Por Decio Machado
Pese a que el debate sobre
las drogas está cambiando en el mundo y son múltiples los países que ya viraron
sus estrategias, en Ecuador abordar el asunto de su legalización sigue siendo un
tabú.
Encarar una temática donde las políticas han fracasado
debería ser una prioridad de Estado. Sin embargo, el silencio gubernamental o
el discurso banal limitado a la famosa tabla de consumo demuestra nuestra
aciaga realidad política.
Defender tesis heterodoxas siempre es difícil, pero como
dijo el cineasta brasileño Glauber Rocha, “la finalidad del artista es
enfurecer”, lo que se convierte en
oportuno ante la cobardía generalizada del establishment político nacional.
Ecuador es un país donde crece aceleradamente la
demanda de medicamentos antidepresivos, según datos revelados por International
Marketing Services. Por lo tanto, nada que envidiar a Estados Unidos o al resto
del mundo, donde el Prozac y en general los inhibidores de la serotonina
encabezan las listas de fármacos más deseados.
Primera conclusión: dejémonos de cinismos, vivimos en
una sociedad que se droga de manera permanente mediante productos distribuidos en
farmacias.
Lo anterior implica una relación muy interesante
entre la farmacología y las drogas, donde la escisión entre lo legal e ilegal
es difusa. Por algo los antiguos griegos designaba a las drogas con el término
“pharmakos”.
Segunda conclusión: la diferenciación entre droga y
fármacos es meramente política tras haber sido prohibido el uso de la primeras
por diferentes motivos.
Las religiones paganas, especialmente las de carácter
mistérico, se articulaban en comunión mediante un psicofármaco poderoso. Con la
llegada de los monoteísmos, religiones sumamente más aburridas que las
anteriores, aquella experiencia enteogénica quedó limitada a un mero acto de fe.
El monoteísmo convirtió a Dios en algo incorpóreo e
inalcanzable, desvinculándolo de la naturaleza. Como consecuencia, la farmacopea
grecolatina y los herbolarios populares fueron condenados tal y como hicieron
con el resto de religiones profesadas por otros pueblos.
Tercera conclusión: el actual concepto de droga
deriva del modelo de pensamiento dominante, pues antes el uso de estas
sustancias estuvo vinculado a la estimulación del alma, psique, mente,
inteligencia y espíritu.
Fruto del enorme beneficio y expansión de los medios
de producción asociado al desarrollo de la industria de los tintes en Alemania
durante el siglo XIX, comienzan a comercializarse medicamentos derivados de la
síntesis química o semisíntesis. Estamos ante el origen de lo que a la postre
serán las primeras corporaciones globales farmacéuticas (Bayer y Merck). Años
después una nueva potencia, estandarte del capitalismo a nivel global,
comenzará a operar geopolíticamente combinando demostraciones de su músculo
militar con tratados internacionales que en este ámbito se caracterizan por el
signo de la prohibición.
Un ejemplo evidente es la valeriana, una planta
medicinal tranquilizante cuyos usos se remontan al neolítico, pero que en la
actualidad está siendo sometida a control en cada vez mayor número de países a
partir de que las corporaciones farmacéuticas detectaron que su mercado de
somníferos decaía.
No es casualidad que recientemente diversos médicos
europeos declarasen que si les obligaran a reducir toda su farmacopea a dos
medicinas, elegirían la marihuana y el opio, por ser estas las que mayor
abanico de aplicaciones les otorgan, sobre las que gozan de mayor seguridad
sobre sus efectos y la que permite un mejor manejo del margen de cantidad de
dosis frente a una posible intoxicación.
Tercera conclusión: el desarrollo de la química de
síntesis, el descubrimiento de los alcaloides y los cuerpos anhídricos permitió
el almacenamiento, distribución y comercialización de determinadas sustancias
con ventajas muy superiores a los principios activos de tipo botánico.
Y cuarta conclusión: los intereses de las grandes
corporaciones farmacéuticas sumado a dos mil años de adoctrinamiento monoteísta,
convirtió el estudio de la farmacología clínica en teología dogmática al
servicio del gran capital.
Llegados a este punto podríamos considerar que el
retroceso respecto a nuestra visión sobre las sustancias psicoactivas
prohibidas, estupidez de término por cierto dado que todo nuestro entorno y
vida cotidiana es afortunadamente psicoactiva, deriva de las políticas de
prohibición y seguridad asociada.
En la actualidad y desde el punto de vista jurídico,
ni la sustancia ilícita –que no es más que una cosa- ni su consumo está
penalizado. Lo que se tipifica como delito es que lo hacían, por supuesto de
una forma muy diferente y con aplicación místico-terapéutica, las castas
chamánicas o sacerdotales de la antigüedad: suministrarle droga a otros. Así
las cosas, si una persona es detenida por vender un gramo de cocaína a otra,
esta será acusada por atentar contra la salud pública, lo que terminológicamente
significa atentar contra la salud de todos. Si, amigo lector, entendió bien,
consideramos que con un gramo de cocaína alguien tiene la capacidad de atentar
contra la salud de todos, mientras que si una empresa contamina el aire, la
tierra o el agua, que son elementos de los que sí realmente participamos todos,
la acusación que se le imputará será meramente de delito ambiental o ecológico.
Lo anterior nos permite decir que estamos al menos y por ser amables, ante una
perversión de conceptos.
La prohibición pretende justificarse en base a la
defensa de la salud pública, lo cual no deja de ser otra barbaridad.
Reflexionemos: si el riesgo derivado de las drogas deviene de la frecuencia en
su consumo y tamaño de la dosis, obligar a que estas sean comercializadas en el
mercado negro implica carencia de control y falta de transparencia respecto a
su composición.
Quinta conclusión: pese a que desde la segunda mitad
del siglo XIX la legislación prohibicionista no ha dejado de multiplicarse, sus
resultados son desastrosos no sólo por el crecimiento del número de drogodependientes
y víctimas mortales, sino también por implicar un notable incremento del gasto
público en materia de atención a enfermedades derivadas, la conformación de policías
especializadas para perseguir el delito y cuerpos de investigación frente al lavado
de activos, las miles de personas encarceladas por narcotráfico, el consumo no
apropiado de drogas adulteradas y una cada vez mayor inseguridad en las
calles.
Si las drogas no son ni buenas ni malas, como dijeron
Hipócrates y Galeno, sino espíritus neutros cuya valoración depende del tipo de
personas que las tomen, la ocasión, frecuencia y volumen de la dosis, el debate
debería centrarse sobre si el uso de estas es sensato o insensato.
Sexta conclusión: en nuestras sociedades actuales, a
diferencia de antaño, el consumo de sustancias psicoactivas es compulsivo y
busca el impacto momentáneo de la estimulación. Lo anterior es consecuencia de
que vivimos en una sociedad compulsiva donde la diversión se limita a los fines
de semana y es compulsiva, al igual que lo son el trabajo e incluso el sexo.
Quizás es por ello que en la actualidad la sustancia
psicoactiva pasó a ser el elemento principal de un proceso donde el protagonista
antaño era el individuo en su búsqueda de momentos de felicidad, plenitud o
éxtasis. Podríamos decir que nuestra sociedad ha olvidado que las experiencias
en sí mismas no son nada, lo importantes es lo que cada uno hacemos con esas
experiencias.
Séptima conclusión: perdimos el sentido de lo
universal.
Llegados aquí, va la pregunta de fondo. Dado el
fracaso de las políticas prohibicionistas ¿es posible pensar una sociedad
moderna sin mercado negro?
Derogar la prohibición conllevaría en paralelo una
enérgica actividad de los poderes públicos en materia de formación ciudadana.
Sin duda, convivir en una sociedad donde las drogas sean vistas con naturalidad
implica una formación que debería tener sus orígenes en los mismos centros
educativos.
El caso de Holanda es el más paradigmático respecto a
lo que implica una sociedad donde se han legalizado determinadas sustancias
anteriormente ilícitas. Tras la legalización del cannabis y su dispendio en
centros especializados, los llamados cofe
shops, el consumo se redujo, existe control sobre la calidad de las
sustancias distribuidas y desapareció el tráfico ilegal.
Octava y última conclusión: si no estuvieran
prohibidas determinadas sustancias psicoactivas, las nuevas y más dañinas
drogas hoy en expansión (Krokodil, H, Crack, Metanfetamina de cristal…) posiblemente
no existirían.
No hay comentarios:
Publicar un comentario