martes, 22 de marzo de 2016

Venezuela: un proceso a la deriva

Por Decio Machado
Director de la Fundación Alternativas Latinoamericanas de Desarrollo Humano y Estudios Antropológicos (ALDHEA)

Desde la derrota oficialista en las elecciones legislativas del pasado 6 de diciembre, proceso en el cual dos millones de venezolanos que antes apoyaban al chavismo le dieron la espalda, el centro de mando del gobierno bolivariano no encuentra su rumbo. Al respecto, cabe recortar que el vía crucis de Nicolás Maduro comenzó tres años atrás, cuando en las elecciones presidenciales del 2013 se impuso a su adversario Henrique Capriles por tan solo 200.000 votos.


¿Qué pasó con el proceso político bolivariano?

Si algo ha caracterizado al Estado venezolano ha sido su agudizada tendencia a la ineficacia en la gestión de sus políticas públicas. Pero más allá de ello, con voluntad política la ineficacia puede ser solventada en cualquier momento, el problema fundamental del chavismo es que derivó en un esquema burocrático que quedó vació de contenido desde el punto de vista emancipatorio. El concepto de socialismo que se maneja desde las dirigencias del PSUV fue hace años prostituido y la auto-organización popular fue absorbida por un esquema vertical anclado a este partido desde su conformación en el año 2006. Dos años después ya no existían ni tomas de empresas ni ocupaciones de latifundios baldíos. Es así como se asfixió a los movimientos sociales autónomos y revolucionarios que acompañaron inicialmente el proceso, siendo estos poco a poco cooptados, menguando su capacidad de movilización y quedando en manos de un aparato burocrático que se enraizó en el poder del Estado. Incluso las misiones, que originalmente fueron concebidas como espacios dirigidos al empoderamiento popular, quedaron en manos de una burocracia ministerial de ética cuestionable y notable incapacidad para una gestión eficiente sobre la renta petrolera.

En resumen, no fue la derecha reaccionaria y golpista la que mató el proceso revolucionario, y no por falta de ganas sino por incapacidad política para ello. Tampoco fue la “guerra económica” ni el imperialismo injerencista quien desarticuló las bases chavistas del proceso. Ni siquiera queda ya una burguesía –desde su estricta concepción marxista- que tenga capacidad de poner en jaque al Estado bolivariano. El responsable real de la desarticulación del embrionario poder popular que en algún momento se vivió en Venezuela ha sido el propio Estado burocrático. Citando a Roland Denis, ex viceministro de Planificación del régimen, el socialismo no tiene porqué ser un sistema de burócratas que controlan a otros burócratas centralizándolo todo bajo criterios caducos que corresponden a una izquierda del pasado derrotada ya años atrás.

Pero el problema se agudizó tras la muerte del comandante Hugo Chávez. El traspaso de mando no pudo ser más desastroso, y a pesar de que Maduro pretenda vivir arropado bajo el fantasma de Chávez, es palpable para el conjunto de la sociedad la distancia existente entre una figura política y la otra. De hecho, el gobierno de Maduro ni siquiera cuanta con una hoja de ruta que lo conduzca hacia un proyecto futuro de país.

Estrategias de la oposición conservadora

Bajo este contexto y en gran parte extinguida la conciencia social desarrollada en algún momento entre amplias capas de los sectores populares, cuatro son los ejes combinados que conforman la estrategia que la oposición política venezolana ha diseñado para derribar al actual gobierno: una enmienda constitucional para acortar el mandato presidencial de seis a cuatro años, un referéndum revocatorio para destituir al presidente, la conformación de una nueva Asamblea Constituyente que de al traste con los avances incorporados en la actual Carta Magna y en paralelo a todo ello, la convocatoria de movilizaciones populares para agudizar la presión política y obligar al actual mandatario a su renuncia.

El acuerdo respecto a esta estrategia parece ser unánime en la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), quedando por ver como será el desenlace de este conflicto frente a las posiciones pro-gubernamentales del Tribunal Supremo (integrado en su mayoría por ex funcionarios y personalidades vinculadas al chavismo) y las Fuerzas Armadas. Ante la ofensiva conservadora el presidente Nicolás Maduro tiene la consigna clara: resistir como sea hasta el final.

La batalla política por el sillón presidencial del Palacio de Miraflores se da en un momento donde la crisis de credibilidad gubernamental es cada vez mayor. No hay capacidad por parte del Ejecutivo para sostener una propuesta político-económica creíble dirigida hacia la salida de la crisis. La estrategia de los 9 motores de la economía no es nueva y su impacto desde el punto de vista productivo es nulo, teniendo además escasa sintonía con los pretendidos objetivos revolucionarios del proceso bolivariano a medio y largo plazo. Todo ello mientras la inflación se estima en 180% al cierre del 2015, la escasez de medicamentos en hospitales ronda entre el 70 y el 80% y la de alimentos está provocando cada vez mayores penurias entre la población. El mercado negro se ha situado como referente de abastecimiento para quien puede pagar entre tres y diez veces el precio establecido en el mercado oficial para estos productos, mientras una cada vez más delirante sobre evaluación del bolívar podría terminar conllevando a situaciones de hambruna. Con un dólar que flota desde los 200 bolívares, la hiperinflación tiende a aumentar a la par que a las familias el salario ya no les permite cubrir sus gastos mensuales.

Es innegable el desgaste que tiene Nicolás Maduro y el PSUV ante la ciudadanía venezolana. Incluso los sectores más concienciados de la sociedad venezolana han perdido el sentimiento de proyecto colectivo del que en algún momento se dotó el chavismo, quedando el campo abierto a la individualización -sálvese quien pueda- de la sociedad. En todo caso es un hecho que el precio del petróleo (95% de los ingresos de divisas de Venezuela) ha dictado durante mucho tiempo la popularidad de sus líderes.

Un proceso político con necesidad de cambios

Si bien gran parte de los problemas económicos que hoy vive Venezuela se pueden encontrar ya analizados en los primeros esfuerzos del ex presidente Hugo Chávez para reorganizar radicalmente la economía del país a inicios del presente siglo, sus resultados finales no fueron los más acertados. Todo ello a pesar de que durante el período 2004 – 2008 el país viviese un ritmo de crecimiento anual con promedio del 10%.  En la actualidad existe creciente cuestionamiento social a los errores generados dentro de la gestión estatal y a la generalizada corrupción enraizada en la cúpula burocrática gubernamental. La economía y la corrupción dejaron de ser las asignaturas pendientes del chavismo para convertirse en su talón de Aquiles. Son estos factores los que aprovecha la oposición política conservadora para en la actualidad erigir una movilización política de carácter electoral. Se evidencia entonces que la centralización del poder planteada en su momento por Chávez ha sido un error que hoy paga con creces un proceso político que de revolucionario ya no le queda nada. El eje fundamental de cualquier proceso realmente revolucionario se basa en el control social, en la capacidad que tiene la sociedad para influir en la toma de decisiones que se ejecutan desde el Estado, algo que lamentablemente ni en Venezuela ni en el resto de países con gobierno autodefinidos como transformadores se ha llevado a la práctica.

A pesar de que el chavismo considere que la estrategia opositora de pedir una revocatoria del mandato a Maduro es golpista y destituyente, cabe indicar que fue el propio comandante Chávez quien incluyó dicha figura en la reforma constitucional de 1999. Incluso se sometió exitosamente a ella en 2004, triunfando holgadamente.

En la coyuntura actual el cambio político es inevitable en Venezuela. El acelerado proceso inflacionario, la profundización de la escasez, el colapso del crecimiento económico junto al deteriorado ingreso petrolero propician la actual estrategia opositora y hace cada vez más inviable el sostenimiento del régimen sin la carismática figura de Chávez. Es más, en las condiciones actuales no sería de extrañar que sea desde la propia casta burocrática chavista desde donde se pida en algún momento la renuncia de Maduro, buscando conformar un gobierno de transición que les permita llegar al 2019. Gran parte de la dirigencia del PSUV es consciente de que en la situación actual no hay manera que su formación política sobreviva a las próximas elecciones seccionales ni a las futuras presidenciales. Crece en las filas chavistas la opinión de que si no se le pone freno a este suicidio político –el país corre riesgo de impago de deuda externa, profundizar la hiperinflación y llegar la ingobernabilidad- el chavismo como opción política podría incluso  desaparecer.

Es por ello, que el PSUV podría llegar a sacrificar políticamente a Maduro, pues más allá de que hayan sido capaces de anular temporalmente el poder de la oposición en la Asamblea Nacional (los conservadores cuentan con 109 de los 167 curules existentes), en el hipotético caso de un revocatorio la derrota electoral está prácticamente asegurada. Queda en todo caso la duda de que dentro de las filas de la dirigencia chavista existan condiciones para rearticular eficazmente estrategias, depurar la corrupción, renovar de forma adecuada sus liderazgos y refundarse como proyecto político volviendo a generar los sueños e ilusiones que acompañaron la primera fase del proceso bolivariano.
  
Respecto al mapa global, el cambio de ciclo que atraviesa el subcontinente complica los apoyos internacionales con los que hasta ahora ha contado el chavismo en la región. En la última reunión del MERCOSUR el presidente Macri abogó por la salida de Venezuela del bloque económico suramericano, mientras que desde el congreso brasileño de mayoría conservadora se está presionando fuertemente a Dilma Rousseff para que se pronuncie en contra de Maduro y por la liberación de Leopoldo López.

Así las cosas, difícil se le plantea el futuro a Venezuela. La estrategia del que “lo que se viene será peor” cada vez tiene menos adeptos a pesar de lo políticamente cuestionable que es la oposición conservadora, mientras que en la sociedad venezolana cunde el descontento y la impotencia ante un gobierno que hace aguas por doquier.



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