lunes, 26 de diciembre de 2016

Perspectivas en el mercado global del crudo

Por Decio Machado
Boletín Informativo de la Consultora Sistemas Integrados de Análisis Socioeconómico

En la primera quincena del año entrante tendrá lugar el encuentro de un comité integrado por países de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) y de fuera del cártel destinado a supervisar la evolución del acuerdo destinado a reducir la producción global de crudo.

La confianza entre los países productores firmantes es la clave de éxito de este acuerdo alcanzado el pasado 30 de noviembre por los países de la OPEP y ampliado el 10 de diciembre por otros catorce países productores de petróleo que fuera del cártel fueron liderados por Rusia.  Esta claro que el precio del crudo para los próximos meses dependerá de que se respete el llamado Acuerdo de Viena, el cual busca reducir la producción de crudo en 1,2 millones de barriles por día (bpd) durante los próximos seis meses hasta alcanzar la base de una producción mundial de 32,5 millones de barriles diarios, buscándose incentivar los precios de crudo y apuntalar el mercado.

El peso del acuerdo recae esencialmente sobre Arabia Saudita, que se ha comprometido a retirar –en relación a su producción de octubre de 2015- 486.000 bpd, mientras que Irak recortaría 486.000, la Unión de Emiratos Árabes 139.000 y Kuwait 131.000. Otros países con menos peso en la OPEP también deben rebajar su producción: Venezuela en 95.000 bpd, Angola en 78.000, Argelia en 50.000, Qatar en 30.000, Ecuador en 26.000 y Gabón en 9.000. Destaca el hecho de que Libia y Nigeria queden exentos del compromiso de reducción de petróleo debido a los conflictos internos que atraviesan ambos países y que Irán incluso pueda aumentar su producción hasta en unos 90.000 bpd ahora que se ve libre de las sanciones internacionales que durante años le impuso EEUU.

Los otros 558.000 bpd de recorte acordados a nivel global provienen de países que están fuera de la OPEP, y entre ellos destaca Rusia, quien debe rebajar su producción en 30.000 bpd, seguida de México en 100.000, y a mucha distancia Omán con 45.000, Azerbaiyán con 35.000, Bahréin con 10.000, Sudán del Sur con 8.000, Brunei y Sudán con 4.000 respectivamente.

Había sido el exceso de producción que se produjo a finales de 2013, lo que actuó de detonante de una corrección severa en el precio del petróleo, lo cual se extendió hasta finales del 2015. Esto es explicable por dos motivos: por un lado, el aumento espectacular de la producción de petróleo no convencional en los EEUU; y por otro, la decisión tomada por la OPEP el 27 de noviembre de 2014 de no recortar su producción para impulsar los precios del alza. Es a partir del 2016 cuando el crudo registra una apreciación del 100% desde sus mínimos, lo que encaja con un proceso de ajuste entre la oferta y la demanda global.


Para las principales petroleras del mundo este acuerdo también es fundamental, pues volverían a recuperar el “cash flow”,  mediante un flujo de caja positivo que se daría por primera vez en los últimos tres años. Así, el recorte de gastos experimentado por estas corporaciones durante la recesión que habría reducido a la mitad el punto de equilibrio del flujo de caja para sostenerse durante estos últimos dos años, junto al actual repunte del precio del “oro negro”, reposicionará a las grandes petroleras globales haciéndolas salir del “modo crisis”. Es un hecho que con un precio superior a los 55 dólares es ya suficiente para que las 60 principales petroleras del planeta generen flujos de caja positivos.

Desde la firma de este acuerdo hasta hoy, el precio del petróleo ha subido más de un 17%, y aunque este precio parece haberse detenido en torno a los 55 dólares –hay elementos que influyen en esta paralización tales como el hecho de que los inventarios de crudo continúen en máximos históricos-, los inversores más optimistas apuestan por que este pueda alcanzar durante el 2017 hasta los 70 dólares.

Sin embargo, los riesgos existentes para que no se cumplan los objetivos de los países firmantes están encima de la mesa:
  •  Que algún país no cumpla con los acuerdos alcanzados y dinamite el proceso, cosa que no sería ninguna novedad al interior y fuera de la OPEP.
  •  Que con los precios del petróleo más altos algunos países que no han firmado el acuerdo incremento su producción aprovechando el momento y distorsionen el punto de equilibrio del mercado.
  • Que se reduzca o normalice el nivel de conflicto interno existente en Libia y Nigeria, permitiendo a estos países recuperar el nivel de producción alcanzado en 2011-2012.
  • Que se potencie la extracción vía “shale oil” por parte de Estados Unidos, teniendo en cuenta que en el petróleo encuentra ya incentivos con un precio de barril superior a 55 dólares.


En todo caso, a largo plazo y más allá del juego de probabilidades, el precio del petróleo necesariamente va a permanecer atado a los costes marginales de producción. Los condiciones estructurales del mercado no han cambiado por el pacto alcanzado entre países productores y fruto de la crisis el mercado extractivo se ha vuelto más competitivo que hace dos años atrás debido a la reestructuración de costos en la industria petrolera y su avance tecnológico.



domingo, 11 de diciembre de 2016

Decio Machado: "El capitalismo ha alcanzado sus límites respecto a su capacidad de adaptación"



Aprovechando de la presencia del periodista y analista político Decio Machado en Bogotá, uno de los fundadores del periódico Diagonal y coautor junto a Raúl Zibechi del libro “Cambiar el mundo desde arriba. Los límites del progresismo”, la revista estudiantil Oveja Negra realizó la siguiente entrevista a finales del pasado mes de noviembre. 

Por Ángela Pastor 

Donald Trump en la Casa Blanca ¿Cómo nos explicamos esto?

Primero algunos clásicos griegos, luego Hegel y finalmente Bertalanffi en su teoría general de sistemas ya indicaron aquello de que todo tiene que ver con todo. Explicar el fenómeno Trump pasa por entender la crisis del neoliberalismo en EEUU; la crisis de representatividad política existente tanto en el Partido Demócrata como en el Republicano; las expectativas de cambio que ya con la elección de Obama se explicitaban por gran parte del electorado estadounidense y que han sido sistemáticamente ignoradas; la crisis de un sistema diseñado única y exclusivamente para beneficiar al 1%; las lógicas derivadas de la salida dada a la crisis del 2008 y las tensiones que genera el nuevo orden internacional existente tras la emergencia de determinadas economías en el marco de la globalización.

Hablando estrictamente de lo que pasa en los Estados Unidos, cabe destacar que el estancamiento de la capacidad adquisitiva de sus trabajadores es un hecho que se prolonga desde el año 1973 y que la deuda pública de este país se ha duplicado hasta llegar a la cuota de 300% de PIB. En paralelo la proporción sobre el PIB del sector del capital especulativo, ya sea este financiero, de seguros o inmobiliario, es hoy mayor que la del sector industrial. Así las cosas, la clase trabajadora estadounidense se muestra cansada de un sistema que desde hace décadas ya no les beneficia.

A pesar de lo que a nosotros desde fuera de los Estados Unidos nos pueda parecer Trump, los últimos avances en aplicación de técnicas neurocientíficas permiten entender que los votantes no utilizan la razón, sino la emoción y los sentimientos a la hora de determinar sus opciones electorales. En el marco de este deterioro económico y sumado el hecho de que la política tradicional se ha ido convirtiendo en una payasada, un tipo como Donald Trump ha venido a demostrar que los parámetros tradicionales de la política electoral estadounidense ya no están esculpidos en piedra.

¿Según tú las presidenciales de Estados Unidos fueron un circo?

La composición, aún en marcha de lo que será la administración Trump marca el camino de lo que va a ser la nueva agenda económica estadounidense: bajada de impuestos a la clase media, desmontar la ley Dodd-Frank que buscaba articular cierta regulación sobre los grandes emporios financieros tras la crisis subprime y una nueva etapa proteccionismo que conllevará algunas guerras comerciales con otros países y bloques regionales.

Dentro del patio de comedias en que se ha convertido la política gringa podemos ver en la actualidad como Goldman Sachs, uno de los bancos más importante del planeta, ha pasado de ser el más odioso aliado de Hillary Clinton a convertirse en una de las canteras de lo que será el nuevo gobierno de Trump. 

En resumen, mientras durante la campaña electoral Trump acusaba a la candidata del Partido Demócrata de favorecer a las grandes empresas y a las mafias de Wall Street en detrimento de las medianas y pequeñas compañías, a la hora de la verdad vemos como la nueva administración no significará más que una vuelta al liberalismo económico clásico, nada nuevo en Estados Unidos, aunque eso sí, ahora con cierto énfasis en el nacionalismo comercial.

¿No generará un caos económico mundial una nueva era de aislacionismo comercial estadounidense?

La teoría del caos tiene un carácter multidisciplinar y genera conductas complejas e impredecibles pero que derivan en ecuaciones o algoritmos bien definidos matemáticamente. 

Estados Unidos ha aplicado políticas proteccionistas desde los orígenes de su historia y para el subconsciente colectivo de sus ciudadanos, fueron los altos aranceles establecidos durante el siglo XIX los que permitieron su revolución industrial y eje motriz que les convirtió en potencia mundial. En este sentido el discurso de Donald Trump ha sido de corte clásico y eso de hacer a “América grande otra vez” se resumen en un imaginario de protección de industrias consideradas estratégicas, desarrollo de industrias emergentes, fomento de la reindustrialización y vuelta de las empresas en el exterior con el consiguiente crecimiento del empleo nacional. En definitiva y siguiendo las simplistas tesis trumpianas, bastaría con repetir esa política para conseguir los mismos efectos en el actual momento de globalización económica. 

El caos al que haces referencia no creo que vaya a derivar de las políticas de Trump, sino que más bien serán el fruto del desequilibrio económico actualmente existente en el sistema mundo. Desde la crisis del 2008 estamos asistiendo a un aumento imparable de la deuda global, hablamos de un monto aproximado a 200 billones de dólares, tres veces el tamaño de la economía global. Sin embargo, la capacidad de endeudamiento en las economías capitalistas están vinculadas a sus niveles de competitividad y crecimiento, ambos indicadores en cuestión en la economía global en su momento actual. 

¿Y China?

Pues China más de lo mismo. Su economía representa el 17% de la economía global y su deuda total china, la pública más la privada, alcanza ya cuotas del 270% de su PIB. El endeudamiento privado chino, sostenido en muchos casos por más de seis mil bancos subterráneos cuyos préstamos ocultos no forman parte de los balances de préstamos del sistema financiero convencional, se eleva a unos dos billones de dólares, es decir, cinco veces más que el volumen de préstamos de alto riesgo que tenía Estados Unidos al comienzo de la crisis subprime.

¿Cambiarán las tendencias en la geopolítica estratégica mundial tras la elección de Trump?

Eso ya es un hecho ¿no te parece una novedad que un presidente estadounidense haya sido elegido con el apoyo indirecto de Rusia o de WikiLeaks? 

Cambiando de tema y yendo a cuestiones más cercanas. ¿El deterioro de los gobiernos progresistas en América Latina, el estancamiento electoral de Podemos en España o el giro del gobierno de Tsipras en Grecia vienen a significar una nueva crisis de la izquierda?

Según Eric Hobsbawm, la caída del muro de Berlín es el fin de un ciclo histórico que comenzó en el siglo XVIII y que él definió como un ciclo de revoluciones. A partir de entonces se intentó imponer una lógica ideológica que devenía en que el desarrollo armonioso del capitalismo y la continuidad de ese concepto difuso definido como desarrollo, intentándose justificar que el capitalismo era de provecho para el interés general y que dicha interpretación se sustenta en base a la abundancia y la felicidad basada en el consumismo.

Con excepción del neozapatismo y otras experiencias de carácter muy local, las izquierdas del siglo XXI no han cuestionado los pilares básicos del sistema económico existente, sino más bien intentaron dulcificarlo. Conviene entender de que estamos hablando cuando hablamos de sistema, un sistema es una agrupación de elementos en interacción dinámica organizados en función de un objetivo. Teniendo en cuenta que en el sistema capitalista se basa sobre la cultura del dinero y sus objetivos son la acumulación de plusvalía, lo que equivale a decir en el mundo actual que su valor fundamental es la codicia, cualquier tesis basada en la racionalidad de dicho sistema es una falacia. El capitalismo actual es depredador y no tiene posibilidad de expresar rostros amables.

Como indica Immanuel Wallerstein, el capitalismo es un sistema que como todos los sistemas tiene una vida no eterna, pasando por tres fases: creación, desarrollo y declive. Viendo la situación actual del sistema mundo es fácil dilucidar que estamos en su fase final, la cual dentro de una agonía prolongada demuestra que ha alcanzado los límites de su capacidad de adaptación. Esto es una novedad y a diferencia de anteriores crisis cíclicas del capitalismo, en la actualidad que la salida de la última crisis tiene un ritmo de crecimiento muy inferior al existente antes del 2008, mientras se mantiene un incremento permanente de la desigualdad social y una tendencia generalizada al desempleo elevado.

Sin embargo, los planteamientos estandarizados en oposición al capitalismo son entendidos hoy por parte de la población como regresivos. Reivindicar el Estado control o el nacionalismo económico en el ámbito de la globalización aparecen ante las sociedades como una incoherencia y vienen a demostrar nuestras carencias a la hora de esbozar modelos alternativos al sistema capitalista.

Considero que al igual que las revoluciones científicas se caracterizan por un cambio de paradigma, entendiendo por tal, el conjunto de verdades aceptadas por la comunidad científica, se hace necesario hoy que las izquierdas revisen gran parte de sus teorías. Necesitamos transformar nuestro concepto actual de la tecnología, la propiedad y el trabajo.

Estas revoluciones suponen el derrocamiento de conceptos e ideas obsoletas, pero lamentablemente y volviendo a Hobsbawm, no estamos viviendo una era de revoluciones más allá de algunos eslóganes diseñados desde los aparatos de propaganda de algunos gobiernos autodefinidos como progresistas en América Latina.

Tu que has asesorado en otros momentos gobiernos de izquierda has sido muy crítico con las políticas económicas que podríamos definir de corte neokeynesiano aplicadas por los gobierno progresistas latinoamericanos. ¿No consideras un avance la irrupción de estos gobiernos progresistas en América Latina?

Dado que formulas la pregunta así empezaré por indicarte que tengo escaso interés en las formulaciones socioeconómicas keynesianas.  Keynes fue ese señor que en una Escuela de Verano liberal realizada en Cambridge en 1925 dijo aquello de que “puedo estar influido por lo que estimo que es justicia y buen sentido, pero la lucha de clases me encontrará del lado de la burguesía educada”. Como comprenderás tal aserto tiene poco que ver con mis convicciones ideológicas.

Respecto a América Latina su influencia fue importante sobre un grupo de pensadores estructuralistas que plantearon a partir de mediados del siglo pasado que no podía existir industrialización y por ende políticas de sustitución de importaciones, sin la conformación de un Estado moderno fuerte con capacidad de intervención en la economía. De igual manera consideraban que tampoco se podía redistribuir la renta ni planificar las inversiones extranjeras necesarias en esa etapa inicial de industrialización sin ese Estado moderno.  

Sin embargo, los llamados gobiernos progresistas de la actualidad lo que han hecho ha sido reprimarizar sus economías. Los países progresistas con constituciones posneoliberales que reconocen el vanguardista concepto de los derechos de la naturaleza, caso de Bolivia y Ecuador, son los países que más se han reprimarizado en el subcontinente y un país como Brasil, el que más industrializado estaba de la región, ha perdido hasta un 20% de cuota industrial durante su período progresista. En el caso de Venezuela la situación es para llorar, tras 17 años de gobierno bolivariano el indicador de dependencia económica respecto al crudo es del 96%. En definitiva, fueron más industrializadores los llamados gobiernos populistas de antaño que los de ahora en América Latina. La tesis demuestra que el discurso soberanista emprendido durante estos años en la región tiene más de electoralista que de real, pues somos más dependientes ahora de las necesidades del capitalismo global que antes. Rememorando a Jung, podríamos decir que se primó el pensamiento fantaseo, ese que se aparta de la realidad liberando tendencias subjetivas y que es improductivo, sobre otro tipo de pensamiento más laborioso, que requiere un esfuerzo muchas veces agotador pero que adapta la realidad y procura obrar sobre ella.

Si uno analiza los datos relativos al uso del excedente por parte de los gobiernos progresistas latinoamericanos durante el boom de los commodities lo que veremos es que se priorizó el gasto en detrimento del uso productivo o la acumulación de capital productivo en forma de inversión. No hay avances significativos en relación al volumen de excedente de los que se gozó durante esta década respecto al tan cacareado cambio de matriz productiva en la región ni tampoco respecto a cambio de la matriz de acumulación heredada del neoliberalismo. Lo que hubo fue un reinstitucionalización del Estado, la aplicación de medidas compensatorias como eje de las nuevas gobernabilidades, el modelo extractivo de producción y exportación de commodities como base de la economía y la realización de grandes megaproyectos de infraestructura. Es sobre este esquema sobre el que se articuló el eje de la legitimidad de estos gobiernos. Cuando concluye en período de bonanza y por lo tanto mengua el excedente, los indicadores sociales logrados en estos países comienzan a deteriorarse de forma acelerada, la deuda externa vuelve a crecer y sus gobiernos entran en una crisis de legitimidad social. No se tocó en lo más mínimo los pilares de un modelo que ha sostenido durante siglos la desigualdad social.

La consecuencia de todo esto es clara: América Latina pudo ser un laboratorio de nuevas experiencias enfocadas a la construcción de alternativas a un sistema ya insostenible para el que hasta el marxismo muestra notables carencias. El propio Marx obvió en su ley del valor, por razones entendibles para su época, el costo ambiental de la producción capitalista y el concepto de desarrollo. Concepto este en el que también creyeron los regímenes del socialismo real de antaño y los llamados socialismos del siglo XXI de ahora. Sin embargo hoy, fruto del fracaso a la hora de desarrollar alternativas en ambos conceptos por parte de estos gobiernos, el interés político global de la región ha perdido muchos enteros por parte de quienes buscamos alternativas a un mundo cada vez en mayor decadencia.

¿Faltó inteligenssia estratégica en los gobiernos progresistas?

Decía Piaget que la inteligencia sólo se organiza por su funcionamiento y en lo que tiene que ver con el funcionar, la inteligencia estratégica y planificadora latinoamericana ha funcionado poco más allá de sus rimbombantes discursos. Fruto de ello en la actualidad vivimos el estancamiento del proceso de integración regional y un nuevo reordenamiento geopolítico en la región que supone un re-empoderamiento de los sectores más reaccionarios en el subcontinente. En todo caso lo que faltó y sigue faltando en los países que aún se abanderan bajo el paraguas del progresismo es voluntad para transformar, coherencia política con los procesos que hicieron factibles el acumulado para que estos partidos políticos llegaran al poder y valentía para enfrentar a los grupos de poder nacionales y extranjeros. 

En el fondo esto es normal, pues si analizamos la historia encontraremos muy pocas experiencias de transformación del Estado desde el propio Estado. Los Estados, más allá de quienes los gobiernen, han seguido siendo herramientas de dominación y control social al servicio de élites determinadas y nuevas castas burocráticas que gozan de privilegios de los que no gozan sus gobernados.

¿Que hacemos entonces con el Estado?

Ufff, vaya preguntita… Fíjate si el debate sobre el Estado es viejo y aún sin solucionar que cuando Kropotkin deseaba demostrar lo que él consideraba corrupción moral de la revolución francesa, explicaba cómo Robespierre, Danton, los jacobinos y hebertistas pasaron de ser revolucionarios a hombres de Estado. 

En todo caso y volviendo al mundo de hoy, la imagen actual de los Estados es el fruto de un concepto de conceptualización por parte de los ciudadanos receptores que metabolizan un conjunto de inputs comunicacionales transmitidos desde esa institucionalidad, pero que como en todo proceso de conceptualización y formación de imagen, los receptores contribuyen decisivamente en lo que al resultado final de refiere. En ese barullo de frase que te acabo de soltar hay una crisis, pues podemos observar como los procesos políticos más interesantes que hemos vivido en los últimos años en el planeta han estado muy alejados de conducciones partidistas y se han manifestado en confrontación con el Estado. Estoy hablando de las primaveras árabes; del movimiento de indignados en el Estado español; de los Occupy de Wall Street, Londres o Hong Kong; del Nuit debout parisino; o de la referencia latinoamericana más próxima a estos procesos, las movilizaciones de junio del 2013 en Brasil. En el trasfondo de todas estas experiencias está un cuestionamiento a la política institucional y a las lógicas de democracia representativa sobre la que se sustenta el actual concepto de Estado. 

Lo que sí esta claro es que cualquier proceso de transformación social en este planeta debe pasar por la transformación del Estado. Hay que reinventar el modelo de Estado y verás que el marxismo original desarrolló como tesis una idea olvidada por las izquierdas respecto a necesidad de autodestrucción de la burocracia estatal en el socialismo. En la Comuna de París se instituyó un cuerpo de funcionarios electos que podían ser destituidos en cualquier momento por petición de sus electores y donde ninguno de ellos podía ganar más que un obrero corriente. Era una lógica cuyo objetivo se basaba en eliminar cualquier posibilidad de construcción de castas políticas y/o gubernamentales, a la par que un cuestionamiento a la jerarquía que se determina en cualquier Estado.

Bueno de todo aquellos debates del pasado al día de hoy sólo queda en las izquierdas institucionalizadas el debate sobre como llegar al Estado, lo cual produce una gran tristeza intelectual, pues es entender que el Estado se transforma tan solo sustituyendo a unos altos funcionarios por otros de talante más progresista y con disciplina partidista.

Más allá de la imagen-ficción propiciada por los intelectuales latinoamericanos al servicio de los regímenes progresistas y destinadas a esconder las verdades reales, transformar el Estado sigue siendo un debate pendiente en las izquierdas contemporáneas. Nada surge por generación espontánea, de hecho Pasteur refutó la teoría de la generación espontánea hace casi dos siglos atrás, par a transformar el Estado hace falta una hoja de ruta que conscientemente las izquierdas mayoritarias ignoran.






lunes, 14 de noviembre de 2016

Donald Trump y el reinado de la incertidumbre


Por Decio Machado
Publicado en Revista Digital La Barra Espaciadora
http://www.labarraespaciadora.com/mundo/donald-trump-reinado-la-incertidumbre/
El pasado 8 de noviembre, Donald Trump fue designado el 45º presidente de Estados Unidos. Inmersos aún en la resaca electoral y utilizando términos médicos, chorros de tinta corren por doquier en un mundo que quedó impactado por una especie de síndrome de estrés postraumático a escala global.
Si algo define el momento político actual es la incertidumbre respecto de las consecuencias que tendrá la elección de Trump como jefe de Estado y de Gobierno de los Estados Unidos.
Error estratégico de los análisis políticos
Durante toda la campaña electoral se posicionó hasta la saciedad la idea de que en esta contienda electoral tendría un especial protagonismo el voto de las minorías étnicas. Sin embargo, las minorías –como su propio nombre indica– son minorías y el 72% de la población estadounidense es, utilizando terminología sajona, White Anglo-Saxon Protestant (un apelativo no muy apropiado, teniendo en cuenta que los católicos ocupan un tercio del porcentaje de población blanca). Este indicador coincide con el electorado votante en estas últimas elecciones (70% de los votantes fueron electorado blanco) y es en este target en el cual el discurso de Trump tuvo mayor aceptación.
Con independencia de lo anterior y pese a las constantes alusiones xenófobas del discursotrumpiano, comparativamente la candidatura de Trump recibió en esta ocasión más apoyos latinos de los que había recibido el candidato republicano Mitt Romney en las elecciones que perdió frente a Barack Obama, en 2012. Según la encuestadora Latino Decisions, la minoría más numerosa del país aumentó su participación en al menos dos millones en relación con el 2012, lo que significó que aunque Romney obtuviese en las elecciones anteriores un 23% de apoyo electoral latino y Trump en la actual tan sólo el 18%, el computo general favoreciera al reciente electo presidente.
Pero además de lo anterior, hemos de sumar el voto sorpresa que devino de la población femenina. Aunque las mujeres afroamericanas y latinas votaran masivamente a Hillary Clinton (94% y 68% respectivamente), fueron las mujeres blancas –con mayor incidencia electoral- las que impulsaron la victoria de Trump, votando el 53% de estas por un candidato marcadamente misógino.
El discurso de Trump estuvo dirigido al 49% de la población que compone la clase media trabajadora del país, que son quienes más han sufrido la crisis económica y que comienzan a tener claro que el sistema en el que viven ha sido diseñado pensando solo en favorecer a sus élites. A pesar de que Obama abandone el Despacho Oval de la Casa Blanca con unos índices de valoración personal muy elevados, lo cierto es que tras los ocho años de su gobierno, los ingresos de los hogares medios estadounidenses han menguado, fenómeno que ya venía heredado de los años de mandato de George W. Bush. La esperanza media de vida (mayor indicador existente de desigualdad) de la clase trabajadora blanca en Estados Unidos viene descendiendo desde principios de siglo, duplicándose durante la última generación dicho indicador entre las élites del 1% y los ciudadanos con menor capacidad adquisitiva del país.
Es por ello que el discurso de Trump consiguió calar en la ciudadanía blanca estadounidense, de forma mayoritaria (53%) en los mayores de 45 años. Este dato no es baladí, teniendo en cuenta el proceso de envejecimiento que sufre este target poblacional en la actualidad, y que hizo que la Oficina del Censo de Estados Unidos pronosticara unos años atrás que los blancos dejarán de ser la mayoría de la población a partir del año 2043. Es este sector el que entendió que la candidatura de Donald Trump representaba, más allá de sus estrambóticas apariciones públicas, la mejor defensa del sistema tradicional y patriarcal en el que se educaron y la mejor opción posible para asegurar el American way of life en el que se criaron, pretendiendo así recuperar el bienestar perdido durante las últimas décadas.
Por otro lado, la candidatura de Hillary Clinton estuvo lejos de conectar con las y los jóvenes que en su momento habían apoyado el “Yes we can” de Barack Obama, en 2008. Ni gozaba de su gran carisma ni de su oratoria, tampoco de un discurso social sólido dada su identificación con los poderes fácticos de Wall Street, y mucho menos de la credibilidad y sonrisa perfecta del hoy presidente saliente. En todo caso, la elección de Obama en 2008 ya había significado un aviso de demanda de cambio por parte de la sociedad estadounidense y que en esta ocasión el Partido Demócrata no supo interpretar, articulando un claro complot bajo presión de las élites económicas contra lo más aproximado que tenía a eso: su precandidato presidencial Bernie Sanders.
Impacto de la elección de Trump en la política exterior
Aunque el eje programático de Donald Trump durante su campaña presidencial  estuvo centrado en la política interna, “Estados Unidos primero”, sus referencias al mundo exterior se basaron en proponer un giro proteccionista en materia comercial, todo ello sin abordar de forma coherente la agenda diplomática estadounidense.
Interpretando entre claroscuros, la propuesta de Trump se sitúa a medio camino entre el nacionalismo y el aislacionismo. Propone una transformación total y absoluta de la política exterior de Estados Unidos, aunque su discurso se caracteriza por la ausencia de detalles. Mantiene la tesis de cambiar las formas de relación que han caracterizado la política exterior estadounidense durante las últimas décadas respecto de Asia, Europa, Oriente Medio y Rusia, comenzando por plantear un acercamiento respecto de este último país.
El primer impacto que esto podría tener se daría en la política establecida desde Washington en relación con el conflicto sirio. Trump elogió a Bashar el Assad durante la campaña electoral, y es muy posible que busque una alianza con el gobierno sirio y Vladimir Putin bajo el objetivo de destruir militarmente al Estado Islámico. Trump ya propuso en 2015 prohibir la entrada de los musulmanes en Estados Unidos, para posteriormente indicar la necesidad de un “escrutinio externo” mediante “tests ideológicos” que permitan seleccionar qué migrantes tienen acceso al país. De igual manera y en esa misma línea, el multimillonario también manifestó su rechazo a la admisión de refugiados sirios bajo el argumento de que podrían ser terroristas islámicos.
En el marco de contradicciones que caracterizan sus propuestas electorales en materia de relaciones internacionales, Trump se desmarcó claramente de la política internacional auspiciada por parte del último presidente republicano, el inefable George W. Bush, indicando que “al contrario que otros candidatos a la presidencia, la guerra y la agresión no son mi primer instinto. Una superpotencia sabe que la cautela y la contención son señales de fortaleza”. Sin embargo, esta declaración se contradice con las que emitió en 2002, cuando consultado sobre si estaba de acuerdo con la entonces inminente invasión de Iraq, contestó: “Si, creo que sí. Ojalá se hubiera hecho de forma correcta la primera vez”, en referencia a la primera guerra del Golfo, en 1991. En este mismo sentido, durante el período de campaña, Trump manifestó que contaba con un plan secreto para acabar con el Estado Islámico en 100 días, dejando entrever su voluntad de incluso desplazar a los mandos militares destinados en Oriente Medio que no sean lo suficiente enérgicos en sus estrategias contra los yihadistas.
Fue el presidente egipcio Abdulfatah Al-Sisi el único mandatario con el que Trump se reunió en Nueva York durante la Asamblea General de Naciones Unidasel pasado septiembre, y el primer mandatario de otro país con el que habló telefónicamente tras su victoria electoral. Donald Trump considera a Egipto como un socio clave en su estrategia frente al Estado Islámico y ha llegado a alabar públicamente al actual mandatario egipcio por haber “tomado el control” de su país tras el golpe de Estado que protagonizó contra el presidente islamista Mohamed Mursi, en 2013, y haber apaciguado las revueltas de la “primavera árabe” egipcia.
En relación con el Oriente Medio, es también importante destacar el hecho de que una de las primeras autoridades extranjeras en recibir una llamada de Donald Trump haya sido el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu, quien a su vez no dudó en manifestar su entusiasmo por la elección del magnate republicano. Con Trump en la Casa Blanca se pueden complicar mucho las demandas palestinas. De hecho, el nuevo líder estadounidense ya anunció su voluntad de trasladar la embajada de Estados Unidos desde Tel Aviv a Al-Quds (Jerusalén), lo que implicaría un reconocimiento de este lugar como la capital del Estado de Israel y una violación de las resoluciones internacionales del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.
Para terminar con lo concerniente a Oriente Medio, el país que se manifiesta más preocupado por el cambio político estadounidense es Irán, pues Trump ha manifestado su voluntad de cancelar el acuerdo nuclear alcanzado entre este país y la comunidad internacional el pasado año. Mediante dicho acuerdo se establecieron las pautas para garantizar la naturaleza pacífica del programa nuclear iraní a cambio del levantamiento progresivo de sanciones económicas. Toda la comunidad internacional, incluidos en esta los más acérrimos enemigos de esta república islámica –Israel y Arabia Saudita– reconocen que Irán ha respetado hasta ahora los términos del llamado Acuerdo de Viena. Trump define a este trato como “el peor acuerdo jamás negociado”, demostrando sus complicidades con el grupo de presión judío estadounidense AIPAC (American Israel Public Affairs Committee–lobby sionista que tiene como principal eje de intervención el Congreso de los Estados Unidos y la Casa Blanca-. La prioridad principal de AIPAC en este momento es, textualmente, “desmantelar el desastroso acuerdo con Irán, una catástrofe para Israel y Oriente Medio”. Es un hecho que figuras como Newt Gringrich (ex líder republicano en el Congreso), John Bolton (ex embajador en Naciones Unidas) o Bob Corker (presidente de la comisión de Relaciones Exteriores del Senado), que son las personalidades que más suenan en este momento como futuros secretarios de Estado en el futuro gobierno de Trump, están claramente vinculados con este lobby sionista.
Otro de los cambios importantes que se atisban respecto de la política militar estadounidense tiene que ver con las declaraciones de Trump sobre Europa. “Estados Unidos tiene que estar preparado para dejar que esos países se defiendan a ellos mismos”, aseveró el recién elegido presidente en abril del presente año. Esto podría implicar una colaboración menos activa con alianzas militares intergubernamentales como la OTAN, y en el marco de las nuevas alianzas con Rusia una revisión de las estrategias injerencistas norteamericanas en el conflicto ucraniano.
A su vez y en el plano comercial, Donald Trump se comprometió a romper o renegociar pactos como el Acuerdo de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA) y combatir lo que él denomina prácticas comerciales injustas de China, imponiendo aranceles punitivos a los productos asiáticos. Ya en 1987 Trump descalificó duramente a Japón mediante un anuncio de una página entera en el diario The New York Times que él mismo financió, mientras que en la actualidad el mensaje viene a ser el mismo cambiando Japón por China. Diversos economistas estadounidenses consideran que esto podría implicarle al país volver a la recesión económica, pues estarían amenazadas las cadenas de suministro norteamericano con bajo costo de mano de obra de las que se valen muchas empresas estadounidenses. De igual manera, se pondría en cuestión a las compañías que dependen de las importaciones chinas, así como firmas de agrobusiness y otras corporaciones de Estados Unidos para las que China se ha convertido en un mercado estratégico de gran proyección. En definitiva, se pondría en riesgo el ya magro crecimiento estadounidense.
“Nunca volveremos a someter a este país, a este pueblo, a los cantos de sirena del globalismo”, indicaba Trump durante su campaña electoral y se reafirmaba diciendo, “la nación-estado sigue siendo el fundamento de la felicidad y de la armonía, soy escéptico al respecto de las uniones internacionales que nos atan y que nos destruyen, y no permitiré que Estados Unidos entre nunca en ningún acuerdo que reduzca nuestra capacidad de decidir en nuestros propios asuntos”. Toda una declaración antiglobalización del próximo presidente estadounidense.
Trump y América Latina
Otras de las consecuencias de la elección presidencial estadounidense tiene que ver con el nuevo marco de relaciones que se establecerá con América Latina. A pesar de que Trump no le dio importancia a la región, hay dos anuncios claros: la polémica propuesta de construir una ampliación del muro ya existente en la frontera con México y la voluntad de“dar marcha atrás” a las medidas de normalización en las relaciones diplomáticas con Cuba impulsadas desde la administración Obama.
Las lógicas restrictivas frente al fenómeno migratorio tendrían un impacto muy importante en las economías regionales, pues estas reciben anualmente en torno a unos 65.000 millones de dólares por remesas de sus migrantes. Según declaraciones  de Donald Trump en su primera aparición televisiva tras su triunfo electoral, su intención es expulsar entre dos y tres millones de migrantes que según él tienen “antecedentes penales”. De ser así, el impacto será fuerte especialmente para las economías de países centroamericanos, como Guatemala, quiequen mantiene cierto equilibrio macroeconómico gracias a los 7.000 millones de dólares que reciben cada año de sus migrantes.
Respecto de México, el discurso trumpiano genera un fuerte impacto en el sector empresarial y encubre un notable desconocimiento sobre el valor económico para Estados Unidos de esta relación bilateral.
De darse un retroceso en las relaciones económicas entre México y Estados Unidos, el país latino degradaría su perfil crediticio –hoy calificado en “BBB” con perspectiva estable- y ralentizaría aún más su magros pronósticos de crecimiento económico. Las propuestas proteccionistas de Trump durante la campaña electoral podrían conllevar un gravamen del 35% sobre los productos mexicanos (el 80% de las exportaciones mexicanas tiene como destino su vecino del norte), la reducción del ingreso por remesas (2% del PIB de México) y la parálisis de la industria maquiladora que se ubica en la frontera entre ambos países.
Sobre la involución de las lógicas de normalización en las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, la propuesta de Trump responde a las presiones ejercidas por parte de los partidarios de una política dura hacia Cuba, insertados en el Partido Republicano.
La isla caribeña ha vivido durante más de cinco décadas sin necesidad del coloso del Norte, si bien es cierto que en la actualidad y con el debilitamiento del gobierno bolivariano de Venezuela, la economía cubana corre serios riesgos. Los beneficios de normalizar relaciones con Estados Unidos son claros para la isla, y basta señalar como ejemplo que, a pesar del estancamiento económico mundial, entre enero y junio del presente año Cuba ha recibido un 15% más de turistas internacionales que en el mismo período del año anterior, lo que se tradujo en una inyección de dinero de 1.200 millones de dólares en la economía cubana. De los 2,15 millones de turistas que visitaron la isla durante este primer semestre, algo más del 15% llegaron desde Estados Unidos.
Para el resto de la región, la elección de Trump posiblemente signifique la tendencia a profundizar las relaciones comerciales y económicas con la zona Asía-Pacífico.Voluntades como la del actual gobierno argentino de firmar un TLC con Estados Unidos seguramente quedarán bloqueadas, y el acceso de los productos latinoamericanos al mercado estadounidense probablemente va a decrecer notablemente.
En el plano de lo político quizás Colombia pierda apoyo para la futura implementación de la agenda devenida del acuerdo con las FARC, la cual en buena medida depende de la cooperación de Washington e incluye apoyo a la política antinarcóticos, justicia y garantías de no extradición. La ayuda prometida por Obama para el proceso de paz y el posconflicto fue de 450 millones de dólares. El país suramericano tan solo tiene asegurado el presupuesto ya aprobado para el año 2017.
Trump no ha hecho ni una sola referencia durante la campaña electoral a Venezuela ni a ningún otro de los países autodefinidos como del “Socialismo del Siglo XXI”. Sorprendentemente el subcontinente carece de importancia geopolítica y comercial para el Donald Trump presidente, pero no para su holding empresarial.
Si bien América Latina no es el principal centro de operaciones comerciales de Trump Organization, el holding que agrupa a las empresas de Donald Trump, lo cierto es que mantiene con la región algunas relaciones económicas altamente beneficiosas. En la Ciudad de Panamá se levantan 70 pisos en el Trump Ocean Club Internacional Hotel and Tower, precisamente la primera inversión del magnate estadounidense fuera de las fronteras de su país en el 2011. Desde entonces hasta hoy se desarrollaron otras inversiones inmobiliarias en la región, mediante un proceso relativamente reciente de internacionalización de esta corporación empresarial. La última de ellas ha sido la construcción del Trump Hotel Rio, situado en la elitista playa de Barra de Tijuca, que fue inaugurado para las Olimpiadas de Río de Janeiro en julio de 2016.
El mundo, en un mar de dudas
Según Edgar Morin, padre de las ciencias complejas, “la política es el arte de lo incierto, lo que nos lleva a un principio de incertidumbre política generalizada”. Nunca esta cita del filósofo y sociólogo francés de origen sefardí tomó tanta vigencia como en la actualidad. Trump asegura que “el mundo debe saber que no vamos al extranjero a buscar enemigos; al contrario, siempre nos alegra que los viejos enemigos se vuelvan nuestros amigos y que los viejos amigos se conviertan en aliados”, agregando a esto que, “eso queremos: traer paz al mundo”. Pero al mismo tiempo indica que “Estados Unidos será fuerte de nuevo; Estados Unidos será grandioso de nuevo; este país será amigo de nuevo”.
La elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos se inscribe en el “reinado de la incertidumbre”, pero al mismo tiempo se expresa en un rechazo creciente al establishment que representaba Hillary Clinton y significa una ruptura con las lógicas devenidas durante más de setenta años de liderazgo global de Estados Unidos.
A nivel interno, las primeras víctimas de estas elecciones son las élites políticas tanto del Partido Demócrata como del Partido Republicano. La política estadounidense sufrirá una reconversión. ¿Hacia donde? Está por verse. En todo caso, Trump asumirá el cargo como el presidente con más poder de los últimos años en Estados Unidos, dominando los republicanos las dos cámaras legislativas pero tras haberse impuesto además sobre el status quo político conservador y su emporio mediático. Haber designado como compañero de fórmula a Mike Pence le da además un fuerte apoyo entre los simpatizantes evangélicos del país, pese a que su visión económica esté muy lejana de la ortodoxia económica republicana.
En el ámbito de la política internacional, las actuales posiciones de Trump le llevan irremediablemente a un enfrentamiento por igual con las visiones clásicas de republicanos y demócratas. Romper con la idea de que Estados Unidos es el “responsable” de mantener el orden y la “libertad” mundial lo enfrentará con los aliados más cercanos a Washington, así como con el complejo militar-industrial y determinadas élites de Wall Street y sus corporaciones instaladas a lo largo y ancho del planeta.
Pero también el sistema goza de mecanismos de presión sobre el magnate norteamericano, el primer round lo veremos unas semanas antes de su investidura. Por esas fechas tendrá lugar el juicio que debe enfrentar la Universidad Trump frente a una denuncia colectiva y al que le seguirán otras 70 demandas pendientes contra diferentes empresas de su corporación.
Lo cierto es que sentar a este atípico multimillonario en el sillón presidencial de la Casa Blanca significa destapar la caja de Pandora, planteando múltiples conflictos de intereses internos y externos a los que antes nunca se había enfrentado Estados Unidos.El código de reglas de la política estadounidense está en el tacho de la basura, y esto no es más que la consecuencia derivada del declive del último imperio mundial, lo que pone en marcha una lógica de desafíos a los poderes establecidos al que no se había asistido durante la implementación del sistema post Segunda Guerra Mundial.
Volviendo a Morin, estamos obligados a “aprender a enfrentar la incertidumbre puesto que vivimos una época cambiante donde los valores son ambivalentes, donde todo está ligado”.

Decio Machado es sociólogo, periodista y Consultor Internacional. Miembro fundador del periódico Diagonal, aliado de La Barra Espaciadora, y colaborador en diversos medios de análisis político y económico en América Latina y Europa. Investigador asociado en Sistemas Integrados de Análisis Socioeconómico y director de la Fundación Alternativas Latinoamericanas de Desarrollo Humano y Estudios Antropológicos (ALDHEA).


Breve análisis sobre la dependencia extractivista y sus impactos

(Ponencia de Decio Machado la UMSA: Auditorio Salvador Romero, Facultad de Ciencias Sociales)

Saludos a todas y todos los presentes. Gracias por venir y especial agradecimiento por esta invitación a las Cátedras Libres Marcelo Quiroga Santa Cruz y Andrés de Santa Cruz y Calahumana. Es un gusto compartir este momento con ustedes.

Para comenzar quiero reseñar que pocos temas como los relacionados con el extractivismo están generando hoy mayor nivel de enfrentamiento entre movimientos sociales, comunidades afectadas, empresas extractivas nacionales y/o extranjeras y los correspondientes Estados latinoamericanos en los que se desarrolla dicha actividad.

Pero hagamos memoria. Esta modalidad de acumulación a la que hemos denominado extractivismo se remonta a la era colonial en los diferentes territorios que fueron sometidos a la conquista europea, convirtiéndose en la base sobre la cual se articuló el sistema capitalista en el llamado “Viejo Mundo” y la condición sine qua non sobre la cual se sostiene la explotación de las materias primas indispensables para el desarrollo industrial de los países del Norte global. Es de esta manera sobre la que se articulan las cada vez más menguadas sociedades del bienestar en los países industrialmente desarrollados.

Con el paso del tiempo, durante algo más de cinco siglos, el extractivismo se convirtió en una constante de la vida económica, social y política de gran parte de los países del Sur, especialmente en América Latina.

Decio Machado
La mayor parte de la producción de las empresas extractivas del Sur global no están destinadas al mercado interno de nuestros países, sino que su destino prioritario es la exportación. De igual manera, su procesamiento tampoco se realiza en los países de origen, sino que son los países del Norte el lugar en donde se les dota de valor agregado.

En la actualidad los impactos del extractivismo son claros y los podemos resumirlos en unos cuantos puntos básicos que iré enumerando de forma concisa pero lo más claramente posible.

En primer lugar quiero hacer referencia al monocultivo y aplicación de los alimentos al biodiesel. En este ámbito es fácilmente visible los altos niveles de explotación de la mano de obra asalariada en nuestros países y el deterioro de los derechos laborales en los territorios afectados, así como los impactos derivados en la salud de las comunidades damnificadas fruto de la aplicación masiva de fitosanitarios. Esta realidad no solo impide alcanzar los objetivos trazados respecto a la soberanía alimentaria, sino que derivan en una escasa diversificación de la producción agrícola nacional, la necesidad de abastecimiento alimenticio mediante importaciones y un escaso abanico de productos a exportar por parte de nuestros países. En paralelo, el agronegocio se adueña de la tierra en nuestra región y los Estados tienden a apoyar la agricultura industrial ofreciendo desgravaciones fiscales y aprobando múltiples decretos a favor de esta. Todo ello en contradicción con un subcontinente con regiones muy ricas en biodiversidad y culturas de minufundio muy vigorosas.

Vinculado a la anterior pero ya en el campo de lo económico, cabe indicar también que el capitalismo como organización económica de producción y distribución se construyó sobre la utilización de energía tanto para producir como para transportar. Teniendo en cuenta que la lógica del capital es la ganancia y la acumulación, es fácil entender que su desarrollo haya estado y siga estando íntimamente ligado al control de las fuentes de energía. Esto implica que más allá del proceso globalizador, el desarrollo del biodiesel no es más que la continuidad del modelo de desarrollo clásico del capital, aunque en la actualidad este se vista con tonos verde y se transmute bajo conceptos como la bioenergía.

Por otro lado y como consecuencia del boom del precio de los commodities -lo que se ha venido en denominar la década dorada de América Latina-, a lo que hemos asistido es a una reprimarización de las economías del subcontinente. En este sentido, no es baladí el hecho de que los dos países que han aprobado las constituciones más avanzadas en materia ambiental del planeta, hablo de Ecuador y Bolivia donde se han incorporando derechos tan vanguardistas como el “Derecho de la Naturaleza”, sean los países que más se han reprimarizado durante estos años con su correspondiente impacto ambiental en los territorios sometidos al impacto extractivo. En paralelo, países como Brasil, el más desarrollado industrialmente de América del Sur, ha ido perdiendo durante estos años cuota de capacidad industrial, importando productos desde Asía que antes se fabricaban en dicho país.

Con el ciclo político progresista hoy ya gravemente herido en nuestra región, se instaló un discurso soberanista que poco tiene que ver con la realidad. Basta para ello comprobar el nivel de afectación de la crisis en nuestros países una vez terminado el boom de los commodities, así como el incremento de la dependencia de nuestra región respecto a las necesidades mundiales del recursos naturales de los países del Norte global.

Pero en paralelo, hemos podido asistir también a como se han incrementado las dinámicas acenturadas de desposesión y despojo en nuestra región. Lo que se ha ido plasmando en desplazamientos de población en territorios extractivos, pérdidas de conocimiento ancestras, transformaciones de las lógicas de vida originarias, incompatibilidad con la filosofía del buen vivir y otras tantas afectaciones más vinculadas a los derechos humanos de nuestras poblaciones ancestrales. Al fin y al cabo, el extractivismo actual no deja de ser la última modalidad del capitalismo más depredador en nuestros días.

Si bien es cierto que en nuestros países se han implementado lógicas novedosas respecto al tradicional control geopolítico al que se estaba sometido por parte de los Estados Unidos, también lo es que ahora nos vemos sometidos, aunque de una forma diferente, a los intereses de nuevos economías emergentes como es el caso de China. El gigante asiático, mediante sus aportes económicos a través de su banca de desarrollo, el desplazamiento de especialistas a territorios, múltiples programas de inversión regional, alianzas con países locales para la construcción de megaproyectos y otras tantas medidas más, pretende asegurar el suministro de recursos y a su vez abrir mercados expansivos para sus empresas, haciendo a las economías regionales cada vez más dependientes de sus necesidades estratégicas. Las asimetrías son claras, mientras que China se ha convertido durante los últimos años en el mayor socio comercial de países de la importancia de Brasil, Chile o Perú, fortaleciéndose la cadena global de valores entre el país asiático y América Latina, nos encontramos que el 73% de las exportaciones de recursos naturales de la región durante estos últimos años ha ido hacia China, mientras que en el ámbito de productos manufacturados con valor agregado el porcentaje no superó el 6%.

Tampoco podemos olvidar en esta breve exposición la violencia que genera el extractivismo y la creación enclaves de exportación aislados y derivados de la lógica neocolonial. Hablando claro, el modelo de desarrollo extractivista, independientemente de que este se realice bajo regímenes de carácter neoliberal o progresista, implica necesariamente la violación de derechos humanos. La única diferencia respecto a las sensibilidad política del gobierno de turno tiene que ver con la disputa del excedente. Una consecuencia de esto la hemos vivido muy recientemente aquí en Bolivia en un conflicto que desembocó en la muerte de varias personas fruto de un pulso entre las mal llamadas cooperativas mineras y el Estado. Los efectos del extractivismo impactan negativamente tanto en los derechos de los ciudadanos de los territorios afectados, como en las políticas nacionales o en la administración de justicia en nuestros respectivos países.

Por último, es importante hacer alusión que en nuestra región mediante el extractivismo se ha querido llegar a esto que podríamos definir como “ilusión desarrollista”, la cual en el caso de los países con gobiernos progresistas viene a resucitar una vieja ficción: la creencia de que es posible formular un modelo de capitalismo humano.

Basta remontarse al pasado reciente para ver como los inversionistas a nivel mundial habían olvidado América Latina hasta la llegada del boom de los commodities. Sin embargo, con el advenimiento del presente siglo pudimos observar como los flujos de capital privado a países en desarrollo pasaron de 2.000 millones de dólares en 2000 a casi un billón de dólares al año 2010. La suma de fondos de inversión en acción de mercados emergentes creció entre el año 2000 y 2005 un 92% y entre 2006-2010 ese crecimiento fue del 478%. Esto hizo pensar a los gobiernos latinoamericanos que el crecimiento de nuestros países podría mantenerse infinitamente en el tiempo.

Pero si analizamos a los BRIC y las economías emergentes, entendiendo entre ellas a las de nuestros países, veremos que durante ese período utilizaron el mismo modelo de desarrollo que el de economías como Japón, Corea del Sur y Taiwán en la segunda mitad del siglo pasado. Sin embargo y sin impacto alguno por la caída de los precios de los commodities, al no ser países exportadores de recursos naturales, vemos que todas estas economías bajaron del 10% al 5% cuando sus rentas per cápita alcanzaron un nivel medio – alto (Japón a mediados de la década de 1970, Taiwán a finales de 1980 y Corea del Sur a principios de 1990).

Hablando sin tapujos, si bien es cierto que han existido países de la periferia más cercana al centro que han conseguido, mediante dinámicas de desarrollo tardo-capitalistas, ocupar posiciones prominentes en el mercado global a costa de viejas potencias en declive, basta releer la teoría marxista del desarrollo desigual y combinado para poner en discusión que está regla pueda generalizarse. En la cúspide de la pirámide no hay sitio para todos, y esto implica que muy pocos países hayan logrado un crecimiento rápido y sostenido a lo largo del tiempo.

Haciendo un breve recorrido sobre la historia económica reciente veremos que a lo largo de cualquier década desde la segunda mitad del siglo pasado, sólo un 1/3 de los países emergentes han logrado crecer a una tasa de crecimiento anual del 5% o superior. Menos de 1/4 han mantenido ese ritmo durante dos décadas y 1/10 parte durante tres. Sólo seis países (Malasia, Singapur, Corea del Sur, Taiwán, Tailandia y Hong Kong) han mantenido esta tasa de crecimiento durante cuatro décadas y dos de ellos (Corea del Sur y Taiwán) durante cinco. De hecho, durante las última década -con excepción de China e India- todos los demás países que consiguieron mantener una tasa de crecimiento del 5% era la primera vez que lo hacían.

Con el doloroso final de una época dorada de dinero fácil y crecimiento también fácil, el capital está generando un nuevo mapa de mercados emergentes, lo que está implicando para algunas economías antes muy beneficiadas un fuerte impacto por fuga de capitales. Un caso significativo de esta nueva realidad es México, donde mientras el servicio de deuda sigue creciendo, se registra una salida de capitales por 11.368 millones de dólares durante este primer semestre.

En resumen, el extractivismo depredador obedece a un viejo modelo de desarrollo que debe ser superado antes de que sea demasiado tarde. Superar el extractivismo es para nuestra región una cuestión de vida o muerte.