Por Decio Machado
El
principal líder de la oposición tras Rafael Correa, hablo del magnate Guillermo
Lasso quien posiblemente sea en la actualidad el político más desubicado del
país, planteaba hace apenas unos días que el presidente Moreno debería convocar
a los referentes del pensamiento neoliberal ecuatoriano –Alberto Dahik, Walter
Spurrier y Pablo Lucio Paredes- para que le ayuden a sacarnos de la actual
crisis en la que estamos inmersos. Con base en ese mismo revival neoliberal, son un sinfín los artículos de opinión y
tertulianos de radio y televisión los que proliferan bajo el discurso de que es
inevitable un ajuste económico que conlleve a la reducción del tamaño del
Estado, el cuestionamiento de su rol en la economía y flexibilizar el mercado
laboral, todo ello bajo el objetivo de reducir el déficit público y mejorar nuestra
competitividad productiva. En paralelo, el ex presidente Correa tuitea desde
Bélgica artículos de Juan J. Paz y Miño, a quien define como uno de los mejores
historiadores económicos del país, y en los cuales se habla del neoliberalismo como
el referente de la visión económica de las élites dominantes frente al Estado.
Es
un síntoma de las limitaciones intelectuales de los principales protagonistas
del debate político nacional que a estas alturas el neoliberalismo siga siendo
interpretado como si fuera al mismo tiempo una ideología y una política económica
inspirada en esa ideología. En realidad el neoliberalismo está muy lejos de
reducirse a un acto de fe fanático sobre que el mercado puede ser el eje
organizador de nuestras vidas. Más allá de los aspectos negativos
históricamente constados por la aplicación de políticas neoliberales
–destrucción programada de las reglamentaciones y las instituciones-, el
neoliberalismo es el productor de un nuevo tipo de relaciones sociales, lo que
implica generar nuevas maneras de vivir y nuevas subjetividades. Partiendo de
lo anterior, el sentido ideológico y económico del neoliberalismo pasa a un
segundo plano, pues es ante todo una racionalidad, la razón del capitalismo
contemporáneo, teniendo como principal característica la generalización de la
competencia como norma de conducta y de la empresa como modelo de subjetivación
social.
Parece
que ni Lasso, ni los voceros del capital ecuatoriano, ni Correa, ni Paz y Miño,
entienden que hablar de “racionalidad política” implica releer a Michel
Foucault, pues fue él quien elaboró este concepto definiéndolo en su obra Naissance de la biopolitique como “un
plan de análisis posible que se ha instaurado en los procedimientos mediante
los cuales se dirige, a través de una administración de Estado, la conducta de
los hombres”.
Es
desde ahí desde donde la propuesta neoliberal de Lasso y sus adláteres se
convierte más que en una lógica económica en una forma de conducir la conducta
de las personas. Teniendo en cuenta que eso es lo que pretende hacer cualquier
Estado, resulta irrisorio ver como el conservadurismo ecuatoriano plantea sus
posicionamientos políticos desde una lógica de disputa con el Estado. Para
liquidar este tema, me limitaría a preguntarles a estos ideólogos extremistas
del mercado: ¿es que acaso no fue el Estado quien rescató a los mercados
globales durante la última crisis del 2008?
Pese
al desconocimiento del conservadurismo ecuatoriano, hoy más tecnócrata que ayer
pero igualmente ignorante en materia de ciencias humanas, la propuesta
neoliberal lo que plantea de fondo es construir un nueva subjetividad, lo que
los investigadores Christian Laval y Pierre Dardot denominan una nueva “subjetivación
contable y financiera” y que no es más que una forma más lograda de subjetivación
capitalista. Por lo tanto, el principal objetivo de la propuesta de Lasso y el
capital ecuatoriano se basa, aunque para ellos sea fruto del azar, en que para
salir de la crisis hay que construir una relación del sujeto individual consigo
mismo que sea similar a la relación del capital consigo mismo, es decir, que el
individuo se convierta en “capital humano” y que en esa medida se aumente de
forma indefinida, al igual que lo hace la reproducción capitalista,
incrementando cada vez más su valor frente al de otros individuos. Como puede
apreciar querido lector, la próxima vez que escuche a Dahik, a Lasso o a
cualquier otro apólogo de este modelo de construcción social, recuerde a Goethe
cuando decía “contra la estupidez, hasta los dioses luchan en vano…”.
En
el marco de este dislate no queda fuera la izquierda política nacional, pues
esta entiende ingenuamente y pese a todo lo que ya ha llovido, que con más
Estado se controlan los mercados. Y aquí va mi pregunta para esa izquierda
estatista que se quedó anclada en el siglo pasado: ¿es que acaso no han sido los
Estados los que han introducido y universalizado en la economía, en la sociedad
y hasta en su propia lógica existencial, la competencia y el modelo de empresa?
Basta releer a Marx, Weber o Polanyi para entender que no hay mercados fuertes
sin Estados fuertes, dado que existe un carácter trasversal en los modos de
poder ejercidos en cualquier época y sobre cualquier tipo de sociedad.
Respecto
a lo anterior, es un hecho indudable que el Estado se ha mostrado como
salvaguardia de las condiciones mínimas de bienestar, salud y educación para la
población, pero es un hecho también su rol como co-productor voluntario de las
normas de competitividad, de su defensa incondicional del sistema financiero y
su implicación en las nuevas normas de sometimiento de los asalariados al
endeudamiento de masas característico del funcionamiento del capitalismo
contemporáneo.
Llegados
acá, la conclusión es que es banal este debate político respecto al Estado, su
volumen o el rol que ejerce sobre la economía, pues este es circunstancial
respecto a las necesidades del mercado. El debate de fondo, quedándonos en esta
ocasión en la clásica contradicción capital-trabajo, es si las políticas
públicas desarrolladas por el Estado favorecen más a los sectores asalariados
de la sociedad o si estas benefician principalmente a sus élites económicas.
Responder
a lo anterior conlleva analizar, comparándolas, cual ha sido la evolución de
las tasas de ganancia del sector empresarial durante los últimos años y cual la
del incremento del ingreso familiar. Pues bien, vamos a ello...
Según
datos del Banco Central del Ecuador y del Servicio de Rentas Internas, las
ganancias del sector privado en el año 2006 no superaron los $ 4.000 millones de
dólares, mientras en el 2014 –momento previo a la paralización de la economía
nacional fruto de la caída de los precios del crudo- estas superaron los $
11.600 millones de dólares. En paralelo, el ingreso familiar mensual, incluidos
fondos de reserva, pasó de $ 320 dólares en 2006 a $ 700 dólares en la
actualidad. Es decir, si los sectores empresariales ganaron tres más durante la
era correista que durante el neoliberalismo, los trabajadores apenas llegaron a
algo más que duplicar sus ingresos, lo que nos lleva a la conclusión de que los
grandes beneficiarios del llamado Socialismo del Siglo XXI en Ecuador han sido
los grupos empresariales.
Pero
hay más, tras 22 reformas fiscales en la última década, resulta que un informe
de la CEPAL presentado el pasado año revela que Ecuador es uno de los países con
más bajo porcentaje respecto a la proporción de impuestos a la renta que pagan
las élites económicamente privilegiadas de los distintos países de América
Latina.
En
resumen, más allá del infructuoso y triste debate esgrimido por los voceros de
la política ecuatoriana respecto al déficit público, la reducción del tamaño
del Estado, la libertad del mercado o el abaratamiento de costos en la
producción, carecen de sentido los actuales lloriqueos del sector empresarial
en las mesas de diálogo productivo y tributario impulsadas por el actual
gobierno.
Puestos
a ver quien debe aportar más en estos momentos complicados de la economía nacional,
es de justicia que quienes más se beneficiaron durante el período de bonanza
económica sean quienes deben arrimar más el hombro en estos momentos de
incertidumbre.
Y su artículo es aún más banal.
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