Por Decio
Machado
Para Revista Rupturas
El período entreguerras (entre la primera y la
segunda guerra mundial), fue un proceso de estancamiento económico que llegó a
su climax con el crac de 1929 y la
Gran Depresión.
Como el capitalismo es un sistema que en si mismo
lleva acarreadas estas crisis periódicas como parte de su funcionamiento, al
tiempo que la Gran Depresión hundía al sistema en la parálisis económica
mundial, restablecía las condiciones para las ganancias capitalistas,
consecuencia del abaratamiento del capital constante (masa de inversión en
medios de producción) y el alto desempleo (salarios bajos o abaratamiento del
capital variable).
Si bien los sindicatos habían sido duramente
golpeados por la gran guerra y la crisis económica posterior -alto desempleo y
pérdida de afiliación sindical-, fueron capaces de mantener una parte de su
poder acumulado, lo que supuso un factor nuevo a ser considerado por el capital.
Valorando este factor, sumado al fuerte descontento social fruto de la crisis, el
keynesianismo consideró que la fuerza del trabajo ya no podía ser tratada como
cualquier otra mercancía, afirmando que “los sindicatos son suficientemente
fuertes para intervenir en el libre juego de las fuerzas de la oferta y la
demanda”. Su principal mérito entonces, fue reconocer en la clase obrera un
momento autónomo en el seno del capital, insertando en la economía la
constatación de la relación de fuerza entre las clases en conflicto, y articulando
una estrategia que integrara a la clase trabajadora como una fuerza para el
desarrollo capitalista.
Desde el ámbito del capital –quien marca la pauta
para la posterior política de Estado- ya se habían dado con anterioridad respuestas
a la coyuntura del momento, a través de la implementación del “fordismo”,
generalizado a escala mundial a partir de la década de 1930.
Las consecuencias fueron inmediatas, en EEUU ganaba
las elecciones de 1932 Roosevelt con su New
Deal, poniéndose en marcha una política intervencionista para enfrentar la
crisis. También en Europa, donde tras la segunda guerra mundial se había
generado una devaluación aún mayor de capitales constantes y variables, se
aplicarían las políticas fordistas-keynesianas desarrollándose el llamado Estado
del Bienestar.
El pleno empleo no era otra cosa que el mecanismo
sobre el que sostener la demanda que generan los ingresos de los trabajadores
ocupados, lo que produce un efecto estimulador sobre las economías capitalistas
deprimidas. La tesis es sencilla: frente al crecimiento del poder del trabajo y
la amenaza revolucionaria fruto del descontento social, y teniendo en cuenta que
los mecanismos de mercado ya no controlaban la oferta y las condiciones de
trabajo de forma unilateral, se hacía necesario reconciliar a los actores
involucrados, lo que sin abandonar los requerimientos de la explotación
capitalista, convertía en necesaria la incorporación del sindicalismo al escenario
como un actor más de la “divina comedia capitalista”.
De esta manera, el keynesianismo se convirtió en un
“equilibrista” capaz de regular durante casi cinco décadas (onda larga de
crecimiento capitalista), las demandas obreras en interés de la acumulación del
capital. Su mecanismos fue simple: sostuvo las frustraciones obreras generadas
por el modelo de producción “fordista” a través del incremento de capacidad
adquisitiva y cierta cobertura social. En resumen, un diario que significaba:
morir en la fábrica para renacer y vivir a través del consumo.
El neokeynesianismo
adaptado al capitalismo ecuatoriano
En el conjunto de la región la llegada del presente
siglo mostraba el fracaso neoliberal en su más cruda expresión: incremento de
la pobreza, aumento de la marginación social, altas tasas de desempleo,
incremento de la deuda externa que anulaba toda posibilidad de inversión
pública y social, impunidad ante la corrupción institucional, carencia de
cultura fiscal y políticas comerciales maniatadas por tratados internacionales
y gran dependencia de EEUU. En Ecuador,
la situación se vio agravada por una sucesión de gobiernos débiles que repetían
mandatos inconclusos desde 1996. En resumen, de esta manera se hacía imposible
poner en marcha el “desarrollo nacional”.
Estas condiciones hacían necesario un cambio enfocado
a que las burguesías y economías nacionales recuperasen su competitividad. Ese
cambio en Ecuador se llamó Rafael Correa Delgado.
Igual que el movimiento obrero había sido golpeado
por la Gran Depresión a partir del crac
de 1929, los movimientos sociales y organizaciones políticas de la izquierda en
Ecuador llegaron con un fuerte debilitamiento a la campaña electoral del 2006.
La crisis de la CONAIE, “agujero negro” sobre el que satelizan los demás
movimientos sociales del país, sumado al desgaste y perdida de espacio de los
partidos de la izquierda convencional, permitieron que se despejara el panorama
político en pro de una alfombra “verde” que pasó a ocupar prácticamente todo el
espacio nacional.
En el año 2006, los resultados electorales del
Pachakutik apenas alcanzaron el 2,19%, mientras los del MPD el 1,33%. En 2008
la situación no cambiaría demasiado, en las elecciones para asambleístas
constituyentes, el Pachakutik en alianza con el Partido Socialista sacaría
apenas el 0,71% de los votos, y en el caso del MPD obtendría el 1,68%.
Al igual que Ford y Keynes encontraron el momento
apropiado para la modernizaron la economía capitalista de la primera mitad del
siglo XX, el correísmo es la fase de modernización de la economía ecuatoriana. La
fórmula no difiere en exceso respecto al pasado: intervencionismo estatal en
aras a expandir el crédito, el empleo, y el incremento capacidad adquisitiva de
los trabajadores, con incorporación de actores sociales de forma funcional al
desarrollo capitalista justificado con cierta ampliación de la cobertura
social. Es decir, un nuevo modelo de dominación con el mismo patrón de
acumulación económica.
Desde la perspectiva ideológica, al igual que Keynes
aseguraba “puedo estar influido por lo que me parece de sentido de justicia,
pero la lucha de clases me encontrará del lado de la burguesía educada”, el
presidente Correa manifiesta públicamente que su éxito se sostiene en que “básicamente
estamos haciendo mejor las cosas con el mismo modelo de acumulación” en una
apuesta por lo que él define como “economía capitalista moderna” (igual que su
homóloga argentina habla de “capitalismo serio” y su par boliviano de
“capitalismo normal”). En resumen, hoy hablamos de capitalismo posneoliberal al
igual que el keynesianismo habló de posliberalismo.
Algunas
lecciones a aprender
La izquierda desde hace más de un siglo comete el
error de pensar que el marxismo tiene el monopolio de la emancipación,
ignorando que el marxismo no es más que un punto de encuentro y no, a pesar de
lo que muchos piensan, un sistema acabado. Como diría el propio Marx en su Epílogo de la segunda edición de El Capital: “La investigación debe
apropiarse pormenorizadamente de su objeto, analizar las distintas formas de
desarrollo y rastrear su nexo interno. Tan solo después de consumada esa labor,
puede exponerse adecuadamente el movimiento real.”
Marx y Engels eran conscientes de que el armazón
ideológico que habían construido debía evolucionar en el tiempo, acompañando la
evolución del sistema socioeconómico que habían analizado y al que se habían
opuesto. En otras palabras, las fórmulas mágicas o soluciones de librillo son
ajenas al método de análisis marxista.
Dicha desorientación ideológica se agravó en la
medida que en los países donde se implementó el Estado del Bienestar, se restó
urgencia a las luchas anticapitalistas, convirtiéndose las organizaciones
populares en meros cogestores del control social.
La teoría del valor y la explotación se convirtieron
en dogmas indiscutibles para la izquierda, sin actualizarse de acuerdo a la
evolución capitalista, no aportando nada nuevo para comprender la complejidad
que había adquirido el sistema: intervencionismo estatal en la economía,
sociedad de consumo, expansión del sector servicios, cada vez mayor desarrollo
tecnológico, nueva organización del trabajo, neocolonialismo e intercambio
desigual, entre otras cuestiones. Es así, sin querer queriendo, el marxismo se volvió
inútil para explicar la realidad vigente en la época, desplazándose desde los
sindicatos y partidos “revolucionarios” hacia la Academia, quedándose en el
marco de un frustrado juego semi-intelectual en muchos casos carente de
realidad política. El Estado de Bienestar, en los países donde se había
implementado, había dado paso a un sistema que gozó de una credibilidad de la
que anteriormente carecía, a pesar de que la explotación, la pobreza, la
desigualdad y la exclusión social seguían existiendo. El coste ecológico de la
producción, el cual no había sido considerado por Marx en la ley del valor, supuso
un salto cualitativo en las agresiones al ambiente y son los principales
responsables de la crisis planetaria a la que nos enfrentamos.
En resumen, las organizaciones populares encajaron
perfectamente con el nuevo capitalismo reformado, porque a efectos prácticos no
disponían de una política económica propia, a excepción de los comunistas
ortodoxos, cuya política consistía en alcanzar el poder y luego seguir el
modelo soviético. En la práctica, la izquierda dirigió su atención hacia la
mejora de las condiciones de vida de su electorado popular y hacia la introducción
de reformas a tal efecto.
Las resistencias al capitalismo olvidaron que las
crisis son el método normal para eliminar periódicamente la disensión existente
entre la ilimitada capacidad extensiva de la producción y los límites
intrínsecos de los que dispone el mercado, convirtiéndose en los mecanismos a
través del cual el capital reafirma su autoridad, el derecho a administrar y
ordenar, como precondición para todo lo demás. Esto vino a significar en la
práctica, que las izquierdas nunca buscaron una opción económica alternativa al
capitalismo, sino simplemente la reforma de dicho orden: aminoración de sus
excesos capitalistas pero no su alternativa. Se sustentó las relaciones de
dominio capitalista, bajo el criterio de que podían ser transformadas por medio
de reformas legales al interior del sistema, olvidando que dichas relaciones no
son la consecuencia de leyes burguesas, sino del fruto del desenvolvimiento
económico. Cuando el keynesiano quebró, no fue porque los Estados destruyeran las
organizaciones obreras con las que se había concertado el sistema durante más
de cuatro décadas, sino porque el capital vio como inviable el sostenimiento de
un modelo económico donde su tasa de ganancia había menguado ostensiblemente
(onda larga regresiva).
Hasta 1968 no aparecerían posiciones alternativas con
visibilidad en la izquierda. El proceso denominado “mayo del 68” significó la
aparición de sensibilidades políticas de naturaleza revolucionaria, que
cuestionaron tanto al capitalismo y la hegemonía de los EEUU a escala mundial,
como al sistema soviético y la ineficacia de los movimientos de izquierda
histórica. Esto conllevó a la necesidad de formular modelos alternativos y
democráticos de desarrollo socialista, así como a un posicionamiento político
como fuerzas antagónicas y antisistémicas.
Durante la “guerra fría”, a pesar de la rivalidad entre
bloques, había un consenso mundial sobre la ideología del “desarrollo
nacional”. La significación de 1968 consiste en que es el inicio del
cuestionamiento del dogma de fe desarrollista, y la plasmación de otras
inquietudes recogidas por los nuevos movimientos sociales conformados a partir
de entonces. Citando a Bolívar Echeverría y André Gorz respectivamente, el
capitalismo no es más que un sistema que “vive de sofocar a la vida y al mundo
de la vida”, y el “socialismo no vale más que el capitalismo si no cambia de
herramientas”.
Situación
de la izquierda en Ecuador
En primer lugar, cabe observar a los partidos de la
vieja izquierda ecuatoriana luchando por su supervivencia electoral con base en
programas centristas eclécticos que no parecen inspirar sentimientos muy
fuertes. Sus consignas, compiten en el discurso con el oficialismo
neokeynesiano verdeflex, planteando que los principios de la “revolución
ciudadana” han sido traicionados, pero carentes de alternativas ideológicas al
programa de “desarrollo nacional” impulsado por el gobierno.
En segundo lugar, vemos un movimiento indígena que
tras casi diez años de constituida su crisis e incapaz de superarla, se muestra
incapaz de reconstituirse como un actor de cambio, sufriendo en gran parte de
sus bases un movimiento hacia el reconocimiento de las políticas públicas
neokeynesianas y neodesarrollistas impulsadas por el gobierno en el sector del
agro.
En tercer lugar, vemos un abanico de organizaciones
populares en situación de estancamiento que son herederos diluidos del conato
revolucionario de 1968: movimientos ambientales, feministas, de las llamadas
minorías oprimidas y comunitarios de base. Los movimientos antisistémicos
inspirados en la superación del estricto conflicto capital vs trabajo, tuvieron
bastante éxito al cuestionar las premisas básicas de la vieja izquierda, pero
desde entonces fracasaron en una estrategia alternativa.
Lo anteriormente descrito condiciona a una izquierda
en general muy golpeada por las estrategias gubernamentales de desacreditación
a la oposición política y social, lo que se visualiza en la falta de capacidad
de articulación de fuerzas “antagónicas” al poder actualmente existente.
Algunos apuntes para la reconsideración de las
izquierdas en el Ecuador:
- Si los países del Sur, y en concreto Ecuador, pretender a través del cambio de matriz productiva un proceso de industrialización nacional que haga viable su estrategia de sustitución de importaciones y una producción con mayores índices de valor añadido, es fundamental un trabajo de revitalización del frente sindical. Aunque la actividad de los sindicatos es muy importante, se limita a la lucha de salarios y a la disminución del tiempo de trabajo, es decir, a regular simplemente la explotación capitalista dentro de las condiciones del mercado.
- Al igual que 1968 supuso una ruptura con la “vieja izquierda”, en los momentos actuales se hace necesario la irrupción de un nuevo modelo de organización superador del partido leninista y conformado por una agenda de reivindicaciones de nuevo tipo. Es necesaria mayor participación popular y nuevas formas para la toma de decisiones. Los movimientos de la izquierda se han caracterizado por su profunda desconfianza hacia la psicología de masas, lo cual se convirtió en el origen del vanguardismo. Quizás esto fue legítimo en otras épocas, pero las “primaveras árabes” y los “indignados” españoles, demuestran que no habrá transformación del sistema sin el apoyo genuino y profundamente motivado por una ciudadanía consciente e integrada en nuevas fórmulas organizativas.
- Se debe pensar en el poder estatal, sea cual sea su nivel (gobiernos seccionales de distinto orden o gobierno nacional), como una táctica que se utiliza coyunturalmente para solucionar necesidades inmediatas, sin invertir esfuerzos en fortalecerlo. La experiencia actual es aleccionadora: la izquierda reivindicó durante el neoliberalismo la reconstrucción del Estado, el cual una vez reconstituido, actúa como el principal ariete contra las organizaciones populares. Debemos dejar de tener miedo al derrumbe del sistema político, sin ese derrumbe no se construirá un mundo nuevo.
- Se ha de construir alternativas socioeconómicas al modelo imperante. Esto significa discutir nuestra utopías y sueños, conformando una alternativa sustantiva que ofrecer fruto de la creación colectiva y no de libretos escritos hace ciento sesenta años.