Director de la Fundación Alternativas Latinoamericanas de Desarrollo Humano y Estudios Antropológicos (ALDHEA)
Desde la derrota oficialista en las elecciones legislativas del
pasado 6 de diciembre, proceso en el cual dos millones de venezolanos que antes
apoyaban al chavismo le dieron la espalda, el centro de mando del gobierno
bolivariano no encuentra su rumbo. Al respecto, cabe recortar que el vía crucis de Nicolás Maduro comenzó
tres años atrás, cuando en las elecciones presidenciales del 2013 se impuso a
su adversario Henrique Capriles por tan solo 200.000 votos.
¿Qué pasó con el
proceso político bolivariano?
Si algo ha caracterizado al Estado venezolano ha sido su agudizada
tendencia a la ineficacia en la gestión de sus políticas públicas. Pero más
allá de ello, con voluntad política la ineficacia puede ser solventada en
cualquier momento, el problema fundamental del chavismo es que derivó en un esquema
burocrático que quedó vació de contenido desde el punto de vista emancipatorio.
El concepto de socialismo que se maneja desde las dirigencias del PSUV fue hace
años prostituido y la auto-organización popular fue absorbida por un esquema
vertical anclado a este partido desde su conformación en el año 2006. Dos años después ya no existían ni tomas de empresas ni ocupaciones de latifundios baldíos. Es así
como se asfixió a los movimientos sociales autónomos y revolucionarios que
acompañaron inicialmente el proceso, siendo estos poco a poco cooptados,
menguando su capacidad de movilización y quedando en manos de un aparato
burocrático que se enraizó en el poder del Estado. Incluso las misiones, que
originalmente fueron concebidas como espacios dirigidos al empoderamiento
popular, quedaron en manos de una burocracia ministerial de ética cuestionable
y notable incapacidad para una gestión eficiente sobre la renta petrolera.
En resumen, no fue la derecha reaccionaria y golpista la que mató el proceso revolucionario, y no por falta de ganas sino por incapacidad política para ello. Tampoco fue la “guerra económica” ni el imperialismo injerencista
quien desarticuló las bases chavistas del proceso. Ni siquiera queda ya una
burguesía –desde su estricta concepción marxista- que tenga capacidad de poner
en jaque al Estado bolivariano. El responsable real de la desarticulación del
embrionario poder popular que en algún momento se vivió en Venezuela ha sido el
propio Estado burocrático. Citando a Roland Denis, ex viceministro de
Planificación del régimen, el socialismo no tiene porqué ser un sistema de
burócratas que controlan a otros burócratas centralizándolo todo bajo criterios
caducos que corresponden a una izquierda del pasado derrotada ya años atrás.
Pero el problema se agudizó tras la muerte del comandante Hugo
Chávez. El traspaso de mando no pudo ser más desastroso, y a pesar de que Maduro
pretenda vivir arropado bajo el fantasma de Chávez, es palpable para el conjunto
de la sociedad la distancia existente entre una figura política y la otra. De
hecho, el gobierno de Maduro ni siquiera cuanta con una hoja de ruta que lo
conduzca hacia un proyecto futuro de país.
Estrategias de la oposición
conservadora
Bajo este contexto y en gran parte extinguida la conciencia social
desarrollada en algún momento entre amplias capas de los sectores populares,
cuatro son los ejes combinados que conforman la estrategia que la oposición
política venezolana ha diseñado para derribar al actual gobierno: una enmienda
constitucional para acortar el mandato presidencial de seis a cuatro años, un
referéndum revocatorio para destituir al presidente, la conformación de una
nueva Asamblea Constituyente que de al traste con los avances incorporados en
la actual Carta Magna y en paralelo a todo ello, la convocatoria de
movilizaciones populares para agudizar la presión política y obligar al actual
mandatario a su renuncia.
El acuerdo respecto a esta estrategia parece ser unánime en la
Mesa de la Unidad Democrática (MUD), quedando por ver como será el desenlace de
este conflicto frente a las posiciones pro-gubernamentales del Tribunal Supremo
(integrado en su mayoría por ex funcionarios y personalidades vinculadas al
chavismo) y las Fuerzas Armadas. Ante la ofensiva conservadora el presidente
Nicolás Maduro tiene la consigna clara: resistir como sea hasta el final.
La batalla política por el sillón presidencial del Palacio de
Miraflores se da en un momento donde la crisis de credibilidad gubernamental es
cada vez mayor. No hay capacidad por parte del Ejecutivo para sostener una
propuesta político-económica creíble dirigida hacia la salida de la crisis. La
estrategia de los 9 motores de la economía no es nueva y su impacto desde el
punto de vista productivo es nulo, teniendo además escasa sintonía con los
pretendidos objetivos revolucionarios del proceso bolivariano a medio y largo
plazo. Todo ello mientras la inflación se estima en 180% al cierre del 2015, la
escasez de medicamentos en hospitales ronda entre el 70 y el 80% y la de
alimentos está provocando cada vez mayores penurias entre la población. El
mercado negro se ha situado como referente de abastecimiento para quien puede
pagar entre tres y diez veces el precio establecido en el mercado oficial para
estos productos, mientras una cada vez más delirante sobre evaluación del
bolívar podría terminar conllevando a situaciones de hambruna. Con un dólar que
flota desde los 200 bolívares, la hiperinflación tiende a aumentar a la par que
a las familias el salario ya no les permite cubrir sus gastos mensuales.
Es innegable el desgaste que tiene Nicolás Maduro y el PSUV ante
la ciudadanía venezolana. Incluso los sectores más concienciados de la sociedad
venezolana han perdido el sentimiento de proyecto colectivo del que en algún
momento se dotó el chavismo, quedando el campo abierto a la individualización
-sálvese quien pueda- de la sociedad. En todo caso es un hecho que el precio
del petróleo (95% de los ingresos de divisas de Venezuela) ha dictado durante
mucho tiempo la popularidad de sus líderes.
Un proceso político con necesidad de cambios
Si bien gran parte de los problemas económicos que hoy vive Venezuela
se pueden encontrar ya analizados en los primeros esfuerzos del ex presidente
Hugo Chávez para reorganizar radicalmente la economía del país a inicios del
presente siglo, sus resultados finales no fueron los más acertados. Todo ello a
pesar de que durante el período 2004 – 2008 el país viviese un ritmo de crecimiento
anual con promedio del 10%. En la actualidad existe creciente
cuestionamiento social a los errores generados dentro de la gestión estatal y a
la generalizada corrupción enraizada en la cúpula burocrática gubernamental. La
economía y la corrupción dejaron de ser las asignaturas pendientes del chavismo
para convertirse en su talón de Aquiles. Son estos factores los que aprovecha
la oposición política conservadora para en la actualidad erigir una
movilización política de carácter electoral. Se evidencia entonces que la
centralización del poder planteada en su momento por Chávez ha sido un error
que hoy paga con creces un proceso político que de revolucionario ya no le
queda nada. El eje fundamental de cualquier proceso realmente revolucionario se
basa en el control social, en la capacidad que tiene la sociedad para influir
en la toma de decisiones que se ejecutan desde el Estado, algo que
lamentablemente ni en Venezuela ni en el resto de países con gobierno
autodefinidos como transformadores se ha llevado a la práctica.
A pesar de que el chavismo considere que la estrategia opositora
de pedir una revocatoria del mandato a Maduro es golpista y destituyente, cabe
indicar que fue el propio comandante Chávez quien incluyó dicha figura en la
reforma constitucional de 1999. Incluso se sometió exitosamente a ella en 2004,
triunfando holgadamente.
En la coyuntura actual el cambio político es inevitable en
Venezuela. El acelerado proceso inflacionario, la profundización de la escasez,
el colapso del crecimiento económico junto al deteriorado ingreso petrolero
propician la actual estrategia opositora y hace cada vez más inviable el
sostenimiento del régimen sin la carismática figura de Chávez. Es más, en las
condiciones actuales no sería de extrañar que sea desde la propia casta
burocrática chavista desde donde se pida en algún momento la renuncia de
Maduro, buscando conformar un gobierno de transición que les permita llegar al
2019. Gran parte de la dirigencia del PSUV es consciente de que en la situación
actual no hay manera que su formación política sobreviva a las próximas
elecciones seccionales ni a las futuras presidenciales. Crece en las filas
chavistas la opinión de que si no se le pone freno a este suicidio político –el
país corre riesgo de impago de deuda externa, profundizar la hiperinflación y
llegar la ingobernabilidad- el chavismo como opción política podría incluso desaparecer.
Es por ello, que el PSUV podría llegar a sacrificar políticamente
a Maduro, pues más allá de que hayan sido capaces de anular temporalmente el
poder de la oposición en la Asamblea Nacional (los conservadores cuentan con
109 de los 167 curules existentes), en el hipotético caso de un revocatorio la derrota
electoral está prácticamente asegurada. Queda en todo caso la duda de que dentro
de las filas de la dirigencia chavista existan condiciones para rearticular
eficazmente estrategias, depurar la corrupción, renovar de forma adecuada sus
liderazgos y refundarse como proyecto político volviendo a generar los sueños e
ilusiones que acompañaron la primera fase del proceso bolivariano.
Respecto al mapa global, el cambio de ciclo que atraviesa el
subcontinente complica los apoyos internacionales con los que hasta ahora ha
contado el chavismo en la región. En la última reunión del MERCOSUR el
presidente Macri abogó por la salida de Venezuela del bloque económico
suramericano, mientras que desde el congreso brasileño de mayoría conservadora se
está presionando fuertemente a Dilma Rousseff para que se pronuncie en contra
de Maduro y por la liberación de Leopoldo López.
Así las cosas, difícil se le plantea el futuro a Venezuela. La
estrategia del que “lo que se viene será peor” cada vez tiene menos adeptos a
pesar de lo políticamente cuestionable que es la oposición conservadora,
mientras que en la sociedad venezolana cunde el descontento y la impotencia
ante un gobierno que hace aguas por doquier.