miércoles, 24 de mayo de 2017

El discurso correísta

Por Decio Machado / Sociólogo y periodista
Publicado en Revista La Barra Espaciadora

La última fase de modernización capitalista en Ecuador tuvo lugar con la implementación del modelo neoliberal, durante el gobierno de Sixto Durán-Ballén (1992-1996), el cual da inicio al predominio del capital financiero sobre el productivo, enmarcándose en el proceso de globalización mundial.

Con un acumulado de demandas populares históricamente ignoradas por las élites políticas nacionales, se amplió aún más la vasta variedad de antagonismos sociales que existían ya en el país. Así se configuró un escenario político-social que permitiría la posterior construcción de un recurso político retórico de perfil laclauniano, basado en la articulación de un “nosotros-pueblo” frente a un “ellos-poder-oligarquía”, un sistema estable de sentidos colectivos capaz de construir una identidad común entre grupos demandantes.

Orígenes de la comunicación política correísta

Las elecciones presidenciales del 2006 tuvieron un perfil marcadamente mediático. Un entonces joven outsider llamado Rafael Correa marcaría las pautas de un modelo de comunicación política sustancialmente diferente al de sus adversarios en el que confluirían dos cuestiones básicas: una estrategia de construcción de imágenes de sí mismo buscando hacerse creíble (ethos de credibilidad) y atractivo (ethos de identificación) a los ojos de la ciudadanía, junto a la presentación de valores capaces de procurar la adhesión ciudadana.

En el plano de la comunicación política, se diseñó un modelo de campaña que permitió al candidato presidencial recorrer todo el país, llegando a lugares que sus rivales electorales desecharon pues eran considerados de escasa rentabilidad electoral. El candidato emergente les ganó el pulso en el contacto directo con la población y sentó las bases de lo que luego serían los gabinetes ministeriales itinerantes y sus Enlaces Ciudadanos en lugares nunca antes visitados por un mandatario ecuatoriano.

Esta estrategia permitió incrementar los indicadores de conocimiento, identificación y penetración en la ciudadanía de su candidato presidencial, y permitió un escenario idóneo para lanzar sistemáticos ataques contra sus desprestigiados rivales políticos. La estrategia correísta se basó en la comprensión de una regla básica electoral: cuando hay descontento social respecto del sistema político imperante, recurrir al ataque y la descalificación permanente de quienes encarnan su status quo. Esta lógica comunicacional basada en la desacreditación del contrario se ha mantenido como uno de los recursos dialécticos más utilizados durante esta década de gobierno.

Pero además –tal y como nos enseñaran los antiguos griegos en las discusiones de Platón o en las historias de Herodoto–, el correísmo puso en marcha la utilización del mito en la política. Así, se utilizó como primera imagen gráfica de campaña el rostro de Rafael Correa en forma de negativo fotográfico, lo que desató fuerte impacto social debido a la simpleza de la imagen y a sus similitudes con la iconografía guevarista proveniente de la foto del Che que hizo Alberto Korda, en marzo de 1960. De esta manera, un joven docente académico sin apenas recorrido político y carente de militancia en las luchas sociales de su país, mediante una imagen a dos colores en la que su mirada apunta hacia un horizonte que simboliza el futuro, se asociaba a la figura del más famoso héroe revolucionario latinoamericano del siglo XX. Esta estrategia se impuso durante toda su gestión. Se asoció su figura y la de la Revolución Ciudadana con la figura del general Eloy Alfaro y con la Revolución Liberal de 1895.

En suma, la estrategia comunicacional correista acató aquella afirmación de hiciera unos años atrás el novelista estadounidense Patrick Rothfuss: “Las mejores mentiras sobre mí son las que yo mismo he contado”. El correísmo implementó el recurso del mito –termino que proviene del griego mythos y que hace referencia a “lo que se ha dicho”– como el ideal de un nuevo modelo de sociedad. Se asociaron también las iniciales de Rafael Correa (RC) con la Revolución Ciudadana –nombre propagandístico del proceso político en curso– y se usaron elementos tan seductores para la población como el patriotismo y el nacionalismo, a través de eslóganes como “La Patria ya es de todos”, “La Patria vuelve” o “Pasión por la Patria”.

En 2006 ya se diseñó un fórmula combinada entre las estrategias de posicionamiento político que podríamos considerar clásicas (puerta a puerta, recolección de datos, retórica con rasgos populistas) y las de carácter innovador (propaganda basada en la realización de piezas comunicacionales novedosas, segmentación de mensajes hacia los diferentes públicos objetivos, viralización de mensajes a través de las redes sociales, el uso de emotivas canciones revolucionarias y una puesta en escena estéticamente basada en conectar con los sectores medios y más jóvenes de la sociedad).

Cuando el héroe se vuelve villano

Construido el mito y sus bases discursivas, la política correista durante esta década se ha basado más en mantener la imagen inicialmente construida en el subconsciente colectivo que en articular un proyecto político que combine el discurso radical con una praxis realmente transformadora. Es así que el correísmo entendió que en el plano de lo discursivo cuenta más la “veracidad”, basada en la capacidad de escenificar un guión dramático capaz de conmover al público, que la “verdad” de lo que se dice.

El discurso correísta desde el 2006 hasta hoy ha sido simple y se ha sostenido sobre tres aspectos básicos:

  • Reafirmar que la sociedad se encontraba en una situación social desastrosa y que los ciudadanos eran sus principales víctimas.

  • Determinar que la fuente del mal y sus responsables fueron la partidocracia y los medios de comunicación privados a su servicio.
  • Identificar de forma permanente que la única solución al pasado se articula en torno a la figura de Rafael Correa. Cualquier crítica contra dicho “salvador” nos convierte en cómplices de la restauración conservadora.

La estrategia correista funcionó mientras la figura de Rafael Correa se articuló como un hombre providencial, carismático, visionario y capaz de romper con el pasado.

Correa fue construido como un lovemark y aclamado igual que un superhéroe de Marvel que enfrenta a los villanos que amenazaban a la Humanidad. Sin embargo, gestionar superpoderes no es fácil y su actual declive de popularidad devino a partir de que sus políticas comenzaron a golpear tanto económicamente como en el marco de las libertades democráticas, al conjunto de ciudadanos.


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