En Revista Contra / Tiempos
Desde
hace aproximadamente unos tres meses todo el ámbito de lo político en Ecuador
quedó constreñido a las lógicas derivadas de la próxima disputa electoralista.
Aunque la campaña electoral oficialmente no comenzó, no hay política pública,
propaganda institucional, declaración proveniente de la casta funcionarial o de
los espacios opositores, así como posicionamiento de información en los medios
de comunicación con otro objetivo que los intereses confrontados dentro del
tablero de juego electoral.
La oposición
conservadora
Desde
las filas de la oposición conservadora hemos asistido al posicionamiento de
diversos precandidatos presidenciales. Unos lo hicieron ya el pasado año, como fue
el caso del caricaturesco Álvaro Novoa (Adelante Ecuatoriano Adelante) quien se
precandidatizó en noviembre o el de Dalo Buracám (Fuerza Ecuador) quien lo
hiciera un mes después. Otros lo harían más recientemente, como es el caso de
Andrés Páez, uno de los sepultureros de la recién resucitada Izquierda
Democrática quien en la actualidad es posiblemente el asambleísta con el
discurso más facistoide del Ecuador, auspiciado por un grupo de sus amigos de
la Shyris por él mismo movilizados y que coyunturalmente se autodenominaron
Ciudadanos Unidos; de igual manera este último mes también se postuló Lucio
Gutiérrez, este al menos con el apoyo de su partido político (Sociedad Patriótica)
tras su última convención en Quito.
Separando
la paja del grano, lo único que tiene interés entre las recientes precandidaturas
en el ámbito conservador es la de Cynthia Viteri (Partido Social Cristiano),
quien posicionada en el tablero electoral por su mentor Jaime Nebot, seguramente
será la ficha que permita una negociación entre las derechas. La estrategia
consistiría en inflar en intención de voto la candidatura socialcristiana, para
en octubre o noviembre sentar a Guillermo Lasso -quien desarrolla una campaña
permanente desde el año 2011- a negociar la estrategia política y la
conformación de listas de una oposición posiblemente unificada. A pesar del
ruido, el magnate banquero de CREO parece que se consolida como el principal
candidato conservador aunque tendrá que pasar por taquilla, sometiéndose a
acuerdos con la tradicional derecha guayaquileña y menor medida con sus partners quiteños de SUMA. Estos últimos
no presentan precandidato presidencial al tener atado a Mauricio Rodas a la
Alcaldía de Quito, pero evidentemente tienen interés en calentar curules en la
próxima Asamblea Nacional.
Como
indicamos con anterioridad, Guillermo Lasso y su plataforma política CREO, no
han dejado de hacer campaña desde las pasadas elecciones presidenciales,
mejorando en algo su mercadotecnia política desde aquel vergonzoso “honoris causa”
recibido de manos de Carlos Larreategui –rector de la UDLA- junto al ex
presidente español José María Aznar en el año 2011, la publicación dos
“infumables” libros entre los años 2011 y 2012, y el desarrollo de una fuerte
campaña mediática del Banco del Barrio cuyo sospecho lema decía “Lo mejor está
por venir”, mientras algunos de sus ejecutivos de cuentas se justificaban en
voz baja ante el gremio diciendo que hacer negocios con los pobres no es
pecado.
En
la actualidad, la estrategia de campaña de Guillermo Lasso es tan simple y
limitada como su mismo discurso: la estructura Compromiso Ecuador (herramienta
electoral de Lasso) engorda al mismo tiempo que se van desmembrando las
alianzas que el oficialismo tenía articulado con lo que ellos mismos definen
como “híbridos”, organizaciones políticas locales que en una lógica clientelar
han mantenido -mientras había plata en el Gobierno Nacional- alianzas políticas
con Alianza PAIS (el mercado persa está abierto en este momento y en él todo se
compra y se vende); en paralelo y apoyado por gran parte del aparato mediático
privado, la estrategia conservadora no consiste en convencer a la ciudadanía de
una propuesta, programa o plan de gobierno para salir de la crisis, sino tan
solo en acumular de los errores tácticos y estratégicos del oficialismo, los
cuales últimamente son muchos, esperando además que el paulatino y acelerado
deterioro económico que vive el país juegue a su favor en febrero.
Una
estrategia simplista para un candidato con muchos déficits políticos: bajo lo
anteriormente expuesto, el objetivo de CREO consiste en llegar a la segunda
vuelta y allá sumar el conjunto del voto descontento con actual régimen
político. Como se indicaba, una estrategia simple pero que en la coyuntura
actual puede llegar a ser resultona.
Entre
todos los demás liderazgos conservadores, Dalo Bucaram podría ser la única
figura de interés que pudiera no incorporarse a una lógica de unidad. El hijo
de Abdalá Bucaram tiene una estrategia electoral propia que puede darle algunos
curules procedentes de la región Costa en la próxima Asamblea Nacional, lo cual
explicaría como en la actualidad tiene, por poner tan solo un ejemplo, más
seguidores en una red social utilizada por políticos como es twitter que el
propio Guillermo Lasso, Lenin Moreno o Jorge Glas.
La oposición de izquierdas
Las
izquierdas políticas, más allá del discurso de denuncia sobre la deriva
autoritaria del régimen correísta, parecen ofrecer poco como alternativa
política a la sociedad ecuatoriana. Para unas familias y estructuras políticas
que no son capaces de concebirse fuera del ámbito electoral, la situación
anterior está conllevando una alarmante desorientación política que
posiblemente en esta ocasión les volverá a pasar factura.
Lo
mencionado con anterioridad se evidencia en la manera en la que se han
presentado las múltiples precandidaturas actualmente existentes en el ámbito de
las izquierdas, y que se diferencian muy poco en sus formas de las utilizadas
en el mundo conservador.
Es
así que varias de estas candidaturas han sido auspiciadas mediante las redes
sociales de twitter (usado por tan solo el 0,7% de la población) y con escasa
participación de la sociedad civil y de lo que queda de tejido social organizado.
La
lista de precandidatos es larga: cinco al menos al interior del Pachakutik
(pendiente de determinarse el nombre final que propondrá esta formación
política), algún otro proveniente del mundo sindical, el inefable Paúl Carrasco
quien busca alianzas políticas sin definición de criterios, la figura académica
de Enrique Ayala Mora, el ya habitual precandidato Lenin Hurtado y el forzado a
candidatizarse Paco Moncayo. Al igual que los conservadores, la mayoría de
estos casos tan solo son candidaturas de posicionamiento para las futuras
listas que se disputarán los curules de la Asamblea Nacional. En el fondo,
todos estos actores son conscientes de que posiblemente terminarán pactando con
la oposición conservadora, conformando un bloque opositor “a la venezolana” que
dividirá o concentrará sus listas en función del interés estratégico según el
número de curules derivados de cada provincia (en los territorios de donde se
extraigan pocos asambleístas se concentrarán y en los territorios con mayor
concentración de curules posiblemente se diferencien únicamente por un interés
estratégico). Es un hecho que el propio término “descorreizar”, de máxima
actualidad en el discurso político nacional y que fue acuñado desde la
izquierda, hoy es el punto de encuentro entre sectores progresistas y
conservadores, además de articular el grueso del actual discurso de Guillermo
Lasso. En Ecuador tomó vigencia aquella aseveración realizada por el novelista
inglés Aldous Huxley en la cual se afirmaba que “cuanto más siniestros son los
designios de un político más estentórea se hace la nobleza de su lenguaje”.
El
resultado de tal estrategia genera confusión en la sociedad ecuatoriana y la
falta de discurso claro posiblemente terminará pasando su factura tanto en las
elecciones de febrero como durante la próxima legislatura. Su precio posiblemente
no será otro que una pérdida aún mayor de credibilidad por parte de sus
mentores. En los sectores más concientizados de la sociedad, lamentablemente no
son muchos, es un sentir generalizado la necesidad de reconstruir otra
izquierda, aunque está por verse si durante la próxima legislatura –la cual
comenzará sumergida en una agudizada crisis económica- realmente se articula
una nueva generación política capaz de ocupar el espacio de la actualmente
existente.
Las últimas bocanadas del correísmo
En
estos momentos el nivel de conflicto a lo interno de Alianza PAIS es mayor que
nunca. La nueva casta política oficialista es consciente de que ya no hay sitio
para todos y entre ellos conflictúan por posicionarse lo mejor posible dentro
de lo que será una merma de su “buen vivir”.
El
mejor situado socialmente para el delfinazgo es Lenin Moreno, aunque el
exvicepresidente no goce en este momento de la confianza del "number one". Los riesgos que se conciben
–reales o no- sobre la figura de Moreno es que termine encarnando un rol
similar al que desarrolló Juan Manuel Santos respecto a Álvaro Uribe. La forma
cómo el actual Canciller de la República y algunos otros voceros del
oficialismo han hecho defensa del salario de Lenin Moreno en Ginebra, salario
que por otro lado es un flaco frente por donde atacarle al precandidato de
Alianza PAIS, es lo suficientemente significativo como para entender que
determinados sectores del oficialismo más que justificarle, lo que buscaban era
golpear su figura en el marco de las competencias actualmente existente al
interior del partido de gobierno. El propio posicionamiento de Ricardo Patiño en
el Ministerio de Defensa –principal valedor de Moreno en la próxima convención
nacional de Alianza PAIS-, conscientes de la resistencia que su figura
encarnaría al interior de la institución militar, sería otra demostración de
cómo se busca desde lo interno deteriorar el frente morenista.
El
candidato ideal de la mayoría del consejo de ministros ecuatoriano parece ser
Jorge Glas, la campaña de posicionamiento realizada desde la propaganda
gubernamental así lo demostraría. Sin embargo, a pesar de que su intención de
voto poco a poco crece a costa de la inversión publicitaria estatal, su figura como
posible jefe de Estado sigue siendo poco seductora para la sociedad
ecuatoriana. La estrategia oficialista debería consistir en plasmar una imagen
de cambio dentro de la continuidad, y evidentemente Glas no tiene el perfil para
encarnar tal posibilidad.
Sea
uno u otro el candidato, o sea quienes fueren los binomios elegidos por el
oficialismo (algunos de los nombres que figuran en sus ternas son tan débiles
políticamente como el de Vinicio Alvarado, Gabriela Rivadeneira o José Serrano
entre otros), el correísmo –tal y como lo conocemos- posiblemente no tendrá
continuidad sin la figura del Rafael Correa en el sillón presidencial del
Palacio de Carondelet.
Ecuador
se aboca a una transición política tras una década de gobiernos correístas, hoy
por momentos cada vez más debilitados fruto de la crisis económica, que puede ser abrupta si gana la oposición o
más mesurada en el caso de que exista continuidad verdeflex en el gobierno.
Si
Alianza PAIS gana las próximas elecciones, posibilidad nada desdeñable dada las
carencias existentes en los políticos opositores, es fácil que asistamos a un
circo mediático por el cual sean purgados algunos casos de corrupción
institucional –buscando un lavado de cara político pero lejos de significar
catarsis alguna en la lógica política a la que llevamos asistiendo desde hace
décadas- entremezclado con cierto aperturismo político y redimensionamiento del
Estado buscando la reconciliación con determinados sectores del capital nacional
y por ende también con todo un grupo de selectos medios de comunicación
nacionales y extranjeros. Todo lo
referente a pactos éticos y demás elementos que pudieran ser situados en el
entorno de las elecciones del próximo mes de febrero, se contextualizan tan
solo en el plano estratégico electoral, carecen de profundidad política, son
meros envolventes sin capacidad de transformar la política ecuatoriana.
Una salida de la
crisis donde pagarán los de siempre
Febrero
pasará y con ellas las elecciones presidenciales y legislativas. El arco de
opciones electorales al momento es el que es y no da para mucho más. Citando a
Pablo Neruda, todo somos libres de hacer nuestras elecciones pero prisioneros,
al fin y al cabo, de sus consecuencias.
A
priori, todo apunta a que sea cual fuere la sensibilidad política del próximo
gobierno, se tratará de un gobierno débil con una Asamblea Nacional de
composición diversa donde no existirán las mayorías absolutas de antaño ni tampoco
el más mínimo atisbo de ilusión por parte de la sociedad ecuatoriana. De
existir una bancada con un discurso político claramente diferenciado de las
demás, habría posibilidades estratégicas –incluso desde este mismo marco
institucional- como para la construcción de una alternativa política que se
fuera consolidando con ciertos márgenes de credibilidad social, pero eso parece
difícil de vislumbrarse en estos momentos. Asistimos a un momento de “política
tuerta”, donde las vocerías políticas con independencia de la familia de la que
provienen tan solo ven la parte de la realidad, la parte que personalmente más les
interesa.
Ecuador
necesita regenerar su democracia; los índices de aprobación de la Asamblea
Nacional se sitúan en la actualidad por debajo de la media latinoamericana, la
cual ya de por sí es muy baja (entorno al 30%), y la mayoría absoluta de la que
ha gozado el correísmo durante estos años le ha hecho mucho daño a la
institucionalidad política del país; los mercados nacionales siguen sin democratizarse
y manteniéndose como semi-monopólicos; la relación costo/beneficio de varios de
los mega-proyectos acometidos por el correísmo mientras hubo plata para hacerlo
están en discusión; la independencia judicial y la autonomía de los órganos de
control es deficitaria; la falta de liquidez gubernamental afecta a los pagos a
proveedores y extiende por toda la economía nacional implicando a la cadena de
pagos de las empresas auxiliares; no hay confianza en la economía nacional y
por lo tanto no hay inversión fluida; la balanza comercial tras años de
discurso sobre diversificación de exportaciones y cambio de matriz productiva
continúa siendo negativa; el peso de la deuda pública (nacional y externa) es
cada vez mayor y el conservadurismo consiguió socialmente cuajar el discurso de
que el modelo de regulación de mercados ha fracasado, cuando lo que realmente
ha fracasado ha sido la gestión gubernamental.
La
política fundamentalmente es una batalla por el sentido, pero el nivel de
indecisos que muestran el conjunto de encuestas sobre intención de voto para
las próximas elecciones presidenciales, viene a demostrar que no hay partido
político en estos momentos que le de sentido a la política nacional. El voto de
febrero será, tanto para el oficialismo como para la oposición, un voto
prestado, sin convencimiento, entusiasmo o fidelidad. En pocas palabras, el
país está abocado a una crisis de representatividad política institucional y a los
efectos que de ello derivaran.
El eje del debate político actual que realmente
le preocupa a la sociedad ecuatoriana es quien nos saca de la crisis y de que
manera se sale de ella. Sin embargo los discursos políticos al respecto,
provengan de donde provengan, son extremadamente deficientes.
Mientras
la oposición conservadora nos habla de liberalización de los mercados,
eliminación de aranceles y alivio impositivo para el sector empresarial con el
fin de crear empleo –como si el peso impositivo en Ecuador estuviera sobre las
empresas…-; el régimen decidió utilizar la táctica de que los hechos dejan de
existir si a estos se les ignora. De ahí deviene la negación de una crisis
económica que día tras día sufre con más profundidad la sociedad ecuatoriana.
La verdadera discusión, la que no afronta nadie de forma
convincente, es sobre quien recaerá el peso de la salida de crisis. En este
sentido ya vamos viendo cuales son las medidas gubernamentales al respecto:
subida masiva de impuestos a la sociedad, especialmente determinado por la
subida del IVA –el impuesto más regresivo que existe pero el más inmediato y
fácil de cobrar-; la devolución al sistema financiero privado de sus
privilegios respecto al cobro desproporcionado de tarifas y gastos financieros
a sus clientes; la puesta en marcha de la privatización de activos públicos que
fueron previamente saneados o construidos con el erario público; la
profundización de la flexibilización laboral; y, el desarrollo de cada vez
mayor excepcionalidad fiscal para las empresas extranjeras que inviertan en el
país. En resumen, hay pocas diferencias entre lo que en la actualidad está
haciendo el gobierno y lo que aplicarían los principales partidos de oposición
aunque sus voceros no lo digan abiertamente.
La salida de la crisis está siendo paulatinamente cargada
sobre las espaldas de los sectores más vulnerables de la sociedad. A modo de distracción,
el gobierno generó un debate nacional sobre la indiscutible inmoralidad de las
sociedades offshore, cuando los
únicos que tienen sociedades en paraísos fiscales son determinados funcionarios
públicos y las élites que históricamente dominan económicamente el país, pero se
no plantean públicamente cuales son las estrategias destinadas a proteger a los
pequeños y medianos negocios y sus cobros en la actual situación de deterioro económica
que vive Ecuador. De igual manera se ignora intencionadamente el abordaje de
temas prioritarios como la pérdida de capacidad adquisitiva que en estos
momento sufren las y los ecuatorianos en general, al igual que tampoco se
plantean políticas públicas destinadas a proteger los salarios más bajos (el salario de un asambleísta
ecuatoriano es 14 veces superior al salario básico y unas 8 veces superior al
ingreso medio de una familia ecuatoriana), mientras se camuflan con indicadores
devenidos de la economía informal el creciente desempleo existente en el país y
el incremento de la pobreza por ingresos especialmente en áreas rurales.
El 1% de la población ecuatoriana ha concentrado durante el
régimen correísta aún más riqueza de la que ya tenía, y 1‰ no puede estar más
satisfecho de cómo le han ido las finanzas durante el período de dinamización
de la economía por parte del Estado, pero llegado el momento de las vacas
flacas unos y otros le ha dejado claro al gobierno que no está dentro de su
lógicas el arrimar el hombro. No serán los que más ganaron en época de bonanza
quienes ahora carguen con el peso de la crisis.
¿Es igual entonces por quien votar en febrero del próximo año?
Posiblemente no, pero para los sectores más concienciados de la sociedad
debería quedar claro que las soluciones que necesita el país no se articularán
fruto de la política institucional en este momento.
El legado correísta
Ya en su ocaso, el correísmo se encarna como un proceso de
modernización generalizada que vivió el Ecuador que siguió al hundimiento de su
viejo sistema de partidos. Al igual que otros procesos progresistas de la
región, significó el fortalecimiento/reposicionamiento del Estado, la
aplicación de políticas compensatorias como eje de las nuevas gobernabilidades,
la consolidación del modelo extractivo de producción y exportación de
commodities como base de la economía y la realización de grandes obras de
infraestructuras.
Su explendor se plasma durante los años de bonanza económica,
coincidente con el período que conocemos en América Latina como el “boom de los
precios de los commodities”, determinado principalmente por cierta
democratización del acceso al consumo para los sectores históricamente
excluidos. Con el advenimiento de la crisis económica, acelerada por la abrupta
caída de los precios del crudo en el mercado global, el correísmo deja en
evidencia que todo lo construido durante estos ya casi diez años de gobierno
resultó demasiado frágil y sustentado bajo lógicas de economía fácil.
Algunas de sus políticas pretendieron ser innovadoras dentro
de los países que componen el Sur global, si bien en muchos de los casos han
sido las formas soeces de cómo aplicarlas las que las han llevado a su fracaso.
Ejemplo de ello son las reformas educativas, la universalización de la salud
pública o determinadas medidas en materia de recuperación de la soberanía
nacional.
El correísmo, al igual también que otros regímenes definidos
como popularmente como “progresistas”, nunca cuestionó el modelo de producción
heredado del neoliberalismo ni su forma de organización del trabajo. Esto le
llevó a fuertes disputas con las organizaciones sociales que no entraron en su
forma de hacer política clientelar, ignorando que la principal fuerza
productiva está constituida por los propios productores, y perdiendo a la
postre el pulso se había trazado con las instituciones de Bretton Woods y
lógicas neo-desarrollistas implementadas desde el Banco Mundial.
Durante este período de gobierno autodefinido
propagandísticamente como “revolución ciudadana”, el correísmo construyó una
nueva élite tecnoburocrática bajo el discurso de la reinstitucionalización del
Estado en un nuevo período posneoliberal. El período de bonanza económica
permitió el incremento de subsidios y la mejora de la capacidad adquisitiva de las
y los trabajadores, llegándose incluso a obtener interesantes indicadores en el
marco de la lucha contra la pobreza, lo que durante un período de tiempo
conllevó a que se reforzase la percepción en la sociedad de que vivíamos un
proceso de cambios y se acumulasen réditos electorales. Sin embargo, la
debilidad ideológica del correísmo –con un claro desencuentro entre el discurso
y su praxis- no permitió que se actuase sobre los problemas estructurales de la
desigualdad en el país, lo que implica en estos momentos que todas estas
conquistas sociales estén en franco deterioro. La política social del correísmo
sirvió para consolidar durante un tiempo el modelo de consumo del social
desarrollismo ecuatoriano, consistente en promover la transición de una
sociedad oligárquica hacia una sociedad de consumo de masas a través del acceso
al sistema financiero. Así, asistimos a un proceso de financierización
acelerada que permitió cierta expansión de la sociedad de mercado, pero
terminado el período de bonanza que configuró grandes beneficios para la banca,
nos encontramos ahora que este tipo de políticas llevaron a un fuerte
endeudamiento de las clases populares, especialmente de sus sectores más
empobrecidos, lo que en la actualidad está conllevando a un crecimiento
paulatino de los índices de morosidad en los créditos al consumo.
En el ámbito de lo social, la construcción de lo que el
correísmo consideró como un “Estado fuerte” –subordinación de la sociedad a la
disciplina y al control del poder institucional- actuó en decremento del
empoderamiento desarrollado por la sociedad civil durante la década de
resistencia al neoliberalismo. La captación de una gran parte de la vieja dirigencia
social, sumada a la división intencionada de las organizaciones que componían
el tejido social organizado en el país, deja en la actualidad una gran
debilidad en los movimientos sociales frente a las fuertes luchas que se
avecinan por la defensa de las conquistas sociales anteriormente adquiridas.
La polarización entre defensores y detractores del régimen,
estrategia implementada desde el frente político del gobierno correísta al no
entender el derecho a la disidencia, alcanza a todos los sectores de
organización social no gubernamental existente. Así, estas rupturas se
transversalizan desde las organizaciones de padres y madres de alumnos en los
colegios hasta las organizaciones sindicales, pasando por gremios de
productores, organizaciones estudiantiles, asociaciones vecinales o incluso de
hacker activistas. El correísmo llegó al poder invocando al pueblo y llamándolo
a la construcción de una “patria nueva”, pero luego ya en el poder le dijeron
al pueblo que se fueran a su casa que ellos gestionarían el proceso, uno porque
ellos son los cualificados y no la plebe y dos porque les dio miedo, a pesar de
su discurso laclauniano, la irrupción en la política de lo plebeyo.
En definitiva, llegado el momento de los tiempos duros, el
correísmo suspendió su examen de reválida, y al igual que lo hacen los malos
estudiantes, está teniendo que justificar en la actualidad dicho suspenso con dialécticas
que hacen referencia a que el examen era muy difícil: vivimos una crisis
devenida de una “tormenta perfecta” o incluso con aberraciones mesiánicas del
tipo de “gracias a nuestra gestión el impacto de la crisis no ha sido todo lo
malo que podría podido llegar a ser…”.
En síntesis, la historia reciente del Ecuador le da la razón
al dramaturgo irlandés Oscar Wilde cuando aseveró aquello de que “cuanto más
conservadoras son las ideas, más revolucionarios son los discursos”.