, cuando se celebrará la segunda vuelta. Se destacaron en aquella primera ronda los resultados obtenidos por Yaku Pérez del Pachakutik –a quien le faltaron apenas 32 mil votos de un total de 10 millones para entrar en el balotaje– y Xavier Hervas, un outsider empresarial sin filiación partidista que se candidateó por la social-liberal Izquierda Democrática, una vieja organización política cuyos últimos éxitos electorales se remontaban a finales de la década del 80.

Ecuador llegaba a la contienda electoral en un situación de descomposición social e institucional nunca antes vista desde el feriado bancario de principio de siglo. El divorcio entre la ciudadanía y su establishment político es más que evidente: la población ecuatoriana, indican las encuestas, carece de optimismo respecto al futuro del país con independencia de quién gane la disputa electoral; las instituciones despiertan pocas simpatías (la satisfacción con la democracia cayó un 14 por ciento entre 2016 y 2019, según el barómetro Cultura Política de la Democracia en Ecuador y en las Américas), y los altos funcionarios del actual gobierno cuentan los días que les faltan para abandonar un barco que navega a la deriva en plena crisis económica.

«El gobierno de Lenín Moreno carece de liderazgo», han dictaminado el líder derechista Guillermo Lasso, y distintos analistas y académicos vinculados al progresismo. Pero la responsabilidad de que Moreno ocupe la poltrona presidencial del palacio de gobierno es compartida tanto por el correísmo –que lo posicionó como sucesor de Rafael Correa en la presidencia– como por las fuerzas políticas conservadoras, que lo mantuvieron en su cargo pese al rechazo popular que se ha acumulado día a día a lo largo de su gestión, hasta tocar fondo, con un 7 por ciento de aprobación popular en 2020. Ahora, sin embargo, ambos candidatos a la segunda vuelta, Lasso y Andrés Arauz, antiguo ministro de Correa, buscan desmarcarse de Moreno. Una de las principales estrategias de campaña, tanto de un lado como del otro, es vincular al adversario con el actual gobierno.

De este modo, si la primera vuelta significó la introducción de nuevos discursos en la anquilosada narrativa política ecuatoriana, como los vinculados a la cuestión de género, el ambiente y la innovación tecnológica, la segunda significa un retorno a la clásica polarización entre los partidarios y los detractores de Correa. Una polarización expresada en algunos relatos ya clásicos alimentados por la propaganda conservadora: «la libertad y la democracia» contra «el autoritarismo y el castrochavismo»; los pretendidos salvadores de la dolarización contra quienes querrían destruirla, «el ahorro de los ecuatorianos» contra esos que «se lo van a llevar todo para malgastarlo en el Estado»…

Tercero en discordia 

Mientras el liderazgo de Arauz sigue en entredicho bajo la sombra del expresidente Correa, de los 14 binomios presidenciales que quedaron fuera de la segunda vuelta, 12 han ido paulatinamente incorporándose a un frente común que pide el voto para Lasso. Las únicas excepciones son las candidaturas de Isidro Romero, un viejo empresario y dirigente deportivo cuya campaña en la primera vuelta se caracterizó por su excentricidad, y el propio Pérez. Sin embargo, en ambos casos, muchos de sus candidatos a legisladores y dirigentes territoriales se han posicionado también a favor del candidato de la derecha. Es importante tener en cuenta que el sistema de partidos ecuatoriano, con escasa o nula militancia de base, se caracteriza –a excepción del correísmo– por un voto no ideológico altamente volátil.

Los estrategas de Lasso –entre ellos, el conocido consultor internacional Jaime Durán Barba, asociado en los últimos años a la figura de Mauricio Macri– buscaron, con éxito, en las últimas semanas aislar a Arauz, posicionando a su rival banquero como arquetipo de hombre común y democrático, capaz de promover consensos en un país social y políticamente desestructurado. Pese a que Lasso obtuvo en la primera vuelta unos 700 mil votos menos que en la primera vuelta de las presidenciales de 2017, consiguió en las semanas siguientes al 7 de febrero superar a Arauz en hasta un 6 por ciento de la intención de voto reflejada por las encuestas.

No fue menor en esta gesta de Lasso la complicidad de la dirigencia del Pachakutik, brazo político del movimiento indígena, al que generalmente se le atribuye una posición de conflicto y resistencia a la aplicación de políticas neoliberales como las que propugna Lasso. Sin embargo, sus dirigentes han estado apoyando estos últimos días la candidatura conservadora –unos de forma velada y otros de manera transparente–, pese al llamado al «voto nulo ideológico» decidido el 15 de marzo por la asamblea general de la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conaie), que representa la base social del movimiento.

Esta cocción sostenida de tensiones en la interna indígena tuvo en el último tramo de la campaña un punto de inflexión. A inicios de esta semana, Jaime Vargas, presidente de la Conaie y uno de los líderes de la revuelta popular de octubre de 2019 (véase «País de lucha», Brecha, 11-IX-19), manifestaba su apoyo público a la candidatura de Arauz, secundado por varios pueblos y nacionalidades indígenas amazónicas. Con esto reventaba, por dentro y hacia fuera, un conflicto latente y silenciado por sus voceros en el interior de la Conaie y el Pachakutik: gran parte de las dirigencias y las comunidades estaba, en la práctica, ignorando la resolución adoptada previamente por el movimiento.

Interna indigenista 

El impacto de la pandemia agudizó de forma superlativa la crisis económica y la desigualdad que venían de antes. Pese al llamado al voto nulo de la Conaie, amplios sectores de las comunidades rurales que forman parte de ella pueden sentir que no es posible resolver los problemas que les ha causado este contexto sin relacionarse, de alguna forma, con el poder. Así, tanto las candidaturas de Arauz como la del propio Lasso han tenido cabida en muchos de los territorios indígenas donde la Conaie es hegemónica, lo que podría provocar una dispersión considerable del voto indígena.

Por otro lado, la campaña presidencial en primera vuelta de Pérez ignoró de forma intencionada la acumulación política que significó el levantamiento popular de octubre de 2019. Este fue un alzamiento de los de abajo encabezado por el propio movimiento indígena, que se opuso a las políticas neoliberales implementadas por el gobierno de Moreno bajo la égida del Fondo Monetario Internacional. Entender el porqué de la renuncia de Pérez a ese legado pasa, en buena medida, por comprender las limitaciones que en lo político implican las estrategias de captación de votos en las contiendas electorales. Lo cierto es que la preocupación de muchos de los actores involucrados en octubre se intensificó tras el llamado de muchos de los dirigentes del Pachakutik –entre ellos, Virna Cedeño, compañera de fórmula de Pérez– a votar por la candidatura de Lasso, un representante de las elites y el sector financiero.

El posterior posicionamiento de Vargas a favor de Arauz obligó entonces a la dirigencia indígena a censurar ambos apoyos y llegar a plantear la expulsión tanto de Vargas como de Cedeño. Pero lo que está detrás de estos pronunciamientos es que muchos dirigentes territoriales se sienten ahora autorizados para hacer campaña en pro de una u otra opción del balotaje, más allá de los consensos alcanzados en la Conaie. En paralelo, hay una disputa en ciernes por el liderazgo de la confederación indígena, que tendrá su próximo congreso el 1 de mayo. Hay quienes buscan golpear a Leonidas Iza, principal referente de la movilización de 2019 y de la renovación dirigencial del movimiento, bajo la acusación, nunca probada, de connivencia con el correísmo. Las posiciones de Iza, sin embargo, parecen correr por otros carriles. El lunes, en las redes sociales, afirmó: «Nuestros sueños no caben en las urnas […], las elecciones son un instrumento poderoso que sirve para dividir a la sociedad y sus estructuras sociales […]. Sin embargo, este voto nulo tiene diferentes matices: ciertos actores políticos van en ese camino por venganza política, y otros, por oportunismo».

Recta final 

En todo caso, el apoyo de Vargas y algunas estructuras territoriales indígenas a la candidatura progresista le ha dado oxígeno a Arauz, quien pudo romper con el aislamiento al que lo venía sometiendo la estrategia conservadora. Además, reposicionó en la agenda electoral el discurso de la revuelta, con toda su carga de resistencia al neoliberalismo. Con ello, permitió articular una nueva narrativa: pese a los horrores en que habría caído el correísmo respecto a su comportamiento frente a las organizaciones populares autónomas y pese a que esta tendencia política no represente para los indígenas un instrumento válido de transformación social, los más de 50 mil muertos ecuatorianos por la pandemia serían el fruto de políticas neoliberales puestas en marcha a través de programas de austeridad, achicamiento del Estado y deterioro de los servicios públicos de atención y protección de la ciudadanía, como los propuestos históricamente por Lasso.

En paralelo, la prensa local ha informado del penúltimo de los episodios de corrupción que día a día se suceden en el país: las vacunas vip. Ecuador es uno de los países con menos inoculados de la región y algunas de las pocas dosis que hasta el momento han llegado al país habrían sido repartidas entre sectores de las elites económicas y allegados a altos funcionarios del gobierno nacional. Entre ellos, miembros del entorno cercano de Lasso. En este escenario, en los últimos días la candidatura de Arauz ha remontado varios puntos porcentuales hasta llegar al actual empate técnico en los sondeos. El número de indecisos, mientras tanto, asciende a entre un 8 y un 17 por ciento, según las diferentes encuestas.

Arauz ganará esta disputa electoral si asistimos a aquello que alguna vez el filósofo Jacques Rancière denominó politización del dolor, es decir, lo que anteriormente no se vivía de forma política –hogares que no pueden cubrir sus necesidades básicas, muertes de familiares por covid-19, desestructuración social– pasa a expresarse en las urnas. Por su parte, Lasso conseguirá alcanzar la presidencia de la república en su tercer intento si consigue imponer su estrategia de voto del miedo. En cualquiera de los casos, sin embargo, el país continuará roto y sin seguridad respecto al futuro.

viernes, 2 de abril de 2021

La administración Biden inaugura su política internacional manifestando su voluntad de volver al multilateralismo

 


Por Decio Machado / Editor de Ecuador Today

En el informe sobre derechos humanos que realiza anualmente Estados Unidos, cuya última edición fue publicada el pasado 30 de marzo, se sitúa como elementos destacados de crítica el “genocidio de los uigures” en China y la persecución a los disidentes políticos en Rusia, entre otros abusos.

Este informe del Departamento de Estado en el cual se analiza la situación de los derechos humanos en casi 200 países, pone énfasis en que durante el último año se han producido “casos de genocidio y crímenes contra la humanidad, predominantemente contra los uigures musulmanes y otros grupos étnicos y religiosos minoritarios en Xinjiang». En el documento se dice que hay “mas de dos millones de uigures sometidos a programas diarios de reeducación”, a los que se suman un millón más que están en campos de internamiento extrajudiciales. De igual manera, el informe estadounidense recoge los casos de cuatro periodistas chinos desaparecidos que informaron sobre los primeros casos de Covid-19 en Wuhan, así como el acoso policial y censura sobre un grupo de académicos que también cuestionaron la narrativa oficial de dicho gobierno respecto a la pandemia.

En la presentación pública de dicho informe, Antony Blinken, actual secretario de Estado de la administración Biden, subrayó que muchos gobierno han utilizado la crisis del coronavirus como “pretexto para restringir los derechos y consolidar actuaciones autoritarias”. 

Respecto a Rusia, el informe destaca la situación en la que se encuentra el opositor Alexéi Navalni, encarcelado a su vuelta al país tras ser tratado por el envenenamiento con novichok (agente nervioso que también fue empleado en un ataque en Reino Unido contra el exespía ruso Sergei Skripal en marzo de 2018) en Alemania. Según el vocero de la política exterior estadounidenses, habría “informes creíbles” en los cuales se evidencia la mano oculta del Servicio de Seguridad Federal ruso tras este atentado.

Más allá de a sus dos principales geopolíticos, el informe también se refiere con dureza respecto al gobierno de Aleksandr Lukashenko, Bielorrusia, denunciando arrestos arbitrarios, palizas y violencia de múltiples tipos contra manifestantes opositores. Define a Bielorrusia como “un Estado autoritario” y señala una larga lista de violaciones a los derechos humanos realizadas con impunidad durante este último período.

El informe utiliza el término “ocupado” para definir la situación en la que se encuentran los territorios de Cisjordania, la Franja de Gaza, los Altos del Golán y Jerusalén Este, lo cual es una novedad respecto a las publicaciones anteriores realizadas durante la era Trump.

Los contenidos del informe sintonizan con la posición que Blinken lleva manifestando desde hace semanas atrás respecto a que el gobierno de Joe Biden piensa mantener como uno de los ejes fundamentales de su política exterior el cuestionamiento y censura a las “violaciones de los derechos humanos donde sea que se produzcan y sin importar quienes sean los responsables”.

En su debut ante Naciones Unidas el pasado 29 de marzo, el alto funcionario estadounidense manifestó la voluntad de su país en restablecer un renovado compromiso con esta organización, entendiéndola como “el ancla del sistema multilateral” e indicando que “ese sistema multilateral es de vital importancia para Estados Unidos”.