miércoles, 30 de agosto de 2017

La banalización del debate político nacional


Por Decio Machado

El principal líder de la oposición tras Rafael Correa, hablo del magnate Guillermo Lasso quien posiblemente sea en la actualidad el político más desubicado del país, planteaba hace apenas unos días que el presidente Moreno debería convocar a los referentes del pensamiento neoliberal ecuatoriano –Alberto Dahik, Walter Spurrier y Pablo Lucio Paredes- para que le ayuden a sacarnos de la actual crisis en la que estamos inmersos. Con base en ese mismo revival neoliberal, son un sinfín los artículos de opinión y tertulianos de radio y televisión los que proliferan bajo el discurso de que es inevitable un ajuste económico que conlleve a la reducción del tamaño del Estado, el cuestionamiento de su rol en la economía y flexibilizar el mercado laboral, todo ello bajo el objetivo de reducir el déficit público y mejorar nuestra competitividad productiva. En paralelo, el ex presidente Correa tuitea desde Bélgica artículos de Juan J. Paz y Miño, a quien define como uno de los mejores historiadores económicos del país, y en los cuales se habla del neoliberalismo como el referente de la visión económica de las élites dominantes frente al Estado.

Es un síntoma de las limitaciones intelectuales de los principales protagonistas del debate político nacional que a estas alturas el neoliberalismo siga siendo interpretado como si fuera al mismo tiempo una ideología y una política económica inspirada en esa ideología. En realidad el neoliberalismo está muy lejos de reducirse a un acto de fe fanático sobre que el mercado puede ser el eje organizador de nuestras vidas. Más allá de los aspectos negativos históricamente constados por la aplicación de políticas neoliberales –destrucción programada de las reglamentaciones y las instituciones-, el neoliberalismo es el productor de un nuevo tipo de relaciones sociales, lo que implica generar nuevas maneras de vivir y nuevas subjetividades. Partiendo de lo anterior, el sentido ideológico y económico del neoliberalismo pasa a un segundo plano, pues es ante todo una racionalidad, la razón del capitalismo contemporáneo, teniendo como principal característica la generalización de la competencia como norma de conducta y de la empresa como modelo de subjetivación social.

Parece que ni Lasso, ni los voceros del capital ecuatoriano, ni Correa, ni Paz y Miño, entienden que hablar de “racionalidad política” implica releer a Michel Foucault, pues fue él quien elaboró este concepto definiéndolo en su obra Naissance de la biopolitique como “un plan de análisis posible que se ha instaurado en los procedimientos mediante los cuales se dirige, a través de una administración de Estado, la conducta de los hombres”.

Es desde ahí desde donde la propuesta neoliberal de Lasso y sus adláteres se convierte más que en una lógica económica en una forma de conducir la conducta de las personas. Teniendo en cuenta que eso es lo que pretende hacer cualquier Estado, resulta irrisorio ver como el conservadurismo ecuatoriano plantea sus posicionamientos políticos desde una lógica de disputa con el Estado. Para liquidar este tema, me limitaría a preguntarles a estos ideólogos extremistas del mercado: ¿es que acaso no fue el Estado quien rescató a los mercados globales durante la última crisis del 2008?

Pese al desconocimiento del conservadurismo ecuatoriano, hoy más tecnócrata que ayer pero igualmente ignorante en materia de ciencias humanas, la propuesta neoliberal lo que plantea de fondo es construir un nueva subjetividad, lo que los investigadores Christian Laval y Pierre Dardot denominan una nueva “subjetivación contable y financiera” y que no es más que una forma más lograda de subjetivación capitalista. Por lo tanto, el principal objetivo de la propuesta de Lasso y el capital ecuatoriano se basa, aunque para ellos sea fruto del azar, en que para salir de la crisis hay que construir una relación del sujeto individual consigo mismo que sea similar a la relación del capital consigo mismo, es decir, que el individuo se convierta en “capital humano” y que en esa medida se aumente de forma indefinida, al igual que lo hace la reproducción capitalista, incrementando cada vez más su valor frente al de otros individuos. Como puede apreciar querido lector, la próxima vez que escuche a Dahik, a Lasso o a cualquier otro apólogo de este modelo de construcción social, recuerde a Goethe cuando decía “contra la estupidez, hasta los dioses luchan en vano…”.

En el marco de este dislate no queda fuera la izquierda política nacional, pues esta entiende ingenuamente y pese a todo lo que ya ha llovido, que con más Estado se controlan los mercados. Y aquí va mi pregunta para esa izquierda estatista que se quedó anclada en el siglo pasado: ¿es que acaso no han sido los Estados los que han introducido y universalizado en la economía, en la sociedad y hasta en su propia lógica existencial, la competencia y el modelo de empresa? Basta releer a Marx, Weber o Polanyi para entender que no hay mercados fuertes sin Estados fuertes, dado que existe un carácter trasversal en los modos de poder ejercidos en cualquier época y sobre cualquier tipo de sociedad.

Respecto a lo anterior, es un hecho indudable que el Estado se ha mostrado como salvaguardia de las condiciones mínimas de bienestar, salud y educación para la población, pero es un hecho también su rol como co-productor voluntario de las normas de competitividad, de su defensa incondicional del sistema financiero y su implicación en las nuevas normas de sometimiento de los asalariados al endeudamiento de masas característico del funcionamiento del capitalismo contemporáneo.

Llegados acá, la conclusión es que es banal este debate político respecto al Estado, su volumen o el rol que ejerce sobre la economía, pues este es circunstancial respecto a las necesidades del mercado. El debate de fondo, quedándonos en esta ocasión en la clásica contradicción capital-trabajo, es si las políticas públicas desarrolladas por el Estado favorecen más a los sectores asalariados de la sociedad o si estas benefician principalmente a sus élites económicas.

Responder a lo anterior conlleva analizar, comparándolas, cual ha sido la evolución de las tasas de ganancia del sector empresarial durante los últimos años y cual la del incremento del ingreso familiar. Pues bien, vamos a ello...

Según datos del Banco Central del Ecuador y del Servicio de Rentas Internas, las ganancias del sector privado en el año 2006 no superaron los $ 4.000 millones de dólares, mientras en el 2014 –momento previo a la paralización de la economía nacional fruto de la caída de los precios del crudo- estas superaron los $ 11.600 millones de dólares. En paralelo, el ingreso familiar mensual, incluidos fondos de reserva, pasó de $ 320 dólares en 2006 a $ 700 dólares en la actualidad. Es decir, si los sectores empresariales ganaron tres más durante la era correista que durante el neoliberalismo, los trabajadores apenas llegaron a algo más que duplicar sus ingresos, lo que nos lleva a la conclusión de que los grandes beneficiarios del llamado Socialismo del Siglo XXI en Ecuador han sido los grupos empresariales.

Pero hay más, tras 22 reformas fiscales en la última década, resulta que un informe de la CEPAL presentado el pasado año revela que Ecuador es uno de los países con más bajo porcentaje respecto a la proporción de impuestos a la renta que pagan las élites económicamente privilegiadas de los distintos países de América Latina.

En resumen, más allá del infructuoso y triste debate esgrimido por los voceros de la política ecuatoriana respecto al déficit público, la reducción del tamaño del Estado, la libertad del mercado o el abaratamiento de costos en la producción, carecen de sentido los actuales lloriqueos del sector empresarial en las mesas de diálogo productivo y tributario impulsadas por el actual gobierno.

Puestos a ver quien debe aportar más en estos momentos complicados de la economía nacional, es de justicia que quienes más se beneficiaron durante el período de bonanza económica sean quienes deben arrimar más el hombro en estos momentos de incertidumbre.




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