Por Decio
Machado
Publicado en Revista PlanV
Los
analistas políticos y generadores de opinión, uno tras otro, repiten hasta la
saciedad en este medio y en otros que Rafael Correa políticamente es ya un
cadáver.
En
estos análisis se ignora uno de los principios básicos desarrollados por el
general Sun Tzu en su Arte de la Guerra: “Fallar en conocer la situación de los
adversarios por economizar en aprobar gastos para investigar y estudiar a la
oposición es extremadamente inhumano, y no es típico de un buen jefe militar,
de un consejero de gobierno, ni de un gobernante victorioso”.
Si
bien es cierto que, guiado por su troupe de incondicionales, llegó incluso a
causar cierta pena ver el deambular errático de Rafael Correa durante sus diez
días de estancia en Ecuador, también lo es aquel dicho de Albert Camus por el
cual se indica que “para la mayoría de los hombres la
guerra es el fin de la soledad”.
Bueno,
pues guerra es lo que hay al interior de Alianza PAIS y enmarcada en ella están
las resoluciones aprobadas por la triste, fraccional e ilegal VII Convención
Nacional del partido verdeflex en Esmeraldas. Una de ellas, quizás la más
importante, indica que de no obtenerse una decisión satisfactoria por parte del
Tribunal Contencioso Electoral respecto al control de la organización, el
correísmo llamará a la desafiliación masiva de sus huestes y conformará un
nuevo partido llamado Partido de la Revolución Ciudadana.
Al
igual que Sófocles, uno de los tres grandes trágicos atenienses, el correísmo
desarrolla la técnica teatral de la “ironía trágica”, efecto que se consigue
cuando los espectadores ya saben lo que va a ocurrir pero los personajes de la
obra no.
Una
Alianza PAIS mutilada sin la presencia de Lenín Moreno o un nuevo partido
encabezado por parte de las personalidades políticas que mayor rechazo generan en
nuestra sociedad tiene sin duda corto vuelo en el corto plazo. Dicho esto
también cabe indicar que la memoria histórica es frágil, basta ver como el
Partido de los Trabajadores corrompido por sus convivencias con el gran capital
todavía posiciona a Lula da Silva como principal candidato a las presidenciales
del 2018 en Brasil, lo cual permite a la facción correista jugar a ocupar a
futuro el principal espacio de la izquierda en el tablero político ecuatoriano.
Cabe señalar al respecto que el reto no es muy complejo, dado el estado de salud
en que se encuentra eso que políticamente se autodenomina como la “izquierda”
nacional.
Esta
es la parte que los generadores de opinión y enterradores políticos del
correísmo, intencionadamente o no, ignoran en sus análisis. Rafael Correa, tal
y como lo hace Álvaro Uribe en Colombia, no necesita ser candidato presidencial
para incidir en la política nacional. El ejemplo colombiano es claro respecto a
como un ex mandatario, conformando un nuevo partido político y con claras
desavenencias respecto a un sucesor al que también cataloga como traidor, tuvo
la capacidad de disputarle la presidencia a Juan Manuel Santos mediante un
testaferro tal y como lo hizo con Óscar Iván Zuluaga en 2014, ganando la
primera vuelta o incluso siendo el principal valedor de la derrota
gubernamental en el plebiscito por la paz en 2016. Dicha operación volverá a
ser reproducida en breve por el uribismo mediante la figura de Iván Duque, un
ex ministro del gobierno de Belisario Betancour que llegó al Senado colombiano
de la mano de Uribe y que se postulará para las próximas elecciones
presidenciales en mayo del 2018.
Pero
volviendo a la política nacional y rememorando a Nietzsche, “la guerra vuelve
estúpido al vencedor y rencoroso al vencido”. Sobre lo del vencido poco que
añadir a lo ya referenciado por el filósofo sajón, sin embargo respecto a lo
que concierne al Gobierno Nacional el reto actual implica tener la capacidad
escuchar a la sociedad y visualizar correctamente el entorno, algo sobre lo que
el equipo presidencial genera cada vez más dudas.
Es
un hecho que cada vez más sectores de la población no siente que la situación
económica del país esté mejorando. También lo es que tras diez años de
propagandísticas y egocéntricas lecciones sabatinas de economía, existen
amplios targets de la sociedad que tienen serías dudas respecto a que este
Gobierno esté preparado para afrontar la actual crisis económica, la cual tras
ser expuesta por el presidente de la República vuelve a ser recientemente
negada por ministro de Finanzas. Por último, parece que cada vez más variables
apuntan a que quienes les brindan encuestas al Gobierno Nacional podrían estar
exagerando sustancialmente los indicadores positivos que la sociedad
ecuatoriana tiene respecto al actual presidente de la República.
Hay
una condición peor que la ceguera, y es ver algo que no es. Pues bien, va
siendo hora ya que el Gobierno Nacional vea que para gran parte de la población
se acabó ya el plazo para diálogos y reconciliaciones, es decir, se acabo la
capacidad de seducir tan sólo con el discurso. Es por ello que se le comienza a
exigir al presidente Lenín Moreno que se muestre decidido y enrumbe al país por
una vía que permita la superación de lacras derivadas del pasado inmediato.
Con
un gobierno que comete cada vez mayores errores de bulto y con ello comienza a
mostrar notables signos de debilidad, basta como ejemplos últimos visualizar el
traspiés en la Asamblea Nacional con la Ley Económica Urgente o la grabación
ilegalmente realizada al ex secretario general de la Presidencia, parece
evidente que el escenario político cambiará sustancialmente tras la consulta
popular.
El
período que queda hasta el 4 de febrero debería ser estratégicamente utilizado
por el Ejecutivo para consolidar su propuesta de modelo de país y comenzar a
posicionar logros en su gestión que la gente realmente sienta como
concreciones. Ahí se requiere, a parte de capacidad ejecutiva, una política
comunicacional que vaya más allá de spots publicitarios como los recientemente
inaugurados, los cuales por cierto recuerdan al modelo de propaganda del
régimen anterior.
Respecto
a la consulta popular y dada la coyuntura política actual, es improbable que el
correísmo tenga como objetivo el triunfo del No, sino más bien acumular como
capital político toda oposición resultante a esta iniciativa gubernamental. Todo
el voto No será correista, mientras la victoria del Sí buscará ser capitalizada
por una amplia amalgama de actores de las más variopintas tendencias políticas.
Aquí el correísmo juega con un factor que a la postre le beneficia: todos los
aliados coyunturales que propugnan el Sí son los mismos a los que Rafael Correa
derrotó de forma permanente durante los diez años de su mandato.
Así
las cosas, sería de analizarse por parte del Ejecutivo si las estrategias
empleadas hasta el momento para la victoria del Sí son las más apropiadas para
ganar de forma rotunda dicha consulta popular. Quizás el protagonismo en esta
campaña electoral no debería estar en los amigos o aliados que suben al balcón
presidencial, sino en una sociedad que está asqueada de la lucha del poder por
el poder, de la corrupción institucionaliza y de cómo se regeneran unas castas
políticas que se caracterizan por la incapacidad de plantear nada nuevo para
este hermoso país.
Pasado
el 4 de febrero y previendo un resultado positivo –más allá de las diferencias
porcentuales- en las siete preguntas de la consulta popular, es de esperar que
la situación política en el país cambie radicalmente. Pensar que se mantendrá
el idilio actualmente existente entre el Gobierno, los sectores empresariales,
los medios de comunicación privados y la oposición política conservadora es
creer en una ficción.
Todo
indica que el año 2018 será complejo para el presidente Lenín Moreno. El
Gobierno Nacional, tras la consulta popular, se verá aún más presionado por los
sectores empresariales en aras a posicionar políticas acordes a sus intereses,
así como por la reconfiguración estratégica tanto de los sectores políticos
conservadores de oposición como por la nueva reestructuración del correísmo con
base en su fuerza residual.
Que
este gobierno entienda el momento en el que se encuentra significa posicionar
propuestas que respondan a la emergencia político y social que vive el país. Ir
a las cuestiones centrales significa superar las lógicas derivadas de la
legislatura anterior, donde el posicionamiento de una nueva burocracia política
con afanes de emergente clase social terminó opacando cualquier proyecto
alternativo de nación.
Si
de verdad se quiere conformar una nueva mayoría que sustente a un gobierno que
dice tener una lógica progresista, más allá de los diálogos y el consenso con
los actores sociales -muchos de ellos carentes ya de legitimación social- se
debe abrir la política, desde el concepto más amplio de su término, a los
sectores que viven la crisis de legitimidad del sistema. De lo contrario se
llegará a la manera más rápida finalizar
una guerra, es decir, perderla.