Por Decio Machado / En el Clavo
Nicaragua, Ecuador, Chile, Haití, Guatemala, Honduras, Bolivia… Demandas democráticas, desigualdades sociales, subsidios a combustibles, cuestionamientos a las políticas de las instituciones de Bretton Woods, acusaciones de fraude electoral, extractivismos genocidas, escasez de gasolina y alimentos, corrupción y narcotráfico, son entre otras cuestiones las que se entrecruzan como elementos disparadores de la protesta social en estos días en América Latina.
Pero hagamos memoria. En la mañana del 27 de febrero de 1989, tras la implementación de un paquete de medidas económicas, financieras y fiscales en el marco de los ajustes estructurales impulsados por el Fondo Monetario Internacional para reducir el déficit fiscal, importantes sectores de las clases populares bajaron de los cerros de Caracas en Venezuela.
Aquellas protestas de la población venezolana empobrecida puso en jaque al gobierno de Carlos Andrés Pérez, quien al día siguiente sacaría a los militares a las calles. El resultado, 276 muertos según cifras oficiales y según otras fuentes hasta cerca de cinco mil fallecidos durante la represión. A este episodio se le conoció como el Caracazo y abrió un nuevo período en la historia reciente de Venezuela y América Latina.
En 1990 llegaría el Inti Raymi en Ecuador; en 1994 el alzamiento zapatista en México; en 1997 caería el gobierno de Abdalá Bucaram en Ecuador; en 1999 asistiríamos al marzo paraguayo. La década siguiente se inauguraría con la Guerra del Agua en Cochabamba / Bolivia, la caída de Jamil Mahuad en Ecuador y la gran marcha de los Cuatro Suyos en Perú; De la Rúa se vería obligado a abandonar la Casa Rosada de Buenos Aires al año siguiente; en 2002 las movilizaciones campesinas y los cortes de carreteras en Perú, junto con el levantamiento popular de Arequipa, harían temblar al Palacio de Gobierno de Lima; viviríamos también en aquel 2002 el anti-golpe de Estado en Venezuela con nuevo protagonismo de los sectores populares de los cerros periféricos de Caracas. En 2003 los levantamientos indígenas y populares en Bolivia, episodio periodísticamente conocido como la Guerra del Gas; en 2005 los Forajidos en Quito / Ecuador y el chao a la presidencia de Lucio Gutiérrez; en 2006 el levantamiento indígena de la comuna de Oaxaca / México; en 2009 el Baguazo en Perú; en 2011 la marcha del Tipnis y en 2013 las movilizaciones populares de junio de 2013 en Brasil.
Como podemos ver, entre 1989 y 2005 hubo un apretado ciclo de levantamientos populares y grandes movilizaciones que provocaron, de forma directa o indirecta, la caída de una decena de gobiernos en la región: tres presidentes derrocados en Ecuador (Bucaram en 1997, Mahuad en 2000 y Gutiérrez en 2005); dos en Argentina (De la Rúa y Rodríguez Saá en 2001); dos en Bolivia (Sánchez de Losada en 2003 y Mesa en 2005); uno en Paraguay (Cubas en 1999); uno en Perú (Fujimori en 2000), uno en Brasil (Collor de Mello en 1993) y uno en Venezuela (Pérez en 1993).¿Estamos nuevamente ante lo mismo?
Quien estabilizó políticamente a los países de la región tras este período fueron los llamados gobiernos progresistas. Estas fuerzas político institucionales, quienes habían acumulado caudal político durante el período de luchas sociales anteriormente citado, fueron llegando paulatinamente a las poltronas presidenciales durante el llamado ciclo progresista latinoamericano: Venezuela (1999), Brasil y Argentina (2003), Bolivia y Uruguay (2005), Ecuador (2007) y Paraguay (2008).
Mediante lógicas de fortalecimiento y reposicionamiento de los Estados, la generación de excedentes a través del hiper-extrativismo y la exportación de commodities como base de la economía, la aplicación de políticas sociales compensatorias como eje de las nuevas gobernabilidades, y la realización de grandes obras de infraestructura como base de la modernización capitalista en la región, estos gobiernos terminaron con el ciclo de movilizaciones sociales que les había precedido.
Sin embargo, cuando los grandes procesos históricos llegan a su fin y sobrevienen con ellos derrotas políticas de envergadura, se instalan la confusión y el desánimo, se mezcla la realidad con los deseos y se difuminan los marcos analíticos más conscientes, para dar paso a interpretaciones a menudo caprichosas y unilaterales. Eso pasó tras el ciclo progresista.
En muchos de los casos volvieron las derechas, en otros se mantuvieron los gobierno progresistas. En Argentina recientemente vivimos una elecciones donde le ganó la pasado-pasado (neoliberalismo encarnado por Macri) el pasado-reciente (Fernández y Fernández). Da igual… Mientras los gobiernos actuales justifican su inoperancia ante poblaciones sublevadas hablando de golpes de Estados, agentes y espías extranjeros involucrados en las revueltas, grupos armados y embrionarios focos guerrilleros urbanos, la realidad es tremendamente sencilla: nuestras sociedades, especialmente los sectores más jóvenes, viven en franca desconexión con la política y la institucionalidad estatal.
América Latina, tras el desencanto vivido durante el ciclo progresista y en resistencia contra las nuevas políticas neoliberales en la región, está rota. Pero no está rota porque la gente vote diferentes partidos políticos o provenga de sensibilidades políticas, culturales o religiosas diferentes. Está rota porque los latinoamericanos no tienen ninguna seguridad en el mañana y en el futuro.
El proceso globalizador capitalista ha generado que combinemos la inseguridad (no sabemos en que vamos a trabajar o de que viviremos) con la falta de pertenencia y arraigo. Desestructuradas las comunidades, las familias y los países, nos vemos abocados al divorcio absoluto entre política institucional y sociedad.
En este contexto las movilizaciones en la región van a continuar mientras persista el creciente descontento social con las élites en el poder y la falta de respuesta a demandas de la ciudadanía. No están fracasando estrictamente los gobiernos, están fracasando los Estados.
Entender el contexto actual conlleva comprender también que no es el momento de siglas políticas. Vivimos una profunda crisis porque las ideas de los de arriba ya no convencen a los de abajo, sean estas de progresistas o conservadoras.
¿En que situación estamos entonces…? Es el momento de conformar un gran movimiento popular que tenga capacidad de sumar a mucha gente, venga esta de donde venga, buscando posicionar propuestas que respondan a la emergencia política y social que vivimos en la región. No se trata pues de tan solo sustituir a los actores detentados del poder, sino que es necesario generar una profunda y total subversión cultural.